A la Comisión Teológica Internacional

Sala del Consistorio
Vaticano, 27 noviembre 2025

Eminencia, excelencias y miembros de la Comisión Teológica Internacional, me alegro de verles por primera vez desde que el Señor Jesús me llamara a suceder al bienaventurado apóstol Pedro en la cátedra de la Iglesia de Roma, en el ministerio de la unidad de todas las iglesias.

Su sesión plenaria anual es una ocasión propicia para agradecerles a todos ustedes, y también a quienes los han precedido en este servicio. El organismo del que forman parte nació de la llamada a la renovación formulado por el Concilio Vaticano II. Establecida en 1969 por San Pablo VI, la Comisión Teológica Internacional ha llevado a cabo su trabajo con "gran diligencia y prudencia", como enfatizó San Juan Pablo II en su Tredicim Anni de 1982, dándole una forma estable y definitiva.

Renovando este agradecimiento, les agradezco en particular la oportuna publicación del documento que ofrecieron a la Iglesia con motivo del 1700 aniversario del Concilio de Nicea: Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador. Se trata de un texto autorizado, que sin duda inspirará nuevos estudios y el avance del diálogo ecuménico.

Con plena confianza en su generoso compromiso, deseo animarles a continuar la misión que les confió la sede apostólica. Así como mis venerables predecesores siguieron con tenacidad y visión de futuro el camino trazado por el Vaticano II, también me preocupa el discernimiento de las res novae que marcan el camino de la familia humana y de los temas doctrinales, especialmente aquellos que presentan aspectos nuevos en la vida de la Iglesia.

Estas son realidades que nos interpelan urgentemente, como pueblo de Dios, a proclamar con fidelidad creativa la buena nueva dada al mundo «de una vez por todas» (Hb 9,12) por Dios Padre, por medio del Señor Jesucristo. Él es el evangelio vivo de la salvación: el testimonio que damos de él en cada época se renueva constantemente por la efusión inconmensurable del Espíritu Santo (Jn 3,34). El Paráclito, de hecho, es quien ilumina las mentes e inflama nuestros corazones de caridad, para transformar la historia según la voluntad amorosa de Dios.

Desde esta perspectiva, la Comisión Teológica Internacional tiene la tarea de ofrecer perspectivas, hermenéutica y orientación al Dicasterio para la Doctrina de la Fe y al Colegio de Obispos que presido, cooperando en la comprensión común de la verdad salvífica revelada en Cristo Jesús. De acuerdo con el ministerio propio de los teólogos, ustedes participan «en la edificación del cuerpo de Cristo en la unidad y la verdad» (1Tm 6,20; 2Tm 1,12-14), y sus contribuciones pueden guiar la misión de la Iglesia en fidelidad al depósito de la fe.

Con este espíritu, os exhorto a valorar no sólo el rigor indispensable del método teológico, sino también tres recursos específicos.

Me refiero, en primer lugar, a la catolicidad de nuestra fe. Como señaló San Juan Pablo II, «al provenir de diferentes naciones y tener que lidiar con las culturas de diferentes pueblos, los miembros de la Comisión Teológica Internacional están mejor familiarizados con los nuevos problemas, que son como la nueva cara de los viejos problemas, y por lo tanto también pueden comprender mejor las aspiraciones y mentalidades de los hombres de hoy» (Tredicim Anni, introd). Por consiguiente, espero que sus reflexiones se enriquezcan con las numerosas experiencias de las iglesias locales.

En segundo lugar, deseo destacar la importancia del diálogo interdisciplinario y transdisciplinario, con los diversos campos del conocimiento y la experiencia. Esta es una tarea exigente y prometedora para la Comisión Teológica Internacional, que yo deseo promover como «colocación y fermentación de todos los campos del conocimiento en el contexto de la luz y la vida que ofrece la sabiduría que brota de la revelación de Dios» (Francisco I, Veritatis Gaudium, 4). Su compromiso, en este sentido, no sólo es útil, sino necesario para continuar con autenticidad y eficacia la evangelización de los pueblos y las culturas.

En tercer lugar, les invito a imitar la sabiduría apasionada de doctores de la Iglesia como San Agustín, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino y San John Henry Newman. En ellos, el estudio teológico siempre estuvo ligado a la oración y la experiencia espiritual, condiciones indispensables para cultivar una comprensión de la Revelación, que no puede reducirse a un mero comentario sobre fórmulas de fe. Sólo en una vida conforme al evangelio se puede alcanzar la adhesión a la verdad divina que profesamos, haciendo creíble nuestro testimonio y la misión de la Iglesia.

Como afirmó el papa Francisco, «cuando pienso en teología, me viene a la mente la luz, pues la teología realiza un trabajo oculto y humilde, para que emerja la luz de Cristo y de su evangelio» (Discurso, 9-XII-2024). Sí, Jesucristo es la luz del mundo (Jn 8,12). Como enseña el Concilio Vaticano II, él es «la clave, el centro y el fin de toda la historia humana», y por eso «la Iglesia sigue proclamando que todas las cosas «encuentran su fundamento último en Cristo, que es siempre el mismo, ayer, hoy y siempre» (Gaudium et Spes, 10). Como scientia fidei, la teología tiene ante todo la tarea de admirar, para luego reflejar y difundir la luz perenne y eficaz de Cristo en el ritmo siempre cambiante de nuestra historia.

El papa Benedicto XVI señaló que «la excesiva sectorialización del conocimiento, la cerrazón de las ciencias humanas a la metafísica, las dificultades del diálogo entre las ciencias y la teología son perjudiciales no sólo para el desarrollo del conocimiento, sino también para el desarrollo de los pueblos, porque, cuando esto ocurre, se obstaculiza la visión del bien integral del hombre en las diversas dimensiones que lo caracterizan» (Caritas in Veritate, 31). Entre ellas se encuentra, sin duda, la razón, pero también «nuestros sentimientos, nuestra voluntad y nuestras decisiones» (Francisco I, Discurso, 9-XII-2024), que en conjunto contribuyen al desarrollo de las diferentes culturas.

Queridos amigos, así como no hay facultad que la fe no ilumine, tampoco hay ciencia que la teología pueda ignorar. A través de un estudio profundo, ustedes están llamados a ofrecer su valiosa contribución al discernimiento y la resolución de los desafíos que enfrentan tanto a la Iglesia como a la humanidad en su conjunto.

Gracias, pues, por la generosa dedicación con que desempeñan su valioso servicio. Encomendándoles a la Santísima Virgen María, sede sapientiae, les imparto a todos mi bendición.

León XIV

 Act: 27/11/25    @discursos papales       E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A