A la Conferencia Episcopal Francesa

Sede de la CEF
París, 30 mayo 2025

Me complace dirigirme por primera vez a vosotros, pastores de la Iglesia en Francia, y a través de vosotros a todos vuestros fieles, al conmemorar el centenario de la canonización de tres santos que, con la gracia de Dios, su país ha dado a la Iglesia universal: San Juan Eudes (1601-1680), San Juan María Vianney (1786-1859) y Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz (1873-1897).

Al elevarlos a la gloria de los altares, mi predecesor Pío XI quiso presentarlos al pueblo de Dios como maestros a quienes escuchar, modelos a imitar y poderosos intercesores a quienes rezar e invocar. La amplitud de los desafíos que, un siglo después, afronta la Iglesia en Francia, y la actualidad cada vez mayor de sus tres figuras de santidad para afrontarlos, me llevan a invitaros a dar un relieve particular a este aniversario.

En este breve mensaje me detendré sólo en un rasgo espiritual que Juan Eudes, Juan María Vianney, y Teresa, tienen en común y que ellos ofrecen de modo muy elocuente y atractivo a los hombres y mujeres de hoy: que amaron a Jesús sin reservas, de modo sencillo, fuerte y auténtico; que experimentaron su bondad y su ternura en una particular cercanía cotidiana; que lo testimoniaron con un admirable impulso misionero.

El difunto papa Francisco nos dejó una hermosa encíclica sobre el Sagrado Corazón de Jesús, en la que afirma: «De la llaga del costado de Cristo fluye ese río que nunca se seca, que nunca pasa, que se ofrece siempre de nuevo a quienes desean amar. Sólo su amor hará posible una nueva humanidad» (Dilexit Nos, 219). No podría haber un programa de evangelización y misión más hermoso y sencillo para vuestro país, que este de ayudar a cada persona a descubrir el amor tierno y predilecto que Jesús tiene por ella, hasta el punto de transformar su vida.

En este sentido, nuestros tres santos son verdaderos maestros. Por eso, os invito a dar a conocer y apreciar su vida y doctrina al pueblo de Dios. ¿No fue San Juan Eudes el primero en celebrar el culto litúrgico de los corazones de Jesús y de María? ¿No fue San Juan María Vianney un párroco apasionadamente dedicado a su ministerio, y el que afirmó que «el sacerdocio es el amor del corazón de Jesús»? ¿No es Santa Teresa del Niño Jesús la gran doctora "in scientia amoris" que nuestro mundo necesita, y que ella que inhaló el nombre de Jesús en cada momento de su vida, con espontaneidad y frescura, enseñando a los más pequeños una forma fácil de acceder a él?

Celebrar el centenario de la canonización de estos tres santos es, ante todo, una invitación a dar gracias al Señor, por las maravillas que ha realizado en la tierra francesa durante los largos siglos de evangelización y vida cristiana. Los santos no aparecen espontáneamente, sino que, por gracia, surgen en comunidades cristianas vivas que han sabido transmitir la fe, despertando en los corazones el amor a Jesús y el deseo de seguirlo. Esta herencia cristiana aún os pertenece, aún impregna profundamente vuestra cultura y permanece viva en muchos corazones.

Expreso mi deseo de que estas celebraciones no se limiten a evocar con nostalgia un pasado que parece ya pasado, sino que reaviven la esperanza e inspiren un nuevo impulso misionero. Dios puede, con la ayuda de los santos que os ha dado, y a quienes vosotros celebráis, renovar las maravillas que realizó en el pasado.

¿No será Santa Teresa la patrona de las misiones en las mismas tierras que la vieron nacer? ¿No podrán San Juan María Vianney y San Juan Eudes hablar a la conciencia de tantos jóvenes sobre la bondad, la grandeza y la fecundidad del sacerdocio, despertando en ellos un deseo entusiasta y dándoles la valentía de responder generosamente a la llamada, precisamente cuando la falta de vocaciones se siente dolorosamente en vuestras diócesis y los sacerdotes se ven cada vez más sometidos a prueba?

Aprovecho esta oportunidad para agradecer de corazón, a todos los sacerdotes de Francia, su valiente y perseverante compromiso, y deseo expresarles mi afecto paternal.

Queridos hermanos obispos, invoco la intercesión de San Juan Eudes, San Juan María Vianney y Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, por vuestro país y por el pueblo de Dios que con valentía lo recorre, bajo los vientos contrarios y a veces hostiles del indiferentismo, el materialismo y el individualismo. Que ellos devuelvan la valentía a este pueblo, en la certeza de que Cristo ha resucitado verdaderamente, él, el Salvador del mundo.

Implorando sobre Francia la protección maternal de vuestra poderosa patrona, nuestra Señora de la Asunción, concedo a cada uno de vosotros, y a todo el pueblo confiado a vuestro cuidado pastoral, la bendición apostólica.

León XIV