A la Academia Mariana Internacional
Aula
Pablo VI
Vaticano, 6 septiembre 2025
Señores, eminencias, excelencias, distinguidas autoridades religiosas, civiles y militares, señores embajadores, estudiosos de mariología. hermanos y hermanas, me complace encontrarme con ustedes al finalizar el XXVI Congreso de la Academia Mariana Internacional. Saludo al presidente, al secretario, a los miembros de la junta directiva, a los colaboradores y a todos los benefactores.
La Virgen María, madre de la Iglesia, nos enseña a ser pueblo santo de Dios. De ahí también la importancia de esta academia pontificia, cenáculo de pensamiento, de espiritualidad y de diálogo, encargada de coordinar los estudios mariológicos y a los estudiosos mariológicos, al servicio de una auténtica y fecunda piedad mariana.
En este XXVI congreso se han preguntado si una Iglesia con rostro mariano es un remanente del pasado o una profecía del futuro, capaz de sacudir las mentes y los corazones de la costumbre y la nostalgia de una sociedad cristiana que ya no existe. Han debatido los objetivos y valores que la devoción mariana ofrece a los creyentes, para determinar si contribuyen a la esperanza y el consuelo que la Iglesia tiene la tarea de proclamar. Han reconocido en el jubileo y en la sinodalidad dos categorías bíblicas y teológicas para expresar eficazmente la vocación y la misión de la madre del Señor.
Como mujer jubilar, María se nos presenta siempre capaz de recomenzar escuchando la Palabra, según la actitud descrita por San Agustín: «Todos te consultan sobre lo que quieren, pero no siempre escuchan la respuesta que desean. Tu siervo más fiel es quien no busca oír de ti lo que quiere, sino querer lo que oye de ti» (Confesiones, X, 26). Como mujer sinodal, participa plena y maternalmente en la acción del Espíritu Santo, que llama a caminar juntos, como hermanos y hermanas, a quienes antes creían tener motivos para permanecer separados en su mutua desconfianza e incluso enemistad (Mt 5,43-48).
Una Iglesia con corazón mariano preserva y comprende cada vez más la jerarquía de las verdades de la fe, integrando razón y afecto, cuerpo y alma, universal y local, persona y comunidad, humanidad y cosmos. Es una Iglesia que no renuncia a plantearse preguntas incómodas a sí misma, a los demás y a Dios («¿cómo puede ser esto?»; Lc 1,34) y a seguir los exigentes caminos de la fe y el amor («he aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra»; Lc 1,38).
Una piedad y una práctica mariana orientadas al servicio de la esperanza y del consuelo nos liberan del fatalismo, de la superficialidad y del fundamentalismo; toman en serio todas las realidades humanas, empezando por los últimos y los descartados; ayudan a dar voz y dignidad a los sacrificados en los altares de los ídolos antiguos y nuevos.
Dado que es posible leer la vocación de la Iglesia en el llamado de la madre del Señor, la teología mariana tiene la tarea de cultivar en todo el pueblo de Dios, ante todo, la voluntad de recomenzar, partiendo de Dios, de su palabra y de las necesidades de los demás, con humildad y valentía (Lc 1,38-39). Y también el deseo de caminar hacia la unidad que brota de la Trinidad, para dar testimonio al mundo de la belleza de la fe, la fecundidad del amor y la profecía de la esperanza que no defrauda.
Contemplar el misterio de Dios y la historia con la mirada interior de María nos protege de las mistificaciones de la propaganda, la ideología y la información malsana, que nunca pueden transmitir un mensaje desarmante e inquebrantable, y nos abre a la generosidad divina, la única que hace posible que las personas, los pueblos y las culturas caminen juntos en paz (Lc 24,36.46-48).
Por eso la Iglesia necesita la mariología, concebida y presentada ésta en los centros académicos, en los santuarios y comunidades parroquiales, en las asociaciones y movimientos, en los institutos de vida consagrada; así como en los lugares donde se forjan las culturas contemporáneas, valorizando las innumerables aportaciones que ofrecen el arte, la música y la literatura.
En los últimos años, la Academia Mariana también ha lanzado varias iniciativas para promover la imagen y el mensaje de la madre de Jesús como camino de encuentro y diálogo entre culturas. Ella, de hecho, como perfecta cooperadora del Espíritu Santo, sigue abriendo puertas, construyendo puentes, derribando muros y ayudando a la humanidad a vivir en paz en la armonía de la diversidad.
Les agradezco este servicio eclesial, que nos recuerda que la Iglesia siempre tiene rostro y práctica marianos. Felicito también a quienes presentaron sus obras musicales y artísticas para el premio internacional anual "María, camino de paz entre las culturas".
Queridos, que su academia sea cada vez más un hogar y una escuela abierta a todos los que deseen poner sus estudios marianos al servicio de la Iglesia. Por ello rezo y los acompaño con mi bendición. Gracias.
León XIV