IV. SACRIFICIO PASCUAL: VIERNES SANTO


'ENTREGA HASTA LA MUERTE'


La cruz es la grandeza y el bochorno más impresionante para los cristianos. Pero no nos gusta pensar, ni cargar, ni contemplar la cruz de Cristo. Preferimos cerrar los ojos, marcharnos, olvidar. Nos molestan la cruz y el dolor, nos duele que el resultado de nuestra acción esté recriminándola. Por eso, los hombres de ayer y de hoy preferimos callarnos y no mirar de frente a la cruz de Cristo. Y es así porque muchos de nuestros triunfos humanos han sido conseguidos a costa de levantar mil cruces, en las que hemos clavado a los demás. El triunfo del dinero, del poder, del lucro, de la fama, del egoísmo, ha costado sangre de muchos... No nos atrevemos a mirar a la cruz de Cristo porque en ella vemos otras muchas cruces.

La actitud de un cristiano ante la cruz del viernes santo no puede ser ni de indiferencia ni de cobardía, ni de evasión ni de miedo. Cristo no nos guarda rencor, como tampoco se lo guardó a los que lo condenaron, a los que se burlaban de él. Su rostro ensangrentado, sus manos clavadas son un signo del perdón. Debemos mirar a la cruz en profundo silencio, con humildad, reconociendo nuestras propias culpabilidades. Debemos decir «gracias» desde el fondo de nuestro corazón.

Pero si al mirar a la cruz nos reconocemos cómplices de otras cruces, culpables del odio, del egoísmo, de la injusticia, del sufrimiento de otros «cristos vivientes» de nuestro mundo y nuestra sociedad, seamos sinceros. Sólo quien está dispuesto a romper estas cruces puede no avergonzarse ante Cristo clavado en la cruz. Sólo quien acepta morir por la liberación de los demás puede decir que ha celebrado el viernes santo.

 

A) CATEQUESIS


1. Acontecimiento: el «drama de Jesús»

«La muerte de Jesús es el acontecimiento histórico más seguro y mejor datable del destino de Jesús. Si se toman como referencias los nombres de Tiberio y Pilato unidos a dos fechas extremas (el comienzo de la predicación del Bautista el año 27) y, en el lado opuesto, la conversión de San Pablo (entre el 31 y el 34), es muy probable que la muerte de Jesús tuviera lugar el 7 de abril del año 30» (B. Lauret, p. 338-339).

— Esta muerte de Cristo en la cruz es el resultado de un enfrentamiento de las autoridades con el mensaje, las obras y la persona de Jesús que, declarándose el Mesías, el Hijo de Dios que ha venido a cumplir su voluntad, la presencia viva del Reino de Dios... cura en sábado, perdona los pecados, critica fuertemente a los garantes del cumplimiento de la ley (escribas, fariseos), toma una actitud purificadora respecto al templo (expulsión, destrucción en tres días) y cuestiona la función sacerdotal (sacrificios del templo) (cf. Mc 14,58; Mt 26,61; Mc 3,6; Hch 6,14...). En todo ello lo que se pone realmente en tela de juicio por parte de Jesús es la concepción mesiánica política extendida, el valor de la ley como expresión plena de la voluntad de Dios (si Dios está con Jesús, que interpreta la ley de forma original, se cuestiona su propio valor), la necesidad de una conversión a la presencia actuante del Reino en el mismo Jesús de Nazaret. Lo que realmente condicionó el proceso de Jesús, la sentencia del Sanedrín, fue su pretensión de reemplazar la ley (habéis oído... pues yo os digo: Mt 5), lo que le convertía en lugarteniente o representante de Dios; fue la autoridad con que obraba, y la conciencia filial que en ello expresaba (cf. Jn 10,30-36; 19, 7; Mc 14,61; Mt 26,63; 27,40-43; Lc 22,67-70).

— Ahora bien, Jesús fue condenado por los judíos, pero fue crucificado por los romanos: ¿por qué? Porque el proceso de Jesús sufrió un desplazamiento del campo religioso al campo político: su reivindicación mesiánica ponía en peligro el orden y el poder romano, al pensar en un «Mesías político». De este modo, la condena a muerte y la muerte de Jesús es el resultado de una serie de complicidades y cobardías de las autoridades religiosas y políticas, que intentan liberarse del profeta inquietante y molesto. Al hacer intervenir en la historia a Dios mismo, «cambiando las relaciones de los hombres y, por tanto, todo orden social penetrado por la mentira, la enfermedad, la explotación, el odio o la falta de respeto al prójimo», Jesús introduce un principio «revolucionario» que cuestiona el sistema establecido. Este sistema, a través de sus jefes, se defiende eliminando el peligro. El Sanedrín y Pilato, aun con sus diferencias, coinciden en esto.

— El proceso de Jesús puede contemplarse desde los responsables principales de su condena y muerte, y desde quienes, ayer como hoy, son cómplices de una injusticia que se perpetúa en la historia. «El proceso de Jesús nos toma por testigos en nuestra alma y conciencia, y nos implica». En cada personaje hay una actitud a revisar:

  • Barrabás y el buen ladrón, ignorantes del salvador, son capaces de reconocerlo... Barrabás, el ignorante perdonado, preguntaría por Jesús. El buen ladrón, o el arrepentido redimido, es capaz de reconocer su injusticia y la justicia de Jesús.

  • Pedro y Judas, desde una negación que los asemeja, tienen una reacción que los distancia. Mientras Judas se encierra en su angustia y decepción, y al querer tener la última palabra sobre sí mismo se quita la vida, Pedro se abre al amor y el perdón del amigo, y recupera la vida...

  • Las mujeres y María representan esa acogida emocionada, desde su calidad femenina, del amor compasivo. Pero nadie como María pudo tener una actitud, no de complicidad con la injusticia, sino de solidaridad en el dolor y el amor, que se convierte en redención.


2. Celebración: configuración litúrgica

El viernes santo aparece al principio como un día de luto y ayuno (ayuno de luto) por la desaparición del esposo (Mt 9,15; Mc 2,20; Lc 5,34ss). Los testimonios más antiguos de este ayuno los encontramos en el siglo II (Evangelio apócrifo de los Hebreos, Ireneo de Lyón...), y más tarde vemos cómo este ayuno pasa a ser elemento esencial obligatorio de la vigilia, para expresar el «paso» a la resurrección (Tertuliano, Hipólito...). En el siglo IV, Egeria describe cómo se celebraba en Jerusalén, en una especie de recorrido topográfico y representativo hacia el calvario, concluyendo con la adoración de la cruz.

En Occidente, y por la misma época, San Agustín certifica de una liturgia de la Palabra que tiene por centro la lectura de la pasión. Y en Roma nos consta que hacia el siglo VII el Papa iba procesionalmente a adorar la reliquia de la cruz en la Iglesia de la «Santa Croce in Jerusalemme», concluyendo con una plegaria universal solemne. Durante la Edad Media, se introdujo el rito de la comunión, que de hecho casi realizaba sólo el sacerdote. El Misal tridentino de 1570 prescribió que se conservara este uso, mientras se extendía la costumbre de celebrar por la mañana.

Hoy el Misal de Pablo VI de 1970 (recogiendo lo fundamental de la reforma de 1955) mantiene la estructura tripartita de la celebración: a) Liturgia de la Palabra (Is 52,13-15; 53,1-12; Heb 4,14,16; 5,7-9; Jn 18-19), que concluye con la plegaria universal solemne. b) Presentación y adoración de la cruz para todos los fieles. c) Comunión, no sólo del sacerdote, sino de todos los fieles. En cuanto a la hora, se determina que la celebración tenga lugar hacia las tres de la tarde, aunque por razones pastorales puede elegirse una hora un poco más tardía. Y respecto al talante del día, quiere que sea, no un día de luto y llanto, sino un día de amorosa contemplación del sacrificio de Cristo, fuente de salvación y lugar de admirable victoria. La Iglesia no celebra un funeral, sino la muerte victoriosa de Cristo. Por eso habla de «beata» y «gloriosa» pasión...


3. Expresión: gestos y símbolos

El ayuno:

La Iglesia ordena que el viernes sea un día de ayuno, siguiendo la primera tradición. Más aún, a poder ser se recomienda que este ayuno se prolongue durante el sábado santo (SC 110). No se trata ya tanto de un signo de penitencia, cuanto de una expresión celebrativa, personal y comunitaria, del proceso pascual, en lo que supone de renuncia y entrega, de sacrificio y donación, como Cristo, para llegar así a la alegría pascual. Por otro lado, el ayuno es signo de la relativización de los propios bienes y gestos personales, en orden a redescrubir la verdad de la propia vida, cuyo sentido más excelso es el servicio en favor de los demás.

La pasión gloriosa:

En el viernes santo la pasión no es una lectura más, sino la gran proclamación de un acontecimiento actual. El texto de Juan destaca con fuerza el triunfo en la muerte, la victoria en la cruz. Las omisiones son significativas: no se habla de la agonía del huerto, ni del beso traidor de Judas, ni del abandono de los discípulos, ni del juicio ante el Sanedrín, ni de los ultrajes ante el gran sacerdote, ni de la mofa de Herodes... En cambio, destaca la majestad y dignidad de Cristo ante los que le prenden, en el interrogatorio de Anás, en el proceso ante Pilato, en el escarnio del Ecce Homo, en la declaración de un reinado original y sorprendente. Juan ve en la cruz el cumplimiento de la antigua alianza, la verdad de la nueva Pascua (identificación con el cordero pascual).

La Cruz:

El viernes santo es la «pascua de la resurrección», el día de la cruz por excelencia. Por eso, toda la liturgia está centrada no en la eucatistía (que no se celebra), sino en la presencia y la adoración de la cruz, que sigue como acto espontáneo exigido por la misma proclamación de la pasión. Se trata de la «cruz gloriosa», porque por ella ha venido la salvación al mundo entero, porque desde ella el mundo se ha llenado de esperanza nueva. Hoy la cruz no es un símbolo cualquiera, es el símbolo de la Pascua, de la salvación, de la humanidad, de la historia, del amor y la esperanza, de la resurrección.

El Vía Crucis (procesiones):

Aunque no se trata de símbolos litúrgicos propiamente dichos, es preciso valorarlos en relación con la liturgia, cual explicitación o expresión popular del drama y misterio del viernes santo. Hoy el camino del calvario se hace vivo, y recorrerlo con los pies y el corazón pone ante nuestros ojos el infinito amor de Dios, la complicidad del pecado humano, la grandeza de la salvación. Lo audio-visual escenográfico de unas procesiones debería también ayudar a esta explicitación litúrgica, si bien requiere alguna revisión...


4. Vida: misterio

El misterio que se esconde en la muerte de Cristo en la cruz no puede ser agotado en las explicaciones humanas. Pero si pueden señalarse diversos puntos explicativos.

Cristo, con su humillación hasta la cruz (Kénosis) deshace la arrogancia y rebeldía de Adán. Haciéndose obediente hasta la muerte, de cruz (Fil 2,1-11) supera la desobediencia de Adán. La cruz es el resultado de la misión del Padre asumida hasta sus últimas consecuencias de servicio y amor para la salvación del hombre total. Cristo, asumiendo la figura del Siervo, da una respuesta al plan salvador de Dios, y el Padre, resucitando a Jesús de entre los muertos, acoge esta plenitud de respuesta en el Hijo.

Esta explicación fundamental se particulariza en esquemas diferentes de interpretación de la muerte de Cristo:

— Todas estas explicaciones, basadas en la misma escritura, hay que leerlas sobre el fondo de un misterio bidimensional e insondable: es el misterio del pecado del hombre (mysterium iniquitatis) y el misterio del amor de Dios (mysterium pietatis). El misterio del pecado nos sitúa «en aquella zona límite donde la conciencia, la voluntad y sensibilidad del hombre están en contacto con las fuerzas oscuras», con el poder del mal, que nos inclina a la exclusión, a la ruptura y a la desobediencia a Dios, así como a la división y al odio a los hermanos. ¿Por qué el hombre finito y contingente puede pecar contra Dios? ¿Cuál es la grandeza y miseria de su libertad, que hasta «provoca» una historia de redención, incluso por la cruz?

Frente al misterio del pecado del hombre, hay que situar el misterio de la piedad de Dios que, compadecido del extravío de los hombres, se hacer carne en el Verbo, asume radicalmente la condición humana y, por el amor y la entrega hasta la muerte, cambia e invierte la realidad de pecado en realidad de gracia y salvación. «El misterio de la infinita piedad de Dios hacia nosotros es capaz de penetrar hasta las raíces más escondidas de nuestra iniquidad, para suscitar en el alma un movimiento de conversión, redimirla e impulsarla hasta la reconciliación» (Juan Pablo II, Reconciliatio et Poenitentia, nn. 14-15). Tanto amó Dios al mundo, que entregó su propio Hijo para la salvación.

— En una palabra, la muerte en la cruz es la máxima expresión del amor de Dios al hombre y del desamor del hombre a Dios. Es en la muerte de Cristo donde se revela la tragedia del misterio del pecado, y la grandeza del misterio de la piedad. Pero, porque en la cruz vence la piedad sobre el pecado, el amor sobre el odio, puede el hombre creer que ha comenzado una realidad nueva y eterna, que él mismo tiene que asumir y amar constantemente, para romper la inclinación del pecado. Porque nunca Dios aparece tan cerca del hombre como en la cruz, nunca el hombre aparece tan cerca de Dios como desde la cruz. En ella se deshace el nudo del absurdo del pecado, por ella renace el gozo del amor, desde ella se abre el mundo a la esperanza.

 

B) CELEBRACION


1. Comunidad parroquial

Supuesta una esmerada participación externa e interna de la comunidad y la existencia de los elementos requeridos, debe determinarse la hora de la celebración en las primeras horas de la tarde (hacia las tres). Pero, como piensan algunos autores, no tendría especial inconveniente hacerlo al final de la mañana (entre una y tres). Por varias razones: coincidencia mayor con el momento de la muerte en la cruz; recuperación de una tradición hispana que situaba en estas horas el acto litúrgico; resituación de los distintos actos de piedad en su lugar más propio: visita a monumentos por la mañana, Vía Crucis después de la adoración de la cruz.

El ritmo o secuencias de la celebración debe seguirse según lo establecido:

  1. la proclamación de la pasión ha de cobrar un relieve especial, dada su centralidad: además de una buena lectura, podrían intercalarse algunas aclamaciones en momentos oportunos, e incluso presentar algún cuadro o filmina en el intermedio para la contemplación. Nunca deben faltar unas palabras de homilía.

  2. la oración universal también ha de hacerse con solemnidad, explicando al pueblo su extensión, su sentido reconciliador y universal, los sentimientos con que se ha de realizar...

  3. la adoración de la cruz es un momento álgido, y debe hacerse no mutilando su riqueza simbólica, sino realizándola con dignidad: presentación, descubrimiento progresivo (como progresivamente se encenderá la luz en la Vigilia Pascual), adoración personal y no colectiva, significatividad de la misma cruz (grande, expresiva...), que ocupará el centro hasta la Vigilia.

  4. la comunión, que debe tener una explícita sobriedad, hacerse en silencio, y ser considerada como la prolongación de la eucaristía del jueves, y el signo de la presencia viva de aquel que ha sido arrebatado por la muerte.

— En este día son importantes unas buenas moniciones, que distingan el ánimo, destaquen la originalidad y ayuda a la participación. No estaría de más que se tuvieran también en cuenta los actos de religiosidad popular posteriores: Vía crucis, procesiones... para relacionar y ayudar a vivir el mismo misterio en la presentación y escenografía de la calle. La «liturgización» equilibrada de la religiosidad popular debe comenzar también por aquí.


2. Comunidad especial

— Si se trata de una comunidad religiosa, puede enriquecerse la celebración con alguno de estos elementos


— Si se trata de
una comunidad de jóvenes, como indicábamos, puede ordenarse la jornada del siguiente modo:

 

 

 

Se comienza leyendo la 1.8 lectura: Is 52,13-53,12;

se dialoga sobre el acontecimiento histórico explicado; se comparte acerca del sentido de la muerte de Cristo; se sacan las consecuencias para la vida del grupo;

se formula una «sentencia» de Jesús desde la situación personal y social del grupo;

se prepara alguna estación del Vía crucis...

 

Reunidos en el lugar apropiado (aire libre, a poder ser) revestido ya el presbítero que preside, ante la cruz descubierta, cada grupo formula su sentencia, mientras los demás escuchan en silencio.

Se recuerda también a quiénes, lejos de condenarlo, están dispdestos a seguirlo hasta el final (pobres, sencillos, jóvenes...).

El sacerdote dice al final una oración que concluye esta parte, y abre el Vía crucis.

Algunos cogen y portan la cruz en medio de la asamblea. Cada estación está anunciada con carteles o parecido. Al pasar, se hace la estación, con oración y canto. Llegados a la cima, se coloca la cruz en el centro. El pueblo se sitúa alrededor de la cuz.

Palabra: 2ª. lectura. Pasión de San Juan. Homilía.

Oración universal.

Adoración de la cruz.

Comunión.

Es un tiempo largo que puede durar de 3-7 tarde. Se acompaña de ayuno, oración, contemplación...

Quien desea puede dialogar con sacerdotes o responsables.

Se puede sugerir escribir una «carta» de respuesta al Señor crucificado. Se coloca al pie de la cruz.

Se toma la cruz y los símbolos que se han dejado.

Se inicia la procesión hacia el lugar de donde se partió: capilla, iglesia...

La procesión se hace en absoluto silencio.

Puede acompañarse con el rezo de algún salmo...

La cruz se coloca en lugar adecuado para su contemplación y adoración durante el sábado santo.

Antes de despedirse, el que preside reza una oración