A los representantes de la lucha contra la droga
Patio
San Dámaso
Vaticano, 26 junio 2025
Estimado subsecretario de estado, presidente del Consejo de Ministros, dirigentes de Comunidad de San Patrignano, hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Agradezco a quienes han hecho posible este encuentro, que de muchas maneras nos lleva al corazón del jubileo, un año de gracia en el que cada uno es reconocido por su dignidad, a menudo menoscabada o negada. La esperanza es para ustedes una palabra rica en historia, y no un eslogan sino la luz redescubierta a través del gran trabajo. Quisiera repetirles, pues, ese saludo que transforma el corazón: ¡la paz sea con ustedes!
La noche de Pascua, Jesús saludó así a los discípulos encerrados en el Cenáculo. Lo habían abandonado, creían haberlo perdido para siempre, tenían miedo, estaban decepcionados e incluso algunos ya se habían ido. Sin embargo, fue Jesús quien los encontró, y quien vino a buscarlos de nuevo. Para hacerlo, Jesús tuvo que atravesar las puertas cerradas del lugar donde se encontraban los discípulos, en el cual permanecían como enterrados vivos. Jesús les trajo la paz, los recreó con el perdón y sopló sobre ellos (es decir, infundió sobre ellos el Espíritu Santo, que es el aliento de Dios en nosotros).
Cuando falta el aire, cuando falta el horizonte, nuestra dignidad se marchita. Pues bien, ¡no olvidemos que Jesús resucitado viene de nuevo y trae su aliento! Lo hace a menudo a través de las personas que entran por nuestras puertas cerradas y que, a pesar de todo lo que haya sucedido, ven la dignidad que hemos olvidado o que se nos ha negado.
Querido, tu presencia aquí es un testimonio de libertad. Recuerdo que, cuando el papa Francisco entraba en una prisión, incluso en su último Jueves Santo, siempre se preguntaba: "¿Por qué ellos y no yo?". Las drogas y las adicciones son una prisión invisible que, de diferentes maneras, has conocido y combatido, pero todos estamos llamados a la libertad. Al encontrarte, pienso en el abismo de mi corazón y de cada corazón humano. La Biblia llama abismo al misterio que habita en nosotros (Sal 63,7). San Agustín confesó que sólo en Cristo la inquietud de su corazón encontró paz. Buscamos la paz y la alegría, tenemos sed de ellas. Y muchos engaños pueden decepcionarnos e incluso aprisionarnos en esta búsqueda.
Miremos a nuestro alrededor, hermanos, y leamos en nuestros rostros una palabra que nunca traiciona: juntos. El mal se vence juntos, la alegría se encuentra juntos, la injusticia se combate juntos. El Dios que nos creó y nos conoce a cada uno (y él es más íntimo de mí que yo mismo) nos creó para estar juntos. Por supuesto, también hay vínculos que hieren, y grupos humanos en los que falta libertad. No obstante, incluso éstos se pueden superar juntos, confiando en quienes no ganan a nuestra costa, en quienes podemos encontrarnos y atendernos con atención desinteresada.
Hoy, hermanos y hermanas, estamos comprometidos en una lucha que no se puede abandonar, mientras alguien siga preso en las diversas formas de adicción. Nuestra lucha es contra aquellos que hacen de las drogas, y de cualquier otra adicción (pensemos en el alcohol o el juego) su inmenso negocio. Hay enormes concentraciones de intereses y organizaciones criminales ramificadas que los estados tienen el deber de desmantelar. Luchemos contra ellos, y no contra sus víctimas.
Con demasiada frecuencia, en nombre de la seguridad, se ha librado y se libra una guerra contra los pobres, llenando las cárceles con aquellos que son sólo el último eslabón de una cadena de muerte. De hecho, aquellos que tienen la cadena en sus manos logran siempre salir impunes, gracias a sus influencias. Nuestras ciudades no deben liberarse de los marginados, sino de la marginación; no deben limpiarse de los desesperados, sino de la desesperación.
¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza malsana e integran a los diferentes, y que hacen de esta integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué hermosas son las ciudades que, incluso en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan y fomentan el reconocimiento del otro! (Francisco I, Evangelii Gaudium, 210).
El jubileo nos muestra la cultura del encuentro como camino hacia la seguridad, y nos invita a restituir y redistribuir la riqueza acumulada injustamente, como camino hacia la reconciliación personal y civil. La ciudad de Dios nos compromete a profetizar en la ciudad de los hombres. Y esto (lo sabemos) también puede conducir al martirio hoy. La lucha contra el narcotráfico, el compromiso educativo con los pobres, la defensa de las comunidades indígenas e inmigrantes, la fidelidad a la doctrina social de la Iglesia... todo esto es lo que hay que fomentar.
Queridos jóvenes, no son ustedes espectadores de la renovación que nuestra tierra tanto necesita, sino que son protagonistas. Dios obra grandes cosas con quienes libera del mal. Otro salmo, tan querido por los primeros cristianos, dice: «La piedra desechada por los constructores se ha convertido en piedra angular» (Sal 117,22). En efecto, Jesús fue rechazado y crucificado a las puertas de su ciudad.
Sobre Cristo, piedra angular sobre la que Dios reconstruye el mundo, ustedes también son piedras de gran valor en la construcción de una nueva humanidad. Jesús, que fue rechazado, invita a todos, y si ustedes se sienten rechazados o acabados no podrán echarle una mano. Sus errores, su sufrimiento, y sobre todo el deseo de vida que tienen, les convierte a ustedes en testigos de que el cambio es posible.
La Iglesia les necesita. La humanidad les necesita. La educación y la política les necesitan. Juntos, por encima de toda dependencia degradante, haremos prevalecer la infinita dignidad que llevamos impresa en cada uno de nosotros. Desafortunadamente, esta dignidad a veces sólo brilla cuando está casi completamente perdida. Es entonces cuando llega una sacudida, y se hace evidente que levantarse es cuestión de vida o muerte. Pues bien, hoy toda la sociedad necesita esta sacudida, vuestro testimonio y la labor que realizáis.
Todos tenemos la vocación de ser más libres y humanos, como vocación singular a la paz. Avancemos juntos, pues, multiplicando los espacios de sanación, de encuentro y de educación. Tracemos caminos pastorales y políticas sociales que empiecen en la calle y nunca dan a nadie por perdido. Recemos para que mi ministerio esté al servicio de la esperanza de las personas y de los pueblos, al servicio de todos.
Les encomiendo a la guía maternal de María Santísima, y les bendigo de corazón. ¡Muchas gracias a todos! ¡Ánimo siempre y adelante!
León XIV