A todos los sacerdotes del mundo

Despacho Papal
Vaticano, 27 junio 2025

Queridos hermanos en el sacerdocio, en esta jornada de la santificación sacerdotal, que se celebra en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, me dirijo a cada uno de vosotros con un corazón agradecido y lleno de confianza.

El corazón de Cristo, traspasado por amor, es la carne viva y vivificante que acoge a cada uno de nosotros, transformándonos a imagen del Buen Pastor. En él se comprende la verdadera identidad de nuestro ministerio: arder por la misericordia de Dios, y ser testigos gozosos de su amor que sana, acompaña y redime.

La fiesta de hoy renueva en nuestros corazones la llamada a la entrega total de nosotros mismos, al servicio del pueblo santo de Dios. Esta misión comienza con la oración y continúa en la unión con el Señor, que reaviva continuamente en nosotros su don: la santa vocación al sacerdocio.

Hacer memoria de esta gracia, como afirma San Agustín, significa entrar en un «santuario amplio y sin fronteras» (Confesiones, X, VIII, 15), en el cual no se custodia simplemente algo del pasado, sino que vuelve siempre nuevo y actual lo que allí se conserva. Sólo haciendo memoria vivimos y hacemos revivir lo que el Señor nos ha entregado y nos pide, a su vez, transmitir en su nombre.

La memoria unifica nuestros corazones en el corazón de Cristo y nuestra vida en la vida de Cristo, de modo que podamos llevar al pueblo santo de Dios la palabra y los sacramentos de la salvación, en pro de un mundo reconciliado en el amor. Sólo en el corazón de Jesús encontramos nuestra verdadera humanidad de hijos de Dios y de hermanos entre nosotros. Por estas razones, hoy quiero haceros una invitación urgente: ¡sed constructores de unidad y de paz!

En un mundo marcado por tensiones crecientes, incluso dentro de las familias y de las comunidades eclesiales, el sacerdote está llamado a promover la reconciliación y generar comunión.

Ser constructores de unidad y de paz significa ser pastores capaces de discernimiento, hábiles en el arte de recomponer los fragmentos de vida que se nos confían, para ayudar a las personas a encontrar la luz del evangelio dentro de las tribulaciones de la existencia. Significa ser sabios lectores de la realidad, yendo más allá de las emociones del momento, de los miedos y de las modas. Significa ofrecer propuestas pastorales que generen y regeneren la fe, construyendo relaciones buenas, vínculos solidarios y comunidades donde brille el estilo de la fraternidad.

Ser constructores de unidad y de paz no significa imponerse, sino servir. En particular, la fraternidad sacerdotal se convierte en signo creíble de la presencia del Resucitado entre nosotros cuando caracteriza el camino común de nuestros presbíteros.

Os invito a renovar hoy, ante el corazón de Cristo, vuestro a Dios y a su pueblo santo. Dejaos moldear por la gracia, custodiad el fuego del Espíritu recibido en la ordenación, y unidos a él sed sacramento del amor de Jesús en el mundo. No temáis vuestra fragilidad, pues el Señor no busca sacerdotes perfectos, sino corazones humildes, disponibles a la conversión y dispuestos a amar como él mismo nos ha amado.

Queridísimos hermanos sacerdotes, el papa Francisco nos propuso la devoción al Sagrado Corazón como lugar de encuentro personal con el Señor (Dilexit Nos, 103), y como lugar donde llevar y reconciliar nuestros conflictos interiores y los que desgarran al mundo contemporáneo, porque en él nos volvemos capaces de relacionarnos de un modo sano y feliz, y de construir en este mundo el reino de amor y de justicia. Nuestro corazón, unido al de Cristo, es capaz de este milagro social (Ibíd, 28).

Durante este año santo, que nos invita a ser peregrinos de esperanza, nuestro ministerio será tanto más fecundo cuanto más esté arraigado en la oración, en el perdón, en la cercanía a los pobres, a las familias y a los jóvenes en busca de la verdad. No lo olvidéis: un sacerdote santo hace florecer la santidad a su alrededor.

Os encomiendo a María, reina de los apóstoles y madre de los sacerdotes, y de todo corazón os bendigo.

León XIV