HOMILÍAS DE DIFUNTOS


1. Homilía para público amplio: la vida no termina, no tengamos miedo.


Textos: Sabiduría 3,1-9

1. (La vida de los hombres no termina con la muerte)
El hecho de la muerte se alza como un muro lleno de interrogantes y
de temor en el centro mismo del camino de la vida. Vamos avanzando por
nuestra existencia y, de repente, nos encontramos encarados con esta
muralla misteriosa que nos impide el paso. Y en su misma base dejamos
los restos de nuestro cuerpo. Los familiares, los amigos piadosamente los
recogen y los entierran. ¿Todo se ha terminado para nosotros? Este es
uno de los interrogantes escritos en la muralla de la muerte y que nos
llena de angustia: ¿LA VIDA DE LOS HOMBRES SE TERMINA CON LA
MUERTE?
La Palabra de Dios que hemos leído NOS DICE QUE NO: "La gente
insensata—los que no tienen fe—pensaban que morirían—que todo se
terminaba para ellos—, consideraba su tránsito como una desgracia, su
partida de entre nosotros—esto es, el pasar de una a otra manera de
vivir—como una destrucción. Pero ellos están en paz". Parece como si
esta muralla de la muerte fuera impenetrable, que no nos deja pasar al
otro lado, pero nuestra vida, aquello que constituye verdaderamente
nuestra personalidad, "probada como oro en crisol", libre de los
obstáculos que nos imponían el tiempo y el espacio, "resplandecerá como
chispa que prende" y atravesará el muro. HEMOS PASADO AL OTRO
LADO. En este momento solemne se cumple lo que hemos oído en la
lectura: "Los que confien en el Señor conocerán la verdad, y los fieles
permanecerán con él en el amor".

2. (Los que han muerto están en manos de Dios)
Ahora encontramos también respuesta a otro de los interrogantes de la
muerte: ¿DONDE ESTAN NUESTROS DIFUNTOS? ¿QUIEN SE
PREOCUPA AHORA DE ELLOS? Desde la fe podemos decir: "La vida de
los justos está en manos de Dios" No tengamos miedo, ya que
NUESTROS DIFUNTOS ESTAN EN BUENAS MANOS, mucho mejores que
las nuestras. Pues mientras vivían y estaban con nosotros, más de una
vez fueron victimas de nuestros defectos, de nuestras limitaciones, de
nuestro egoísmo y de nuestras injusticias. Ahora están en las manos de
Dios: manos de padre que acogen, que comprenden, que aman y por ello
siempre están dispuestas a perdonar. Manos de padre y de madre llenas
de amor. Las manos de Dios nos han dado la vida, se han juntado con las
nuestras y nos han conducido por los caminos de la existencia, nos han
educado para la libertad, para la responsabilidad, para el amor. Por ello
nos han salvado, nos han liberado, y han hecho que llegásemos a ser lo
que somos: nosotros. Las manos de Dios se alargan también hacia
nosotros a la hora de la muerte y nos llevan al otro lado de la frontera, allí
donde "ningún tormento nos tocará", a la felicidad inmensa, al lugar del
reposo, de la luz y de la paz, a la inmortalidad.
Nuestro hermano ha dado este paso definitivo. Ahora está con Dios.
ACOMPAÑEMOSLE CON NUESTRO RECUERDO Y CON NUESTRA
PLEGARIA, unidos a Jesucristo, nuestro hermano mayor, que ha muerto y
ha resucitado y nos ha enseñado el camino que conduce a nuestra casa,
a la casa de Dios, a la casa del Padre y la Madre, a la casa donde todos
nos hemos de reunir para siempre.
JOSEP M. ARAGONÉS
Sant Sadurní d'Anoia (Barcelona)
 



2. Homilía popular: Dios quiere salvar; pidamos que acoja a este
hermano nuestro.

Textos: Romanos 14,7-12

1. (Toda la vida se presenta ante Dios)
A primera vista, parece como si san Pablo dijera que es igual vivir
como morir, porque dice: "SI VIVIMOS, VIVIMOS PARA EL SEÑOR; SI
MORIMOS, MORIMOS PARA EL SEÑOR".
Entendida así, esta afirmación no nos acabaría de convencer. Todos
los que estamos aquí amamos la vida. La muerte se nos presenta como
una cosa negativa, como el final de nuestro camino en este mundo, un
alejamiento de todo lo que nos rodea, una imposibilidad de seguir
realizando nuestros proyectos de futuro...
Pero situémonos en nuestra perspectiva, seguramente la que debería
tener san Pablo cuando hacia aquellas afirmaciones. Nosotros somos
criaturas de Dios. No podemos estar al margen de esta dependencia. Y a
pesar de que muchos de nosotros muchas veces no lo pensemos, la
realidad es que DEPENDEMOS EN TODO DE DIOS y que nuestra vida es
como un acto de culto a Dios.
Por suerte, hay muchas personas que viven esta realidad de una
manera consciente. Cada día, cada hora, cada minuto, ofrecen a Dios
todo lo que hacen. Como el escritor que escribe cada día una hoja y, al
llegar la noche la revisa, corrige aquello que no le gusta y la deja
preparada para su publicación Así hacemos nosotros, acumulando cada
día de nuestra vida todo lo bueno que hemos podido hacer. Y al llegar la
hora de la muerte, esta página, escrita cada día, se junta a las otras: son
las obras completas. LA MUERTE ES EL OFRECIMIENTO DE TODA LA
VIDA, ENTERA, DE GOLPE. Mientras vivíamos, la ofrecíamos minuto a
minuto. A la hora de la muerte, la ofrecemos toda entera. Desde esta
óptica sí que son semejantes la vida y la muerte. "Si vivimos, vivimos para
el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte
somos del Señor".

2. (Oremos por este hermano al Dios que salva)
Nuestro hermano ha llegado al término de su vida mortal. EL SEÑOR
HABRA APRECIADO TODO LO BUENO QUE HA IDO HACIENDO, EL
DESIGNIO DE DIOS ES DE SALVACION. "Cristo murió y resucitó" para
indicar que también nosotros los creyentes, pasando por la muerte,
estamos llamados a la vida. Los méritos infinitos de Jesucristo y todo lo
positivo que habremos hecho mientras vivíamos nos darán acceso a la
vida eterna. "Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios. Cada
uno dará cuenta a Dios de sí mismo".
Hermanos, yo os invito ahora a orar. Hacemos como de abogados
defensores en un juicio. Que nuestra plegaria sea un DECIRLE A DIOS
QUE VALORE TODO LO BUENO y positivo que ha hecho nuestro
hermano mientras vivía y que, misericordioso, no le tenga en cuenta todo
lo que quizás por debilidad humana no pudo controlar. Seguramente él
mismo ya debía ir puliendo a tiempo todo aquello con lo que no estaba de
acuerdo. Confiemos reencontrarnos un día en la casa del Padre.
ALBERT TAULÉ
Sabadell (Barcelona)
 



3. Homilía basada en las "bienaventuranzas", adaptable a diversos
públicos, especialmente pensada para exequias de difuntos que —de
algún modo— hayan vivido lo que Jesús anuncia en las
bienaventuranzas: pobreza, dolor, paz, lucha por la justicia, etc. Es decir,
como dice la primera lectura, amor a los hermanos, dar la vida por los
hermanos.

Textos: 1 Juan 3,14-16
Mateo 5,1-12a

1. {La gran verdad que anuncia Jesús)
Hemos escuchado este ANUNCIO DE DICHA, DE FELICIDAD, DE VlDA
(y diría que incluso de triunfo) que pronunció Jesús en el inicio de su
predicación.
Y PUEDE PARECER EXTRANO que lo hayamos leído con motivo de
una celebración exequial, es decir, en esta reunión de plegaria por la
muerte de... Puede parecer extraño y sin duda lo es si lo miramos desde
un punto de vista puramente humano. Pero aquí nos hemos reunido como
cristianos, como creyentes en Jesucristo, en Aquel que pronunció estas
extrañas palabras. Por eso nos atrevemos a leerlas: porque creemos que
su palabra es Palabra de Dios, es decir, la verdad más profunda, la más
real, más allá de la verdad aparente que suele dominar en nuestro modo
de pensar y de sentir de cada dia.
Y LA GRAN VERDAD QUE ANUNCIÓ CON FUERZA JESUS, EL HlJO DE
DIOS, ES ÉSTA: son dichosos, son felices, de ellos es el Reino de Dios,
los que han vivido como pobres, en la sencillez, quizá en el dolor. Los
hijos de Dios —ahora y para siempre—, los que verán a Dios y poseerán
su herencia de paz y felicidad, son los que vivieron con hambre y sed de
justicia, los que supieron amar en su vida de cada día, los limpios de
corazón, los que comunicaron paz.

2. (Una celebración de comunión)
Y quizá en su vida aquí en la tierra todo esto no fue comprendido, no
fue valorado como se merecía. Quizá ni ellos mismos lo comprendieron.
Pero si lo vivieron —y eso es lo que, hermanos, importa al fin y al cabo—
DIOS LES ACOGE COMO HIJOS SUYOS. Por eso dice Jesús —lo
acabamos de leer—: "estad alegres y contentos, porque vuestra
recompensa será grande en el cielo". Una alegría y una recompensa que
tienen ya plenamente los que viven en total comunión con Dios en aquel
país que llamamos "cielo", pero de lo que —de algún modo—
participamos ya ahora aquellos que compartimos su amor, su bondad, su
camino duro de cada dia. Su alegría y su dolor.
Por eso esta celebración nuestra, hoy, es de COMUNION. Comunión
con un camino que no ha terminado, que se ha transformado en dicha.
Comunión con Dios y con los hermanos que ya no viven entre nosotros.
Pero su recuerdo seguirá vivo, ejemplar —más allá de todo lo que hay de
pecado o de deficiencia en cada hombre o mujer—; su recuerdo podrá
ayudarnos.

3. (Amor y vida)
Hemos leído antes en primer lugar, unas palabras del apóstol Juan que
resumen nuestra fe cristiana. Esta fe que, de algún modo, hoy
deberíamos reafirmar y renovar. Nos decía san Juan que "el que no ama
permanece en la muerte". O dicho al revés: el que ama, vive para
siempre. Esta es nuestra fe. Nos decía también: "nosotros hemos pasado
de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos". Esta
debe ser—y pidámosio hoy— la consecuencia de nuestra fe, para que
sea fe de verdad, fe de vida. Y terminaba diciendo: "EN ESTO HEMOS
CONOCIDO EL AMOR: en que él —Jesús— dio su vida por nosotros". Es
lo que renovamos cada vez que celebramos la Eucaristía: nuestra fe en el
amor de Dios que nos enseña que "también nosotros debemos dar
nuestra vida por los hermanos". Que así sea.
JOAQUIM GOMIS
 



4. Homilía para público cristiano popular. Tema central: Hermanos en
el dolor y en la esperanza. (Celebración con eucaristía).

Textos: Romanos 8,14-23
Mateo 11,25-30

1. (Unidos en el dolor y la esperanza)
Dios Padre nos acaba de hablar como nos habla siempre que nos
reunimos en su casa, el templo. Sólo que hoy nosotros, sus hijos,
ESTAMOS DE LUTO: se os ha muerto un hermano, N., que en el cielo
esté. Es como si nos hubiéramos muerto un poco de nosotros mismos, tal
es la pena que pasamos. Le conocíamos, le amábamos, nos amaba...
Podemos afirmar que en estos momentos nos une el dolor, miembros
como somos de la misma familia humana, solidarios los unos de los otros,
enfrentados con el común destino fatal, la muerte. A veces la alegría
también suele unirnos, pero no tan intensamente; nos vuelve eufóricos,
orgullosos, egoístas. El dolor, en cambio, nos hace humildes, impotentes,
compasivos.
Ya que nos une un mismo dolor, yo os invito, amigos, a sentirnos
hermanados por una misma esperanza. No por una esperanza cualquiera,
ilusoria, evasiva, grotesca, sino POR LA ESPERANZA QUE SE FUNDA EN
LA PALABRA DE DIOS QUE HEMOS ESCUCHADO. Los cristianos, ya lo
sabemos, sufrimos y morimos como todos los demás hombres (iy el Padre
no nos ahorra nada!), pero somos capaces de morir y sufrir de manera
distinta, no ya sólo con dignidad, sino con esperanza. Como Jesús. Con
Jesús.

2. (La esperanza de la alegría y de la vida para todos los hombres:
somos hijos de Dios)
¿Os habéis fijado en las palabras que leíamos antes? ¡Ah, qué luz, qué
consuelo, qué fortaleza nos dan en circunstancias como ésta! "Pienso,
decia san Pablo, que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que
un día se nos descubrirá". Y eso que sufrimientos, en este mundo, hay
muchos, incalculables: a los naturales, inherentes a la imperfección de las
cosas, hay que sumar los que vamos añadiendo los hombres con nuestro
pecado. Pues bien, toda ESTA ENORME CANTIDAD DE SUFRIMIENTOS,
toda esta triste herencia humana que nos vamos pasando de generación
en generación, NO SE PUEDE COMPARAR CON EL CIELO QUE NOS
ESPERA, la otra herencia de alegría que nos corresponde como hijos de
Dios.
"La creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto".
Pensemos, por ejemplo, en los pobres y en los enfermos, en los
hambrientos y en los emigrantes, en los jóvenes y en los ancianos, en los
presos y en los que no tienen trabajo, en los labradores y en los obreros
de las fábricas, en todos aquellos que experimentan de una u otra
manera la existencia del mal y del pecado. Pensemos también en la lucha
que mantienen los hombres de buena voluntad (iy todos tendríamos que
serlo!), en favor de la verdad, de la justicia, de la paz. Pensemos,
también, en los esfuerzos de renovación que hace la Iglesia, impulsada
por el Espíritu, para mantenerse fiel al evangelio y a los signos de los
tiempos. Ya que, ASÍ COMO LOS DOLORES DE LA MADRE SON
REDENTORES PORQUE DAN A LUZ AL HIJO, ASI TAMBIEN LO SERAN
NUESTROS SUFRIMIENTOS Y NUESTRA MISMA MUERTE, si sabemos
asumirlos, de cara a nuestra definitiva salvación en Dios. Aquello que
expresó Maragall en aquel verso maravilloso: "Séame la muerte un mayor
nacimiento".
Es, hermanos, LA CONSECUENCIA NATURAL DE NUESTRA FE: "Si
somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con
Cristo con tal que suframos con él para tener parte en su gloria". Ahora,
después del bautismo, ya somos hijos, pero sólo lo somos en tanto que
nos anima el Espíritu de Dios, o sea, de manera imperfecta, inmadura,
sometida al pecado, como si aún estuviéramos dentro del vientre de la
madre. Vendrá un día en que seremos "plenamente hijos, cuando nuestro
cuerpo sea redimido", A SEMEJANZA DE JESUS, NUESTRO HERMANO
MAYOR, el cual, después de haber muerto, fue resucitado a gloria de
Dios Padre. Este es el fundamento más profundo de nuestra esperanza.
Esta creemos que es la fuerza, la única fuerza, que mantiene a la
humanidad y que la ayuda a avanzar, a pesar de todo, hacia su plenitud
de vida y comunión de amor con Dios.

3 (Un misterio que pide fe y confianza)
Historias! —pensará alguien. Ah, no, hermanos, no lo creáis. Los
sabios y entendidos de este mundo, aquellos que sólo confían en la
ciencia, en el dinero y en el poder, esto, ni lo entienden ni lo quieren
entender. Ya se quejaba Jesús; SOLO ES DADO DE ENTENDERLO A
LOS SENCILLOS Y HUMILDES DE CORAZON. A nosotros, si somos
capaces de fiarnos del Padre. No hagáis caso de aquellos que prometen
paraísos terrenales como si Dios no existiera y el hombre no tuviera un
destino trascendente. Ahora, eso si, y éste es nuestro compromiso: en un
mundo tan materializado y tan falto de horizontes, nosotros los creyentes
debemos ser signos de fe y de esperanza con nuestra manera de vivir y
de morir, con nuestra manera de amar.
¿Por qué Dios, si es tan bueno y poderoso, permite que suframos y
muramos? ¿Cualquier padre de la tierra no evitaría semejantes
desgracias a sus hijos, si pudiera hacerlo? Es una tentación que a
menudo nos asalta y un reproche que nos hacen quienes no tienen fe.
Mirad, hermanos; nos encontramos ante un misterio, pero un misterio de
amor, como el misterio de la existencia. No hay ningún absurdo. El Padre
no está sordo a nuestras súplicas. Su silencio es más aparente que real.
Nos ha dado una vez para siempre su respuesta, UNA RESPUESTA MAS
CONTUNDENTE QUE TODAS LAS PALABRAS: JESUS, SU PROPIO HIJO,
CLAVADO EN CRUZ. Sólo nos hace falta confiar en él como Jesús
confiaba. No tengamos miedo: somos hijos, no esclavos. Abandonémonos
a él con el gesto espontáneo y seguro del niño pequeño que se lanza a
los brazos de su padre.
Después de habernos hablado, el Padre nos invita a la mesa: a
celebrar su amor y reponer nuestras fuerzas con el Cuerpo y la Sangre
de su Hijo. No nos deja solos, abandonados. SUFRE CON NOSOTROS.
Mientras acoge con una mano a nuestro hermano difunto, N., y le corona
de gloria al lado de Jesús, de la Virgen Maria y de los otros santos, con la
otra mano limpia nuestras lágrimas y nos guarda de caer en el abismo. Sí,
estamos cansados y agobiados. Descarguémonos un poco. Aquí y sólo
aquí encontraremos el reposo y la paz. Amen.
CLIMENT FORNER
Navas (Solsona)
 



5. Homilía para público cristiano popular. La muerte, la "hora de la
verdad".

Textos: Mateo 25,1-13

1. (La hora de la verdad)
Aunque tengamos muy sabido que la muerte tiene que llegar también a
la gente que conocemos y amamos, y aunque incluso la enfermedad nos
lo anuncie, hoy nos encontramos aquí tristes y sorprendidos.
Tristes porque conocíamos y apreciábamos y amábamos a este
hermano nuestro que se ha ido, y sorprendidos porque, por más que lo
sepamos, siempre nos parece que no puede ser, que no es posible que la
vida de este mundo llegue un momento en que termine.
Pero esta es la realidad, esta es la condición humana: llega un día en
que la vida de este mundo termina, y los hombres nos hallamos ante la
hora de la verdad, el momento definitivo de la existencia. Y hoy estamos
aquí para decir adiós a este hermano nuestro que llego a este momento
definitivo, a esta hora de la verdad.
El no se encuentra ya entre nosotros, él está ahora ante Dios
esperando que la bondad infinita del Padre le abra las puertas de la vida
eterna, de la esperanza eterna, del gozo eterno.
El se ha presentado ante Dios, ante el Padre, llevando en sus manos,
como las doncellas del evangelio, la lámpara encendida de su buena
voluntad, la lámpara encendida del bien que se haya esforzado en
realizar en este mundo. Y nuestra confianza, la confianza de los
cristianos, es ésta: que Dios va a tomar esta luz, esta pequeña llama y la
va a convertir en la luz eterna del gozo, de la vida, de la paz.
Por eso nos encontramos aquí Para decirnos mutuamente que
creemos en la bondad infinita de Dios, y para orar todos juntos por este
hermano nuestro, para que verdaderamente Dios lo acoja para siempre
en su Reino.

2. (A nosotros nos llegará también la hora de la verdad)
Pero al mismo tiempo, el hecho de encontrarnos diciendo adiós y
orando por este hermano nuestro que murió, es también una llamada,
una invitación para la vida de cada uno de nosotros. Es una llamada que
nos recuerda que también a nosotros nos llegará un día esta hora de la
verdad. No sabemos cuando será, no podemos imaginarlo. Pero sabemos
que llegará un momento en que nuestra vida de aquí habrá terminado, y
entonces deberemos tener las lámparas encendidas, como aquellas
doncellas que esperaban la llegada del
esposo.
¡Y cómo valdrá la pena que en este momento, cuando lleguemos a
este momento, nuestra vida pueda aparecer como una claridad fuerte,
viva, intensa! ¡Cómo valdrá la pena que en esta hora de la verdad
podamos darnos cuenta de que síi, de que hemos vivido la vida
profundamente, seriamente, valiosamente!
¡Y qué tristeza, qué lástima, si tuviéramos que darnos cuenta de que
solamente nos hemos pasado la vida a base de ir tirando, sin tomarnos
en serio nada que valiera la pena, sin haber contribuido a la felicidad de
los demás, sin haber procurado amar de veras!
Entonces llegaríamos a este momento definitivo con una lampara
apagándose, que apenas serviría de nada. Habríamos perdido la vida
muy lamentablemente. Y ante nuestro Padre del cielo, y ante los demás
hombres, y ante nosotros mismos, deberíamos reconocer que habíamos
defraudado las esperanzas que Dios había puesto en nosotros, y que los
demás hombres habían puesto en nosotros.

3. (Sintámonos llamados a confiar, a orar, a caminar hacia adelante)
Por tanto, sintámonos hoy llamados, ante todo, a confiar. A confiar en
el amor del Padre que nos quiere a cada uno de nosotros, y que de modo
especial quiere a este hermano nuestro que ahora vamos a enterrar. El le
dio la fe, él lo acompañó en el camino de este mundo, él quiere recibirle
para siempre en el gozo de su Reino.
Sintámonos llamados, también, a orar. A manifestar ante Dios nuestro
deseo y nuestra esperanza de que este hermano nuestro, liberado de
toda culpa, pueda entrar en la luz gozosa de Dios, en la casa del Padre.
Y sintámonos llamados finalmente, todos nosotros, a trabajar para que
nuestra vida sea realmente luminosa, llena de la luz del amor, de la
apertura, de la atención a los demás, porque solamente así habrá
merecido la pena —ante Dios, ante los demás hombres, ante nosotros
mismos— haber vivido.
JOSEP LLIGADAS
 



6. Homilía sencilla y breve: Dios acoge como hecho a si mismo, y llena
de vida para siempre, todo el amor y la bondad que un hombre haya
puesto en el mundo, por poco que sea.

Textos: Mateo 25,31-40
(no es el texto integro del ritual: sólo hasta "conmigo lo
hicisteis").

Hoy nos reune aquí la tristeza de despedir a quien amábamos. No
quisiéramos tener que separarnos de él, y el adiós que le hemos de decir
nos es doloroso.
Pero dejadme decir hoy, también, que esta tristeza no se queda sólo
en eso, en tristeza. Hemos venido aquí, a la iglesia, a orar y a
comunicarnos con Dios en esta despedida. Y lo hemos hecho porque
creemos que entre nosotros, hoy, hay una esperanza que queramos
creer y que nos anima y consuela. Una esperanza que es lo que Jesús
nos ha dicho en el evangelio que acabamos de escuchar.
Una esperanza que nos hace creer por encima de todo en la fuerza del
amor. Una esperanza que nos hace creer que todo aquello que es amor,
bondad y servicio, por pequeño que sea, no se pierde, no se puede
perder, porque Dios no quiere que se pierda. Porque Dios lo llena de su
vida, y de su mismo amor, y lo hace vivir para siempre.
Jesús nos ha dicho que todo hombre que, de una forma u otra,
sabiéndolo o no, ha procurado poner un poco de amor en el mundo, ha
querido amar, ha puesto bondad y servicio a su alrededor, vivirá por
siempre con él. Que todo lo que este hombre ha hecho, Jesús se lo toma
como hecho a él mismo y lo llena de su vida.
Por eso hoy, hermanos, tenemos esperanza. Porque sabemos que
todo el bien que hizo este hermano nuestro que ahora enterramos, toda
atención que tuvo con otro, por pequeña que fuera, Dios lo convierte en
vida por siempre. Porque Dios ama a los hombres. Porque Dios no quiere
que ningún hombre se pierda.
Con esperanza, pues, oremos ahora. Oremos para que Dios llene
verdaderamente de vida a este hijo suyo que acaba de morir. Oramos
también para que olvide y perdone todo lo que de mal, de infidelidad, de
falta de amor pudo cometer. Y que a nosotros nos dé fuerza y Espíritu
Santo para vivir cada día como él quiere.
JOSEP LLIGADAS
 



7. Homilía para cristianos (más bien practicantes) que participan en las
exequias de alguien que sobresalió en una vida dedicada a los demás en
tareas importantes o sencillas.

Textos: Apocalipsis 14,13
Mateo 25,31-46

El Apocalipsis con pocas palabras nos ha dicho muchas cosas. Viene a
ser como la vida de aquella personas (entre las que podemos incluir la de
N.) en las que se esconden multitud de ejemplos admirables que nos han
llegado a través de gestos sencillos, de acciones humildes, de una forma
de actuar nada grandilocuente.
Dejémonos penetrar, pues, por lo que nos decía la Palabra de Dios
para que nos ayude a iluminar el camino de nuestra vida; camino que
hasta hoy hacíamos junto a N. y que quisiéramos continuar con el mismo
esp;ritu de disponibilidad con que él/ella lo recorrió.

1. (Los que mueren en el Señor)
" ¡Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor!" Qué poca gente
se atreve a decir: "Dichosos los muertos", porque todos nos agarramos a
la vida tan fuertemente como podemos. Afirmar "dichosos los muertos"
podría, incluso, parecer un insulto al difunto o un agravio a su familia.
Pero el añadido "en el Señor" transforma totalmente esta expresión.
Podemos afirmar, pues, sin ningún temor: "Dichoso N. que ha alcanzado
la muerte a partir del estilo de vida característico de los seguidores de
Jesús". El/ella por el Bautismo se unió a Jesucristo y a lo largo de su vida
intentó hacer suyas las actitudes propias del Evangelio. Y, por supuesto,
una manera concreta da vivir según el estilo de Jesús es, y ha sido
siempre, la de aquel que se pone al servicio de los demás, entregando en
favor de los demás la propia vida hasta morir.
¡Dichoso N., porque por este camino has alcanzado la muerte!

2. ("Sus obras los acompañan")
"Descansan de sus fatigas". Para mucha gente es una forma de
consuelo pronunciar o escuchar expresiones parecidas cuando se llora la
muerte de una persona amada: Acabó ya sus sufrimientos, ahora ya
descansa... Afirmaciones que, aunque tienen parte de verdad, olvidan
valorar algo tan importante como es la obra realizada en vida. Por eso
debemos creer en el valor perenne de cuanto se hizo: "porque sus obras
los acompañan". Estas obras pueden ser muchas y muy diversas;
vosotros, los familiares y amigos de N. las conocéis muy bien. Merece la
pena que volvamos a recordar las palabras de Jesús en el Evangelio.
Eran una valoración final de la vida, de las obras de una persona,
poniendo sobre ellas el sello de "vida eterna". ¿Cuándo sucede esto?
Cada vez que uno comparte con los demás las cosas materiales, como la
comida, el vestido... o ha dedicado tiempo a acompañar las horas tristes
de los que sufren enfermedad o marginación...
La muerte, mirada desde esta perspectiva, tiene otro sentido: el dolor
se transforma en fiesta; las lágrimas en alegría, y la muerte en vida. Por
eso el apóstol san Juan se atrevió a escribir: "sabemos que hemos
pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos".

3. ("Benditos de mi Padre")
Ahora, al despedir a N. os invito a recordar el ejemplo de tantos
hombres y mujeres que han seguido fielmente el camino de Jesucristo
dando, día tras día, su propia vida en favor de los demás... ¡Qué alegría y
qué paz interior deben sentir aquellos que han obrado de esta manera!
¡Con qué mirada tan distinta mirarán el paso de la vida a la etemidad!
Recuerdo ahora la experiencia de un hombre (de mediana edad): era
obrero y había dedicado toda su vida a dar testimonio de Jesús entre sus
compañeros obreros. Herido de muerte por una grave enfermedad fue
capaz de escribir así: "La muerte ya no me inquieta. Si llega será voluntad
de Dios; mi tránsito de este mundo a otra situación —más allá del tiempo
y del espacio—, no es muy distinto al de aquellos hombres y mujeres que
van al Más Allá ya se trate... del deconocido que muere en la carretera o
bien del que hace el tránsito en su propio lecho. Vivo en las manos
omnipotentes, las manos amorosas de Dios. Esto llena de paz mi corazón
y mi espíritu...".
Cuánta gente habrá que sin haber escrito nada parecido, han
experimentado otro tanto; han experimentado "gran paz en el corazón y
en el espíritu" porque sabían que "sus obras los acompañaban".
Y gracias a estas obras —expresión de una fe muy firme en Cristo—
han merecido oir esta invitación: "Venid, vosotros, benditos de mi Padre;
heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo".

RAMON CARALT
Hospital de Bellvitge (Barcelona)
 



8. Homilía para público diverso: la muerte y la vida, dos partes de la
misma realidad; la muerte, invitación a vivir fielmente.

Textos: Marcos 15,33-39;16,1-6.

1. (EI problema de la muerte)
Estamos afectados y agobiados por la muerte de nuestro familiar y
amigo. (Por esta muerte que ha sido precedida de una enfermedad
penosa y dura).
Pero, en esta hora de dolor, las palabras que hemos escuchado nos
sirven de iluminación y de consuelo, a pesar de que la enfermedad y la
muerte están siempre rodeadas de un gran misterio.
No hace mucho me llamó la atención este hecho: en unas entrevistas
televisadas, la persona entrevistadora, entre otras preguntas, hacía una a
sus personajes sobre la muerte. Ello de momento me sorprendió, pero
después creí que la pregunta era muy acertada: se estaba tratando UNO
DE LOS INTERROGANTES MAYORES que todos tenemos, a pesar de
que a menudo queramos disimularlo.

2. (La muerte-resurrección de Jesús, nuestra imagen)
Hemos escuchado el núcleo de la pasión de san Marcos; relato
extraordinariamente sobrio.
Por un lado, estamos ante una muerte que es el resultado de una larga
oposición de Jesús a los poderes religiosos y civiles de su tiempo, a los
cuales se dirigió con un lenguaje profético, libre e incómodo. Pero al
mismo tiempo es la muerte del Mesías que ha querido hacerse "servidor"
y no "jefe", y que se entrega plenamente él mismo por amor.
La muerte que estamos contemplando es un don de Dios, es el
momento culminante de toda la historia de la salvación, de la liberación de
los hombres.
No nos pongamos, por tanto, ante esta escena porque sí, o porque es
bonita o consoladora, sino porque ESTE HECHO DE SUFRIMIENTO
MUERTE-RESURRECCION DE JESUS ES LO QUE DA SENTIDO a nuestro
presente angustioso y a nuestro futuro.

3. (Compenetración vida/muerte)
A menudo este más allá, lo hemos mirado como desconectado de la
vida presente, como una etapa aislada. En cambio, en Jesús encontramos
las dos etapas perfectamente compenetradas. LA MUERTE NOS AYUDA
A DESCUBRIR LA SERIEDAD DE LA VIDA PRESENTE. Y el secreto no
consiste tanto en saber qué pasará en aquel último instante, sino en
servir con fidelidad la historia de cada día, sin excluir la posibilidad de una
opción final. Dicho sencillamente: MORIREMOS TAL COMO HABREMOS
VIVIDO.
De ahí que tenga una gran importancia nuestra vida actual según el
evangelio: ahora es el momento de perdonar a los que nos han ofendido,
de ser solidarios en el trabajo y en el barrio, de atender a los hijos y
educarlos, de escuchar la voz de Dios, de reavivar el amor en el
matrimonio, etc. La hora de nuestra conversión es la vida de cada día.
Las preocupaciones finales quizás no sirvan de nada.

4. (Recuerdo y plegaria)
Hermanos, con las palabras que hemos escuchado habremos recibido
consuelo y habremos descubierto mejor lo que hemos de hacer.
Pero con esta celebración cristiana también hemos querido despedir a
nuestro familiar difunto y hemos orado por él. Con mucha más simplicidad
que unos decenios atrás (muchos debéis de recordar aún aquellos largos
y complicados rituales funerarios), pero con la fe sincera en nuestro
corazón y una expresión colectiva. Así hemos querido ENCOMENDAR
NUESTRO FAMILIAR DIFUNTO A LA VOLUNTAD DE DIOS.
Por último dejad que os advierta de un aspecto importante de esta
celebración: a pesar del dolor que se respira, creo que este encuentro es
una señal de NUESTRA ESPERANZA CRISTIANA. Reunidos aquí,
seguimos la recomendación de san Pedro a los primeros cristianos, y a
los de todos lo tiempos: "que sepamos dar una respuesta a aquellos que
nos piden la razón de nuestra esperanza". Precisamente lo que ahora
estamos haciendo.
JOSEP TORRELLA
Cornelia de Llobregat (Barcelona)
 



9. Homilía para público cristiano (no necesariamente practicante)
sobre la visión de la muerte desde la fe.

Textos: Lucas 7,11-17

1. (Los relatos de resurrección)
El fragmento que hemos escuchado es uno de los tres relatos de
resurrección obrados por Jesús, que nos han transmitido los escritores
del Nuevo Testamento. Los otros dos cuentan la resurrección de la hija
de Jairo y la de Lázaro. Probablemente habría más narraciones de esta
clase, ya que, juntamente con las curaciones de toda clase de
enfermedades, constituían las señales de la inauguración del reino
mesiánico. Pero es significativo que los evangelistas sólo nos hayan
conservado el recuerdo de estas resurrecciones, que se refieren a
personas cuya muerte es especialmente absurda y dolorosa: un
muchacho, una niña, un amigo. Parece como si nos quisieran decir que
JESUS NO ACEPTABA FACILMENTE LA MUERTE DE PERSONAS TAN
QUERIDAS y que reaccionaba haciendo una afirmación de su derecho a
la vida.

2. (El mensaje de Jesús: Dios siempre da vida)
JESUS AMA LA VIDA: Su mensaje consiste en proclamar que Dios
quiere que todos los hombres vivan, y su obra tiende a conseguir la
plenitud de la vida para todos los que crean en él. Al contrario de lo que
muchos se imaginan, el cristianismo no es ninguna religión basada en el
pensamiento de la muerte y de la caducidad de las cosas terrenales. Es
UNA FE QUE VALORA EL ASPECTO POSITIVO DE LA VIDA, y aspira a
realizar todas las potencialidades vitales del hombre. PERO NO CIERRA
LOS OJOS ante la realidad, aparentemente absurda, de la muerte. Ni la
ignora ni se obsesiona. Sencillamente, la contempla desde una
perspectiva de salvación.
No nos ofrece ninguna explicación filosófica o científica de la muerte,
pues ello pertenece a la reflexión autónoma de la razón humana. Pero le
da, eso sí, un "sentido" nuevo que, sin disipar los enigmas, sirve para
orientar nuestra actitud práctica. Y este sentido nuevo recae en la
afirmación paradójica de que Nl LA MISMA MUERTE ES OBSTACULO
para el triunfo de la vida. Para el creyente, la muerte no existe, pues Dios
es Dios de vivos y no de muertos.

3. (Revivimos nuestra esperanza)
Ante la muerte de un ser querido, nuestra reacción espontánea es de
protesta y rebelión. No es de extrañar: Dios nos ha hecho para la vida y
no para la muerte. El mismo Jesús reaccionó así y combatió firmemente el
poder de la muerte. Sl PUDIERAMOS, DEVOLVERIAMOS LA VIDA A ESTE
HERMANO NUESTRO. Humanamente, no podemos, pero la fe cristiana
nos asegura que aquello que es imposible a los hombres, no lo es para
Dios, amante de la vida y de los hombres. Reavivemos en estos
momentos NUESTRA ESPERANZA, y hagamos de esta celebración
litúrgica de la muerte una afirmación convencida de nuestra fe
incondicional en la vida.
JOAN LLOPIS
 



10. Homilía para público cristiano popular. La muerte, una llamada a
la plenitud de vida, y una llamada a la vigilancia.

Textos: 1 Juan 3,1-2
Lucas 12,35-40

Cuando nos enfrentamos con la muerte, cuando nos toca de cerca en
la persona de un familiar o amigo, muchas veces parece que nos
hallamos ante una puerta cerrada, que nos encontramos con un muro
que no podemos traspasar. Y ello hace que nos preguntemos qué sentido
tiene la vida, para qué estamos en este mundo.

1. (Llamados a la plenitud de la Vida)
Pero las lecturas que hemos proclamado en esta celebración iban en
una dirección completamente opuesta. No hablaban de falta de sentido en
la vida, de callejón sin salida, sino de esperanza y de visión de futuro.
Dios nos llama hijos suyos y lo somos en realidad, nos decía san Juan, y
en cuanto tales estamos llamados a crecer continuamente, estamos
llamados a ser semejantes a él, a Dios.
El día de nuestro bautismo nacimos como hijos de Dios, y en nuestra
existencia debemos ir aprendiendo a reconocer en Dios al Padre que nos
ama, el Padre que quiere nuestro bien, el Padre que quiere darnos la vida
para siempre y toda suerte de bienes, el Padre que abre nuestra
existencia hacia un futuro de vida en plenitud. Esta fue la misión principal
de nuestro hermano que nos dejó y ésta debe ser también nuestra misión
a lo largo de nuestra vida: crecer continuamente como hijos de Dios hasta
el momento en que él nos llame a verlo tal cual es.
Esto, en nuestra vida diaria, significa que no podemos dormirnos jamás
pensando que lo tenemos todo hecho, ni debemos creer que no podemos
ya avanzar en nuestra madurez humana y cristiana. Nuestro hermano ha
llegado ya ante Dios. Todos nosotros caminamos hacia él, y lo hacemos
teniendo en cuenta la palabra de Jesús: conocemos la hora de la salida,
pero el momento de la llegada nos resulta totalmente desconocido, nada
sabemos de él. El momento de presentarnos ante el Padre puede
llegarnos después de una larga y fecunda vida o puede venirnos también
de improviso, como el ladrón que se nos mete en casa sin llamar a la
puerta y cuando menos lo esperaríamos.

2. (Caminamos con esperanza)
Estas palabras de Jesús no son para meternos miedo. Al contrario,
quieren movernos a vivir más intensamente nuestra vida presente, la vida
de cada día. Recordémoslo de nuevo: somos ya los hijos de Dios. Por
tanto, vivamos plenamente nuestra vida presente, siguiendo el estilo de
Jesús, el primero de los hijos de Dios y nuestro hermano. Hagamos de
nuestra vida un servicio a los demás, sepamos llevar paz, gozo,
comprensión a nuestras relaciones humanas, sepamos estar atentos a las
necesidades de nuestros hermanos y a todo lo que la palabra de Dios
pide de nosotros: ésta debe ser nuestra vela, en esto debe consistir
nuestra espera del Señor.
¿Cómo podríamos sentarnos a la mesa con el Padre, si ahora no
hemos cultivado la amistad y la relación personal con El? ¿Cómo podría
El servirnos personalmente a la mesa, si antes nosotros no hemos
querido servirle en cada uno de los hermanos? ¿Cómo íbamos a pedirle
que compartiera su felicidad con nosotros, si ahora no nos esforzamos
por compartir las penas y las alegrías con todos los hombres?

3. (El don de Dios supera nuestras aspiraciones)
El amor que Dios nos tiene supera con creces todos nuestros cálculos.
¡Cómo iban a pensar los criados que esperaban de noche a su Señor que
los haría sentar a la mesa y los iría sirviendo! Tampoco nosotros
podemos imaginar cuál va a ser nuestra condición cuando seamos hijos
de Dios en plenitud. Ni cuál es la condición de nuestro hermano, después
de que el Padre lo ha llamado a contemplarle cara a cara.
Pero en esta celebración sí queremos orar para que el Padre le
conceda todo su amor, le reconozca totalmente como hijo; para que, libre
de cualquier mancha de egoísmo o de pecado que siempre existen en la
vida de los hombres, pueda contemplar a Dios tal cual es sin ningún
temor.
Y al mismo tiempo que esta celebración es una plegaria por nuestro
hermano N., que pasó ya por esta etapa de la vida, debe significar
también para nosotros un deseo de crecer continuemente como hijos de
Dios, un hacernos conscientes de que estamos llamados a vivir con el
Padre y de que esto no se improvisa en un momento, sino que debemos
comenzar a vivirlo ahora en nuestras relaciones de cada día, en la vida
familiar y en el trabajo.
Dichoso nuestro hermano N., porque intentó vivir así.
Dichosos nosotros, si el Señor nos encuentra en esta actitud.
JOSEP ROCA
 



11. Homilía para público cristiano. Sobre la relación entre la muerte
de Cristo y la muerte del cristiano. (Celebración con eucaristía.)

Textos: Romanos 5,5-11
Lucas 23,44-49

1. (La muerte salvadora de Jesucristo)
Si siempre impresiona la lectura del relato de la muerte de Jesús,
mucho más cuando lo escuchamos conmovidos por la muerte de una
persona querida. Instintivamente adivinamos UN ESTRECHO
PARALELISMO entre la muerte de Cristo y la muerte de nuestro hermano,
y ello no es fruto sólo de una intuición, sino que se desprende de una ley
esencial de la fe cristiana: la muerte de Cristo está necesariamente
vinculada a la muerte de todos y cada uno de los cristianos.
Primeramente, en el plano de la ejemplaridad, ya que LA MUERTE DE
CRISTO ES EL MODELO SUPREMO DE LA MUERTE CRISTIANA. Sobre
todo en dos aspectos principales: Cristo aceptó voluntariamente su
muerte como prueba de obediencia amorosa a la voluntad del Padre;
Cristo murió por los demás, por todos los hombres, como culminación de
una vida totalmente entregada al servicio de los hombres. En segundo
lugar en el plano de la eficacia, pues para nosostros la muerte de Cristo
no es solamente un ejemplo, sino la FUENTE REAL, VIVA, DE NUESTRA
SALVACION. San Pablo nos lo ha dicho con palabras inequívocas:
gracias a la muerte de Jesús, hemos sido justificados, hemos sido
salvados de la ira de Dios, nos hemos reconciliado con el Padre. La
muerte de Cristo es así el instrumento más eficaz del poder de Dios.

2. (El cristiano ante la muerte)
Por el ejemplo de Cristo y por su fuerza, el cristiano es capaz de vivir
su muerte de una manera que transforma totalmente sus aspectos
negativos. Estas son las condiciones indispensables: aceptar
voluntariamente la muerte, en señal de obediencia amorosa al Padre; vivir
siempre para los demás, como preludio de una muerte fecunda; creer que
la muerte no representa el fin, sino el inicio de una vida totalmente
liberada de cualquier esclavitud. En definitiva, uno muere tal como ha
vivido. SI HACEMOS DE NUESTRA EXISTENCIA UNA CONTINUA
EXPRESION DE AMOR a Dios y a los hombres, si no vivimos para
nosotros mismos, sino para aquel que por nosotros murió y resucitó,
entonces NUESTRA MUERTE, COMO LA DE CRISTO, SERA
INSTRUMENTO DE VIDA y de victoria.
Los cristianos valoramos tanto la muerte de Cristo que la hacemos
OBJETO DE CELEBRACION FESTIVA. Cada eucaristía proclama y
reactualiza la muerte victoriosa del Señor, y por ello también nos resulta
significativa para celebrar la muerte de cada uno de los creyentes en
Jesús. Evidentemente, la muerte es objeto de celebración en la medida en
que, vinculada con la muerte de Cristo, se convierte en UN HECHO DE
SALVACION. Que esta celebración eucarística sea al mismo tiempo
recuerdo eficaz de la muerte de Cristo, plegaria piadosa por nuestro
hermano difunto, y signo de nuestra voluntad de vivir y morir por el
ejemplo y la fuerza de Jesús.
JOAN LLOPIS
 



12. Homilía para misa exequial, especialmente en tiempo pascual. La
participación para siempre en la Pascua de Jesucristo, de aquellos que en
la tierra participaron ya en ella por la fe y los sacramentos.

Textos: Hechos 10,34-43
2 Timoteo 2,8-13
Lucas 24,13-35

1. (La vida: un camino con Jesús)
Hermanos: A menudo decimos que la vida es un camino. Lo decimos y
expresamos particularmente de un amigo, de una persona con la que
hemos convivido, que hemos amado. Decimos que ha terminado su
camino, el camino de esta vida.
Y es verdad: la muerte es término de nuestro caminar por este mundo
que pasa.
Pero los cristianos no andamos solos este camino: Jesús lo hace con
nosotros. El evangelio nos lo acaba de decir. Los discípulos de Jesús a
menudo sin darnos cuenta, caminamos con él. NOS SALE AL
ENCUENTRO CUANDO ESTAMOS MAS ABATIDOS Y DESANIMADOS,
cuando no encontramos sentido a la vida, cuando todo se nos hunde.
Entonces él, por su palabra, nos introduce en la verdad de las cosas, nos
descubre y nos comunica la vida verdadera, recorre con nosotros el
camino de las dudas y las incertidumbres, de la preocupaciones y los
desánimos. Jesús, nuestro camino, verdad y vida, nos acompaña, como
acompañó aquella tarde de Pascua a los dos discípulos que iban a
Emaús.

2. ("Quédate con nosotros")
Creo que hoy los que nos hemos reunido para celebrar la eucaristía
recordando con afecto cristiano a un pariente, a un amigo difunto, lo
hemos hecho PARA ESCUCHAR UNA PALABRA DE LUZ Y DE VIDA, UNA
PALABRA QUE SOLAMENTE JESUS nos puede decir. Sentimos la
necesidad de que Jesús nos descubra el sentido de las escrituras, el
sentido de nuestra vida, nos abrase el corazón en esta hora siempre
crítica y desconsoladora de la muerte. De nuestros labios, ahogados de
tristeza, nos brota ciertamente la súplica de los dos discípulos: "Quédate
con nosotros que se hace tarde". En la noche siempre oscura de la
muerte, NECESITAMOS LA PRESENCIA DEL AMIGO, del maestro, de
aquel que nos toma la mano para animarnos a seguir caminando.
Este sólo puede ser Jesús: el que compartió nuestra muerte, la venció,
y resucitó para darnos vida sin fin.

3. (Realmente el Señor ha resucitado)
Los funerales cristianos expresan siempre y lo han de hacer de forma
viva, lo que es EL NUCLEO MISMO DE LA FE CRISTIANA: "Realmente
Jesús, el Señor, ha resucitado". Esta es LA BUENA NOTICIA QUE HEMOS
ACEPTADO LOS CREYENTES Y QUE NOS SALVA, la Buena Noticia que
en cualquier ocasión la Iglesia, la comunidad cristiana, ha de predicar.
Hoy nuestra oración fraterna por nuestro hermano, que ha terminado
el camino de esta vida mortal, se centra en esta aspiración: QUE VIVA Y
QUE REINE CON JESUS, es decir, que participe para siempre en el Reino
de Dios de la victoria del Señor sobre el pecado y sobre todo mal: que
Jesús, el Señor, juez de vivos y muertos, le perdone toda infidelidad, ya
que él permanece siempre fiel a pesar de que le seamos infieles; que
encuentre en Jesús la vida para siempre, ya que EL COMPARTIO LA
VIDA NUEVA MIENTRAS FUE MIEMBRO DE NUESTRA COMUNIDAD
cristiana.
Hermanos: Jesús está con nosotros, con los que aún quedamos en
este mundo. LE RECONOCEMOS EN LA FRACCION DEL PAN, EN LA
EUCARISTIA. A nosotros, los que comemos y bebemos con él, los que en
la intimidad de nuestra fe le decimos hermano y amigo, nos destina a ser
testigos de su resurrección.
SOMOS, YA AHORA, TESTIGOS de la resurrección, cuando rodeamos
la mesa del pan de la vida; cuando proclamamos la muerte victoriosa del
Señor con la esperanza de su retorno glorioso. Seámoslo también en
todas nuestras actitudes: sí, incluso ante la muerte. Ya que ésta,
aceptada como Jesús, en plena unión con él, es un paso: un paso de la
muerte a la vida. Es nuestra Pascua: nuestro paso de este mundo al
Padre, con Jesús, por siempre jamás.
PERE LLABRÉS
Palma de Mallorca
 



13. Homilía para público cristiano sobre el sentido de "celebrar la
muerte" (prevista para celebración con eucaristía).

Textos: Isaías 25,6a.7-9
Romanos 6,3-9
Juan 6,37-40

1. (EI vacío de la muerte)
Hemos venido a realizar una cosa extraña. Hemos venido a celebrar la
muerte de nuestro hermano N. ¿ES POSIBLE CELEBRAR LA MUERTE?
¿TIENE ALGUN SENTIDO HACERLO? Porque lo cierto es que la muerte
es un acontecimiento catastrófico y trágico. Cuando la muerte llama a las
puertas de nuestra casa, o bien a las de la casa de un pariente, de un
amigo, de un compañero, de un vecino, lo hace para ARRANCARNOS LA
PRESENCIA VIVA DE UN SER AMADO. Ni el más claro y piadoso recuerdo
podría llenar el vacio que deja la muerte. La frialdad del cadáver hace
más penetrante la ausencia del ser amado: no hay palabra humana que
pueda despertar el más pequeño brillo de estos ojos o la floreciente
sonrisa de estos labios.
Cuando la muerte se acerca definitivamente a nuestra existencia, viene
para robarnos el don más preciado: la vida. Y CON LA MUERTE LO
PERDEMOS TODO: las personas que amamos, el mundo en el cual
hemos vivido, el tiempo que más o menos hemos aprovechado para hacer
tantas cosas. Incluso, parece que quiera arrancarnos de las manos de
Aquel que es la Fuente de la Vida: el mismo Jesús, que desde la cruz,
exclamó: "Dios mio, ¿por qué me has abandonado?".

2. (Dios nos hace entrar, por la muerte, en posesión de toda nuestra
vida)
Tiene algún sentido, pues, celebrar la muerte? Repasemos el mensaje
de las lecturas que acabamos de proclamar.
El evangelio de Juan ha afirmado claramente que los que creen en
Jesús no se pierden, sino al contrario, ganan la vida eterna y el último día
resucitarán.
No se pierden. POR LA MUERTE, YO PIERDO LA VIDA, Y CON ELLA
LO PIERDO TODO, PERO YO NO ME PIERDO. ¿Por qué? Dice Jesús:
"Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que cree en el Hijo tanga
vida eterna". Ello quiere decir que por la fe hemos sido introducidos en el
dominio del Señor Resucitado, que POR LA FE PERTENECEMOS A
CRISTO. San Pablo nos ha recordado que por el bautismo, que es el
sacramento de la fe, hemos sido sumergidos en la muerte de Cristo,
para emprender una nueva vida.
La muerte no me puede perder. Pero, ¿qué pasa con los que han
muerto? El evangelio nos ha hablado de la vida eterna. ¿Otra vida,
quizás? Porque nosotros, los hombres, estamos hechos para vivir esta
vida: ¡y cómo nos aferramos a ella! La vida, decimos. Pero, ¿qué es esta
vida? ¿No os parece que vivir es ir perdiéndolo todo? Si la vida la
medimos por los años ¡cuantos más tenemos, menos nos quedan!
Imaginaros que corréis por un bosque lleno de zarzas: poco a poco, iréis
perdiendo trozos de ropa, y quizás trozos de piel y de sangre, por entre el
bosque.
De la misma manera, vivir es ir llenando nuestra existencia de
experiencias, de hechos, de cosas y de personas. Y Jesús ha dicho:
"Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él
tenga la vida eterna". No una vida larga, ni tan solo otra vida, sino LA
VIDA MISMA: QUE CUANDO MUERAN ENTREN EN POSESION DE SU
VIDA, DE TODO LO QUE HAN PERDIDO, DE TODO LO QUE HAN
AMADO.

3. (Nuestra vida: como la resurrección de Jesucristo)
Por la muerte lo pierdo todo, pero con la muerte gano la vida. ¿Cómo?
¿De qué manera? No lo sabemos, pero Jesús ha hablado de
resurrección. Ello quiere decir que el encuentro del hombre, que muere,
con su propia vida, es EL RESULTADO DE AQUELLA ACCION NUEVA Y
ULTIMA DE DIOS, QUE LO RENUEVA TODO.
El aspecto más aniquilador de la muerte es que rompe los lazos con los
vivos. Pero Jesús ha dicho: "Y yo lo resucitaré en el último día". Ello
quiere decir que llegará un día en que todos los pueblos y todos los
hombres participarán del convite de la plena comunión entre ellos. Y esta
fe, y esta esperanza, hacen que, ahora mismo, cuando despedimos a un
hermano difunto, no tengamos que decir "adiós", sino "hasta luego".
Porque creemos en Jesucristo, muerto y resucitado, por ello podemos
ahora celebrar la muerte de nuestro hermano. Naturalmente, aquí hemos
venido a hacer también otra cosa. ¿No os parece que es fabuloso poder
AYUDAR A NUESTRO HERMANO DIFUNTO, para que tenga unos ojos
inmensos para ser más llenos de luz, un corazón más grande para poseer
más plenamente la vida? Eso es lo que hacemos con nuestro sufragio.
Celebremos ahora la Eucaristía. El cadáver de nuestro hermano
participa también, de alguna manera, del destino mortal del pan y del vino
que ofrecemos. Pero en la Eucaristía celebramos la muerte del
resucitado: y el pan y el vino, que contienen la presencia viva de Cristo,
anuncian la resurrección de nuestro hermano.
JOSEP GIL
Tarragona
 



14. Homilía breve para público mayoritariamente cristiano (aunque no
sea practicante). Si hay misa convendrá adaptar el último párrafo.
Adaptable también a exequias para diversos difuntos.

Texto: Juan 11,17-27

Las palabras que acabamos de escuchar, del evangelio de san Juan,
pueden ser una ayuda para nuestra reflexión cristiana. Permitid que,
brevemente, diga algo sobre ellas.
En primer lugar vemos que JESUS HACE AQUELLO QUE TAMBIEN
NOSOTROS HOY HEMOS HECHO. Jesús sabe que su amigo Lázaro ha
muerto y, aunque estaba lejos, acude a Betania, la población del difunto.
Y —como dice la continuación del evangelio que hemos leído— se
conmueve y llora al ver el dolor de Marta y Maria, las hermanas de
Lázaro.
Podríamos decir que esta participación en el dolor, este deseo de
ayuda, de compañía, que significa nuestra presencia hoy aquí, es algo
plenamente compartido por Jesucristo. Y por eso los cristianos creemos
QUE TAMBIEN AHORA, QUE TAMBIEN AQUI, ESTA PRESENTE JESUS
CONMOVIDO, Jesús compadecido, Jesús que quiere acampañar y ayudar
a todos aquellos a quienes más ha afectado la muerte de N.N. Y todos
podemos pensar que nuestra presencia aquí, nuestra compañía -y quizás
ayuda- a quienes eran más próximos al difunto, es un hacer presente y
palpable el amor de Dios, la compasión de Jesucristo.
En segundo lugar, las palabras que hemos leído NOS ABREN A UNA
PROMESA DE ESPERANZA. Quizá más difícil, menos palpable, pero no
por ello —creemos aquellos que nos fiamos de la palabra de Jesucristo--
menos real. Es la gran esperanza de la resurrección. Es la gran
esperanza de que la muerte no significa el fin. Es la convicción —por más
difícil que parezca de aceptar— de que Dios quiere para todos los
hombres una vida para siempre, una vida sin fin.
Este fue EL GRAN MENSAJE DE JESUCRISTO. Que Dios, nuestro
Padre, nos ama y por eso ya ahora podemos vivir -durante nuestro
camino en la tierra- en comunión con su amor. Que lo más importante no
es pensar en ello sino vivirlo; es decir, vivir como hijos de Dios,
participando de su bondad, de su amor, cada día. Y que quienes así
viven —aunque como todos tengan sus pecados, sus defectos— no
morirán para siempre, resucitarán como Jesús resucitó después de su
muerte. Para vivir para siempre en la comunión de plenitud de vida con
Dios, en aquella gran fiesta eterna que el Padre nos ha preparado para
todos.
Con toda confianza, con una gran esperanza que venza en lo posible
el peso del dolor, ROGUEMOS AL PADRE para que acoja en la vida
eterna al difunto N.N. Y para que a nosotros nos dé el saber vivir ahora y
siempre tal como quisiéramos haber vivido en la hora de nuestra muerte.
Oremos, hermanos, unidos con Jesucristo sabiendo que —como hemos
escuchado en el evangelio— "todo lo que pidas a Dios, Dios te lo
concederá".
Y la paz del Señor sea con todos vosotros.
JOAQUIM GOMIS
 



15. Homilía popular. "La muerte no lo destruye todo: de ella nace
vida. Como Jesucristo".

Textos: Juan 12,23-28

1. (La imagen del grano de trigo)
Hermanos: La muerte es una realidad que nos supera, que vemos
rodeada de misterio y que, lo queramos o no, nos lleva a pensar en Dios.
El es el único que puede iluminarnos para despejar este misterio, para
dar sentido a esta realidad que, humanamente, no sabemos explicar.
Jesucristo, enviado por el Padre para que conociésemos la Verdad, en el
fragmento del evangelio que acabamos de escuchar nos explica con un
ejemplo, sacado de la misma naturaleza, esta realidad que escapa a
nuestra experiencia sensible y a cualquier comprobación científica.
Filémonos en el grano de trigo. Cuando lo siembran y cae al suelo, con
la humedad se deshace, se pudre, deja de existir como tal grano de trigo.
Pero filémonos cómo DEL INTERIOR DEL GRANO HA SALIDO UNA
PEQUEÑA RAIZ que sumirá de la tierra su alimento y dará lugar a una
nueva planta, una nueva vida que crecerá y dará fruto abundante.

2. (Nosotros, hechos a imagen de Dios, destinados a una vida eterna)

Así pasa con nosotros. La muerte nos obliga a devolver a la tierra todo
aquello que de la tierra hemos cogido. En esto no somos diferentes de los
demás seres vivos que hay en la tierra. Nuestros componentes materiales
vuelven a empezar el ciclo ininterrumpido de la naturaleza.
Pero nosotros SOMOS MAS QUE LOS ANIMALES Y LAS PLANTAS.
Nosotros hemos sido creados "a imagen y semejanza de Dios". Y en Dios
no hay materia. ¿Qué es lo que hay en nosotros que nos hace a imagen y
semejanza de Dios? Desde luego que no es la materia. Nuestros
componentes materiales nos hacen más a imagen y semejanza de los
otros seres materiales de la creación.
Hay en nosotros alguna cosa que es distinta. Nuestra misma
experiencia nos lo indica. Hay en nosotros una INTELIGENCIA que nos
hace entender las cosas, establecer las leyes y sobre todo, a partir de las
cosas creadas, nos permite llegar al conocimiento del Creador y
establecer con él una relación. También observamos en nosotros una
CAPACIDAD DE AMAR que supera el egoísmo instintivo, que nos hace
capaces de dar gratuitamente sin esperar nada a cambio, tal como hace
Dios con nosotros, y ello nos lleva a una corriente mutua de amor entre
Dios y nosotros.
Esta realidad profunda, ESTE "YO" PERSONAL, QUE NOS HACE A
IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS, no muere. Está destinada a una vida
eterna. La que Dios nos tiene reservada, precisamente cuando nuestro
cuerpo, como un grano de trigo, cae en tierra y muere. Es entonces
cuando nace en nosotros la vida nueva. Es entonces cuando, revestidos
de inmortalidad, nos podemos sentar como hijos, a la mesa del Padre, en
la casa paterna, para contemplarlo cara a cara, tal como él es y saciarnos
de su amor para siempre.
3. (Como Jesucristo)
Esta nueva vida ES LA QUE INAUGURÓ JESUCRISTO CON SU
MUERTE Y SU RESURRECCION. El pronunciaba las palabras del
fragmento del evangelio que hemos leído cuando estaba a punto de
despedirse de sus amigos. Ya presentía su muerte, pero anunciaba
también su resurrección. Esta comparación del grano de trigo, ilumina la
muerte y la resurrección de Cristo, pero ilumina también la nuestra. Si
Cristo, el Hijo de Dios, nuestro hermano mayor, ha hecho este camino,
también nosotros participamos de su Pascua, también nosotros estamos
destinados a pasar de este mundo al Padre.
(La eucaristía que vamos a celebrar, nos hará revivir la muerte y la
resurrección de Cristo que es garantía de la nuestra).
ALBERT TAULÉ
Sabadell (Barcelona)
 



16. Homilía dirigida a una comunidad que participa en la celebración
exequial de un joven muerto tras enfermedad rápida y dolorosa, o
persona muerta por causa de un accidente.

Textos: Lamentaciones 3,17-26
y Juan 12,23-28 o bien Juan 17,24-26

Desde aquí, unido a todos vosotros, quisiera hacer míos vuestros
sentimientos y expresarlos en voz alta. Vosotros (los padres, hermanos...
de N.N.) me lo habéis confiado. Lo intentaré, aunque reconociendo que
por más que me lo proponga, no podré vivir en toda su profundidad tal
como vosotros vivís el gran dolor de esta prueba.

1. (Nada nos prohibe lamentarnos)
Será bueno recordar que nada ni nadie nos prohibe "lamentarnos" por
lo sucedido; el texto de la Biblia que acabamos de leer era precisamente
un grito de sorpresa y de aflicción ante el contratiempo, o la prueba, o
—como es el caso que nos reune— la amargura de la muerte que es
"como hiel que nos envenena". Sí, hoy como en otras ocasiones de la
vida, nos da la sensación de que todo se hunde, de que todo pierde su
sentido...; "se nos acaban las fuerzas y nuestra esperanza en el Señor",
perdemos la perspectiva de dicha y de felicidad.

2. (Intentemos recuperar nuestra esperanza)
Pero, ¿no será adecuado que cuanto antes intentemos "traer a la memoria algo que nos
devuelva la esperanza"? Porque seguro que ésta no está lejos de nosotros; seguro que la
luz está cerca, a punto de iluminarnos en nuestras tinieblas. ¿No seremos
capaces de recuperar nuestra esperanza, ahora tan abatida?
Hagamos, pues, un esfuerzo, aunque raye en lo heroico, para salir de
nuestra aflicción e intentemos recuperar la paz. Traigamos a la memoria
"aquellos pensamientos que nos dan esperanza".
"Traigamos a la memoria" en primer lugar algo de lo que vimos en
nuestro hermano/a N. Recordemos cómo a lo largo de su vida nos ayudó
a experimentar cuanto tiene de bueno la vida humana; su presencia
abierta a los demás y toda la actividad que desempeñó, compartiendo
penas y alegrías con los demás...
"Traigamos a la memoria" también lo que Dios nos ha asegurado. El no
ha querido ahorrar a nadie el trance amargo del dolor y de la muerte; ¡ni
siquiera a su Hijo Jesucristo! Y esto forma parte, aunque nos extrañe, del
amor que Dios nos tiene: "Tanto amó Dios al mundo, que le ha dado a su
Hijo, el Unigénito, para que no se pierda ninguno de los que creen en El,
sino que tengan vida eterna" (Juan 3,16).

3 (La presencia viva de Jesucristo)
¡Cuánto nos confortan estas palabras! Porque nos recuerdan que la
presencia de Jesucristo en el mundo ha sido un latido de amor del
corazón de Dios; y nos fortalecen, de una manera especial hoy que
pasamos esta prueba tan dolorosa, al percatarnos de que la presencia de
Jesucristo, que sus amigos creemos tan necesaria y valiosa, fue también
cortada por la muerte. El sabía muy bien que esto le iba a suceder, y se
empeñaba en convencer a los suyos con esta verdad: LA VIDA PUEDE
MAS QUE LA MUERTE. ¡De tantas maneras lo expresó!: si el grano de
trigo no muere, es imposible que nazca la espiga...; quien cree en El tiene
la vida eterna...; se ha adelantado para prepararnos un lugar junto a El...
para que también nosotros vivamos allí donde El habita.
Así pues, a las palabras de consuelo que nos decimos unos a otros,
añadamos también esta Palabra de Dios que ha venido —precisamente
en estas circunstancias en que tanto lo necesitábamos— a fortalecernos
y animarnos: "Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor".
RAMON CARALT
Hospital de Bellvitge (Barcelona)
 



17. Homilía para público vario: creemos en la vida.

Textos: Juan 14,1-6

1. (Nuestra vida, por parte de Dios, no se perderá nunca)
Lo acabamos de escuchar en palabras de Jesús: "En la casa de mi
Padre hay muchas estancias". Nosotros sabemos gracias a Jesús que
nuestra vida no se perderá nunca por parte de Dios. Por parte de Dios
—que es el Padre que ama siempre— lo tenemos ganado. El tiene lugar
para todos en su inmenso amor de Padre. El que es la vida y el amor de
siempre y por siempre, quiere que nuestro amor, por pequeño que sea,
no se pierda. Por ello Jesús podía decir a los que sentían como nosotros
la tristeza de la muerte y el dolor de perder una persona amada: "No
perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí;".
Si sabemos que por parte de Dios no se perderá, lo que vemos es que
LA VIDA Y EL AMOR SE PUEDE PERDER POR NUESTRA PARTE. Y ello
lo sabemos por la experiencia de sufrimientos innecesarios, de odios y
rencores, de injusticias toleradas, de silencios culpables, de indiferencias
y traiciones que los hombres cometemos. Dios no condena a nadie
porque Dios es Amor, y el Amor da vida y recoge amor. Somos nosotros
mismos los que, al volvernos de espaldas al Amor y al hacer el mal, nos
alejamos de Dios. La responsabilidad de vivir la vida en el Amor o en el
fracaso está totalmente en nuestras manos.

2. (Seguir el camino de Jesús, no los caminos fáciles que hacen perder
la vida)
Jesús nos decía: "Yo soy el camino, la verdad y la vida"; él mismo abre
el camino y va delante para ayudarnos a encontrar la ruta segura que nos
lleva a la plenitud de la vida en el Amor eterno del Padre. Nosotros hemos
de reconocer que a menudo, ante tantos caminos como vemos y nos
señalan a nuestro alrededor, estamos igual que Tomás que dijo a Jesús:
"Señor, ¿cómo podemos saber el camino?". Porque caminos que parecen
fáciles y llenos de éxito y prosperidad encontraremos muchos. Hay
personas que prosperan y viven bien porque han seguido el camino de
sus intereses sin respetar a los demás, y que para prosperar ellos han
pisoteado a quien fuera necesario; este camino que de momento parece
el mejor, a la larga es el gran fracaso, es un camino que no lleva a ningún
sitio, es un camino que rompe la vida y el amor, y cae en el mayor de los
vacíos. Otros caminos de vida, como el buscar solamente el dinero y el
poder, también dejan a la persona vacía de amor y esperanza en los
demás, le cierran en él mismo y le empobrecen hasta la muerte.
JESUS MISMO NOS AYUDA A ENCONTRAR EL CAMINO que da
sentido total a nuestra vida; él es el camino. Jesús no es un predicador,
Jesús es el que abre el camino y nos acompaña en la vida. Jesús es
aquel que siguió el camino de "pasar por el mundo haciendo el bien,
dando vida y esperanza a los demás", como dijo Pedro al pueblo después
de la muerte de Jesús. Y porque Jesús siguió este camino, de dar vida,
amor y esperanza, vive para siempre en el Amor total del Padre.

3 (Creemos en la Vida)
Hoy que nos encontramos ante una muerte, Jesús nos habla de vida y
del camino que lleva a la vida en plenitud. Nosotros ante la muerte en vez
de dejar que la muerte nos abrume y nos supere, NOS PLANTEAMOS EL
SENTIDO DE LA VIDA, porque no creemos en la muerte, sino en la vida y
queremos vivir, y vivir para siempre en el Amor del Padre que nos ha
dicho que tiene lugar para todos. Miremos pues, si hemos encontrado el
camino que nos llena de vida y de esperanza; ante la muerte tomemos la
vida con más fuerza y voluntad para encontrar el camino que nos llene de
sentido y de esperanza ahora y siempre.
Finalmente, en la tristeza de perder una persona amada, OS INVITO A
RECORDAR TODO LO QUE CADA UNO SEPA DEL AMOR, la amistad, la
ayuda, la bondad que el difunto os haya dado, porque si recordamos que
en su vida ha habido amor, sabemos que este amor no se pierde nunca,
ni se puede enterrar, y que todo el amor que vivimos, por pequeño que
sea, Dios que es el Amor más grande lo recoge y los recibe para siempre.
Recordemos aquellas palabras de la Escritura: "El que ama encuentra a
Dios, porque Dios es amor".
JAUME DASQUENS
Terrassa (Barcelona)
 



18. Los textos podrían ser otros parecidos. La homilía no se dirige al
difunto, ni debe ser su elogio. Hablamos a la comunidad reunida con
ocasión de una muerte. Será necesario adaptarla a cada caso y situación,
con atención y respeto hacia los posibles no creyentes. Pero la homilía de
exequias, adaptada incluso, no puede descuidar un tono evangelizador,
afirmando claramente cuál es la esperanza cristiana. Esta tiene tres
puntos, una entrada y una conclusión: 1) situar el hecho en concreto, 2)
Jesucristo resucitado es la raíz de nuestra esperanza, 3) ¿qué
esperamos? La vida eterna.
El primer punto habrá que adaptarlo a cada circunstancia; la
introduccion y los puntos 2, 3 y 4 podrían ser válidos para muchas
ocasiones".

Textos: Job 19,1.23-27a o bien Isaías 25,6a.7-9
Salmo 102 ó 104
Juan 14,1-6.

No nos reune aquí la muerte sino la vida: La vida del amigo N., que hoy
llega a su fin terreno (que hoy cumple una etapa). La vida de Jesucristo,
que continúa vivo y presente.
La vida eterna que todos esperamos.
Por ello, la actitud cristiana ante la muerte, hay que decirlo de entrada, no puede ser de desesperación, de pánico o de miedo. No somos unos ilusos cuando, reunidos en esta circunstancia, ciertamente triste a nivel humano, nos invaden sentimientos de esperanza, de certeza y casi de alegría.
Es por ello que esta liturgia es una celebración. La celebración de una despedida, sin duda, donde se mezclan al mismo tiempo los sentimientos de tristeza y alegría. Como en toda despedida.

1. (El hecho)
(En el primer punto hay que hacer referencia a la situación concreta: ni
todas las muertes son iguales, ni todas las vidas tienen la misma
resonancia llegada esta hora. Algunas afectan más que otras a la
asamblea reunida. Por ello no todas las homilías pueden decir lo mismo...)


—Si el difunto es un padre o una madre de familia ya mayor o una
persona anciana: se puede hacer referencia al camino cristiano del
matrimonio y la familia, al amor, la comprensión y la ayuda mutua en el
seno de esta "iglesia familiar"

—Si es una persona solitaria o sin familia: esta muerte permitirá una
reflexión más serena sobre el sentido cristiano de la muerte, ya que
conmueve menos a los oyentes; quizás se podría recordar que la vida
sencilla y sin ambiciones, en un mundo tan complicado, se acerca mucho
al evangelio...

—En una muerte repentina o de accidente: hay que poner mucha
atención, pero conviene hablar de la comprensión y bondad de Dios
Padre hacia todos, y crear un clima de confianza, basado en que "El
Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia".

—Si es una persona que ha estado mucho tiempo enferma o
imposibilitada: puede descubrirse que vidas aparentemente inútiles tienen
una misteriosa fecundidad, se puede mencionar la corriente de
solidaridad despertada a su alrededor y, sobre todo, la liberación que,
más que nunca en este caso, supone la muerte...

—Etc....

2. (La fe en Jesucristo resucitado)
Los cristianos celebramos la vida, no la muerte. (Un Dios de vivos, no
de muertos). Pero la muerte siempre nos oprime y entristece lo mismo que
a los demás hombres. No somos insensibles ni estoicos. No le
encontramos sentido y nos rebelamos.
Pero no es una rebelión desesperada. Impulsados por la fe en
Jesucristo, miramos el futuro esperanzados, confiados e, incluso,
deseosos (o alegres). Creemos que el futuro del hombre está en Dios;
que no es una incógnita.
La fe en Jesucristo vivo se caracteriza por la certeza que tenemos de
una victoria sobre la muerte. Es lo que experimentaron los apóstoles la
mañana del domingo de Pascua: Jesús, el Señor, que ha muerto y ha sido
sepultado, ivive! ¡Está vivo! No sólo ha pasado por la muerte como los
demás hombres, sino que la ha vencido. Y la fe de los discípulos en
Jesucristo resucitado es la esperanza cierta de la propia resurrección.

3. (La vida eterna)
"No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí. En la casa
de mi Padre hay muchas estancias..." La raíz de nuestra esperanza está
en la bondad de Dios y en la victoria de Jesucristo.
"... Yo sé que está vivo mi Vengador, y que al final se alzará sobre el
polvo". "El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros". La
liturgia nos anima a hablar de un "convite" y de una "fiesta" que Dios nos
tiene preparada.
La vida no se acaba, se cambia por aquello que es definitivo. Cuando
hemos perdido la confianza en todas las seguridades humanas, en las
riquezas, los razonamientos y las ideologías terrenas —que es lo que nos
pasa ante el hecho implacable de la muerte— cuando probamos la
amargura de que las cualidades personales, el dinero (el poder), la misma
ciencia, son impotentes, entonces es cuando estamos abiertos a la
esperanza de una victoria definitiva sobre la muerte.
¡Tantas cosas que queríamos hacer en la vida y no hemos podido,
tantas ganas de vivir y nos morimos! Al final de este camino de decepción
y de impotencia humana, nos espera Dios con su vida, la vida eterna.
Esta nace precisamente allí donde mueren las esperanzas humanas. A
eso, desde pequeños, lo llamamos el cielo. Pero lo vemos lejos, cuando
está cerca; lo vemos difícil, cuando es Jesús mismo quien nos prepara el
lugar y vuelve a buscarnos para que vivamos con él; cuando es Dios
Padre que desde siempre nos espera para acogernos y perdonarnos
(abrazarnos). Es la vida eterna que dará cumplimiento a todas nuestras
ansias de ser felices y completará, sobradamente, todos nuestros
proyectos inacabados.

4. (Eucaristía)
Vamos a celebrar la cena con la que Jesús se despidió de sus amigos:
la Eucaristía. Nosotros creemos en la eficacia del sacrificio de Jesucristo.
Celebrar el memorial del Señor, no es simplemente recordar al Maestro y
tomar ejemplo, sino que es recibir también la energía y la fuerza que nos
viene de su victoria sobre la muerte. Por la Eucaristía participamos de su
vida y recibimos ya aquí una señal (una garantía) de nuestra
resurrección. Por ello sabemos que nuestro hermano vivirá y nosotros
también viviremos.
La plegaria de esta celebración acompaña a nuestro amigo hacia la
vida eterna. Con la esperanza puesta en Jesucristo resucitado, al
despedirnos, no decimos "un adiós para siempre", sino sólo un "hasta
luego".
JOAN BUSQUETS
Gerona
 



19. Homilía para público practicante.

Textos: Sabiduría 3,1-6;
2 Timoteo 2,8-13
Juan 14,1-6

1. (Primera lectura)
El texto que hemos leído como primera lectura en la celebración
cristiana de oración por el eterno descanso de vuestro (padre, madre,
hijo, hermano...) N.N., nos ha mostrado cómo ya al antiguo Israel
esperaba en el Más Allá. Esperaba en la inmortalidad y en la felicidad
después de esta vida. Y también hacía referencia al premio que las
pruebas que comporta nuestro peregrinaje por la tierra bien merecen: "La
vida de los justos está en manos de Dios y no los tocará el tormento",
"consideraban su tránsito como una desgracia... pero ellos están en paz".
Y ha sucedido así, porque dice la lectura bíblica: "ellos esperaban
seguros la inmortalidad", "los que en él confían conocerán la verdad". Y
añade con seguridad absoluta la Sagrada Escritura: "Recibirán grandes
favores, porque Dios los puso a prueba, y los halló dignos de sí.".
Que estas palabras consoladoras fortalezcan vuestros corazones y os
confirmen en vuestra esperanza cristiana. Y que también sean motivo de
consuelo humano para todos. Esperanza y consuelo que se han de
acrecentar gracias a las otras lecturas que acabamos de proclamar en
esta celebración exequial de despedida de vuestro familiar N.N.
Contemplemos su partida desde una perspectiva cristiana, sobre todo los
que nos consideremos creyentes, y esto nos reconfortará.

2. (Segunda lectura)
Profundicemos también en el segundo texto. El apóstol san Pablo nos
ha recordado que Jesucristo era de nuestra naturaleza: del "linaje de
David". En efecto, Cristo asumió nuestra naturaleza, con sus limitaciones
y defectos, incluyendo el dolor, las humillaciones y la misma muerte. Y
una muerte impresionante: la muerte en cruz. Esto es de todos conocido y
lo recordamos a menudo los cristianos cuando hacemos sobre nuestro
cuerpo "la señal de la cruz". Cristo murió, pero creemos que después
resucitó. Y esta es la "Buena Noticia", mensaje lleno de gozo y de
esperanza sobre el que se apoya aquello que es más importante de
nuestra fe. Y es bueno que lo recordemos en estos momentos. En la
circunstancia presente hemos de reafirmar nuestra fe en Cristo resucitado
y esto nos reconfortará en las pruebas y sufrimientos, en concreto os
será motivo de consuelo a los
que hoy lloráis a un ser querido: "Lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna". Esta convicción que nos transmite san Pablo yo quisiera inculcarla en todos vosotros. Abrámonos a ella cuanto podamos en estos momentos y tengamos por cierto que: "si morimos con él, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará, si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo".
Si morimos con Cristo, esperamos vivir siempre con El. Por toda la
eternidad.

3. (Tercera lectura)
Nos falta añadir algunas palabras sobre el evangelio.
Todas las palabras de Jesús son consoladoras; pero lo son de una
manera especial aquellas que pronunció durante su Ultima Cena, aquel
banquete pascual de despedida que celebró con sus discípulos. En
aquellos momentos entrañables y emotivos, Jesús ofrece consuelo y
esperanza: "No perdáis la calma; creed en Dios y creed también en mi".
La fe y la esperanza que tenemos puesta en Dios, ha de concretarse
también en una gran fe y esperanza en Jesucristo, y de una manera
especial en cuanto El nos enseñó referente al Más Allá. Meta hacia la que
nos encaminamos, ya que de Dios venimos, de Dios somos y hacia Dios
andamos.
Este es el camino ya recorrido por nuestro familiar y amigo N. El ha
alcanzado la meta. Ha traspasado la frontera que separa el tiempo de la
eternidad. Está ya frente a Dios. Recordemos cómo nos habla Jesús del
Más Allá hacia el cual todos nos encaminamos: "En la casa de mi Padre
hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os
prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo,
estéis también vosotros". Y Jesús añade todavía: "Adonde yo voy, ya
sabéis el camino".
Entonces Tomás, uno de los discípulos que destacó por ser
desconfiado, pidió aclaraciones: "Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo
podemos saber el camino?".
Jesús le contestó: "Tomás, yo soy el camino, y la verdad y la vida". Es
decir, Jesús se declara el verdadero y auténtico camino que conduce a
Dios. Y lleva hasta Dios, porque el camino de Jesús también lleva a la
verdad y a la vida. Guía hasta la verdad plena y la vida verdadera que es
la vida perdurable, la vida que no se acaba porque es etema. Cristo nos
garantiza la misma vida que él consiguió en su Pascua, en su
resurrección. La palabra de Jesús es taxativa: "Nadie va al Padre, sino
por mi".
Que estas consoladoras palabras de Jesús nos acompañen en este
momento. Y que constituyan el mayor motivo de paz y de verdadera
esperanza cristiana ante la muerte de nuestro hermano N., y ante la hora
que —antes o despues— nos ha de llegar a cada uno de nosotros, pues
no hemos de olvidar que somos peregrinos, de paso por el mundo.
Que la esperanza de la resurrección nos acompañe siempre y sobre
todo ahora que elevamos plegarias por el eterno descanso de vuestro
familiar y amigo.
JORDI PIJOAN
Hospital de Bellvitge (Barcelona)

DOSSIERS-CPL/1