A la Orden de Malta

Palacio de Malta
Roma, 24 junio 2025

Me alegra particularmente dirigiros este mensaje con ocasión de la celebración de la solemnidad de San Juan Bautista, protector de vuestra Orden, que lleva su nombre.

La Iglesia os agradece todo el bien que hacen allí donde se necesita amor, en situaciones a veces muy difíciles. También os agradece el compromiso de renovación que lleváis adelante desde hace años, por una mayor fidelidad al evangelio, en estrecha y cordial colaboración con el cardenal patrón, reconfirmado por mí en su despacho. ¡Seguid por este camino!

Podemos decir que San Juan Bautista, incluso antes de nacer, cumplió la misión recibida de Dios de ser heraldo de Jesús. Lo hizo con una austeridad radical a lo largo de su vida. Su idea del Mesías, al principio, estaba todavía demasiado ligada a la de un juez riguroso (Mt 3,7-12).

Jesús le ayuda a cambiar de perspectiva, a convertirse, cuando se presenta ante él pidiendo ser bautizado, humildemente mezclado con muchos penitentes (Mt 3,13-17). Tras esta manifestación, Juan señala a Jesús como el «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29-36). Siguiendo su invitación, dos de sus discípulos se hacen discípulos de Jesús (Jn 1,37). Y el Bautista, entregando su vida a la afirmación de la verdad, se convertirá en testigo de Jesús, que es la verdad.

San Juan Bautista, vuestro protector celestial, debe iluminar vuestra vida y la misión que estáis llamados a cumplir en la Iglesia mediante la acción del Espíritu Santo.

Vuestra Orden tiene como propósito la "tuitio fidei" y el "obsequium pauperum", dos aspectos de un mismo carisma: la fe que se propaga y protege con amorosa dedicación a los pobres y aquellos que necesitan el apoyo y la ayuda de los demás. Esto es lo que hacéis vosotros, no limitándoos a atender las necesidades de los pobres, sino anunciándoles el amor de Dios con palabras y testimonio. Si esto faltara, la Orden perdería su carácter religioso y se reduciría a una organización con fines filantrópicos.

El amor que cada uno de nosotros debe ofrecer a los demás es aquel que se pone a la altura de quienes lo reciben. Es lo que hizo Jesús, que se puso a nuestra altura, en solidaridad con los despreciados y con aquellos cuyas vidas son arrebatadas por considerarlas insignificantes (Lc 10,29-37). Por tanto, Jesús puede recibir de nosotros una respuesta de amor, porque en esta humillación nos comunica su amor, que podemos corresponderle con gratitud.

Así sucede con los pobres. Si los amamos poniéndonos a su altura, el amor que les comunicamos nos regresa en su gratitud, hecha no de humillación, sino de alegría. Ésta es la "tuitio fidei", porque haciendo así se transmite concretamente la fe en el amor de Dios, ofreciendo la experiencia de su cercanía.

Para proteger y preservar la fe, el apóstol Pablo nos muestra cómo equiparnos. Oigámosle: «Vestimos la armadura de Dios para resistir las asechanzas del diablo; ceñimos los lomos con la verdad, vestimos la coraza de justicia, tomamos el escudo de la fe para apagar los dardos de fuego del Maligno, tomamos el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios» (Ef 6,11-18).

Ciertamente, para tantas obras de bien loables que vuestra Orden lleva a cabo en diversas partes del mundo, necesitáis muchos medios, incluidos los económicos, y muchas mediaciones. Pero debéis tener siempre cuidado de considerar los medios únicamente como tales, y exclusivamente funcionales para el logro del propósito.

Para alcanzar un buen fin, los medios deben ser buenos. En este campo, la tentación puede presentarse fácilmente bajo la apariencia de bien, como una ilusión de poder alcanzar los buenos objetivos que uno se propone con medios que posteriormente podrían resultar no conformes a la voluntad de Dios. Incluso Jesús fue tentado en esto, cuando el Maligno «le mostró todos los reinos del mundo y su gloria» (Mt 4,8) y prometió dárselos si lo adoraba.

De haber aceptado esos reinos y esa gloria, Jesús ya no sería el Siervo sufriente de Dios, que en humildad se despoja de todo poder mundano para conquistar con amor el amor del hombre. Jesús reafirma, incluso en esta tentación particularmente sutil, la supremacía de Dios, y no se vende al poder de este mundo. Si hubiera consentido en la tentación, Jesús habría adoptado medios ilícitos, y no habría alcanzado el fin establecido por el Padre para su misión.

A lo largo de vuestra historia, la Orden de Malta ha adoptado diferentes medios según las circunstancias, que deben evaluarse en términos de su validez actual para lograr el objetivo de la "tuitio fidei" y el "obsequium pauperum".

A lo largo de los siglos, la Orden ha asumido una importancia cada vez mayor en el ámbito internacional, y un tipo de soberanía que necesariamente deben ser funcionales al propósito de la "tuitio fidei" y el "obsequium pauperum". Si usarais estas prerrogativas dejándoos atraer por la mundanidad, quizás sin daros cuenta (por la ilusión que ésta conlleva), correríais el riesgo de actuar perdiendo de vista el propósito.

Debemos hacer continuamente nuestro lo que enseñó Jesús, quien no pidió al Padre que nos sacara del mundo (porque él nos envía al mundo) sino que nos protegiera del Maligno (Jn 17,14-16.18). El Espíritu revela los engaños del Maligno, y por eso estamos llamados a discernir continuamente si es el Espíritu, el Maligno, o en todo caso nuestro propio interés, el que nos guía.

Vuestra Orden está ahora inmersa en un camino de renovación. Esta renovación no puede ser simplemente institucional y normativa, sino que debe ser, ante todo, interior y espiritual, porque esto da sentido a los cambios en las normas.

Habéis renovado vuestra propia ley, la Carta Constitucional y el Código Melitense. Esto era necesario, ya que era necesario aclarar varios aspectos, especialmente la naturaleza de una Orden religiosa, otorgada y garantizada por los miembros de la primera clase, y cuya fuerza carismática también comparten la segunda y la tercera clase con una gradualidad diferente.

También habéis completado el trabajo del Comentario sobre ambos textos normativos. Esta es una obra más útil que nunca, para facilitar, además de la comprensión literal de las normas, la de su fundamento espiritual y teológico, de vital importancia para una correcta interpretación y aplicación en el Espíritu.

Ciertamente, el camino de renovación no ha terminado. De hecho, siempre está al principio, porque requiere la conversión del corazón, una tarea que dura toda la vida para cada uno de nosotros. Sabemos lo agotadora que es la conversión del corazón.

Los miembros de la primera clase, en particular, están llamados a comprometerse a superar toda tentación de secularización (es decir, de una vida que no esté animada por la radicalidad evangélica propia de una Orden religiosa). Si la primera clase no completa este camino de conversión (difícil y exigente, aunque cuente con el apoyo de la gracia del Espíritu del Resucitado), no se puede esperar que la segunda y la tercera clase lo completen, según su condición. En este sentido, la conversión es algo que siempre se ve alentada por una experiencia significativa que nos conmueve.

Vuestra acción en favor de los enfermos, como os gusta decir, y de los pobres de cualquier condición, meritoria ante Dios y ante los hombres, es lo que sustenta vuestra conversión. La acción caritativa y apostólica es fruto y manifestación de una espiritualidad, la que desde el principio os ha sido transmitida por el beato Gerardo y la que estáis llamados a encarnar en el mundo de hoy, con una autenticidad evangélica cada vez mayor, fruto de una purificación continua.

Con gran alegría supe que hay aspirantes que han solicitado comenzar la experiencia del noviciado y de un noviciado residencial, lo cual constituye una novedad tras tanto tiempo de disolución de la vida comunitaria. Esto es motivo de gran esperanza, pero también un reto para toda la Orden, y especialmente para los formadores.

La formación es un aspecto fundamental para todos los institutos de vida consagrada, y es particularmente exigente debido a la complejidad de la experiencia de los candidatos en la actualidad. Esto requiere más que nunca una formación específica de los formadores, sin la cual la labor formativa resultaría superficial e ineficaz, como ocurriría si su proceso y contenido no estuvieran bien definidos.

La formación no concierne sólo a la primera clase, sino también, de diferentes maneras, a la segunda y la tercera clase. Debe tener como objetivo, como elemento fundamental, la oración litúrgica y personal, alimentada por la soledad y el silencio. Todas éstas son dimensiones necesarias, sobre todo cuanto más se dedica uno al servicio a los demás, para que sea un testimonio del amor de Dios que se hace presente.

Es motivo de gran esperanza que algunos miembros profesos deseen iniciar una experiencia de vida comunitaria. Animo de corazón este deseo, porque la vida comunitaria forja concretamente la caridad mutua y la auténtica observancia de los tres consejos evangélicos. Aunque esta intención encuentre algunas dificultades para su realización, éstas pueden superarse con la ayuda del Espíritu, gracias a quien la esperanza no defrauda (Rm 5,5).

Que la Virgen de Filermo, San Juan Bautista, y el beato Gerardo, intercedan por el cumplimiento de todos vuestros más nobles sentimientos y deseos, mientras os envío de corazón la bendición apostólica, que extiendo a vuestros seres queridos y a todos los que encontréis en vuestro servicio.

León XIV