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 Lluís Martínez Sistach, arzobispo metropolitano de Tarragona

Iniciamos la Cuaresma, que nos prepara para la celebración jubilosa de la Pascua. La Cuaresma empieza con la ceniza y se acabará con el fuego, la luz y el agua de la vigilia pascual. Eso significa que algo tiene que ser quemado y destruido en nosotros con el fin de dar paso a la novedad de la vida pascual con Cristo.

Mientras el celebrante impone la ceniza pronuncia una de estas dos fórmulas: "Convertíos y creed en el evangelio", o bien "Recuerda, hombre, que eres polvo, y que al polvo volverás,". Si la segunda fórmula expresa la caducidad de la vida y nos invita implícitamente a hacer un buen uso de ella, la primera nos estimula a la conversión y a la aceptación del evangelio.

Durante la Cuaresma "subimos a Jerusalén". Este camino hacia Jerusalén, que los evangelistas presentan cómo el coronamiento del itinerario de Jesús sobre la tierra, constituye el modelo de la vida cristiana, comprometido en el seguimiento del Maestro en el camino de la cruz.

Jesús dirige a los hombres y mujeres de hoy esta invitación de "subir a Jerusalén", cómo lo hizo a los apóstoles. Y lo hace especialmente por la Cuaresma, tiempo favorable para convertirse y para reencontrar la plena comunión con Él participando íntimamente del misterio de su muerte y de su resurrección.

En la larga tradición de la Iglesia los cristianos han vivido la Cuaresma como un tiempo de plegaria. La oración es absolutamente necesaria para la vida de fe, esperanza y caridad en medio de nuestro mundo. La plegaria nos abre a Dios y nos introduce en el trato con Él y en su experiencia. Los hombres y las mujeres de hoy necesitamos disfrutar de la experiencia de Dios a fin de que nuestra vida tenga sentido y alcancemos la felicidad. La plegaria personal y comunitaria más generosa durante este tiempo cuaresmal predispone a alcanzar aquella experiencia en nuestra vida.

También es muy tradicional durante la Cuaresma la práctica del ayuno. El ayuno no es una práctica que implique desprecio del propio cuerpo o de los alimentos. Frente a las cosas creadas, el hombre tiene que adoptar la actitud de gerente y tiene que hacer uso de esos bienes de acuerdo con la voluntad del Creador. El ayuno tendríamos que practicarlo, hoy como nunca, porque en medio de la sociedad de consumo tendríamos que llevar una vida mucho más sobria y austera.

La tercera práctica cuaresmal es el amor. Los conflictos innumerables que desgarran a la humanidad han cavado fosos de odio y violencia entre los pueblos. Eso también se produce a veces entre grupos de un mismo país. Y las promesas de paz, formuladas por todo el mundo, a menudo se revelan ineficaces.

Juan Pablo II nos recuerda que "la única vía de paz es el perdón". Aceptar y otorgar el perdón hace posible una nueva calidad de relaciones entre los hombres, interrumpe la espiral del odio y de la venganza y rompe las cadenas del mal que cierran el corazón de los enemigos. Para las naciones en búsqueda de reconciliación y para todas las personas que desean una convivencia pacífica entre los individuos y los pueblos, no hay ninguna otra vía que ésta: el perdón recibido y ofrecido.

Un corazón reconciliado con Dios y con el prójimo es un corazón generoso. La limosna es una práctica cuaresmal, que no consiste sólo en dar lo que es superfluo para tranquilizar la propia conciencia, sino en hacerse cargo de la miseria presente en el mundo. Conviene recordar las palabras del apóstol Juan: "Si alguien que posee bienes en este mundo ve a su hermano que pasa necesidad y le cierra las entrañas, como puede habitar el amor de Dios en su interior?"