A la Universidad Urbaniana de Roma

Universidad Urbaniana
Roma, 9 octubre 2025

Excelentísimo gran canciller de la Universidad Urbaniana Pontificia, querido profesorado, alumnado, personal y todos los ámbitos universitarios, mis cordiales saludos.

La inauguración del año académico y la peregrinación jubilar son dos momentos significativos que marcan el inicio de una nueva etapa de estudio, investigación y crecimiento, y representan hitos importantes en el camino formativo y espiritual.

En este contexto, me gusta imaginar lo que San Agustín recomendaría hoy: que el estudio auténtico nunca debe ser un fin en sí mismo, sino una herramienta para elevar el alma hacia las realidades eternas (Sobre la Doctrina Cristiana, I, 36). Esto significa no considerar el estudio como un mero ejercicio intelectual, sino como un camino que conduce a la sabiduría, donde se unen la verdad buscada y el Dios que se deja encontrar.

La misión de toda universidad trasciende las aulas y los currículos académicos, y se orienta al servicio de las personas, especialmente allí donde estas esperan palabras de esperanza y signos de caridad, signos de verdad y garantías de libertad. Esto es aún más cierto en el caso de su universidad, que, como continuación académica del Colegio Urbaniano Pontificio, lleva casi 400 años llevando la impronta misionera de la Iglesia universal inscrita en su identidad.

Desde sus inicios, la Universidad Urbaniana Pontificia ha formado parte integrante de Propaganda Fidei (hoy Dicasterio para la Evangelización), y nació y vive al servicio de la misión confiada por Cristo a su Iglesia: la proclamación del evangelio hasta los confines de la tierra. El pasado, el presente y el futuro de esta digna institución se basan en la inagotable fecundidad del servicio eclesial, vivido como don y deber.

Su comunidad académica es un signo vivo de la universalidad de la Iglesia: mujeres y hombres de todo el mundo, con diferentes lenguas, culturas y sensibilidades, pero unidos en la misma fe. Esta diversidad no divide, sino que enriquece; no genera confusión, sino armonía. Es una comunión que no homogeneiza ni polariza, sino que integra, pues en Cristo los bautizados son uno. Sólo atraídos por Cristo, fuente de comunión, es posible construir una auténtica fraternidad que se abra generosamente al mundo, a sus heridas, sus desafíos y sus esperanzas.

Me complace saber que, en el contexto de la inauguración del año académico, se presentan las actas de la conferencia dedicada al Concilio Sinense, celebrado en Shanghai en 1924. Dicho concilio representa un hito en la historia de la Iglesia en China, y da testimonio de la audacia de una comunidad cristiana capaz de encarnarse en diferentes contextos históricos y culturales, fiel a su propia identidad.

Agradezco al profesorado, y a todos los que trabajan en esta universidad, su labor, y les deseo que vivan este nuevo año académico con dedicación, en beneficio de esos estudiantes que esperan de ustedes una guía fraterna en su compromiso diario y sereno.

Con estos deseos, invoco sobre ustedes la abundancia de los dones del Espíritu Santo. Encomendándoles a la maternal intercesión de la Virgen María, estrella de la evangelización, les imparto cordialmente mi bendición apostólica.

León XIV