OJOS QUE MIRAN
OJOS/MIRADA GESTOS/MIRADA
Los ojos juegan en la celebración litúrgica—como en la vida—un
papel importante.
El cuerpo es nuestro lenguaje radical: por medio de él recibimos,
comunicamos, expresamos. Por eso tienen en la liturgia tanta
participación nuestros varios sentidos: oler, gustar, tocar, oír... Y
también el ver y el mirar.
Hay muchos momentos y elementos de la liturgia en que entra en
juego la "pedagogía visual": las imágenes, la luz de los cirios y
lámparas, los gestos expresivos de las manos, los vestidos y colores...
Pero el hecho mismo de mirar, de dirigir los ojos hacia un lugar,
hacia una persona o una cosa, puede tener un significado y una
fuerza comunicativa que añade profundidad a nuestra celebración
cristiana. Todos recordamos el sentido que para un israelita tenía el
orar mirando hacia Jerusalén, para un musulmán el hacerlo dirigiendo
la vista hacia la Meca, o incluso para los cristianos el que sus iglesias
estuvieran "orientadas, o sea, situadas de modo que pudieran orar
mirando al oriente, el lugar simbólico del Sol verdadero, Cristo Jesús.
La mirada como comunicación
La vista es uno de los modos más válidos—¿el fundamental?—de
nuestra experiencia de la realidad y del acercamiento a las personas o
las cosas. Los ojos son en verdad las ventanas de la persona, puerta
de acceso a la intimidad, que nos permiten la "toma de posesión" del
mundo que nos rodea.
Todos los sentidos nos dan acceso a la realidad. Santo Tomás
formuló hace mucho tiempo el método de nuestro conocimiento: "nada
hay en el entendimiento que antes no haya estado en los sentidos".
Pero de todos ellos el más noble y activo es el de la vista.
Con la mirada nos comunicamos antes que con la voz. Por ella lo
que está lejano se hace cercano, se hace nuestro, entra en nosotros.
Es como nuestro aparato fotográfico para percibir imágenes y
mensajes.
Y a la vez es también nuestro modo más radical de expresión.
Nuestros ojos son como el espejo de nuestros sentimientos y
emociones: afecto, enfado, resentimiento, indiferencia. Mirar o no
mirar, mirar con interés o con frialdad, son termómetro de nuestra
presencia espiritual, de nuestra atención a las personas y a los
acontecimientos, o de nuestra rutina o indiferencia.
Mirada de amor o de rencor. Mirada de curiosidad o de codicia.
Mirada de niño. Mirada de poeta. Y también mirada de fe y oración.
En verdad "la lámpara del cuerpo es el ojo; si tu ojo está sano, todo
tu cuerpo estará luminoso; si tu ojo está malo, todo tu cuerpo está a
oscuras" (Mt 6,22-23).
Los ojos de Jesús
J/MIRADA: La fuerza de la mirada de Jesús es uno de los aspectos
que más parece que impresionó a sus discípulos. Los evangelios
hablan con frecuencia de cómo veía él las cosas, de cómo miraba.
Jesús miraba a la muchedumbre, se fijaba en la moneda del tributo,
observaba cómo echaba su limosna en el cepillo la mujer pobre, dirigía
sus ojos a los apóstoles, miraba fijamente al joven que quería seguirle
("Jesús, fijando en él la mirada, le tomó cariño y le dijo: sólo una cosa
te falta..." Mc 10,21), escrutaba las intenciones de sus enemigos, les
dirigía una mirada llena de enfado ("ellos callaban: y él, mirándoles
con ira, apenado..." Mc 3,5), miraba a Zaqueo apreciando su buena
voluntad...
Enseñó a sus discípulos a saber ver y discernir las cosas. Les urgió
a que supieran ver los signos de los tiempos, observar la belleza de
los lirios del campo, la libertad de los pájaros, la necesidad del prójimo
malherido en el camino...
Parece como si Jesús pasara su vida viendo, mirando, observando,
con una infinita capacidad de admiración y de profundidad en su
mirada.
Pero sobre todo los evangelistas se acuerdan de sus ojos en los
momentos de oración: "tomó los cinco panes y los dos peces, y
levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición" (Mc 6,41), "Jesús
levantó los ojos y dijo: Padre, te doy gracias" (en la resurrección de
Lázaro, Jn 11,41.), "levantando los ojos al cielo dio un gemido y le dijo:
effata, ábrete" (en la curación del sordomudo, Mc 7,34), "alzando los
ojos al cielo, dijo: Padre, ha llegado la hora" (Jn 17,1)...
Por eso no es extraño que en uno de los cantos últimamente más
populares destaque la profundidad de esta mirada de Jesús como un
elemento expresivo de su cercanía a nosotros y de su llamada a la
vocación cristiana: "tú me has mirado a los ojos"... Pero ya antes la
liturgia había añadido un dato al relato de la última cena en la acción
sobre el pan eucarístico: "tomó el pan y elevando los ojos al cielo
hacia ti, Padre suyo.." (plegaria eucarística primera). En la última cena
los evangelistas no decían precisamente esa frase, pero sí en otras
escenas, y la liturgia lo ha incorporado a su lenguaje.
Mirada de afecto. Mirada de ira. Mirada de admiración. Mirada de
oración.
Por una liturgia más visual
La última reforma ha favorecido la visibilidad en toda la celebración,
sobre todo con el altar cara al pueblo y la disposición del ambón y la
sede presidencial.
Pero todavía habría que hacer mucho para que la comunicación
visual llegara a funcionar como conviene.
Y es que también en la celebración—como en la vida social—la vista
ayuda en gran medida a captar la dinámica del misterio celebrado y a
sintonizar con él. Antes que con las palabras o los cantos, nos damos
cuenta por medio de los ojos de lo que celebramos: vemos a la
comunidad reunida, el altar, las personas de los ministros, los gestos
simbólicos, el ambón con su libro, las imágenes...
La "mirada de fe" viene ayudada y sostenida por la mirada humana:
dirigir los ojos hacia el altar, hacia el pan y el vino, o hacia el que está
proclamando la Palabra de Dios, nos pone en situación de cercanía y
atención.
Tras un evidente avance en el terreno de lo acústico, no podemos
descuidar la mejora de lo óptico en nuestra liturgia: gestos bien
realizados, signos abundantes y no mínimos, movimientos armónicos,
espacios bien distribuidos, belleza estética en el conjunto, y sobre todo
una buena iluminación. Una buena iluminación del espacio—en torno a
la Palabra, primero, y luego del altar—"acerca" más los fieles a la
celebración que el adelantar unos cuantos metros el altar.
El ojo también celebra. No sólo el oído o la lengua.
Lo que celebramos es siempre un misterio sagrado: Dios que nos
dirige su Palabra, Cristo que nos hace la donación de su Cuerpo y su
Sangre... Pero los signos con los que lo hacemos no tienen por qué
ser ocultos o misteriosos, o prescindir de su expresividad también
visual. La comunicación no verbal tiene una eficacia imprescindible en
el conjunto de nuestra oración cristiana. Y más en este siglo en que
estamos siendo educados por la cultura ambiente hacia una
valoración decidida de lo visual y de la imagen.
La mirada, el poder ver lo que sucede en el altar, no es pérdida del
sentido del misterio. Sino una ayuda pedagógica elemental. Miramos al
lector que proclama las lecturas, al pan y el vino que el presidente nos
muestra en varios momentos, a la Cruz que preside el espacio, las
diversas acciones que tienen lugar en la celebración, al hermano a
quien damos la paz.
Hay momentos en que es bueno cerrar los ojos y concentrarnos en
nosotros mismos: los momentos de oración personal o de silencio en
la liturgia. Pero otros muchos momentos el hecho de mirar puede ser
una de las mejores maneras de expresar nuestra "conversión",
nuestra atención a la Palabra que se nos dice o a la acción litúrgica
que entre todos celebramos.
Evitar tentaciones
Claro que también en esto hay que huir de algunos peligros que se
demuestran reales:
—la liturgia no es sólo un espectáculo en el que los presentes se
contentan con ver, o con mirar lo que otros hacen: la comunidad
también ora, canta, escucha, es invitada a moverse, a acudir a la
comida eucarística; el hecho de cuidar lo visual significa sencillamente
que la celebración en su conjunto no nos es ajena, que no estamos
recluidos en nuestra interioridad, que estamos cercanos a todo lo que
se hace;
—el simple mirar puede ser superficial, es evidente que la intención
es la de llegar a profundizar, a sintonizar desde dentro con lo que se
celebra; a veces podemos tener los ojos abiertos y no ver o no mirar;
o bien miramos y no llegamos a ver las cosas en su sentido profundo;
es la visión interior de fe la que esa mirada de los ojos corporales
quiere favorecer; la visión interior, contemplativa, que se convierte en
auténtica experiencia vital;
—un momento histórico en que el hecho de ver o mirar adquirió
excesivo protagonismo fue en la Edad Media, a partir del siglo XIII,
cuando se potenció en la Eucaristía más el adorar que el celebrar,
más el ver que el comulgar; primero se empezó a hacer la "elevación"
del pan consagrado, para que los fieles lo vieran mejor —el sacerdote
estaba entonces de espaldas—y más adelante también se elevó el
cáliz; junto a eso se desarrolló toda una espiritualidad centrada en la
visión de la Eucaristía más que en la participación sacramental en ella:
una especie de "comunión visual" algo relacionada con la "comunión
espiritual" que también nosotros conocimos; pero ahora, logrado por la
Iglesia de nuevo el equilibrio entre las diversas dimensiones de la
celebración, el peligro no es precisamente el de quedarse en la visión,
sino el descuidar el lenguaje de la corporeidad total, por la primacía a
veces excesiva concedida a la comunicación verbal.
Aviso especial para el presidente
El presidente tiene un papel decisivo en la celebración. Y es el
ministro que más debería cuidar su comunicación visual con la
comunidad.
El es el signo de Cristo, el "sacramento" que visibiliza al verdadero
Sacerdote y Presidente de toda asamblea cristiana. Por tanto, entre
otros muchos aspectos de su actuación, debe ver y ser visto: debe
participar más que ningún otro en la celebración, estando atento,
cercano.
A veces él mismo favorece con su modo de hacer el que la
asamblea celebrante "vea" bien, pueda "mirar" la acción:
* muestra con gesto claro lo que en un determinado momento es el
centro de la atención de todos, sobre todo el pan y el vino, ya en el
ofertorio, pero sobre todo en el Relato de la consagración, en la
alabanza final de la Plegaria eucarística y en el momento de la
comunión;
* hace con expresividad los gestos y las acciones simbólicas: la
invocación del Espíritu sobre los dones eucarísticos —con las manos
extendidas—, la fracción del pan, la elevación de sus brazos en la
oracion...
Pero también es él el que más "mira": el que más atento se muestra
a lo que él mismo hace o muestra, o a lo que en la dinámica de la
acción sucede con importancia.
El presidente dirige su mirada hacia los lectores que leen (sobre
todo cuando está de pie y otro proclama el evangelio), hacia el pan y
el vino que él sostiene en su mano, hacia la comunidad a la que
saluda o bendice ( ¿cómo se puede saludar a alguien mirando a otra
parte o mientras se están pasando las hojas del libro o buscando
papeles?), hacia arriba cuando dirige a Dios la oración presidencial y
no necesita la ayuda del libro...
La mirada del presidente puede ser uno de los signos de su actitud
interior cara a lo que se celebra y a la comunidad a la que preside: un
presidente atento, presente, no distraído y ausente, no ensimismado
en sus pensamientos o en sus papeles... No se trata de que se exhiba,
pero tampoco de que se inhiba de lo que acontece. La suya debe ser
una mirada de sintonía, de aprecio a las personas y a las acciones.
Ciertamente no mirada de curiosidad o de control, o de superficial
dulzarronería demagógica. Sino mirada de celebrante activo, y
además de presidente de una comunidad. No está "diciendo su misa"
con una actitud introvertida. Está presidiendo a una comunidad
cristiana de la que forma parte y con la que celebra.
En la liturgia también pedimos a Dios que nos mire: "dirige tu mirada
sobre la ofrenda de la Iglesia" (Plegaria Eucarística tercera). Casi
todas las veces que aparece el verbo "mirar" (respicere) en las
oraciones del Misal es una súplica para que Dios nos mire, con todo lo
que eso significa de cercanía y gracia.
Pero somos nosotros los que más necesitamos potenciar el lenguaje
de los ojos y la pedagogía de la mirada para seguir con atención y
entrar en profundidad en lo que celebramos. Es una actitud espiritual
semejante a la que nos hace decir el Salmo: "como están los ojos de
los esclavos fijos en las manos de sus señores, así están nuestros
ojos en el Señor Dios nuestro esperando su misericordia" (Ps 122).
Sólo que nosotros lo hacemos con la alegría y la santa libertad de los
que se sienten hijos en la familia de Dios.
JOSÉ
ALDAZABAL
GESTOS Y SÍMBOLOS (I)
Dossiers CPL 24
Barcelona 1986 Págs. 51-56