Visitación de María a Isabel
Gruta
de Lourdes
Vaticano, 31 mayo 2025
Queridos hermanos y hermanas, me uno con alegría a vosotros en esta vigilia de oración al final del mes de mayo, en un gesto de fe con el que nos reunimos de forma sencilla y devota bajo el manto maternal de María.
Este año, además, la visitación de María a Isabel recuerda algunos aspectos importantes del jubileo que celebramos: la alabanza, el camino, la esperanza y, sobre todo, la fe meditada y manifestada juntos.
Habéis rezado juntos el santo rosario, una oración que, como subrayó San Juan Pablo II, rezuma de fisonomía mariana y corazón cristológico, «concentrando en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico» (Rosarium Virginis Mariae, 1).
Meditando los misterios gozosos, durante el camino que habéis recorrido, habéis entrado y os habéis detenido, como en una peregrinación, en muchos lugares de la vida de Jesús: en la casa de Nazaret contemplando la Anunciación, en la de Zacarías contemplando la Visitación (que celebramos hoy), en la gruta de Belén contemplando la Navidad, en el Templo de Jerusalén contemplando la Presentación de Jesús.
Os han acompañado, en el Ave María repetido con fe, las palabras del ángel a la madre de Dios («Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo»; Lc 1,28), y las de Isabel, que la acogió con alegría («¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!»; Lc 1,42). Vuestros pasos, así, han sido marcados por la palabra de Dios, que ha marcado, con su ritmo, vuestro progreso, vuestras paradas y vuestras salidas, como hacía el pueblo de Israel en el desierto, en su camino hacia la Tierra Prometida.
Consideremos nuestra existencia, pues, como un camino en el seguimiento de Jesús, que debemos recorrer (como hemos hecho esta tarde) junto a María. Pidamos al Señor que sepamos alabarlo cada día, «con la vida y con la lengua, con el corazón y con los labios, con la voz y con la conducta» (San Agustín, Discursos, CCLVI, 1), evitando la discordia y poniendo en sintonía la lengua con la vida y los labios con la conciencia.
Saludo a los cardenales presentes, a los obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas y a todos los fieles. Quisiera expresar, en particular, mi afecto y gratitud a las hermanas benedictinas del monasterio Mater Ecclesiae, que con su oración secreta y constante apoyan nuestra comunidad y nuestra obra.
Que la alegría de este momento perdure y crezca en vosotros, «en vuestra vida personal y en todos los ámbitos, especialmente en la vida de esta familia que aquí, en el Vaticano, sirve a la Iglesia universal» (Benedicto XVI, Homilía, 31-V-2012). Que el Señor os bendiga y os acompañe siempre, y que María interceda por vosotros. ¡Gracias!
León XIV