Al Encuentro Interreligioso de Bangladesh

Krishibid Institution
Daca, 6 septiembre 2025

Me complace extender un saludo de amistad a los participantes en el Encuentro Interreligioso de Bangladesh. Sobre todo, les deseo la paz que solo puede venir de Dios, una paz que es «desarmada y desarmante, humilde y perseverante» y que «siempre busca la caridad, que siempre busca estar cerca, especialmente de los que sufren» (León XIV, Discurso, 8-V-2025).

Felicito a los organizadores de este encuentro por elegir como tema "promoviendo una cultura de armonía entre hermanos y hermanas". De hecho, este tema refleja el espíritu de apertura fraternal que las personas de buena voluntad buscan fomentar con miembros de otras tradiciones religiosas.

Además, surge de la convicción de que nuestra comunidad humana es verdaderamente una, en origen y propósito, bajo Dios (Vaticano II, Nostra Aetate, 1). Todos somos sus hijos y, por lo tanto, hermanos y hermanas. Como una sola familia, compartimos la oportunidad y la responsabilidad de seguir cultivando una cultura de armonía y paz.

En este sentido, podemos hablar con acierto de cultura en dos sentidos. Cultura puede significar el rico patrimonio de artes, ideas e instituciones sociales que caracteriza a cada pueblo. Al mismo tiempo, la cultura puede entenderse como un entorno fértil que propicia el crecimiento. Así como un ecosistema sano permite que diferentes plantas prosperen juntas, una cultura social sana también permite que diversas comunidades prosperen en armonía.

Esta última cultura debe cultivarse con esmero. Requiere el sol de la verdad, el agua de la caridad y la tierra de la libertad y la justicia. Sabemos, por momentos dolorosos de la historia, que cuando se descuida la cultura de la armonía, la maleza puede sofocar la paz. La sospecha se arraiga, los estereotipos se consolidan, los extremistas explotan los miedos para sembrar la división. Juntos, como compañeros en el diálogo interreligioso, somos como jardineros que cuidamos este campo de fraternidad, ayudando a mantener fértil el diálogo y a eliminar la maleza del prejuicio.

De hecho, el mismo evento que comparten hoy es un hermoso testimonio. Afirma que las diferencias de creencia u origen no tienen por qué dividirnos. Al contrario, al encontrarnos en la amistad y el diálogo, nos unimos contra las fuerzas de división, odio y violencia que con demasiada frecuencia han plagado a la humanidad. Donde otros han sembrado desconfianza, nosotros elegimos la confianza; donde otros podrían alimentar el miedo, buscamos la comprensión; donde otros ven las diferencias como barreras, las reconocemos como caminos de enriquecimiento mutuo (Francisco I, Discurso, 1-XII-2017).

De hecho, construir una cultura de armonía implica compartir no solo ideas, sino también experiencias concretas. Como nos recuerda Santiago: «La religión pura y sin mácula ante Dios es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones» (St 1,27). Desde esta perspectiva, podemos afirmar que una auténtica muestra de amistad interreligiosa es nuestra disposición a permanecer unidos al servicio de los más vulnerables de la sociedad.

Bangladesh ya ha presenciado ejemplos alentadores de esta unidad en los últimos años, cuando personas de diferentes credos se han unido en solidaridad y oración en tiempos de desastres naturales o tragedias. Estos gestos construyen puentes (entre credos, entre teoría y práctica, entre comunidades) para que todos los bangladesíes, y de hecho toda la humanidad, puedan pasar de la sospecha a la confianza, del aislamiento a la colaboración. También fortalecen la resiliencia de las comunidades frente a las voces que dividen.

La cooperación en toda buena obra es un poderoso antídoto contra las fuerzas que nos arrastran a la hostilidad y la agresión. Cuando nuestro diálogo se vive en acción, resuena un mensaje poderoso: que la paz, no el conflicto, es nuestro sueño más preciado, y que construir esta paz es un compromiso que afrontamos juntos.

Con estos sentimientos, deseo reafirmar el compromiso de la Iglesia Católica de acompañarlos en este camino. A veces, los malentendidos o las heridas del pasado pueden frenar nuestros pasos. Sin embargo, animémonos mutuamente a perseverar. Cada conversación en grupo, cada proyecto de servicio conjunto o comida compartida, cada gesto de cortesía hacia un vecino de otra religión, son pilares de lo que San Juan Pablo II llamó «una civilización del amor» (Mensaje, 1-I-2001).

Les aseguro mi amor fraternal y mis oraciones. Que el Altísimo bendiga a cada uno de ustedes, a sus familias y a sus comunidades. Que bendiga a su país con una armonía y una paz cada vez más profundas. Y que bendiga a nuestro mundo, que necesita con tanta urgencia la luz de la fraternidad.

León XIV