Al simposio Comunidades Dignas

Palacio Marescotti
Roma, 19 noviembre 2025

Saludo con afecto y gratitud a todos ustedes, representantes de diversas conferencias de religiosos y religiosas y de numerosos institutos de vida consagrada, apostólica y contemplativa, reunidos para reflexionar sobre un tema que llevo muy dentro del corazón: cómo construir comunidades donde la dignidad de cada persona, especialmente de los menores y de los más vulnerables, sea protegida y promovida.

La dignidad es un don de Dios, que creó al ser humano a su imagen y semejanza (Gn 1,26). No es algo que se obtiene por mérito o por la fuerza, ni depende de lo que poseemos o realizamos. Es un don que nos precede: nace de la mirada de amor con que Dios nos ha querido, uno por uno, y nos sigue queriendo. En cada rostro humano, incluso cuando está marcado por el cansancio o el dolor, está el reflejo de la bondad del Creador, una luz que ninguna oscuridad puede apagar.

También el cuidado y la protección que el ser humano ofrece a su prójimo son fruto de una mirada que sabe reconocer, de un corazón que sabe escuchar. Nacen del deseo de acercarse con respeto y ternura, de compartir los pesos y las esperanzas del otro. Es al hacernos cargo de la vida del prójimo que aprendemos la verdadera libertad, la que no domina, sino que sirve, no posee, sino que acompaña.

La vida consagrada, expresión del don total de sí mismo a Cristo, está llamada de manera especial a ser casa que acoge y lugar de encuentro y de gracia. Quien sigue al Señor en el camino de la castidad, de la pobreza y de la obediencia, descubre que el amor auténtico nace del reconocimiento del propio límite, de saber que somos amados incluso en la debilidad, y de que esto nos hace capaces de amar a los demás con respeto, delicadeza y un corazón libre.

Aprecio y aliento su propósito de compartir experiencias y caminos de aprendizaje sobre cómo prevenir toda forma de abuso y cómo rendir cuentas, con verdad y humildad, de los procesos de protección emprendidos. Les exhorto a continuar con este compromiso, para que las comunidades se vuelvan cada vez más ejemplo de confianza y de diálogo, donde cada persona sea respetada, escuchada y valorizada. Allí donde se vive la justicia con misericordia, la herida se transforma en una rendija de gracia.

Les invito también a seguir colaborando con la Comisión Pontificia para la Protección de los Menores, que promueve y acompaña con dedicación el camino de crecimiento de toda la Iglesia en la cultura de la tutela.

Les encomiendo a Cristo, pastor y esposo de la Iglesia, y a María Santísima, madre de todo consagrado y consagrada. Envío de corazón, a todos ustedes, mi bendición.

León XIV

 Act: 19/11/25    @mensajes papales       E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A