A los peregrinos de Egipto
Salita
del Aula Pablo VI
Vaticano, 2 agosto 2025
Queridos hermanos y hermanas, la paz esté con ustedes.
Esta mañana he recibido la triste noticia de que una compañera que viajaba con ustedes en peregrinación, vuestra compañera de peregrinación, ha fallecido de forma inesperada y como causa del ajetreo que estos días alborota Roma. Veo que estáis muy tristes y conmocionados, y esto es algo muy humano y comprensible, sobre todo estando tan lejos de casa y en una ocasión como esta, en la que realmente nos reunimos para celebrar nuestra fe con alegría.
Esto nos recuerda de una manera poderosa que nuestra vida no es algo superficial, que no tenemos control sobre nuestras propias vidas y que, como dice el mismo Jesús, "no sabemos ni el día ni la hora" en que, por alguna razón, nuestra vida terrenal terminará. Como también aprendemos en el evangelio, lo que descubrieron Marta y María cuando murió su hermano Lázaro, y cuando Jesús no estaba con ellas al principio, pero luego llegó varios días después de su muerte, y ellas comprendieron que Jesús es "la resurrección y la vida".
En cierta manera, al celebrar este año jubilar de la esperanza se nos recuerda de forma muy poderosa cuánto nuestra fe en Jesucristo debe ser parte de quienes somos, de cómo vivimos, de cómo nos apreciamos y respetamos unos a otros, y especialmente de cómo seguimos adelante a pesar de experiencias tan dolorosas.
San Agustín nos dice que cuando alguien muere, es muy humano y muy natural llorar, sentir ese dolor, sentir la pérdida de alguien querido. Pero también dice que «no hay que llorar como los paganos, porque nosotros hemos visto a Jesucristo morir en la cruz y resucitar de entre los muertos». Esta es nuestra esperanza en la resurrección, y la fuente última de nuestra esperanza: que Jesucristo ha resucitado.
Jesucristo nos llama a todos a renovar nuestra fe, a ser amigos unos de otros, a apoyarnos mutuamente. Y también dice que también ustedes deben ser testigos de ese mensaje evangélico. Para todos ustedes, esto ha tocado sus vidas de una manera muy personal y directa hoy.
En medio de este dolor que todos ustedes sienten por la pérdida de su amiga, al menos tienen la oportunidad de reunirse para rezar, renovar nuestra fe y pedirle a Dios tanto el descanso eterno para nuestra hermana como fortaleza y consuelo en nuestra fe, que los cristianos renovarnos en la esperanza y como Iglesia, reunidos en este caso aquí.
Pedimos al Señor que esté con nosotros, que esté con todos ustedes durante estos días de peregrinación del año jubilar de la esperanza, y que todos ustedes sean protegidos con el amor y la gracia de Dios. Que Dios les dé paz a sus corazones.
León XIV