En la fiesta de la Gendarmería Vaticana
Gruta
de Lourdes
Vaticano, 29 septiembre 2025
Queridos hermanos y hermanas, según una hermosa tradición, tengo la oportunidad de celebrar la eucaristía con ustedes en la festividad de su patrono, San Miguel Arcángel. Nos hemos reunido ante el altar del Señor, bajo la mirada maternal de la Virgen Inmaculada.
Nuestra oración comienza primero escuchando la palabra de Dios, que nos ofrece un mensaje contundente y claro hoy. El apóstol Pablo nos exhorta: «No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor» (2Tm 1,8). Es el testimonio de Jesús lo que da sentido a lo que hacemos; de lo contrario, corremos el riesgo de convertirnos en cristianos insulsos y tibios, sin un corazón ardiente por el evangelio.
Queridos amigos, como gendarmes del estado Vaticano, la suya no es sólo una profesión: es un servicio para el bien de la Iglesia. De hecho, incluso su trabajo diario da testimonio del evangelio. Por lo tanto, nunca se avergüencen del ejemplo que dan. A menudo (y lo saben por experiencia) su presencia discreta y segura puede expresar un espíritu evangélico no solo con palabras, sino también con una mirada atenta, un gesto de cariño que protege a quienes los rodean.
Para resistir la tentación de la costumbre y la pereza, el propio San Pablo nos anima así: «Te recuerdo que avives el fuego del don de Dios que está en ti, porque Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2Tm 1,6-7).
Estas son, sin duda, las virtudes de un buen cristiano, y por lo tanto también de un gendarme del Vaticano. Tenéis el poder de la ley, pero no para dominar. Tenéis caridad hacia los humildes, pero no para complacer a la autoridad. Tenéis prudencia en la acción, pero no por temor a vuestras propias responsabilidades.
Este es el programa que os confío especialmente a vosotros, jóvenes gendarmes que habéis prestado juramento recientemente. Esa promesa no fue una simple fórmula para repetir, sino un acto de libertad y dedicación. Habéis afirmado un sí público ante Dios y la Iglesia. Habéis prometido fidelidad al papa y a un servicio que implica vuestra vida, en el compromiso de vuestro trabajo diario. ¡Gracias por la valentía y la disposición que habéis demostrado al servir fielmente a la Santa Sede!
Para perseverar en la elección del bien y la justicia, que cumple con su deber como policías, hacemos nuestra la petición que escuchamos en el evangelio, cuando los apóstoles le piden a Jesús: «¡Auméntanos la fe!» (Lc 17,5). Sí, Señor, quédate a nuestro lado, convierte nuestros corazones, ¡haznos testigos de tu palabra! Que nuestra fe, y nuestra relación contigo, crezca siempre, en medio de las alegrías y las pruebas de la vida. Eres tú mismo, Señor, quien la nutre con la gracia de tu Espíritu Santo, para que produzca en nosotros frutos de buenas obras.
Pronunciemos, pues, estas palabras con la esperanza de quienes se saben amados por Dios y, por lo tanto, desean vivir conforme a su voluntad. Cuando lleguen los días de trabajo y de incomprensión, encontraremos en la gracia del Señor el consuelo y la lealtad que nos sostienen.
Queridos amigos, su servicio se realiza principalmente "entre bastidores". Es poco visible, pero tiene un gran impacto. Es una tarea que genera seguridad, orden y respeto. Llévenla a cabo juntos, como equipo, en acuerdo mutuo con quienes llevan más tiempo trabajando allí. Es un servicio que no solo protege lugares y personas, sino que refleja una misión: la misión de la Iglesia. Por lo tanto, vivan esta misma misión, que es la proclamación del evangelio, con su uniforme y, sobre todo, con su humanidad.
Mi gratitud también va para sus familias: sus esposas, hijos, padres y madres. Su sí también está respaldado por su sí silencioso. Sin ellos, su servicio sería más frágil. Que el Señor les bendiga, les proteja y les llene de paz.
Que la Virgen María sea su modelo de fe y dedicación, y que San Miguel, el arcángel que combate el mal en nombre de Dios, los proteja siempre a ustedes y a sus familias. Con un corazón humilde y fiel, serán testigos de la paz en este pequeño estado, que abarca el horizonte del mundo.
León XIV