A las oblatas de Roma
Monasterio
de Tor Specchi
Roma, 15 agosto 2025
Reverendas hermanas oblatas de Tor Specchi, el 15 agosto 1425 Santa Francisca Romana, tras una vida de esposa y madre ejemplar, junto con sus 9 primeras compañeras, realizó la oblación solemne, consagrándose a Dios en humilde y dedicado servicio a quienes padecían la pobreza humana y espiritual de su tiempo.
A lo largo de estos seis siglos, vuestra antigua familia religiosa, inspirada en la Regla del gran padre del monacato occidental, San Benito, ha sido escuela de caridad activa, fuente de espiritualidad y un ideal de entrega a Cristo y a la Iglesia.
Este singular aniversario es, por tanto, para mí una feliz ocasión para unirme en la oración a vosotras, queridas hijas, que cada día, volviendo la mirada a Aquel que dio su vida por nuestra salvación (Jn 10,17-18), le confiáis amorosamente vuestra existencia y los deseos que alimentáis en vuestra alma, para que se construya su reino de luz y de paz.
Por tanto, dirijo un saludo cordial a esta comunidad monástica y a todos aquellos que, juntamente con vosotros, conmemoran el acontecimiento jubilar, significativo para toda la diócesis de Roma.
Santa Francisca Romana, tan querida por los fieles, sigue siendo un faro que ilumina a los creyentes de todas las épocas, encendiendo el fuego del amor de Cristo en los hombres y mujeres de hoy.
Nuestra sociedad necesita mujeres como ella, apasionadas por el evangelio y, como escribió mi venerado predecesor, «inflamadas por el celo de Dios, deseosas de servir al Altísimo con espíritu de humildad y, en la medida de su fragilidad, de imitar la vida apostólica para ganarse para Cristo y vivir en comunión y caridad» (Eugenio IV, Bula Fundacional, 1431).
Se necesitan almas que, como dijo San Juan Pablo II, «animadas y fortalecidas por la gracia, pero con una delicada sensibilidad a las necesidades e inclinaciones de la sociedad actual, sean capaces de tomar decisiones de profundo radicalismo evangélico, disciplina austera, renuncia gozosa y generosa oblación» (Carta, 15-I-1984).
Hay muchos aspectos de su santidad. Podríamos recordar tres.
La primera es el celo con el que se dedicó a traer a Cristo al mundo y a hacer de su presencia algo fuerte y real mediante su testimonio de fe y santidad. La segunda es su docilidad a la guía de los ángeles, cuya presencia cultivó mediante la fidelidad a la oración y la meditación de la palabra de Dios, combinada con la devoción a sus santos patronos San Pablo, Santa María Magdalena y San Benito, quienes la acompañaron en su camino. La tercera virtud es su compromiso con la unidad de la Iglesia, a la que se dedicó con devoción y acción.
Su presencia como monasterio abierto, como lo deseó la madre fundadora, en el corazón de la ciudad eterna, perpetúa todo esto, sirviendo como faro para la historia y el camino de un pueblo. A lo largo de los siglos, numerosos devotos de la santa han acudido a este lugar sublime, rico en arte y espiritualidad, para encontrar paz interior y saborear el amor de Dios. Incluso hoy, en una sociedad tan frenética y opulenta, existe una gran necesidad de oasis como este.
Por tanto, os animo a reavivar vuestro carisma, confiando en la ayuda del Espíritu Santo que, a pesar de los desafíos del tiempo actual, os fortalecerá y os ayudará a proseguir vuestra misión para el bien de la Iglesia.
La bella oración era querida por la madre, cuando dijo: "Tomaste mi mano derecha en tu mano, me guiaste según tu voluntad y me acogiste en la gloria". Que sea también para vosotros un programa y una profecía, en la confianza y en el deseo siempre vivo de la patria eterna.
Queridas hijas, sentíos unidas a la Iglesia que os mira con particular amor, especialmente en este momento en el que estáis confiadas a la solicitud paterna de vuestro venerado hermano el cardenal Frezza, llamado a acompañaros y sosteneros en este camino, para que juntas podáis mirar el futuro con esperanza y docilidad.
Con estos deseos, a la vez que os expreso mis mejores deseos para las celebraciones jubilares, os encomiendo a la intercesión de María asunta al cielo, del Abogado de urbis y de los santos patronos, y os envío la bendición apostólica, que de buen grado extiendo a todos los que participan con vosotros en la acción de gracias, confiando en vuestro recuerdo orante de mí.
León XIV