TRES ENCUENTROS CON CRISTO EN EL CAMINO HACIA LA PASCUA

J. CASTELLANO

El camino cuaresmal hacia la Pascua del ciclo dominical A nos trae el mensaje luminoso de esos tres encuentros con Cristo, o mejor, de Cristo con los hombres, que caracteriza el itinerario bautismal de todo creyente. En los Evangelios de los domingos tercero, cuarto y quinto de Cuaresma, la Iglesia lee el Evangelio de Juan seleccionando cuidadosamente esas tres perícopas que suponen una catequesis progresiva sobre el misterio de la salvación que se va a consumar en las aguas bautismales de la vigilia pascual. Como camino catecumenal que se realiza en el tiempo de Cuaresma, "tiempo de la iluminación y de la purificación", estos encuentros purifican e iluminan en contacto vivo con la persona de Cristo. Por eso los tres Evangelios están insertados con mucho tino en los tres progresivos escrutinios que supone el Ritual de la Iniciación Cristiana de los Adultos. Como "memoria" o "memorial" del bautismo recibido, los tres encuentros evangélicos renuevan la conciencia del cristiano y lo ponen ante la persona de Cristo, Salvador y Redentor, que con su luz "escruta" al hombre en sus profundidades y con la vida que emana de su persona vivifica los residuos neuróticos del pecado.

Vamos a ofrecer unas reflexiones de espiritualidad litúrgica, sugeridas por estos tres encuentros: los tres momentos progresivos de salvación que a la persona aporta Cristo con la gracia del santo bautismo.

En efecto, podemos hacer una lectura litúrgica de estos tres encuentros a partir de tres claves hermenéuticas fundamentales: la antropológica nos descubre la situación modélica para el cristiano de tres personajes del Evangelio; la cristológica nos encara ante Cristo con tres títulos fundamentales de su mensaje y obra de salvación, que responden a las tres situaciones antropológicas descritas: la bautismal nos recuerda tres funciones salvadoras del santo bautismo, tres nombres de este sacramento de salvación, tres dimensiones vitales de nuestro ser de bautizados.

Con estas tres claves y su estupenda pedagogía de progresividad podemos realizar a nivel personal y comunitario, en la liturgia dominical o en posibles celebraciones semanales de la palabra, en la "lectio divina" de estas perícopas evangélicas, una auténtica experiencia de encuentro con el Señor en el camino hacia la Pascua.

Tres situaciones antropológicas
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La Samaritana, el ciego de nacimiento, Lázaro el amigo de Jesús: son personajes que asumen en el Evangelio de Juan una función simbólica universal. Nos representan en lo que pueden tener de común con todos los que desde nuestra humanidad podemos y debemos encontrarnos con Cristo para experimentar su salvación desde lo más hondo de nuestra antropología.

No voy a entrar en complicados detalles o teorías exegéticas. Hago simplemente una lectura litúrgica de esos personajes, como los presenta la Iglesia y los considera el Ritual de la Iniciación Cristiana de adultos.

La Samaritana que encuentra a Jesús junto al pozo de Jacob, es una acertada tipología de la humanidad, a nivel colectivo e individual. En los rasgos de esta mujer podemos adivinar nuestra situación existencial. Un personaje que vive la rutina de una existencia, resignada a la monotonía de la vida y de la historia, pero que finalmente cae en la cuenta de su situación y de su posibilidad de cambio de vida, de nuevas perspectivas para su existencia, ante la persona de Jesús que ha salido a su encuentro junto al pozo de Sicar. Humanidad con su problema existencial de una vida rutinaria, con el progresivo descubrimiento de una existencia de pecado en la que se mezcla a la vez su propia debilidad y la explotación de los demás. En el fondo, la insatisfacción y una secreta sed de felicidad y de paz, el deseo de una vida nueva en la que la mujer se siente dignificada y regenerada. Pero en sus manos no está la salvación. Ni en la de los demás. Sólo la presencia y la persona de Jesús son el resorte mágico que descubren a esta mujer, que nos representa a todos, la posibilidad de algo nuevo, mejor. Algo que llamamos salvación y que hunde sus raíces en lo más profundo de la psicología humana, allí donde hunde sus raíces el pecado, la infelicidad, la monotonía, la amarga resignación ante una existencia que no tiene otra salida sino la de esperar la muerte, mientras la sed profunda se va saciando con sorbos de agua en los charcos de la vida. El encuentro con Cristo ahonda más allá de la rutina y del pecado. En el corazón de la Samaritana, y en su misma situación de amargura existencial, más o menos aceptada, excava el Rabí judío para descubrir, bullidora y en brote, una fuente de agua viva. Más allá del pecado, la salvación. Más en lo hondo de la felicidad pasajera, un anhelo de bienaventuranza eterna. En esta Samaritana -tipología fundamental del creyente que se acerca a Jesús desde lo más sincero de sus sentimientos- encontramos la persona humana en su antropología fundamental y en su necesidad de salvación. La situación de pecado y su sed de felicidad. Desde esta situación concreta Cristo, que descubre el hombre al hombre desde su propia humanidad que se acerca a nuestra humanidad, se realiza el encuentro de salvación.

MIGRO/CIEGO-NACIMIENTO: El ciego de nacimiento evoca una situación progresiva y diversa. El encuentro con Cristo se realiza en una dimensión de colectividad. Junto al ciego andan sus padres, testigos del hecho de su ceguera congénita y de su actual capacidad de ver, tras el milagro obrado por Jesús. Y entre unos y otros aparecen los fariseos, los que finalmente representan en la interpretación de Juan los verdaderos "ciegos" que no quieren ver. Hay en el fondo de esta narración evangélica una presentación de la dimensión colectiva del pecado. La humanidad se encuentra misteriosamente enrolada en una historia en la que el "pecado del mundo" parece tener sus manifestaciones misteriosas, difíciles de atribuir sólo a una responsabilidad personal. Ante el mal que significa la ceguera congénita, se apunta a la posibilidad que sea un efecto del pecado del ciego mismo o de sus padres.

Se buscan respuestas al misterio del mal, al misterio del pecado. Hay una "ceguera" fundamental que impide a la persona y a la colectividad leer los signos de Dios en la historia, comprender el misterio de la existencia. Hay una ignorancia colectiva y popular, la que representa el ciego, sus padres, los vecinos y los que le daban limosna. Y hay una ignorancia más sutil, cultivada, asumida con teoría y como rechazo de la verdad, incluso cuando aparece con la evidencia de un milagro. Es la de los judíos. Los unos y los otros, el ciego y los que no lo son como él, de nacimiento, necesitan ser liberados de una "ignorancia" existencial que influye colectivamente en juicios, modos de comportarse, actitudes ante la verdad de Dios y del hombre. Los unos a los otros se echan las culpas.

Hay responsabilidad personal, pero hay también una especie de conjura o de ineluctable influjo colectivo en la situación de pecado en este mundo. Pecado colectivo como fruto de pecados personales. Pecados personales, definitivamente también influenciados hasta coartar la libertad, por el peso del pecado colectivo de teorías, ideologías, rechazos, opinión pública. Sólo el encuentro personal con Cristo puede iluminar la situación de pecado, liberar de las responsabilidades personales y de las intrincadas participaciones comunitarias y sociales en el pecado del mundo. El encuentro con Cristo no sólo libera de toda ceguera ante el misterio del mal físico y psíquico, ofreciendo una clave de aceptación del misterio, sino que arranca a la persona de esa sutil ceguera moral y espiritual en la que se instala quien rechaza a sabiendas la luz. Sólo el encuentro personal libera de los efectos colectivos del mal y del pecado. Sólo a partir de una adhesión a la luz de Cristo, el cristiano se hace hijo de la luz, neutraliza con su vida el pecado del mundo, puede irradiar en las tinieblas de este mundo la luz de la verdad, luz para todo el misterio de este mundo en su acepción colectiva.

MIGRO/LAZARO: Lázaro que yace muerto en el sepulcro es el personaje más trágico de la trilogía. Es el amigo de Jesús. Pero es un común mortal. En Lázaro, como en los otros personajes, tenemos retratada la condición de la humanidad y la posibilidad de salvación que Cristo nos trae con su palabra y su persona. El hombre está abocado a la muerte. La dimensión cósmica del pecado -no sólo personal y colectiva como en los casos anteriores- se ceba en la humanidad misma que está marcada por la muerte. No sólo en el final de su vida sino en todo el decurso de su existencia que vive cara a cara con la muerte: la propia y la de los demás. Hay una honda participación en esta condición mortal que Lázaro representa. La protesta de Marta por el retraso de Jesús que hubiera impedido la muerte del hermano, encarna nuestra protesta ante la muerte de un ser querido. El llanto de Jesús que se conmueve hasta las entrañas, suscitando la admiración de los presentes, parece reflejar no sólo la "compasión" por un amigo, o la compasión de Dios ante el ineludible destino de muerte de la humanidad, sino también el mismo gemido de la humanidad de Jesús, ante su muerte cercana, anunciada, vivida de antemano en las constantes amenazas que le lanzan sus enemigos. La certeza de la muerte marca la vida. Y la condición antropológica fundamental está condicionada por ese sumo enigma de la muerte. En el fondo del pecado, en la raíz misma de la existencia, no sólo hay un enigma ideológico sino una condición en la que está amasada nuestra propia carne y nuestra propia psicología. La salvación de Cristo, para ser salvación cumplida, tiene que tocar el fondo. Tiene que ser como en el caso de Lázaro, e incluso más aún que en el caso de Lázaro -cuyavuelta a la vida es en realidad efímera-; más bien como en el caso de Jesús que resucita glorioso y triunfador de la muerte; una salvación total, que abarque el misterio de la existencia y abrace incluso la condición de la persona en su integridad. Es precisamente la que Cristo apunta al hablar de la muerte de Lázaro como un sueño y, sobre todo, de su poder absoluto sobre la muerte como Resurrección y vida.

Tres revelaciones de Jesús

En los tres encuentros sucesivos con la humanidad en su dimensión de pecado personal, colectivo, cósmico, Jesucristo aparece como Salvador. Es la respuesta a la condición del hombre. Sus palabras y sus gestos, porque en realidad se trata de palabras y gestos salvadores, son ya una anticipación del cambio, una medicina para los males, un principio efectivo de la salvación escatológica.

Ante la Samaritana Jesús aparece en una progresiva revelación de su persona y de su misión. La lectura del Evangelio de Juan nos reserva la sorpresa de ir descubriendo en Jesús el hombre, cansado y sediento, el judío, el profeta y el rabí, el Mesías, proclamado finalmente como Salvador del mundo. La lectura del episodio evangélico nos lleva progresivamente a esta majestuosa revelación que él hace de su persona y de su misión.

Pero en el juego de la conversación con la Samaritana acerca del agua viva Cristo aparece como fuente de esa agua que llega hasta la vida eterna, manantial del Espiritu y, dentro de la tipología bíblica alusiva, nuevo Moisés que toca con la fuerza de su palabra la roca del corazón de la mujer y la convierte en manantial de agua viva. Jesús perdona el pecado, da sentido a la existencia, cambia las energías de esta mujer que se convierte en apóstol. El pecado no es la realidad final e inmutable, si Cristo se presenta como Salvador y es acogido por medio de la fe. Jesús cambia, convierte, es fuente de felicidad. Lo fue para la Samaritana. Lo es para todo cristiano.

En el episodio del ciego de nacimiento hay también una progresiva revelación de Cristo. Se le reconoce como un hombre, como profeta, como Mesías, como alguien que procede de Dios. Mientras se abren progresivamente los ojos del ciego, no sólo a la luz del sol y de la vida sino también a la comprensión de la palabra y de la persona de Jesús, se va agudizando, por rechazo, la ceguera de los enemigos de su predicación, empecinados en no querer ver la luz. Contraste evidente entre un ciego de nacimiento que ve y unos videntes que quieren ser ciegos ante la luz. También aquí la revelación de Jesús llega a una personalización: Yo soy la Luz del mundo. En la palabra y en la obra de Jesús, en su persona, tenemos la salvación personal y colectiva de esa ceguera que envuelve a la humanidad, a partir del pecado que envilece la capacidad intelectual del hombre y lo lleva a sumergirse, a sabiendas, en el mundo de las tinieblas, en el rechazo de la luz como norma y forma de vida. Jesús salva siendo Luz del mundo.

Finalmente en el milagro de la resurrección de Lázaro, el más grande de los signos del poder de Jesús, antes de su propia resurrección, aparece la dimensión total de la salvación. La salvación es vida, vida que vence la muerte. Es resurrección; no sólo la de un muerto que vuelve a la vida efímera y que poco más tarde volverá a morir, como sucederá a Lázaro, sino como acontece con Jesús en su resurrección gloriosa. Ante el sepulcro de Lázaro, y ante todos los sepulcros de este mundo, ante el temor de la muerte y ante todas las muertes, físicas y espirituales, se yergue majestuosa la persona de Cristo que se autoproclama: Yo soy la resurrección y la vida. Pero para que la eficacia sea definitiva y la prueba no tenga posibles refutaciones, Cristo tiene que aceptar la condición de Lázaro, entrar en el sepulcro de la muerte, quedar como él vendado, sin llegar al cuarto dia, sino resucitando al tercer día de entre los muertos. La victoria cósmica, la salvación definitiva, el rescate supremo es el de Cristo que para el hombre, herido de muerte por el pecado, es la resurrección y la vida.

Tres realidades sacramentales del bautismo

La presentación sistemática de los tres evangelios sobre la Samaritana, el ciego de nacimiento y Lázaro, tiene una conexión muy estrecha con la "mistagogía" bautismal, es decir con la experiencia de la realidad del bautismo, anticipada en estos encuentros de Cristo con el "iluminado", antes del encuentro sacramental decisivo de la vigilia pascual. Y el bautismo recibido, del que se hace memoria en Cuaresma para toda la comunidad cristiana, nos encara con tres realidades sacramentales vivas que se convierten en dimensiones esenciales de nuestro vivir.

El bautismo es "metánoia", conversión . Conversión a Cristo. Conversión que El suscita con su palabra, con su mirada, con su acción interior. La Samaritana es la cabal presentación en el Evangelio de Juan del proceso dinámico y positivo de conversión evangélica, de transformación de la persona. De pecadora en apóstol. Como cualquier cristiano que se deja "escrutar" por la mirada "convertidora" de Jesús. El primero de los escrutinios bautismales conduce a este cara a cara con Cristo. Escrutinio de la purificación y de la conversión.

BAU/ILUMINACION: El bautismo es "photismós", iluminación. Nombre cristiano de rancio abolengo que evoca la "iniciación" a los misterios, la luz que irrumpe en las tinieblas, la progresiva ilustración de la mente y del corazón por medio de la luz de la palabra y de la fe que hacen del cristiano un "iluminado", uno que conoce, que sabe, que ha tenido acceso al arcano del misterio de Cristo y de la Iglesia. Y el ciego de nacimiento, progresivamente iluminado por Cristo, con el barro que Jesús refriega en sus ojos, y el remojón en la piscina de Siloé, es tipología cabal de esa iluminación bautismal que ahuyenta las tinieblas y abre a la luz de la verdad, dejando caer las escamas de los ojos, como en el caso de Pablo. El cristiano es un iluminado porque Cristo es su "photismós", su iluminación. El segundo escrutinio es el encuentro con Cristo que con su luz penetra en las oscuridades del hombre con la fuerza de su mirada y la gracia de su palabra: Yo soy la luz del mundo.

BAU/REGENERACION: Finalmente el bautismo es "palingénesis", regeneración, misterio de muerte y de vida. El cristiano baja hasta las profundidades del sepulcro con Cristo y deja en él el hombre viejo. Se echa atrás el miedo a la muerte y acepta ese otro morir resucitando que es el dinamismo de la vida de Cristo. No teme, pues, su condición mortal; no se deja guiar por el instinto de la muerte. Acepta morir al pecado y morir físicamente, confiado ya en la dimensión de inmortalidad que el bautismo ha sembrado en su carne, llamada a la resurrección. El tercer escrutinio de Cuaresma celebra este encuentro con Cristo, desde la propia condición mortal, frente a su condición gloriosa de vencedor del pecado y dador de la vida inmortal.

Una sugerencia pastoral

En la Exhortación postsinodal "Christifideles laici" n. 61 Juan Pablo II recuerda la posibilidad de una catequesis que ayude a los laicos a tomar conciencia de su dignidad bautismal y de su misión eclesial, con estas palabras que abren espacios para una pastoral del bautismo y de su memoria en los bautizados: "Puede servir de ayuda también, como han dicho los Padres sinodales, una catequesis postbautismal a modo de catecumenado, que vuelva a proponer algunos elementos del "Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos", destinados a hacer captar y vivir las inmensas riquezas del Bautismo ya recibido".

La Cuaresma del ciclo A es buena oportunidad para poner en práctica esta recomendación. Las celebraciones eucarísticas de los tres últimos domingos de Cuaresma nos ofrecen la oportunidad de desarrollar esa catequesis bautismal de los tres encuentros con Cristo. Pero cabria también adaptar algunos elementos del Ritual de los escrutinios para unas celebraciones de la palabra, que podrían hacerse durante la semana que precede o sigue a los respectivos domingos de la Samaritana, del ciego de nacimiento o de la resurrección de Lázaro. Se tratará siempre de una "adaptación" de los textos a la condición de bautizados que normalmente es la de nuestros cristianos reunidos en la asamblea.

Puede ser una buena ocasión para saborear los textos bíblicos, proclamar las oraciones de exorcismo y de intercesión. Se trata de recuperar unos elementos de gran valor espiritual dentro de una catequesis mistagógica, que no se contenta con la predicación verbal sino que entra por la experiencia de la oración, de las plegarias litúrgicas de la Iglesia, de los gestos de penitencia y de bendición.

Tres encuentros para dejarnos "escrutar" porCristo mediante la luz de su Palabra de vida. Tres momentos progresivos para que nuestra humanidad se encuentre con el Señor de la vida. Tres celebraciones para revivir la salvación que Cristo ofrece a estos tres personajes del Evangelio en los que está representada la humanidad. Esa humanidad que somos nosotros, ya inicialmente convertidos como la Samaritana, iluminados como el ciego de nacimiento, resucitados como Lázaro, por Cristo que es fuente de felicidad, luz del mundo, vida y resurrección.

J. CASTELLANO
DOSSIERS-CPL/45

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