A los Caballeros de Colón

Basílica de la Inmaculada
Washington, 7 agosto 2025

Queridos amigos, me complace saludar a todos los reunidos en Washington D.C. para la 143 Convención Suprema de Caballeros de Colón. Saludo también a quienes participan virtualmente en estas ceremonias inaugurales.

Se han reunido durante el Año Jubilar de la Esperanza, que anima a la Iglesia universal, y al mundo entero, a reflexionar sobre esta virtud esencial, que el papa Francisco ha descrito como «desear y esperar el bien, aun sin saber qué nos deparará el mañana». Quisiera reflexionar brevemente con ustedes sobre esta importante virtud.

Como católicos, sabemos que la fuente de nuestra esperanza es Jesucristo, y que él ha enviado a sus seguidores, en todos los tiempos, a llevar al mundo entero la buena nueva de su misterio pascual de salvación. La Iglesia siempre ha sido llamada a ser signo de esperanza mediante la proclamación del evangelio, tanto con palabras como con obras. Especialmente, durante este año santo, estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para nuestros hermanos y hermanas que atraviesan dificultades de todo tipo.

Su fundador, el beato Michael McGivney, lo comprendió bien. Vio las múltiples necesidades de los católicos inmigrantes y buscó aliviar a los pobres y a los que sufren mediante la fiel celebración de los sacramentos y la ayuda fraterna, una ayuda fraterna que continúa hasta nuestros días.

La convención de este año tiene, apropiadamente, el lema "heraldos de la esperanza", que les recuerda a todos ustedes, caballeros de Colón, la llamada a ser signos de esperanza en sus comunidades locales, parroquias y familias.

En este sentido, aprecio sus esfuerzos por reunir a los hombres de sus comunidades para la oración, la formación y la confraternidad, así como las numerosas iniciativas caritativas de sus consejos locales en todo el mundo. En particular, su generoso servicio a las poblaciones vulnerables (incluidos los no nacidos, las mujeres embarazadas, los niños, los menos afortunados y los afectados por el flagelo de la guerra) brinda esperanza y sanación a muchos y continúa el noble legado de su fundador.

Con estas breves palabras, les deseo lo mejor para la labor de la convención suprema, que encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María, madre de la Iglesia, y del beato Michael McGivney. Que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y les acompañe siempre.

León XIV