A los catecúmenos franceses
Sala
de la Bendición
Vaticano, 29 julio 2025
Queridos jóvenes, queridos amigos, saludo a todos los que habéis venido en gran número a Roma para vivir la peregrinación de la esperanza. Saludo a Mons. Jean Philippe Nault y a todos los obispos que los acompañan, así como a todos vuestros capellanes y catequistas.
¡Qué alegría ver a jóvenes que se comprometen con la fe y desean dar sentido a sus vidas, dejándose guiar por Cristo y su evangelio! El bautismo nos hace miembros de pleno derecho de la gran familia de Dios. La iniciativa siempre viene de él, y respondemos experimentando su amor salvador.
En vuestro camino como catecúmenos y recién bautizados, cada uno de vosotros tiene un encuentro personal con el Señor en la comunidad que os acoge. Nos reconocemos personalmente como hijas e hijos de Dios por nuestro bautismo «en el nombre del Padre», que nos ofrece la adopción; «del Hijo», que nos introduce en su vida y su relación con el Padre; «y del Espíritu Santo», fuente de todo don. San Pablo revela el efecto esencial del bautismo cuando escribe a los gálatas: «Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos» (Gál 3,27).
El bautismo nos introduce en la comunión con Cristo y nos da vida. Nos compromete a renunciar a la cultura de la muerte, tan extendida en nuestra sociedad. Esta cultura de la muerte se manifiesta hoy en día a través de la indiferencia, el desprecio por los demás, las drogas, la búsqueda de una vida fácil, una sexualidad que se convierte en entretenimiento y la cosificación de la persona humana.
El bautismo nos hace testigos de Cristo. En el rito del bautismo, hay una señal muy poderosa, muy poderosa, cuando recibimos la vela encendida del cirio pascual. Es la luz de Cristo muerto y resucitado, que nos comprometemos a mantener viva alimentándola con la escucha de la palabra de Dios y la comunión asidua con Jesús en la eucaristía. San Ambrosio no se cansaba de repetir «¡omnia Christus est nobis! ¡Cristo lo es todo para nosotros!», una invitación a ser auténticos testigos del Señor.
También dijo San Ambrosio, con palabras llenas de amor por Jesús: «Si deseas sanar tus heridas, él es el médico; si ardes de fiebre, él es la fuente refrescante; si te oprime la culpa, él es la justicia; si necesitas ayuda, él es la fuerza; si temes la muerte, él es la vida; si anhelas el cielo, él es el camino; si huyes de las tinieblas, él es la luz. Gustad y ved, pues, qué bueno es el Señor. Bienaventurado el hombre que espera en él» (Sobre la Virginidad, XVI, 99). Para vivir felices y en paz, estamos llamados a poner nuestra esperanza en Jesucristo.
Siguiendo al Señor, vosotros también sois la sal de la tierra y la luz del mundo (Mt 5,13-14). La Iglesia necesita su hermoso testimonio de fe para crecer cada vez más y estar cerca de toda persona necesitada.
El catecumenado es un camino de fe que no termina con el bautismo, sino que continúa a lo largo de la vida, con momentos de alegría y momentos de dificultad. Como nos recuerda San Agustín, «si Cristo no se hubiera convertido en nuestra esperanza, no podría guiarnos. Nos guía porque es nuestro guía; nos guía consigo mismo porque es nuestro camino; nos guía hacia sí mismo porque es nuestra patria» (Comentario del Salmo 61, VI).
Estáis llamados a compartir vuestra experiencia de fe con los demás, dando testimonio del amor de Cristo y convirtiéndoos en discípulos misioneros. No os limitéis solo a la teoría, sino vivid vuestra fe de forma concreta, experimentando el amor de Dios en vuestra vida diaria. El camino de la fe puede ser largo y a veces difícil, pero no os desaniméis, porque Dios siempre está presente para apoyaros.
Como nos recuerda el profeta Isaías, «no temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré» (Is 41,10). Es esencial experimentar a Dios en la oración, en la práctica de los sacramentos, especialmente en el redescubrimiento del Sacramento de la Reconciliación y en la vida comunitaria, para crecer en la fe y el amor.
Queridos amigos, con la ayuda y el apoyo de vuestros pastores, vuestros hermanos y hermanas mayores en la fe, y siguiendo el ejemplo de los santos que afrontaron las dificultades de su tiempo, os animo a permanecer unidos al Señor Jesús. No nacemos cristianos, sino que nos convertimos en cristianos cuando somos tocados por la gracia de Dios. Este toque se expresa a través de nuestra elección meditada y nuestro camino personal.
Sin estas verdaderas exigencias, llevaremos la etiqueta de cristianos, pero seremos cristianos de conveniencia, costumbre o comodidad. Nos convertimos en cristianos auténticos cuando nos dejamos tocar personalmente en nuestra vida diaria por la palabra y el testimonio de Jesús. En medio de sus tribulaciones, momentos de soledad y aridez, incomprensiones y dificultades, que vuestros corazones estén arraigados en él, que es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), fuente de toda paz, alegría y amor. ¡Feliz Jubileo!
León XIV