En la vigilia jubilar de la juventud
Tor
Vergata
Roma, 2 agosto 2025
Queridos jóvenes, las relaciones humanas, y nuestras relaciones con otras personas, son indispensables para cada uno de nosotros, empezando por el hecho de que todos los hombres y mujeres del mundo nacen como hijos de alguien.
Nuestra vida comienza con un vínculo y es a través de los vínculos que crecemos. En este proceso, la cultura juega un papel fundamental, como código con el que nos entendemos a nosotros mismos e interpretamos el mundo. Como un diccionario, cada cultura contiene tanto palabras nobles como palabras vulgares, valores y errores que hay que aprender a reconocer.
Buscando con pasión la verdad, no sólo recibimos una cultura, sino que la transformamos a través de elecciones de vida. La verdad, en efecto, es un vínculo que une las palabras a las cosas, los nombres a los rostros. La mentira, en cambio, separa estos aspectos, generando confusión y malentendidos.
Ahora, entre las muchas conexiones culturales que caracterizan nuestra vida, internet y las redes sociales se han convertido en «una extraordinaria oportunidad de diálogo, encuentro e intercambio entre personas, así como de acceso a la información y al conocimiento» (Francisco I, Christus Vivit, 87).
Sin embargo, estos instrumentos resultan ambiguos cuando están dominados por lógicas comerciales e intereses que rompen nuestras relaciones en mil intermitencias. A este respecto, el papa Francisco recordaba que a veces los «mecanismos de la comunicación, de la publicidad y de las redes sociales pueden ser utilizados para volvernos seres adormecidos, dependientes del consumo» (Ibid, 105). Entonces nuestras relaciones se vuelven confusas, ansiosas o inestables.
Como saben, hoy en día hay algoritmos que nos dicen lo que tenemos que ver, lo que tenemos que pensar, y quieres deberían ser nuestros amigos. Y entonces nuestras relaciones se vuelven confusas, a veces ansiosas. Y es que, cuando el instrumento domina al hombre, el hombre se convierte en un instrumento. Sí, un instrumento de mercado, y a su vez en mercancía. Sólo relaciones sinceras y lazos estables hacen crecer historias de vida buena.
Queridos jóvenes, toda persona desea naturalmente esta vida buena, como los pulmones tienden al aire, pero ¡cuán difícil es encontrarla! Cuán difícil es encontrar una amistad auténtica. Hace siglos, San Agustín captó el profundo deseo de nuestro corazón, es el deseo de todo corazón humano, aun sin conocer el desarrollo tecnológico de hoy. También él pasó por una juventud tempestuosa; pero no se conformó, no silenció el clamor de su corazón. Agustín buscaba la verdad, la verdad que no defrauda, la belleza que no pasa.
¿Cómo la encontró? ¿Y cómo encontró una amistad sincera, y un amor capaz de dar esperanza? Encontrando a quien ya lo estaba buscando, encontrando a Jesucristo. ¿Y cómo construyó su futuro? Siguiéndolo a él, su amigo desde siempre. En palabras suyas, "ninguna amistad es fiel sino en Cristo", pues "no hay amistad que sea fiel si no es en Cristo" y "sólo en él puede ser feliz y eterna" (San Agustín, Carta a los Pelagianos, I, I, 1). En definitiva, nos dice San Agustín lo siguiente: «Ama verdaderamente al amigo quien ama a Dios en el amigo» (Homilías, CCCXXXVI, 2).
La amistad con Cristo, que está en la base de la fe, no es sólo una ayuda entre muchas otras para construir el futuro, es nuestra estrella polar. Como escribía el beato Frassati, «vivir sin fe, sin un patrimonio que defender, sin sostener una lucha por la verdad no es vivir, sino ir tirando» (Epistolario, 27-II-1925). Cuando nuestras amistades reflejan este intenso vínculo con Jesús, ciertamente se vuelven sinceras, generosas y verdaderas.
Queridos jóvenes, ámense los unos a los otros. Ámense en Cristo. Sepan ver a Jesús en los demás. La amistad puede cambiar verdaderamente el mundo. La amistad es el camino por la paz. La amistad es el camino por la paz.
De lo que se trata no es de elegir algo, sino de optar por alguien. Cuando elegimos, en sentido profundo, decidimos qué queremos llegar a ser. La opción por excelencia, en efecto, es la decisión sobre nuestra vida: ¿Qué tipo de hombre quieres ser? ¿Qué clase de mujer quieres ser?
Queridos jóvenes, se aprende a elegir a través de las pruebas de la vida, y en primer lugar recordando que nosotros hemos sido elegidos. Este recuerdo debe explorarse y educarse. Hemos recibido la vida gratis, sin elegirla. No somos fruto de nuestra decisión, sino de un amor que nos ha querido. En el curso de la existencia, se demuestra verdaderamente amigo quien nos ayuda a reconocer y renovar esta gracia en las decisiones que estamos llamados a tomar.
Queridos jóvenes, es cierto lo que han dicho (que "optar equivale a renunciar a algo, y esto a veces nos bloquea"). Para ser libres es necesario partir de un fundamento estable, de la roca que sostiene nuestros pasos. Esta roca es un amor que nos precede, nos sorprende y nos supera infinitamente: el amor de Dios. Por eso, ante él la decisión es un juicio que no nos quita ningún bien, sino que siempre nos lleva a lo mejor.
La valentía de elegir surge del amor que Dios nos manifiesta en Cristo. Él es quien nos ha amado con todo su ser salvando el mundo y mostrándonos así que el camino para realizarnos como personas es dar la vida. Por eso, el encuentro con Jesús corresponde a las esperanzas más profundas de nuestro corazón, porque Jesús es el amor de Dios hecho hombre. A este respecto, hace 25 años y precisamente en este lugar, San Juan Pablo II dijo en la XV Jornada Mundial de la Juventud:
«Es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad. Es él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis. Es él la belleza que tanto os atrae. Es él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo. Es él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida. Es él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar» (Vigilia de Oración, 19-VIII-2000).
De ser así, el miedo dejará espacio a la esperanza, seguros de que Dios lleva a término lo que comienza.
Reconozcamos su fidelidad en las palabras de quien ama de verdad, porque ha sido realmente amado. "Te recibo como mi esposa y como mi esposo" es la frase que transforma el amor del hombre y de la mujer en un signo eficaz del amor de Dios en el matrimonio. "Tú eres mi vida, Señor" es lo que un sacerdote o una consagrada pronuncian llenos de alegría y de libertad.
Estas opciones radicales, opciones llenas de significado: el matrimonio, el orden sagrado, la consagración religiosa, expresan el don de uno mismo, libre y liberador, que nos hace auténticamente felices. Y ahí encontramos la felicidad, cuando aprendemos a darnos a nosotros mismos. A dar la vida por los demás.
Estas decisiones dan sentido a nuestra vida, transformándola según la imagen del Amor perfecto, que la ha creado y redimido de todo mal, incluso de la muerte. Encontremos el valor de tomar decisiones difíciles y de decirle a Jesús: "Señor, tú eres mi vida".
Para dar inicio a este año jubilar, el papa Francisco publicó el documento titulado Spes non Confundit, que significa "la esperanza no defrauda". En ese documento, escribió que «en el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien» (Spes non Confundit, 1).
En la Biblia, la palabra corazón suele referirse al ser más íntimo de una persona, que incluye nuestra conciencia. Nuestra comprensión de lo que es bueno, entonces, refleja cómo nuestra conciencia ha sido moldeada por las personas que forman parte de nuestra vida (aquellas que fueron amables con nosotros, aquellas que nos escucharon con amor, aquellas que nos ayudaron). Esas personas contribuyeron a modelarte en la bondad y, por lo tanto, a formar tu conciencia para buscar el bien en tus decisiones de cada día.
Queridos jóvenes, Jesús es el amigo que siempre nos acompaña en la formación de nuestra conciencia. Si realmente quieren encontrar al Señor resucitado, escuchen su palabra, que es el evangelio de la salvación. Reflexionen sobre su forma de vivir, busquen la justicia para construir un mundo más humano. Estén unidos a Jesucristo en la eucaristía, fuente de vida eterna. Estudien, trabajen y amen siguiendo el ejemplo de Jesús, el buen Maestro que siempre camina a nuestro lado.
En cada paso, mientras buscamos lo que es bueno, pidámosle: quédate con nosotros, Señor (Lc 24,29). Quédate con nosotros, porque sin ti no podemos hacer el bien que deseamos. Tú quieres nuestro bien; de hecho Señor, tú eres nuestro bien. Quienes te encuentran también quieren que otros te encuentren, porque tu palabra es una luz más brillante que cualquier estrella, que ilumina incluso la noche más oscura. Al papa Benedicto XVI le gustaba decir que "quienes creen nunca están solos".
En otras palabras, encontramos a Cristo en la Iglesia. Es decir, en la comunión de quienes lo buscan sinceramente. El Señor mismo nos reúne para formar comunidad, no cualquier comunidad, sino una comunidad de creyentes que se apoyan mutuamente. ¡Cuánto necesita el mundo misioneros del evangelio que sean testigos de justicia y paz! ¡Cuánto necesita el futuro hombres y mujeres que sean testigos de esperanza!
Queridos jóvenes, ¡esta es la tarea que el Señor resucitado nos confía a cada uno de nosotros! San Agustín escribió: «Tú mismo lo mueves a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti. Que yo, Señor, te busque invocándote y te invoque creyendo en ti» (Confesiones, I, 1). Siguiendo esas palabras de Agustín, y en respuesta a sus preguntas, me gustaría invitar a cada uno de ustedes a decirle al Señor:
"Gracias, Jesús, por llamarme. Mi deseo es seguir siendo uno de tus amigos, para que, abrazándote, yo también pueda ser un compañero de todos los que encuentre en el camino. Concédeme, Señor, que aquellos que me encuentren puedan encontrarte a ti, incluso a través de mis limitaciones y debilidades".
Al rezar con estas palabras, nuestro diálogo continuará cada vez que miremos al Señor crucificado, porque nuestros corazones estarán unidos en él. Cada vez que adoremos a Cristo en la eucaristía, nuestros corazones se unirán en él. Por último, mi oración por ustedes es que perseveren en la fe, con gozo y valentía. Y podemos decir: "Gracias, Jesús, por amarnos, gracias por habernos llamado, quédate con nosotros".
Por favor, descansen un poco. Nos rencontraremos aquí mañana por la mañana para la celebración de la Santa Misa. Felicidades a todos y buenas noches.
León XIV