A los peregrinos de Ucrania

Basílica San Pedro
Vaticano, 28 junio 2025

Queridos hermanos en el episcopado, queridos sacerdotes, religiosos y religiosas, queridas hermanas, queridos hermanos, os saludo cordialmente a todos, queridos fieles de la Iglesia greco-católica de Ucrania, que habéis acudido a la tumba del apóstol Pedro con motivo del año jubilar. Saludos también a su beatitud Shevchuk, arzobispo mayor de Kiev, y a todos los fieles laicos que no han podido venir.

La peregrinación que están ustedes desarrollando nace del deseo de renovar su fe, de fortalecer su vínculo y comunión con el obispo de Roma y de dar testimonio de la esperanza que no defrauda. Es una peregrinación que nace del amor de Cristo, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Rm 5,5).

El jubileo nos llama a ser peregrinos de esta esperanza a lo largo de nuestra vida, a pesar de las adversidades del momento presente. El viaje a Roma, con el paso por las puertas santas y las paradas en las tumbas de los apóstoles y mártires, es el símbolo de este camino diario, que se extiende hacia la eternidad, donde «el Señor enjugará toda lágrima y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor» (Ap 21,4).

Muchos de ustedes, para venir aquí, han dejado su hermosa tierra, rica en fe cristiana, fecundada por el testimonio evangélico de tantos santos y regada por la sangre de tantos mártires que, a lo largo de los siglos, con el don de su vida, han sellado su fidelidad al apóstol Pedro y a sus sucesores.

La fe, queridos, es un tesoro para compartir. Cada momento trae consigo dificultades, adversidades y desafíos, pero también oportunidades para crecer en la confianza y el abandono a Dios.

La fe del pueblo ucraniano está siendo puesta a prueba. Muchos de ustedes, desde que comenzó la guerra, seguramente se han preguntado: Señor, ¿por qué todo esto? ¿Dónde estás? ¿Qué debemos hacer para salvar a nuestras familias, nuestros hogares y nuestra patria? Creer no significa tener todas las respuestas, sino confiar en que Dios está con nosotros y nos da su gracia. También es tener la certeza que él pronunciará la última palabra, y la vida vencerá a la muerte.

La Virgen María, tan querida por el pueblo ucraniano, y que con su humilde y valiente abrió la puerta a la redención del mundo, nos asegura que nuestro sencillo y sincero también puede convertirse en un instrumento en las manos de Dios para lograr algo grande. Confirmado en la fe por el sucesor de Pedro, les animo a compartir esta fe con sus seres queridos, con sus compatriotas y con todos aquellos con quienes el Señor les permita encontrarse. Decir puede hoy permitirnos abrir nuevos horizontes de fe, esperanza y paz, especialmente para todos los que sufren.

Hermanas y hermanos, al darles la bienvenida, deseo expresar mi cercanía a la atormentada Ucrania, a los niños, jóvenes y ancianos. Y de manera especial, a las familias que lloran a sus seres queridos. Comparto su dolor por los prisioneros y las víctimas de esta guerra sin sentido. Encomiendo al Señor sus intenciones, sus fatigas, sus tragedias diarias y, sobre todo, sus deseos de paz y serenidad.

Les animo a caminar juntos, pastores y fieles, con la mirada fija en Jesús, nuestra salvación. Que la Virgen María les guíe y les proteja, pues ella es, por su unión con la pasión de su Hijo, la madre de la esperanza. Les bendigo a todos de corazón, a sus familias, a su Iglesia y a su pueblo. Gracias.

León XIV