Al Festival Juvenil de Medjugorje
Santuario
N.Sra.de Paz
Medjugorje, 4 agosto 2025
Queridos jóvenes, me complace dirigirme a ustedes con un mensaje con motivo del XXXVI Festival de la Juventud, que cada año les reúne en Medjugorje. Provienen de muchos países del mundo, así que a todos les dirijo con afecto el saludo del Señor resucitado: «La paz sea con ustedes».
En estos días están meditando sobre el lema elegido para la fiesta: "Iremos a la casa del Señor". Esta frase nos habla de un camino y de un deseo que nos mueve hacia Dios, hacia su morada, donde podemos sentirnos verdaderamente en casa, porque allí nos espera su amor. ¿Cómo podemos caminar hacia la casa del Señor sin perder el rumbo? Jesús nos dijo: «Yo soy el camino» (Jn 14,6), y es él mismo quien nos acompaña, nos guía y nos fortalece en el camino. Su Espíritu nos abre los ojos y nos permite ver lo que no podríamos comprender por nosotros mismos.
En el camino de la vida, nunca caminamos solos. Nuestro camino siempre está entrelazado con el de alguien más, pues estamos hechos para el encuentro, para caminar juntos y para descubrir juntos un objetivo común. Por eso, me complace compartir con ustedes un pensamiento de San Agustín, que no habla de la casa del Señor como un destino lejano, sino que proclama la alegría de un camino vivido juntos, como un pueblo en peregrinación:
«¡Vamos, vamos! Así hablan entre sí y, iluminándose mutuamente, por así decirlo, forman una sola llama. Y esta única llama, nacida del que habla, comunica al otro el fuego con el que arde» (Comentario del Salmo 37).
¡Qué imagen tan maravillosa! Nadie camina solo, y por eso nos animamos, nos encendemos mutuamente. Las llamas de nuestros corazones se unen y se convierten en un gran fuego que ilumina el camino. Ustedes también, jóvenes, no son peregrinos solitarios. Este camino hacia el Señor se recorre juntos. Esta es la belleza de la fe vivida en la Iglesia.
A través de los encuentros cotidianos, podemos caminar juntos en nuestra peregrinación hacia la casa del Señor. En este sentido, queridos amigos, saben bien que vivimos en un mundo cada vez más digital, donde la inteligencia artificial y la tecnología nos ofrecen mil oportunidades. Recuerden: ningún algoritmo podrá reemplazar un abrazo, una mirada, un encuentro verdadero, ya sea con Dios, con nuestros amigos o con nuestra familia.
Pensemos en María. Ella también emprendió un viaje difícil para encontrarse con su prima Isabel. No fue fácil, pero lo logró, y ese encuentro trajo una alegría: a Juan el Bautista, que se regocijó en el vientre de su madre, reconociendo en el vientre de la Virgen María la presencia viva del Señor.
Siguiendo el ejemplo de María, les animo a buscar verdaderos encuentros. Alegrémonos juntos y no tengamos miedo de llorar con los que lloran, como también nos dice San Pablo: «Alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran» (Rm 12,15).
Han venido a Medjugorje desde muchas naciones, y quizás sientan que el idioma o la cultura son un obstáculo. Sean valientes, pues hay un idioma más fuerte que cualquier barrera: el idioma de la fe, alimentado por el amor de Dios.
Todos ustedes son miembros de su cuerpo, que es la Iglesia: reúnanse, conózcanse, compartan. Sólo así, caminando juntos, apoyándose, iluminándose mutuamente, llegaremos a la casa del Señor. ¡Qué alegría saber que nos esperan en la casa del Padre, acogidos por su amor, y que no debemos caminar solos, sino juntos!
En el camino, si alguno de ustedes siente una llamada a una vocación especial, a la vida consagrada o al sacerdocio, les animo a no tener miedo de responder. Esa invitación, que sienten resonar en su interior, viene de Dios, que habla a nuestros corazones. Escúchenla con confianza, pues la palabra del Señor no sólo nos hace verdaderamente libres y felices, sino que también nos realiza auténticamente como seres humanos y como cristianos.
Queridos jóvenes, al encomendarlos a María, madre de Cristo y Madre nuestra, les acompaño con mis oraciones. Que la Santísima Virgen les anime y les guíe en el camino para convertirse en heraldos de paz y esperanza. Les imparto de corazón mi bendición apostólica.
León XIV