I.
INTRODUCCIÓN
Por
libro
litúrgico,
en
sentido estricto, entendemos un libro que sirve para una celebración litúrgica y
está
escrito
con vistas a ella. En sentido
más
amplio, es tal también el libro
que, aun
no habiendo sido escrito
con
vistas a la celebración, contiene,
sin
embargo, textos y ritos de una
celebración, tanto si han sido usados
como si
no.
En el primer sentido, el
libro es un
elemento
de la celebración, y a él
también
se le respeta e incluso se le
venera;
en el segundo sentido, el libro
se convierte en fuente para la
historia
de la liturgia, y en particular
del rito
o de los elementos que contiene.
Además de estas fuentes
directas,
existen
también aquellos escritos que
nos
informan sobre el hecho litúrgico
sin ser por ello libros litúrgicos,
como
textos de historia, escritos de
los
padres, documentos del magisterio,
etc.
Por tanto, los libros
litúrgicos
contienen los ritos y los textos escritos
para la celebración. Son un vehículo
de la tradición, en cuanto que expresan la fe de la iglesia, y generalmente
son fruto del pensamiento no de un solo autor, sino de una iglesia
particular en comunión con las demás iglesias. Pero son también
fruto de una cultura, determinada en
cuanto al tiempo y al espacio geográfico.
En efecto, si bien la liturgia cristiana es sobre todo acción divina que se
realiza en el signo sacramental, los
libros litúrgicos contienen, sin embargo, las palabras y los gestos con
que una cultura ve y expresa esta acción divina.
Pero esto se verá más
claramente haciendo la historia de los libros litúrgicos.
Podemos dividirla en cinco
períodos.
II.
EL
TIEMPO DE LA IMPROVISACIÓN
Se trata de los tres primeros
siglos cristianos. En este tiempo no hay libros
litúrgicos propiamente tales,
excepto,
si así podemos llamarlo, el
texto de
la biblia. Para el resto, todo
se deja a
la libre creatividad, salvo
en los
elementos esenciales.
Hallamos rastro de estos
esquemas
y de esta libertad en textos no propiamente litúrgicos, como la Didajé,
que nos
da indicaciones sobre el bautismo, sobre la eucaristía, sobre
la oración diaria y sobre el ayuno;
como los escritos de Clemente
de Roma y
la
Apología
de
Justino.
Hacia el
215 encontramos la
Tradición
apostólica
del
presbítero romano
Hipólito. En sentido amplio,
éste es
el primer libro litúrgico, porque
contiene sólo descripciones de
ritos
litúrgicos con algunas fórmulas
más
importantes: consagración de los obispos, de los
presbíteros, de los diáconos y de los demás
ministros; esquema de plegaria
eucarística, catecumenado y
bautismo; oraciones y normas para las vírgenes, las viudas;
la oración de las horas, los ayunos,
bendición del óleo.
La importancia de este
documento
es múltiple: nos da por primera
vez
fórmulas de plegaria eucarística, de ordenaciones,
del bautismo...; testimonia claramente que
no es necesario que el obispo "pronuncie literalmente
las palabras citadas, como
esforzándose por recordarlas de memoria,
sino que cada uno ore según su
capacidad. Si alguno es capaz de orar
largamente y con solemnidad, está bien. Pero si pronuncia una oración
con mesura, no se le impida, con tal
que diga una oración de una sana
ortodoxia" (c. 9).
El texto de Hipólito ha
tenido
una
influencia muy considerable en
varios
ambientes, como testimonian
la
traducción copta, árabe, etiópica
y latina.
III.
EL
TIEMPO DE LA CREATIVIDAD
Desde el siglo IV se precisan
los contornos
de los diversos ritos litúrgicos, tanto orientales como occidentales.
Y esto se debe a la creación de textos que
cada iglesia compone y comienza a
fijar por escrito, aunque no en
forma oficial. Deteniéndonos en la
iglesia de Roma, se había producido
un fenómeno importante: el paso del
griego al latín como lengua
litúrgica.
Se forma en este siglo el
canon
romano
(la actual primera plegaria
eucarística), y se empiezan a componer
textos eucológicos en latín. Se
continúa
así hasta el siglo VI, componiendo
cada vez los textos que sirven para las diferentes
celebraciones. Es tos se conservan, pero no
para ser utilizados de nuevo.
Cierta cantidad de tales
libelli
se
encontró en Letrán, y se reunieron
en un
códice que actualmente se encuentra
en la biblioteca capitular de
Verona,
cod. 85. Descubierto en 1713 por Escipión Maffei y
publicado en 1735 por J. Bianchini, recibió
de éste el título de
Sacramentarium
Leonianum,
por considerarlo una composición de
León Magno (440461). A continuación se
descubrió que era obra de diversas
manos;
entre ellas, además de la del papa
León, la intervención de los papas
Gelasio 1 (492-496) y Vigilio (537-555).
La edición más reciente y mejor es la
de L. C. Mohlberg (RED
1,
Roma 1956), con el nombre de
Sacramentarium Veronense.
El texto presenta unos 300
formularios,
más o menos completos, divididos en 43 secciones. El
redactor los ordenó por meses. Pero faltan
los primeros folios, y comienza con
el mes de abril. Normalmente cada
formulario comprende colecta, secreta,
prefacio, poscomunión y super-populum.
Falta todo el texto del canon y toda
la cuaresma y la pascua. De las
demás fiestas a veces tenemos muchos
formularios, mientras que algunas
celebraciones están ausentes. Por
todos estos motivos, no es exacto ni
siquiera el término sacramentario.
De todos modos, el códice
reviste
una
importancia fundamental para
la
eucología romana, porque se trata
de las
primeras composiciones seguramente
romanas. En efecto, se encuentra
varias veces romana civitas,
devotio,
nomen, principes, urbs, securitas.
Muchas oraciones tienen en
cuenta situaciones contingentes de
la ciudad de Roma, hasta el punto de
que se puede reconstruir su tiempo,
a veces también el año, de su composición.
Signo éste de una liturgia
viva.
IV.
LOS
LIBROS LITÚRGICOS PUROS
A partir del siglo VII
aumenta la documentación
litúrgica. Tenemos libros
litúrgicos propiamente tales en
uso. Se
trata de libros
puros,
en el
sentido de que contienen cada uno
un
elemento de la celebración, y que
por
tanto sirven para cada ministro.
Así distinguimos:
1.
EL SACRAMENTARIO:
Es el libro
del celebrante, obispo o presbítero,
y contiene las fórmulas eucológicas para
la
eucaristía y
los
sacramentos.
El primero es el así llamado
Sacramentario
gelasiano antiguo.
Se
conserva
únicamente en el cod.
Vat.
reg. lat. 316.
Transcrito hacia el 750 en Chelles, cerca de París, fue publicado
en 1680 por G. Tomas. La última
edición de Mohlberg tiene
como
título
Liber
sacramentorum romanae
ecclesiae ordinis anni
circuli (RED
4,
Roma
1960). El título
gelasiano
es
impropio. Se debe al hecho de que se ha querido identificar este libro con las
"Sacramentorum
praefationes
et
orationes"
que,
según el
Liber
Pontificales
(ed.
Duchesne, París 1925, 1, 225), Gelasio compuso
"cauto
sermone".
El sacramentario está
dividido en
tres
libros: I. Propio del tiempo (de la vigilia de
navidad a pentecostés), más los textos para
algunos ritos, como las
ordenaciones, el catecumenado y el
bautismo, la penitencia, la
dedicación de la iglesia, la consagración
de vírgenes; II. Propio de los santos
y el tiempo de adviento; III.
Domingos ordinarios, con el canon, y
celebraciones varias.
Característica del gelasiano
es la
presencia
de dos o incluso tres oraciones antes de la oración sobre las
ofrendas. Se discute si la segunda
hay que
asimilarla a la super
sindonem
del rito
ambrosiano. Pero la
discusión más amplia versa sobre el
origen
del gelasiano. Es claro que
hay en el códice influjos
galicanos. Pero si el núcleo es romano,
¿cómo explicar la presencia al mismo
tiempo en Roma de dos sacramentarios:
gelasiano y gregoriano?. La
tesis más defendida, salvo detalles,
es la de A. Chavasse,
según el cual
el gregoriano era de uso exclusivo del
papa, mientras que el gelasiano era
de uso de los títulos (iglesias) presbiterales.
El
reg. 316
es de
importancia fundamental
para los ritos del, catecumenado
y del bautismo, distribuidos
en el
ámbito de la cuaresma, con los
tres escrutinios y las
entregas de los
evangelios, del símbolo y del
padrenuestro, como también para la celebración
del triduo sacro. Encontramos además
en él los ritos de la
reconciliación de los penitentes y de la
misa crismal, etc.
Aludíamos al sacramentario
gregoriano.
Deberíamos hablar más
bien de
familia gregoriana, porque hay muchos manuscritos. En general,
derivarían de una fuente atribuida
al papa Gregorio Magno (590604),
pero redactada bajo Honorio (625
- 638). En general, la estructura
gregoriana difiere de la gelasiana por
tres aspectos: el gregoriano no está
dividido en libros, sino que el
santoral está mezclado con el del tiempo,
e incluso a veces los domingos toman
la denominación de un santo
celebrado precedentemente (los apóstoles
Pedro y Pablo, Lorenzo...); tiene
sólo una oración antes de la oración
sobre las ofrendas; indica la estación, o
sea; el lugar en que el papa
celebraba en un determinado día. Es,
en general, un libro más sencillo y menos rico que el gelasiano (muy
reducido el número de prefacios, no
existen ya las bendiciones sobre el
pueblo más que en cuaresma).
Los dos tipos principales
del gregoriano son el
Adriano y
el
Paduense.
El
primero se llama así porque
deriva
de una copia del auténtico gregoriano,
que el papa Adriano I
(772795)
mando a
Carlomagno, que se la había pedido, y que éste conservó en
Aquisgrán. De estas copias más o
menos
directas quedan muchos manuscritos.
El mejor es el cod.
164
de
Cambrai. Pero al ser incompleto el
gregoriano recibido de Roma (faltaban,
entre otras cosas, los formularios
de los domingos después de
pentecostés), fue necesario
proveer a un suplemento. Éste,
que antes se atribuía a Alcuino, parece
ser, por el contrario, obra de
Benito de Aniane.
Un manuscrito adrianeo sin
suplemento
es el de Trento.
Otro tipo de gregoriano es el
de
Padua (bibl.
capitular D 47),
redactado
en Lieja hacia la mitad del siglo IX
y luego llevado a Verona, con adiciones
de los siglos X y XI. No es del
todo clara, entre los estudiosos, la
sucesión y la dependencia dedos dos
tipos: si viene antes la línea de Padua,
como pensaba Mohlberg, o al
contrario, como piensa Chavasse.
Una tercera serie de
sacramentarios
está constituida por los que se
llamaban
Missalia regis Pipini,
y que
hoy llamamos "gelasianos del siglo
VIII".
Parece tratarse de una fusión
de
estructura gregoriana con textos
gelasianos. Dichos sacramentarios
son
muchos. Por probable orden de
importancia: Gellone, Angulema,
san Galo,
el llamado Triplex, Rheinau,
Monza.
2.
EL
LECCIONARIO
Al principio
se leían
directamente de la Biblia las lecturas para la
celebración litúrgica, de modo más o menos
continuo. Cuando se comenzó a
escoger fragmentos para determinados
días, éstos fueron marcados en el
margen del texto sagrado. En un
segundo momento se hizo, primero
como apéndice del libro y luego como
códice aparte, un elenco de perícopas
distribuidas para varios días. De ahí
el término capitularia, porque
hacían la lista de los
capitula con la
indicación del comienzo y del fin de cada
fragmento (faltaba la actual división
en capítulos y versículos).
Encontramos así leccionarios
que contienen sólo los evangelios (llamados
capitularía evangeliorum), o
sólo las lecturas no evangélicas (llamados
Comes, o Liber Comitis, o Liber commicus) o
también ambos.
De los primeros se ha
ocupado
Th.
Klauser, que ha cotejado un
millar
de manuscritos, clasificándolos
en cuatro tipos, designados con
las
letras griegas, ІІ, Λ, Σ
(romanos)
y Δ (franco-romano). En cuanto al
tiempo, van del 645
al 750.
Hay que
emparentar el primero con el sacramentario
gregoriano, los demás con los gelasianos del siglo VIII.
Los
Comes
más antiguos son el de
Würzburgo,
que corresponde al gelasiano
antiguo, y el de Alcuino,
que hay que relacionar con el gregoriano.
Siguen, para los gelasianos
del
siglo VIII,
los
de
Murbach
(que
luego
pasó al Misal) y de Corbie, como
principales.
3.
EL
ANTIFONARIO
Es el libro
que
contiene los cantos de la misa, y
está
destinado al cantor, o al coro.
Los más antiguos
antifonarios,
que hay
que emparentar con los gelasianos
del siglo VIII,
no
tienen todavía notación
musical. Se trata de seis códices,
publicados en sinopsis por Hesbert,
el primero de los cuales
es sólo un cantatorium o graduale,
porque
contiene sólo los cantos interleccionales.
Es el Cantatorio de Monza. Los demás
no son italianos: Rheinau, Mont-Blandin,
Compiégne, Corbie, Senlis. Son todos
del
siglo IX.
4.
LOS
ORDINES.
Para una celebración
litúrgica no bastan los diferentes
libros que contienen los textos, sino que se necesita conocer el
modo de
estructurar el desarrollo de
la
celebración misma. Los libros
mencionados sólo rara vez llevan rúbricas (así
llamadas por estar escritas en rojo =
ruber). De éstas se encargan
libros especiales, que se llamarán
Ordo (plural, Ordines)
u Ordinarium.
El origen de tales libros se debe
sobre todo a la necesidad del clero
franco, que quiere saber cómo se
desarrollan en Roma las diversas celebraciones.
Después de las ediciones
parciales
de G.
Cassander (1558-1561)
y M.
Hittorp (1568), J.
Mabillon-M.
Germain
(1687-1689),
E.
Marténe (1700-1702),
L. Duchesne (1889),
finalmente
M. Andrieu publica la edición
crítica de todos los Ordines romani
hasta ahora conocidos
Contra los quince ordices de Mabillon, él
distingue cincuenta, divididos en
diez secciones, y reducibles a dos familias:
A (romana pura) y B (romanofranca).
Entre ellos los más importantes son
el I, que trata de la misa papal en
el siglo VIII; el XI, que describe
los ritos del catecumenado (aquí los escrutinios se convierten sin más en siete
y se trasladan a los días laborables),
y el L, llamado también Ordo romanus antiquus,
que será el núcleo
del Pontifical romano-germánico del
siglo X.
Para la historia de la
liturgia medieval
no se subrayará nunca bastante
la importancia de tales ordines,
junto con
las Consuetudines
monasticae y los Capitularia
(aquí
en el sentido de decisiones administrativojurídicas,
disciplinares de sínodos,
concilios particulares, etc.).
V.
LOS
LIBROS MIXTOS O PLENARIOS
En los umbrales del año 1000 asistimos
a un fenómeno de fusión de los
diferentes libros por motivos funcionales. Se comienzan a recoger en
un solo libro todos los elementos
que sirven para una celebración. Un
primer paso se dará insertando por
extenso en los Ordines los textos
eucológicos que antes sólo se mencionaban.
Nacen así los libros mixtos o
plenarios.
1.
EL
PONTIFICAL.
Con este nombre
se designa el libro que contiene
fórmulas
y ritos de las celebraciones reservadas al obispo (pontífice),
como la
confirmación, las ordenaciones,
las consagraciones de iglesias,
de vírgenes, la bendición de
abades,
pero también la coronación
de reyes
y de emperadores...
El primer libro de este género es el
Pontifical Romano-Germánico
del
siglo X (= PRG).
Compuesto hacia el
950 en Maguncia, es un interesante ejemplo
de la obra de adaptación de la
liturgia romana a los países
franco-germánicos. Se presenta como
una mina de ritos y de fórmulas,
pero también de partes didácticas, como sermones, moniciones,
exposiciones de misa, con doscientos
cincuenta y ocho títulos de celebraciones diferentes
lo.
El
PRG,
llevado a
Roma por los Otones, luego fue
simplificado y reducido, especialmente
a partir de Gregorio VII (10731085).
Encontramos así algunos
pontificales reducibles a un tipo, llamado
por el editor Andrieu "el pontifical
romano del siglo XII”.
En el siglo siguiente, bajo Inocencio
III (1198-1216), se creó un pontifical
adaptado a las exigencias de la
curia papal de Letrán.
A finales del siglo, durante
el
tiempo
de cautividad en Avignon, el
obispo de
Mende, Guillermo Durando,
preparó para su diócesis un pontifical
basándose en los precedentes,
pero con
mayor claridad. Se divide en tres libros: ritos sobre las
personas;
sobre
las
cosas;
celebraciones varias
(acciones).
Con éste tenemos el primer
pontifical,
que será sustancialmente el que
luego se
apropiará toda la iglesia.
2.
EL MISAL
Por la misma exigencia de orden práctico y en el mismo
período (finales del siglo X) comienzan
a aparecer libros que contienen
todos los elementos para la celebración
de la eucaristía (oraciones, lecturas,
cantos, ordo missae).
Se llama a ese libro
Missale, o Liber
missalis, o Missale plenarium.
La rapidez de difusión del
Misal (con la consiguiente extinción gradual de los sacramentarios) se debe
al hecho de la
multiplicación de las misas
privadas, en que el celebrante
decía todo, incluso lo que correspondía
a los otros ministros. Esto continuará
siendo normal incluso en las
celebraciones comunitarias, en las
que tales ministros estaban presentes. El Misal es
así el libro en que
confluyen el Sacramentario, el Leccionario
(de Murbach), el antifonario y los primeros
Ordines.
El más importante es el
llamado
Missale
secundum consuetudinem
curiae,
que tuvo
una gran difusión
por
haberlo aceptado la orden de los
Frailes
menores, que prácticamente
lo
llevaron en todas sus peregrinaciones
misioneras. Será el
primer
Misal
impreso, como editio
princeps,
en Milán
el año 1474.
3.
EL
RITUAL
Como los obispos
tenían
en el Pontifical su libro, así
también
era necesario un libro que
contuviese los ritos realizados por los presbíteros (además, claro está,
del Misal
para la eucaristía). Desde el
siglo XII, y especialmente en el XIV,
surgen muchos libros del género, con
nombres diversos: Agenda, Ordinarium, Manuale.
Se trata comúnmente
de libros privados, redactados por
los mismos sacerdotes con cura de
almas.
El que tuvo mayor importancia
fue el
Sacerdotale,
de Alberto Castellani
de 1555, que, sin embargo, no
suprimirá la libertad de que cada cual continuara creándose su propio ritual.
4.
EL
BREVIARIO
El mismo proceso
que hemos visto para el Misal
se
produjo con el libro de las horas.
Antes había libros distintos:
1) El Salterio,
que
en el uso litúrgico ha tenido dos redacciones: la romana
(por
haberse usado en Roma hasta
el siglo
VIII), que corresponde a
la primera revisión de san Jerónimo sobre
el texto griego de los LXX, y la galicana
(llamada así porque, usada primero en
Galia, luego se difundió en todo el Occidente, excepto en la basílica
vaticana), que reproduce el texto de
la segunda revisión jeronimiana
sobre la Hexapla de Orígenes, y que
luego entró en la Vulgata. A menudo
en los salterios se insertan para uso
litúrgico los cánticos bíblicos, para los nocturnos y los laudes.
2) El
Homiliario, o
sea, el libro que
recoge las lecturas patrísticas. El más
importante, que luego pasó al Breviario,
es el que Pablo el Diácono, monje de
Montecasino, preparó para Carlomagno.
3) El Himnario,
que recoge los
himnos de composición
eclesiástica para las diversas horas
canónicas. Parece que el rito romano
acogió los himnos sólo en el siglo XII;
pero ya
san Ambrosio los había
compuesto para la liturgia de Milán,
y san
Benito los había acogido en la
liturgia
monástica. Así el
más antiguo
manuscrito de himnario es el cod.
Vat. regin. lat. 11, del siglo VIII,
publicado por Tomas en 1683. La
publicación de los himnos que se
fueron componiendo a lo largo del
medievo fue reanudada en 1892 por U. Chevalier
y
por
Dreves-Blume,
que
iniciaron la serie de
Analecta Hymnica.
4) El
Antifonal
del oficio,
que R.J. Hesbert ha publicado recientemente.
5) El
Oracional, del
que encontramos huellas en el sacramentario
de Verona y en el Gelasiano, que
comprende las oraciones para las
diversas horas canónicas.
Todos estos libros, después
del
año
1000, confluyen en uno solo, llamado
Breviarium,
porque era de hecho
una reducción de los diferentes
elementos, especialmente de las lecturas.
El más conocido es el
Breviarium
secundum consuetudinem romanae
curiae,
difundido también
por obra
de los Frailes menores, que lo adoptaron oficialmente en 1223.
De este Breviario se hizo en
1525
una
reforma desde el punto de vista
de la
latinidad. Más importante es la
reforma
del cardenal Quiñones (llamado
de la Santa Cruz, por su título
cardenalicio), por encargo de Clemente
VII. Pero esta reforma, bien
hecha
bajo el
aspecto racional, no
tenía en cuenta que el oficio divino de suyo
está destinado al coro, y no al rezo privado (como de hecho sucedía).
Publicado en 1535 y reimpreso varias veces,
fue acogido universalmente con
entusiasmo, pero en 1556 Pablo IV lo
suprimió por el motivo mencionado
arriba, volviendo al Breviario de la
curia romana.
El concilio de Trento tenía
en proyecto
una reforma de la liturgia,
pero no
se consiguió llevarla a cabo
durante
su desarrollo,
y en la sesión 25ª
(Corpus Tridentinum IX,
1106)
se pidió al papa la tarea de realizarla.
Los criterios a que se atendrán los
papas son éstos: reformar, según la
tradición de la iglesia romana (es
decir, en continuidad con el período
medieval); imponer los nuevos libros
a toda la iglesia occidental, excepto
aquellas iglesias que pudieran honrarse
de tener ritos con más de doscientos
años de antigüedad. Esto, debido a
que la única autoridad en campo
litúrgico de ahora en adelante
habría de ser la sede apostólica.
En concreto, la reforma fue
más
bien
superficial, ya que se promulgaron
en edición típica libros ya conocidos y usados antes del concilio,
con
ligeros retoques y simplificaciones, especialmente en las partes menos
sustanciales.
Sin embargo, todos estos
libros se
llamarán
romanos
en un
sentido diverso del que tenían precedentemente,
es decir, válidos no sólo para la
ciudad de
Roma, sino para todo el
Occidente
latino. De hecho, además del rito romano así ensanchado, permanecieron
en Occidente sólo el rito ambrosiano y
alguna diferencia en el rito
dominicano.
Inmediatamente después del
concilio
se promulgan el Breviario (en
1568),
el Misal (en 1570), el Martirologio
(en 1584), el Pontifical (en
1595),
el Caeremoniale
episcoporum
(en
1600) y el Ritual (en 1614).
Respecto al
Breviario, Liturgia
de las horas, III,
5,
c-d.
El
Misal,
después
de la bula
Quo
primum tempore,
de Pío
V, contiene dos instrucciones: un Ritus servandus
in celebratione missae y un
De
defectibus in celebratione missae occurrentibus.
Se trata de normas rubricales
para uso de los ministros. No se
hace ninguna alusión a la parte de los fieles.
El
Martirologio
es un libro que
encontramos ahora por primera vez.
Pero tiene una larga historia. Encuentra
su antecesor en el calendario, es
decir, en la lista de las fiestas y
de los santos que tienen una celebración
en un determinado lugar. El más
antiguo calendario litúrgico romano
está constituido por la Depositio
martyrum y Depositio episcoporum,
insertas en Cronógrafo del 354.
Posteriormente los calendarios se
insertan en los libros litúrgicos a
modo de índice. Redactados aparte,
con la indicación del día y del lugar,
tomarán el nombre de martirologios.
El más antiguo es el llamado
Martyrologium hieronymianum, de
la segunda mitad del siglo V.
Siguen
los martirologios históricos,
que a las indicaciones
precedentes añaden noticias esenciales de la figura y de
la obra de los santos, especialmente
respecto a su muerte. Entre éstos, el
de Beda, de Floro, de Usuardo.
Estos últimos, sin embargo,
daban
cabida a
muchas noticias legendarias,
por lo que era necesaria una
revisión. El papa Gregorio XIII se
interesará por ella, ya que a partir
del
siglo IX el martirologio se leía cada día en el
officium capituli
de los monasterios
y después de las catedrales. Se le
encarga al célebre historiador
cardenal César Baronio; el libro fue publicado
en 1584 como Martyrologium
romanum. La reforma del
Vaticano II no lo considera ya libro litúrgico,
aunque no es improbable una nueva
revisión.
El
Ritual
tridentino nace tarde
por un
motivo muy preciso. Gregorio
XIII se lo había encargado al
cardenal
Julio Santori. Éste se puso a la
obra,
insertando en su Ritual también
indicaciones de textos bíblicos adaptados
al catecumenado y a
la
mistagogia. Sin embargo, antes de
que se hubiera acabado de imprimir
morían el papa y Santori (1602), y el
pontífice. siguiente, Pablo V, mandó
destruir los ejemplares. El Ritual de
Santori fue impreso de nuevo por los
herederos con la fecha que habría debido
llevar (1583). Pablo V publicó luego
su Rituale romanum
(1614), mucho
más reducido que el
de
Santori.
Hay que
señalar que este libro no
fue impreso en edición típica
sino en 1952, y nunca ha sido propiamente
obligatorio, dejando sobrevivir los
Rituales de las iglesias locales
que lo quisieren.
El
Caeremoniale episcoporum
es
también un libro nuevo. Había nacido
ya en 1455 de la necesidad de
describir
más detalladamente las ceremonias
del papa, de los obispos y
de los
presbíteros en la celebración litúrgica. Textos semejantes se habían
visto en 1516 y 1564, pero el
Caeremoniale
pasó a
ser libro oficial
con la
bula de Clemente VIII en
1600.
Revisado y corregido varias
veces en
los siglos siguientes, ha llegado
hasta los umbrales del Vaticano II.
Hoy no
se ve la oportunidad de un
libro
semejante, dada la elasticidad
de las
nuevas normas litúrgicas.
Desde el tiempo de su
promulgación,
los libros tridentinos habían
permanecido casi inalterados, salvo
pequeños
retoques en las sucesivas
ediciones. Nunca se les ha sometido
a una
verdadera reforma. Tentativas
de este
género, hechas por iniciativa
de algún
obispo, serán condenadas
por Roma.
Sólo en nuestro siglo,
más aún,
de 1950 en adelante, tenemos
cambios de relieve, como el restablecimiento de la vigilia pascual en
1951, la restauración de la semana
santa en 1955, el nuevo código de
rúbricas en 1960, cuando ya estaba
anunciado el concilio Vaticano II.
VII.
LOS
LIBROS DEL VATICANO II
El concilio Vaticano II quiso
una reforma
general de los libros litúrgicos,
con la
posibilidad de la traducción en las
lenguas vernáculas. Por eso el papa
Pablo VI, ya el 21-1-1964, creaba
un Consilium
para la
recta ejecución de la constitución litúrgica.
El
Consilium
elaboró
diversos documentos, entre los que figuran:
Inter
oecumenici,
de 1964;
Musicam
sacram,
de
1967;
Tres
abhinc annos, de 1967 (segunda instrucción);
Eucharisticum
mysterium, de 1967, y
Liturgicae instaurationes, de 1970
(tercera instrucción). Con tales
instrucciones se daba la posibilidad de
introducir la lengua vulgar en las diferentes
partes de la celebración, por lo que
cada una de las conferencias
episcopales toma disposiciones para
traducir el viejo Misal, prepara leccionarios
ad experimentum,
se traduce parte del Ritual, etc. Entretanto,
el Consilium trabajaba, con grupos
especiales de expertos, en la composición de los nuevos libros.
Así, de 1968 hasta hoy se han publicado
en la edición típica latina:
•
CALENDARIUM ROMANUM (1969)
(= CR).
•
MISSAI.E ROMANUM.
Bajo
este encabezamiento
tenemos, en volúmenes
Missale
Romanum
(1970;
19752)
(= MR);
Ordo Lectionum Missae
(1970;
19812) (=
OLM);
Lectionarium
(3 vols.,
1970-1972); Ordo
Cantus Missae
(1973).
•
OFFICIUM DIvINUM. Bajo este encabezamiento
tenemos, en volúmenes:
Liturgia Horarum
(por
ahora en
4 vols.,
1971-1972; 198011) (=
LH).
• PONTIFICALE
ROMANUM. Bajo
este encabezamiento tenemos, en
fascículos: De Ordinatione Diaconi, Presbyteri
et Episcopi (1968) (=
ODPE); Ordo
Consecrationis
Virginum
(1970) (=
OCV);
Ordo Benedicendi Oleum catechumenorum
el infirmorum el conficiendi
chrisma (1971) (= OBO);
Ordo Benedictionis Abbatis el Abbatissae
(1971) (=
OBAA);
Ordo Confirmationis
(1972)
(= OC);
De Institutione Lectorum el Acolytorum...
(1973) (=1LA); Ordo Dedicationis
Ecclesiae el Altaris (1978) (= ODEA);
Caeremoniale Episcoporum (1984).
• RITUALE
ROMANUM.
Bajo este
título tenemos, en fascículos:
Ordo
Baptismi Parvulorum (1969) (= OBP);
Ordo
Celebrandi Matrimonium
(1969) (=
OCM);
Ordo
Exsequiarum (1969) (= OE)
Ordo
Professionis Religiosae (1970;
1975,
pero ya
no bajo el encabezamiento
Rituale
Romanum)
(= OPR),
Ordo Unctionis Infirmorum eorumque pastoralis curae
(1972) (=0UI);
Ordo Initiationis Christianae Adul
torum (1972) (= OICA);
De Sacra Communione el dé Cultu
Mysterii Eucharistici extra Missam (1973);
Ordo Paenitentiae (1974) (= 0O);
De Benedictionibus (1984) (= B).
•
A
éstos hay que añadir:
Graduale simplex (19752); Ordo Coronandi Imaginem
Beatae Mariae Virginis (1981).
Presentamos brevemente los
correspondientes
textos oficiales en versión
española (el año entre paréntesis
indica la primera edición).
1. EL MISAL ROMANO
(1971)
Comprende también la
Ordenación
General del Misal Romano
(= OGMR).
Esta
última es un texto
muy
denso, en el que se presenta la teología de la misa, la articulación
del
rito, los cometidos de cada uno de los ministros y
de la asamblea, las normas para una correcta
celebración y las posibilidades de
una sana adaptación. Después de las
Normas universales sobre el año
litúrgico y sobre el calendario
(extractadas del Calendarium Romanum),
sigue el
texto del Misal,
dividido en propio
del tiempo, propio de los santos, comunes,
misas rituales, misas y oraciones
ad diversa, misas votivas, misas
de difuntos. El rito de la misa está
colocado entre el propio del tiempo
y el propio de los santos, y a su vez
se distingue en rito para la
celebración con el pueblo (misa
normativa) y rito para la celebración sin el pueblo.
El
MR
ya no es
un misal plenario,
porque
ya no comprende las lecturas;
pero no se le puede llamar simplemente un sacramentario, porque
incluye
también las antífonas de entrada
y de comunión; en efecto, éstas
debe
decirlas el mismo celebrante,
en el
caso en que no se haga un canto
o no las recite ningún otro.
Respecto al Misal de Pío V,
la
parte
eucológica está muy incrementada,
comprendiendo alrededor de
ochenta
prefacios (contra los quince
del
precedente), cuatro plegarias
eucarísticas (otras se autorizarán a
continuación). Ha sido repensado
ex
novo
en su
totalidad.
2. EL LECCIONARIO
(véase “El Leccionario de la Misa”)
3.
LA LITURGIA DE LAS HORAS
(1979) (= LH).
Se llama
así la oración
de alabanza de la iglesia, que
tiene por
objeto extender a las diversas
horas (canónicas) de la jornada
aquella
glorificación de Dios que alcanza
su cumbre en la oración eucarística.
Este nuevo nombre especifica
el de
oficio divino
(dado a la oración)
y sustituye al de breviario
(dado antes al libro). La edición está
dividida en cuatro volúmenes: I. Tiempo de
adviento y de navidad; II. Tiempo de
cuaresma y de pascua; III. Tiempo
ordinario (semanas 1-17);
IV. Tiempo ordinario (semanas 1834).
En el primer volumen se encuentra
la Ordenación General de la Liturgia
de las Horas (OGLH) que, a
semejanza de la OGMR,
ilustra la
teología, la espiritualidad, las diversas
partes, los diversos elementos y
cometidos de los ministros de la Liturgia
de las Horas. Son dos las perspectivas nuevas (o renovadas) de
este libro: 1) está destinado no sólo a
sacerdotes, diáconos y religiosos
con votos solemnes (que siguen teniendo la obligación de recitarlo), sino a toda
la comunidad cristiana (religiosas
y laicos); 2) se recomienda
la celebración comunitaria, especialmente
de las dos horas más importantes (laudes y vísperas).
Se espera todavía un quinto
volumen
(himnos; cánticos de libre elección; oraciones sálmicas; textos para
las
celebraciones de vigilia, etc.).
4.
EL
PONTIFICAL
Podemos ordenarlo
así:
• Ritual
de
la
Confirmación
(1976) (= RC).
Se
celebra normalmente
durante la misa, o al menos
después
de una liturgia de
la
palabra.
La renovación de las promesas
bautismales pone de manifiesto su relación con el
bautismo. El ministro es el obispo (o el
sacerdote que tiene licencia
especial para ello), pero pueden
ayudarle otros sacerdotes en la
crismación.
• Ritual de ordenación
del diácono, del presbítero y del
obispo (1977) (= RO).
Estos son los
ministerios ordenados. El conjunto de los
ritos, aunque conserva los textos
esenciales de la tradición, resulta
más ordenado, dando mayor relieve a
la imposición de manos y a la
oración consagratoria, y menos a los
ritos suplementarios. La restauración de la concelebración hace más
sencillos los ritos de la ordenación del
obispo y de los presbíteros.
• Ritual para instituir
acólitos y admitir candidatos al
diaconado y al presbiterado,
y para la promesa de observar el celibato (=
RLA). Ritual de la consagración de
vírgenes (= RCV). Ritual de la
bendición de un abad o una abadesa (=
RBnA).
Se trata
de tres ritos diversos. Los ministerios instituidos son los del
lector y
del acólito (se han abolido
los del
ostiario y del exorcista, como
también
el subdiaconado). Son dos
las
novedades a este respecto:
a)
el
ministro no es ya el obispo, sino el
ordinario
(esto significa que en las órdenes y congregaciones
religiosas puede serlo el superior mayor);
b) los candidatos son laicos
(que permanecen tales), los cuales
pueden aspirar o no a las órdenes.
La consagración de vírgenes es un
rito antiquísimo y venerable, por el
que una virgen (religiosa o no)
consagra públicamente su virginidad como signo
deja iglesia virgen que sólo tiene a Cristo
por esposo. La bendición de un abad o
de una abadesa se ha creado
ex novo,
porque en el viejo Pontifical
tenía más el aspecto de una
ordenación episcopal. Los nuevos textos expresan mejor la función del
padre y maestro de una comunidad
monástica.
• Ritual de la
bendición del óleo de los
catecúmenos y enfermos y de la
consagración del crisma (= RBO). Ritual de la dedicación de iglesias y
de altares (= DCA) (1980).
El primer
rito, que se ha de celebrar durante
la misa crismal de jueves santo (mañana) en las catedrales, donde el
obispo
concelebra con su presbiterio,
trae los textos tradicionales (con ligeras adaptaciones) de la bendición
de los
óleos santos. Los otros dos
ritos se
han renovado y simplificado
sustancialmente, de suerte que forman con la celebración de la eucaristía,
que es cumbre del rito, una
sola
acción ritual.
• Ceremonial de
los Obispos
( = CO).
Éste es uno de los últimos
libros
promulgados por la reforma general que decretó el
Vaticano II (1984). Se trata de un volumen
en parte muy tradicional y en parte
también bastante novedoso. Hay que reconocer
que el CO tiene unas características
que lo distancian bastante de los
otros libros litúrgicos emanados de
la reforma litúrgica del siglo XX.
Su principal
característica frente a los demás
libros litúrgicos actuales es que no
ofrece textos eucológicos; aparentemente,
por lo menos, se presenta sólo como
un volumen de simple normativa
litúrgica, como su mismo título
-Ceremonial- parece ya
sugerir. No obstante, leído a la luz de
la historia y de la teología
litúrgica, el
CO
debe situarse en el ámbito
sacramental
con tanta razón como puedan
colocarse en este ámbito los demás libros litúrgicos, pues si los demás
libros ofrecen los textos bíblicos y eucológicos de la liturgia, es decir,
las palabras
sacramentales, éste presenta
los gestos simbólicos de los misterios
cristianos. El CO es, pues, un libro
que, en la misma línea que la
Institutio que encabeza el Misal
de Pablo VI,
aleja el peligro de ver la celebración sólo como un conjunto de textos
que se van proclamando unos después de
otros, acompañados únicamente de
gestos simplemente espontáneos del
ministro. Uno de los principales
valores del CO es el hecho de que sitúa los gestos litúrgicos en su
realidad más teológica: la de acciones sacramental-comunitarias
de la iglesia, no simplemente
del ministro ni de la comunidad
concreta que celebra la liturgia
común de la iglesia.
El
CO
es un
volumen tradicional
en un
doble sentido: a) porque con
la
descripción de los gestos celebrativos
mayores conserva y transmite
la
tradición
litúrgica
de la iglesia, y
b)
porque se sitúa en línea de continuidad
con los Ordines
romani
de la
edad media. Pero a la
vez que tradicional es
también un libro
nuevo,
porque en su mismo estilo lleva
innegablemente la impronta de los
libros del Vaticano II: las referencias
doctrinales que justifican las normas
son continuas y explícitas; con este
estilo el CO -a pesar del título de
ceremonial que lo encabeza
se aleja de lo que podría ser una
simple descripción de ceremonias,
enlazando así, por lo menos en cierta
manera, con la visión que de la
liturgia tenían los padres (cf, por
ejemplo, las explicaciones de la
Tradición
apostólica de Hipólito sobre
el significado de las diversas
imposiciones de manos en las
ordenaciones, o las
Catequesis mistagógicas
de
Ambrosio, de Cirilo de Jerusalén, de
Juan Crisóstomo o Teodoro de Mopsuestia.
Al ser uno de los últimos
libros
publicados por la reforma litúrgica,
al CO le
ha sido fácil apoyar su normativa
en los libros litúrgicos publicados
anteriormente. No obstante,
hay que
decir también que en algunas
pocas ocasiones presenta interesantes variantes, introducidas o bien
para
unificar algunas rúbricas que
variaban
de un
Ordo
o Ritual
a otro
o bien
con vistas a mejorar algunos
ritos o
incluso algunos usos introducidos
y que no siempre resultaban
correctos.
El CO está dividido en ocho
partes,
precedidas de un proemio y seguidas
de un apéndice. El
proemio
presenta
una breve síntesis histórica
de lo
que han sido las diversas descripciones
de los ritos litúrgicos que
se
elaboraron a través de los siglos
hasta llegar al actual CO.
Después de una breve alusión a los
Ordines romani
-verdadera raíz primitiva
del CO-, el texto se refiere a los
distintos Ceremoniales papales, que
fueron como el puente que ha enlazado
los antiguos Ordines con el nuevo CO.
En el cuerpo del volumen la primera parte
describe algunos principios teológicos de
la liturgia episcopal, presentada no
a la manera de ceremonias fastuosas,
sino a la luz de la constitución
conciliar Lumen gentium. Un
aspecto particularmente importante y
delicado de esta primera parte ha
sido el de aunar aquella "noble sencillez" de los ritos decretada
por el Vaticano II (SC 34)
con los necesarios signos de respeto inspirados
por la fe que ve en el obispo la
imagen o sacramento de Jesús, el
Señor. La segunda parte trata
de la participación y presidencia
del obispo y de sus ministros en la
misa. En esta parte es importante el
cambio de perspectiva con que se
presenta la celebración de la misa
presidida por el obispo, acción
culminante de la liturgia cristiana
(SC41); de acuerdo
con los otros libros litúrgicos renovados
que ya no dan nunca a los obispos el título de pontífices,
tampoco el
CO
habla nunca de
misa pontifical,
sino de missa stationalis
(término de versión ciertamente difícil,
pues si en latín cristiano statio
significaba reunión plena de la
iglesia local, en las lenguas modernas es
difícil encontrar un término que exprese
esta misma realidad). La tercera parte
describe la celebración solemne
del oficio divino y de la palabra
cuando preside el obispo; la
cuarta parte describe las
diversas celebraciones del año
litúrgico: en esta parte merecen
destacarse tanto las breves
catequesis que introducen el sentido
de cada una de las fiestas principales como la insistencia con
que se subraya la importancia del
domingo, para el que se pide que su
celebración no quede recubierta con
la celebración de diversos días
consagrados a distintas necesidades de
la comunidad cristiana (cf n. 223).
La quinta parte
habla de la celebración
de los sacramentos, presidida por el
obispo; en esta parte se separan
claramente los sacramentos de la
celebración de los sacramentales,
5.
EL
RITUAL
Publicado también
en fascículos, comprende:
• Ritual del
bautismo de niños
(1970) (= RB).
Es un rito sustancialmente
nuevo, porque nunca habíamos tenido
un rito propio para el bautismo de niños que tuviese en
cuenta su situación real. Antes era
un rito de bautismo para adultos
adaptado a los niños. Ahora se tiene en
cuenta que se los bautiza en la fe de la iglesia, y principalmente de los
padres y de los padrinos. La celebración,
prevista para el domingo, se hace de
forma comunitaria, inserta en una celebración de la palabra (o
también, aunque sólo excepcionalmente,
durante la misa).
• Ritual de
la iniciación cristiana de
adultos
(1976)
(= RICA).
Es un
rito que, descuidado en los siglos
más
recientes, recobra toda la praxis
catecumenal de la iglesia de los siete/ocho primeros siglos. Después de la
introducción general sobre la iniciación cristiana, y la particular para
la iniciación de adultos, siguen cinco
capítulos dispuestos así: 1. Rito del
catecumenado, dispuesto por grados,
que son: a)
el tiempo del catecumenado y su comienzo;
b)
tiempo
de la elección y su comienzo; c)
celebración de los sacramentos de la
iniciación (bautismo, confirmación
y primera eucaristía) y tiempo de la
mistagogia; 2. Rito más sencillo
para la imitación de un adulto; 3. Rito más
breve para un adulto en peligró
próximo de muerte; 4. Indicaciones
para la preparación de adultos ya
bautizados cuando niños a la
confirmación y a la primera comunión;
5. Indicaciones para la iniciación
de los niños en edad catequística.
Tras un sexto capítulo en que se
prevén textos alternativos, se tiene
un apéndice para la admisión en la
iglesia católica de cristianos
válidamente bautizados en otras confesiones. Este rito de iniciación
de adultos, previsto principalmente
para las tierras de misión, tiene
indicaciones utilísimas también para
nuestras regiones, con vistas a una
revalorización y una mejor práctica
de los sacramentos de la iniciación.
• Ritual de la
penitencia
(1975)
(= RP).
El rito
parte de una nueva
concepción de este sacramento. Ya
no se le
llama
confesión,
que era
la
parte por
el todo, sino
penitencia o
reconciliación.
Por
tanto, no se pone
ya el
acento en el momento de la
acusación, sino en la conversión. Se
prevén
tres formas de celebración:
a)
individual: es el modo que ha sido
tradicional en los últimos siglos,
pero se
ha modificado en el planteamiento
(prevé también una lectura
bíblica,
aunque breve) y en la fórmula;
b)
comunitaria, con confesión
y
absolución individual (es la forma preferible); c) comunitaria, con confesión
y absolución general (para
usarse en
casos determinados, y con
el
consentimiento del obispo).
• Rito de la sagrada
comunión y del culto de la eucaristía fuera de la
misa
(1974).
El rito tiene en cuenta
diversas
situaciones cambiadas:
a)
la
comunión fuera de la misa debe hacer
siempre
referencia a la celebración de la misma;
b)
debe insertarse en una celebración
de la palabra; c) la eucaristía puede ser distribuida también
por ministros extraordinarios; d)
se regulan las exposiciones y
la adoración de la eucaristía, las procesiones
y los congresos eucarísticos.
• Ritual del matrimonio
(1970)
(= RM).
El rito,
si bien conserva la
estructura precedente, presenta algunas
perspectivas renovadas: se celebra
normalmente durante la misa (o,
al
menos, durante una celebración
de la
palabra), da mayor relieve a la
bendición solemne de los esposos,
prevé
diversos formularios de textos
eucológicos, una riqueza de textos
bíblicos
y destaca más la teología y
la
espiritualidad del sacramento.
Ritual de la unción y
de
la
pastoral de enfermos
(1974)
(= R UE).
Se ve el
sacramento de la unción en
el
contexto de la solicitud que la iglesia
tiene por
el
estado de debilidad
de los
enfermos. Ya no se llama
extrema
unción,
y se puede conferir en
todas
las
enfermedades de cierta gravedad,
también a los ancianos. Ha
cambiado
la fórmula (más ceñida al texto de la carta de
Santiago); la materia es el aceite (ya
no
necesariamente
de oliva, sino de cualquier tipo
vegetal), el cual, a falta del bendecido
por el obispo, puede bendecirse cada
vez. Se prevé la concelebración por
varios sacerdotes, y la
celebración comunitaria para varios
enfermos, también en la iglesia.
• Ritual de la
profesión religiosa
(1979) (= RPR).
Es un texto que sirve
de base y de modelo para los rituales
de cada una de las familias
religiosas. Prevé un rito para el comienzo del noviciado, visto como
tiempo de preparación y de opción, el rito
de la profesión temporal y el de la
profesión perpetua, como también un
rito para la promesa que sustituye a los votos religiosos. Los ritos
de profesión o de promesa se hacen durante la misa.
• Ritual de exequias
(1971)
(= RE).
El rito
se presenta como una mina de indicaciones, textos eucológicos, bíblicos y cantos
para utilizar, según los diferentes
usos
de las iglesias
locales, en la casa del difunto, en
la procesión a la
iglesia, en la
misa exequial y en
el
acompañamiento
al cementerio. La perspectiva es
claramente pascual: el cristiano que
muere realiza. su
éxodo de este
mundo con
la esperanza de la resurrección.
• Bendicional (= B).
El
B
constituye
de hecho una de las partes del
Ritual
romano
reformado según los
decretos
del Vaticano II (SC 79); su edición
típica latina fue promulgada en
1984 y
la castellana, común a todos
los
países de habla hispana, aparece
en 1986.
En el conjunto de las partes
del
actual Ritual, el B
es el
capítulo más extenso,
como lo era ya también en la última edición
del Ritual de Paulo V,
aumentada y reordenada
por mandato de Pío XII.
Hay que
decir que, sin duda alguna, en su extensión
influye sobremanera el hecho de que el
B es el libro litúrgico
en el que la piedad popular más se
avecina a la celebración litúrgica.
Conforme a los votos del
Vaticano II, frente a la anterior edición del
Ritual romano,
el nuevo
B
ha sido profundamente reformado "teniendo
en cuenta la norma fundamental de la
participación consciente, activa y
fácil de los fieles y atendiendo a
las necesidades de nuestro tiempo"
(SC 79).
El
B
consta de cuarenta y un
Ordines o
ritos de
bendición; muchos de estos ritos de bendición
aparecen además desdoblados en rito habitual
y rito breve o bien presentan diversas
posibilidades para ocasiones parcialmente
distintas (por ejemplo, la bendición
de niños ofrece un formulario para
los niños bautizados y otro para los
niños que se preparan al bautismo).
La edición castellana del B
añade aún a estas cuarenta y
un bendiciones algunas otras o bien
nuevas o en otros casos tradicionales en
algún país de América o en España; con ellas el número de bendiciones en esta
edición alcanza a cuarenta y ocho
formularios.
El conjunto de estas
bendiciones
está
precedido de una extensa introducción y va seguida de tres índices
alfabéticos -de bendiciones, de lecturas
bíblicas y de salmos responsoriales-,
de los cuales, en vistas al
uso del
volumen, es particularmente
útil el
primero (un índice de este tipo aparecía ya en las
ediciones del antiguo Ritual romano).
La Introducción,
de carácter teológico,
pastoral y jurídico, expone
sucesivamente la naturaleza y significado
de la bendición tanto en la
historia
de la salvación como en la
vida de
la iglesia, los ministros de las
mismas,
su ordenamiento -desde lo
que es la
estructura fundamental de
toda
bendición hasta los signos que se emplean en las mismas y
las
maneras
de unir las bendiciones con las restantes celebraciones litúrgicas o
entre sí- y, finalmente, las posibilidades
que tienen las conferencias
episcopales en el campo de las adaptaciones
o de las incorporaciones de nuevas
bendiciones.
En el cuerpo mismo del
libro, su
primera
parte
presenta
las diversas
bendiciones que se refieren a las personas
(bendiciones relativas a la vida familiar,
bendiciones de los enfermos, de los misioneros enviados a
anunciar el evangelio, de las personas
destinadas a impartir la catequesis,
de los peregrinos, de los que van a
emprender un viaje, etc.). En esta
parte la edición castellana añade las bendiciones de acólitos y lectores
no instituidos.
La
segunda
parte
trata de
las bendiciones
que atañen a los edificios no sagrados y alas diversas actividades
de los cristianos (bendiciones
de un
nuevo edificio -que no sea
una
iglesia- de una escuela, de una
universidad, de un hospital); bendiciones
de los medios de transporte
(automóviles, ferrocarriles, naves, aviones, etc.); bendiciones de instrumentos
técnicos (central eléctrica,
acueducto, etc.); bendiciones de los
animales, de los campos, de los nuevos
frutos, de la mesa. En esta parte
la
edición castellana añade la tradicional bendición de los términos de
una
población.
La
tercera
parte
agrupa
las bendiciones
de las cosas que se destinan, en la iglesia, al uso litúrgico o a las prácticas
de devoción (fuente bautismal,
sede, ambón, sagrario, cruz,
imágenes
del Señor, de la Virgen María
o de los santos, etc.). En esta parte
la edición castellana añade las
bendiciones de la corona de adviento, del belén y del árbol de navidad.
En la cuarta parte
se presentan las
bendiciones que o bien sirven para
fomentar la piedad (bebidas y comestibles)
o bien son objetos de devoción privada (objetos de devoción,
rosarios, escapularios, etc.). La edición
española añade en esta parte la
bendición de los hábitos, tradicional
sobre todo en Perú.
Finalmente, en la
quinta
parte
se
contienen dos bendiciones de carácter más bien
genérico: la bendición de acción de
gracias, que viene a suplir
los antiguos y poco apropiados
Te Deum (poco
apropiados porque
el
antiguo texto de este precioso canto no
tiene demasiado que ver con el uso al que a veces se destinaba), y la
bendición para diversas circunstancias,
que ofrece unos formularios en vistas a las bendiciones no previstas
explícitamente en el B (en cierta manera
es la réplica de la antigua bendición.
VIII.
CRITERIOS PARA EL USO
DE LOS
LIBROS LITÚRGICOS
Contrariamente al modo de
concebirse
los libros litúrgicos desde el
concilio
de Trento hasta el Vaticano II, es decir, como textos intocables
cuyo
dictado había de ejecutarse escrupulosamente,
ahora los nuevos libros
se entienden como
proyectos
que se
han de realizar luego en la
celebración, teniendo en cuenta la
particular situación de la asamblea concreta. De aquí deriva la necesidad
de estudiar bien las
introducciones,
las
posibilidades de adaptación
que se
dejan a las conferencias episcopales
y también al presidente individual
de la asamblea. Estas posibilidades
se han de explotar luego en el
momento
celebrativo. Los mismos
textos y
las rúbricas han de observarse
prestando mayor atención a lo que quieren decir, a la nueva mentalidad
con que se han redactado y con el diverso valor que revisten los diferentes
elementos de la celebración. Así, la
palabra de Dios hay que proclamarla y
respetarla como tal: no se permite
modificar el texto de las lecturas,
sino que se dan amplias posibilidades de opción en las misas rituales,
en celebraciones particulares, en los
días festivos. Se ha de prestar mucha atención a los textos eucológicos,
especialmente a las fórmulas
consecratorias, tanto de la eucaristía
como de los demás sacramentos: son textos
cuidadosamente formulados, que hay
que respetar y valorizar debidamente, con oportuna catequesis previa y
con eventuales moniciones breves. Se prevé
cierta libertad para la elección de
los textos eucológicos variables (las oraciones presidenciales),
especialmente en los días de labor. En cambio, sólo tienen valor de ejemplos o
modelos los textos de las moniciones previstas en los libros litúrgicos.
Respetando su función, es bueno que
se expresen con palabras vivas, no
atadas al texto del libro litúrgico.
Esto vale sobre todo para las
celebraciones de los sacramentos. En
suma, el libro litúrgico, en lugar de ofrecer una serie de celebraciones
ya preordenadas, y por tanto invariables,
ofrece abundante material para
construir celebraciones diferenciadas
y responder así a exigencias
diversas. Es árbitro de las diversas
opciones el presidente de la asamblea,
el cual, sin embargo, mirará al bien espiritual de su comunidad, sabrá
usar convenientemente el sentido eclesial
y el respeto a las situaciones, no impondrá una idea personal y, sobre
todo, sabrá entender y realizar el espíritu que anima a cada parte de la
Una última palabra se refiere
al respeto hacia el
libro,
considerado
en su materialidad. Hay que considerarlo
como el signo exterior y visible de lo que
contiene; hay que tributar al libro
litúrgico el mismo respeto y la
misma veneración que la iglesia
profesa a la palabra de Dios y la
oración de la iglesia. El Leccionario,
especialmente, ha de venerarse como
la palabra de Dios: la liturgia misma
nos lo enseña cuando rodea al libro
de los evangelios con tantas señales de veneración (incensación,
beso, entronización sobre el altar y sobre
el ambón). Sin embargo, esta
veneración no debe limitarse al momento del uso litúrgico, sino que hay
que cultivarla siempre, tanto durante la
celebración como fuera. El respeto al
Misal exige igualmente que se le
honre, y no se le sustituya con
ediciones de bolsillo o con hojas volantes. El respeto al libro
se manifiesta
en la misma composición tipográfica;
en la encuadernación; en el modo de
tener, llevar, usar el libro y conservarlo.