HOMILÍAS BAUTISMO DE ADULTOS
Los casos de bautismo de adultos que se puedan dar entre nosotros tendrán unas
características muy peculiares a las que será preciso adaptar toda la
celebración y también, por tanto, la homilía: desde casos de un proceso profundo
de conversión y encuentro con la fe, hasta los casos en los que el bautismo
viene más bien a resolver situaciones más o menos irregulares.
Para preparar el bautismo se seguirán las indicaciones y sugerencias del Ritual
de la Iniciación Cristiana de Adultos. Aquí, y a modo de orientación, ofrecemos
una homilía, prevista para la posibilidad normal en la que se celebren juntos
los tres sacramentos de la iniciación, pero también con una adaptación para
cuando se celebre el bautismo simplemente. Cuando se celebren los tres
sacramentos de la iniciación, y esta celebración tenga lugar dentro de una
Eucaristía dominical (o en la misma Vigilia pascual, como es más propio), las
ideas tendrán que adaptarse a los textos correspondientes.
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Textos: Ezequiel 36,24-28; 1 Pedro 2,4-5.9-10; Juan 3,1 | 6 (las tres lecturas
se
encuentran en el Ritual del bautismo de niños).
1. El don de Dios y nuestra respuesta
Siempre que celebramos el sacramento del Bautismo nos alegramos del don que Dios
nos hace, su gracia y su vida nueva, y a la vez expresamos nuestra respuesta de
fe a ese don de Dios. Cuando esto sucede con un niño pequeño, de pocas semanas,
la familia cristiana que lo presenta manifiesta su confianza en Dios, que
gratuitamente, antes de que el niño pueda responder, ya le llena de su amor. Y a
la vez hace profesión de su fe, con el deseo de que cuando el niño crezca dé
también personalmente su asentamiento a lo que le sucede en ese
momento sin darse cuenta. Pero cuando la persona que se bautiza es mayor,
entonces esta celebración es todavía más personal y rica. También aquí se pone
de manifiesto que es Dios el que nos invita y nos llena de su gracia, pero a la
vez se hace más expresiva la respuesta de fe que esta persona da al don de Dios,
del que es consciente y que acepta como programa de vida, con la esperanza de ir
creciendo en esta vida cristiana que también para ella empieza ahora de un modo
más pleno.
2. El misterio y la riqueza del Bautismo
Las lecturas que hemos escuchado nos ayudan a entender este sacramento que vamos
a celebrar gozosamente. Si ya por medio del profeta Ezequiel Dios nos prometía
un "agua pura" que nos purificarla y un "corazón nuevo", y un "espíritu" que nos
iba a infundir para que fuéramos su pueblo, esto se va a cumplir de modo muy
significativo en la celebración bautismal. Por medio de ella Dios quiere hacer
de unas personas concretas "nuevas creaturas", las va a
introducir en su esfera de Vida y de Gracia. Por el Bautismo una persona es
incorporada a la comunidad de los salvados por Cristo Jesús, esa comunidad que
Pedro ha descrito como "templo del Espíritu", hecho de piedras vivas, un "pueblo
adquirido por Dios", un "sacerdocio real". El Bautismo es el sacramento radical
por el que empezamos a formar parte de esta comunidad que se llama Iglesia, el
pueblo de Dios. Más aún, el Bautismo, como nos ha dicho Juan en el pasaje
evangélico, es un nuevo nacimiento. Nacemos "del agua y del Espíritu". Todos
hemos venido a esta vida por el amor de unos padres. Pero por el bautismo
volvemos a nacer: esta vez del Espíritu de Dios, del amor de Dios. Y una nueva
existencia se nos comunica para que la vivamos y crezcamos en ella. El
Bautismo es, ante todo, un regalo que nos hace Dios: un regalo que nosotros
aceptamos, y que nos comprometemos a hacer crecer y fructificar.
3. El rito bautismal, expresión del misterio
Lo que vamos a realizar ahora, en el rito del bautismo, con signos y gestos
simbólicos, nos quiere hacer comprender y experimentar todo lo que significa el
Bautismo. El rito del agua es el gesto sacramental por el que nos sumergimos en
Cristo, y con El nacemos a una nueva vida. Por eso las palabras con que los
nuevos bautizados van a "renunciar" a todo lo que sea contrario a Cristo, y su
"profesión de fe", quieren expresar todo lo que supone de alegría y de
compromiso el que una persona ya consciente y mayor acepte pertenecer a Cristo y
vivir su misma vida. Estas renuncias y promesas las hacen los padres en el caso
del bautismo de niños, pero hoy las van a decir los mismos que van a ser
bautizados.
4. La Confirmación, la fuerza del Espíritu
Este baño en el agua bautismal, que es como el nacimiento a la nueva vida en
Cristo, queda hoy completado con el sacramento de la Confirmación, con el que
nuestro hermano N. recibirá la unción del Espíritu, con el santo crisma y la
imposición de las manos. Igual que Cristo, bautizado en el Jordán, vio bajar del
cielo al Espíritu que se posó sobre él, para enviarle a una misión de Mesías y
de Salvador de la humanidad, cada cristiano que es confirmado recibe también la
fuerza del Espíritu, expresada simbólicamente en la unción sobre su frente, para
que en verdad sepa dar testimonio de su fe en el mundo en que vive.
5. La Eucaristía, culminación del camino de iniciación
El nuevo bautizado participará después, con nosotros, por primera vez, de la
eucaristía, el sacramento que completa su camino de iniciación cristiana y que
constituye el ritmo más importante de encuentro con Cristo Jesús, que se nos da
como alimento de vida.
6. Alegrémonos, hermanos
Alegrémonos, hermanos, de que en una celebración, sencilla y profunda a la vez,
sucedan estos acontecimientos profundos, que son don de Dios y respuesta de la
comunidad y de cada persona. Recordemos que todos nosotros estamos también
bautizados, sumergidos en Cristo, y ungidos por su Espíritu, con la misma
finalidad con que estos amigos nuestros lo son hoy: vivir y crecer en ese don de
Dios, madurar en nuestro sentido de pertenencia a la comunidad que es la
Iglesia, y dar testimonio de nuestra fe en el mundo de hoy. Escuchamos, sigamos
atentamente toda la celebración, admirando la cercanía del amor de Dios y
reafirmando el propósito de vivir nuestra vida según el evangelio de Cristo
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Si se celebrase el bautismo solo, sin Confirmación ni Eucaristía, no se dicen
los puntos 4, 5 y 6 de la anterior homilía, sino que se empalma el punto 3 con
lo que sigue:
La unción con el santo crisma completará este gesto. Igual que Cristo
Jesús, el Ungido por excelencia, lleno del Espíritu, aceptó su misión de
Mesías y Salvador de la humanidad, los cristianos somos también ungidos
el día de nuestro bautismo. Ungidos significa que recibimos la fuerza del
Espíritu, su gracia curativa, su perfume de vida nueva. Por esta unción se
nos manifiesta que pertenecemos desde ahora a la Iglesia que es un
Pueblo de sacerdotes, destinado siempre a alabar a Dios y a dar
testimonio de El en medio del mundo. Consagrados, ungidos. Miembros
de una comunidad que es el Cuerpo de Cristo y la familia de Dios.
Alegrémonos, hermanos, de que en una celebración, sencilla y
profunda a la vez, sucedan estos acontecimientos profundos, que son
don de Dios y respuesta de la comunidad y de cada persona.
Recordemos que todos nosotros estamos también bautizados,
sumergidos en Cristo, y ungidos por su Espíritu, con la misma finalidad
con que estos amigos nuestros lo son hoy: vivir y crecer en ese don de
Dios, madurar en nuestro sentido de pertenencia a la comunidad que es
la Iglesia, y dar testimonio de nuestra fe en el mundo de hoy.
Escuchemos, sigamos atentamente toda la celebración, admirando la
cercanía del amor de Dios y reafirmando el propósito de vivir nuestra vida
según el evangelio de Cristo.
Homilía preparada por J. Aldazábal