En el rosario de la aurora
Plaza
San Pedro
Vaticano, 11 octubre 2025
Queridos hermanos y hermanas, nos hemos reunido en oración, esta noche, junto con María la madre de Jesús, como solía hacerlo la primera Iglesia de Jerusalén (Hch 1,14). Todos unidos, perseverantes y con un mismo sentir, no nos cansamos de interceder por la paz, don de Dios que debe convertirse en nuestra conquista y nuestro compromiso.
Nuestra mirada como creyentes busca en la Virgen María la guía de nuestra peregrinación en la esperanza, contemplando sus «virtudes humanas y evangélicas, cuya imitación constituye la más auténtica devoción mariana» (Vaticano II, Lumen Gentium, 65.67).
Como ella, la primera creyente, queremos ser un seno que acoja al Altísimo, «humilde tienda del Verbo, movida sólo por el viento del Espíritu» (Juan Pablo II, Angelus, 15-VIII-1988). Como ella, la primera discípula, supliquemos el don de un corazón que escucha y se vuelve fragmento de un cosmos que acoge. A través de ella, mujer dolorosa, fuerte y fiel, pidamos que nos alcance el don de la compasión hacia todo hermano y hermana que sufre, y hacia todas las criaturas.
Contemplemos a la madre de Jesús y al pequeño grupo de mujeres valientes al pie de la cruz, para aprender también nosotros a permanecer, como ellas, junto a las cruces infinitas del mundo, donde Cristo sigue crucificado en sus hermanos, para llevarles consuelo, comunión y ayuda. En ella, hermana de humanidad, nos reconocemos, y con las palabras del poeta Turoldo le decimos:
«Madre, tú eres cada mujer que ama; madre, tú eres cada madre que llora a un hijo asesinado, a un hijo traicionado. Estos hijos que nunca terminan de ser aniquilados. Bajo tu protección buscamos refugio, Virgen de la Pascua, junto con todos aquellos en los que se sigue completando la pasión de tu Hijo. Hagan lo que él les diga».
Nuestra esperanza se ilumina con la luz suave y perseverante de las palabras de María que nos refiere el evangelio. Y de entre todas ellas, son valiosas las últimas pronunciadas en las bodas de Caná, cuando, señalando a Jesús, dice a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5). Después no hablará más. Por tanto, estas palabras, que resultan casi un testamento, deben ser muy queridas por los hijos, como todo testamento de una madre.
"Todo lo que él les diga". Ella está segura de que su Hijo hablará, y de que su palabra no ha terminado sino que sigue creando, generando y llenando el mundo de primaveras y de vino las ánforas de la fiesta. María, como una señal indicadora, orienta más allá de sí misma, muestra que el punto de llegada es el Señor Jesús y su palabra, el centro hacia el que todo converge, el eje alrededor del cual giran el tiempo y la eternidad.
Cumplan su palabra, recomienda. Cumplan el evangelio, conviértanlo en gesto y cuerpo, en sangre y carne, en esfuerzo y sonrisa. Cumplan el evangelio, y la vida se transformará, de vacía a plena, de apagada a encendida.
"Hagan todo lo que él les diga". Es decir, todo el evangelio, la palabra exigente, la caricia consoladora, el reproche y el abrazo. Lo que entiendes y también lo que no entiendes. María nos exhorta a ser como los profetas, y a no dejar caer en el vacío ni una sola de sus palabras (1Sm 3,19).
Esto es lo que nos exhorta la Virgen María en el cántico del Magnificat, cuando dirige su mirada a los puntos de fractura de la humanidad, allí donde se produce la distorsión del mundo, en el contraste entre humildes y poderosos, entre pobres y ricos, entre sucios y hambrientos. Y elige a los pequeños, se pone de la parte de los últimos de la historia, para enseñarnos a imaginar, a soñar juntos con ella los cielos nuevos y la tierra nueva.
Bienaventurados los que hagan todo lo que él les diga. Nosotros nos comprometemos a que se haga nuestra carne y pasión, historia y acción, la gran palabra del Señor: “Bienaventurados ustedes, los que trabajan por la paz” (Mt 5,9). Bienaventurados aquellos a quienes Dios da alegría a quienes engendran amor en el mundo, alegría a quienes, en lugar de vencer al enemigo, prefieren la paz con él.
Ánimo, adelante, en camino. Ustedes construyen las condiciones para un futuro de paz, en la justicia y el perdón. Sean mansos y decididos, no se desanimen. La paz es un camino y Dios camina con ustedes. El Señor crea y difunde la paz a través de sus amigos pacificados en el corazón, que a su vez se convierten en pacificadores, instrumentos de su paz.
León XIV