A los superiores generales de órdenes religiosas

Sala del Sínodo
Vaticano, 26 noviembre 2025

Queridos hermanos, me complace encontrarme con ustedes con motivo de su CIV Asamblea General. Como saben, yo también desempeñé el ministerio que les fue confiado, y reconozco la importancia de reunirnos para escuchar y discernir, a la luz del Espíritu Santo, lo que el Señor les pide a ustedes, a sus órdenes y congregaciones para el bien de la Iglesia.

Para esta asamblea, han elegido el tema "vivir la oración en la era digital". Este tema aborda tres áreas fundamentales para la vida religiosa actual: la relación con Dios, el encuentro con los hermanos y la interacción con el mundo digital.

Comencemos considerando el primero: la  relación con Dios. En la bula de indicación del jubileo actual, el papa Francisco, invitándonos a ser peregrinos de la esperanza, escribió: «La historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se precipita hacia un punto ciego ni hacia un abismo oscuro, sino que se orienta hacia el encuentro con el Señor de la gloria: es con este espíritu que hacemos nuestra la conmovedora invocación de los primeros cristianos, con la que concluye toda la Escritura: Ven, Señor Jesús» (Spes non Confundit, 19).

Nuestra esperanza se funda en la conciencia de caminar hacia el encuentro y la plena comunión con Dios, quien nos ofreció primero su amistad (Juan Pablo II, Vita Consecrata, 27). Por eso, la oración es fundamental para la existencia de toda persona consagrada: un espacio relacional en el que el corazón se abre al Señor, aprendiendo a pedir y recibir con confianza y gratitud su amor que sana, transforma e impulsa la misión (Vaticano II, Perfectae Caritatis, 6). Así damos testimonio de lo que realmente somos: criaturas necesitadas de todo, abandonadas en las manos providentes y buenas del Creador.

Es importante, para nuestra vida y nuestro apostolado, que cultivemos esta fe para que no se debilite, quizás por la huida o la defensa, ni se vea sofocada por la ansiedad o la presunción de sentirnos "administradores de muchos servicios" (Lc 10,40). De ser así, deslumbrados por el foco de la eficiencia, o aturdidos por el humo del compromiso, o bloqueados por la parálisis del miedo, corremos el riesgo de detenernos o de transformar nuestro peregrinar en una carrera desordenada y agotadora, olvidando su origen y su destino. Hemos de volver a lo que importa, y aferrarnos al corazón ardiente de Dios para que su luz y su calor guíen y alimenten nuestro progreso personal y nuestros caminos comunitarios.

Esto nos lleva al segundo valor sobre el que debemos reflexionar: el encuentro con nuestros hermanos y hermanas. En este sentido, el papa Francisco nos invitó a «encontrarnos como un nosotros más fuerte que la suma de las pequeñas individualidades» (Fratelli Tutti, 78), a «descubrir y transmitir la mística de la convivencia» (Evangelii Gaudium, 87).

En esta dinámica, los institutos, órdenes y congregaciones son cuerpos carismáticos, en los que todos están profundamente conectados por la misma humanidad, por la misma fe, por la pertenencia a Cristo y por la vocación que une en fraternidad. Así, en la Iglesia, «sujeto comunitario e histórico de sinodalidad y misión» (XVI Sínodo de Obispos, Documento Final, 17), los vínculos se transfiguran en vínculos sagrados, en canales de gracia, en venas y arterias vivas que irrigan un solo cuerpo con la misma sangre.

Esto nos lleva al tercer aspecto: el compromiso con el mundo digital. Sí, la tecnología de la información representa un desafío también para las personas consagradas.

Por un lado, la tecnología ofrece inmensas posibilidades para el bien, tanto para la vida comunitaria como para el apostolado. De hecho, sería miope ignorar las extraordinarias oportunidades que proporciona para la comunión y la misión, permitiéndonos llegar a personas distantes, compartir la fe a través de nuevos idiomas, llegar incluso a aquellos que, por medios ordinarios, luchan por acercarse a nuestras comunidades.

Al mismo tiempo, sin embargo, estos recursos tecnológicos pueden influir fuertemente, y no siempre para mejor, nuestra manera de construir y mantener relaciones. Es fácil, por ejemplo, ser tentado por la idea de reemplazar la mera conexión virtual con relaciones reales entre personas, donde la presencia, la escucha prolongada y paciente, y un profundo compartir de ideas y sentimientos son indispensables (Francisco I, Christus Vivit, 88).

Como superiores, tienen la responsabilidad de salvaguardar la fraternidad y la comunión también en este ámbito, asegurándose de que los medios técnicos no comprometan la autenticidad de las relaciones ni reduzcan el espacio necesario para cultivarlas. En particular, quisiera enfatizar que los instrumentos tradicionales de comunión, como los capítulos, los concilios, las visitas canónicas y los momentos formativos, no pueden relegarse al ámbito de las conexiones remotas.

El esfuerzo de reunirnos para dialogar e intercambiar ideas es parte integral de nuestra identidad evangélica. En este panorama de luces y sombras, nos espera un desafío: integrar la nova et vetera (Mt 13,52) con equilibrio, preservando y cultivando las relaciones con Dios y con los hermanos, sin descuidar ni enterrar, por pereza o miedo, los nuevos talentos que el Señor pone en nuestras manos (Mt 25,14-30).

Queridos, les agradezco la difícil y delicada tarea que desempeñan. Les bendigo de corazón y rezo por todos ustedes y sus comunidades. ¡Gracias!

León XIV

 Act: 26/11/25    @discursos papales       E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A