Ante la tumba de San Pedro
Criptas
Vaticanas
Vaticano, 10 mayo 2025
El evangelio que acabamos de escuchar es el del Buen Pastor, que dice: «Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen». Mientras celebramos el comienzo de esta nueva misión del ministerio al que la Iglesia me ha llamado, no hay mejor ejemplo que el mismo Jesucristo, a quien entregamos nuestra vida y de quien dependemos. Jesucristo, a quien seguimos, es el Buen Pastor, y es quien nos da la vida: el camino y la verdad y la vida. Por eso celebramos con alegría este día y agradecemos profundamente vuestra presencia aquí.
Durante los recientes trabajos de los cardenales, antes y después de la elección del nuevo papa, hemos hablado mucho de las vocaciones en la Iglesia, y de lo importante que es que todos busquemos juntos. Ante todo dando un buen ejemplo con nuestra vida, con alegría, viviendo la alegría del evangelio, no desanimando a los demás, sino buscando el modo de animar a los jóvenes a escuchar la voz del Señor y a seguirla y a servir en la Iglesia. «Yo soy el Buen Pastor», nos dice.
En la primera lectura que hemos escuchado (Hch 13,43-52), Pablo y Bernabé van a Antioquía, se dirigen primero a los judíos, pero éstos no quieren escuchar la voz del Señor, y entonces comienzan a anunciar el Evangelio a todo el mundo, a los gentiles. Parten, como sabemos, en esta gran misión. San Pablo llega a Roma, donde también acabó cumpliéndola. Otro ejemplo del testimonio de un buen pastor.
Hay en ese ejemplo una invitación muy especial para todos nosotros, sobre todo cuando decía de manera muy personal lo que es anunciar el evangelio al mundo entero. ¡Sin miedo! ¡Sin miedo! ¡Cuántas veces dice Jesús en el evangelio «no tengáis miedo»! Debemos ser valientes en el testimonio que damos, con nuestras palabras y con nuestras vidas, dando la vida, sirviendo y a veces con grandes sacrificios para vivir esta misma misión.
He visto una pequeña reflexión que me hace pensar mucho, porque también aparece en el evangelio. En este sentido, alguien preguntó: «Cuando piensas en tu vida, ¿cómo explicas dónde estás?». La respuesta que dan en esta reflexión, en cierto modo es también la mía, con el verbo escuchar. ¡Qué importante es escuchar! De hecho, Jesús dice: «Mis ovejas escuchan mi voz».
Es importante que todos aprendamos a escuchar cada vez más, y a entrar en diálogo. En primer lugar con el Señor, escuchando siempre la palabra de Dios. En segundo lugar, es necesario escuchar a los demás, saber tender puentes, saber escuchar para no juzgar, saber no cerrar puertas pensando que tenemos toda la verdad y que nadie más nos puede decir nada.
Es muy importante escuchar la voz del Señor, escucharnos a nosotros mismos y, en este diálogo, ver hacia dónde nos llama el Señor. Caminemos juntos en la Iglesia, y pidamos al Señor que nos dé esta gracia de poder escuchar su Palabra para servir a su pueblo.
León XIV