A la Organización Mundial de Alimentos
Sede
de la FAO
Roma, 16 octubre 2025
Señor
director general, distinguidas autoridades, excelencias, señoras y señores,
I
Permítanme,
ante todo, expresar mi más sincero agradecimiento por la invitación a
compartir este día memorable con todos ustedes, en el 80 aniversario de su
fundación. Visito esta prestigiosa sede siguiendo el ejemplo de mis
predecesores en la cátedra de Pedro, quienes mostraron especial estima y cercanía
a la FAO, conscientes del importante mandato de esta organización
internacional.
Saludo
a todos los presentes con gran respeto y deferencia, y a través de ustedes,
como siervo del evangelio, expreso a todos los pueblos de la tierra mi ferviente
deseo de que la paz reine en todas partes. El corazón del papa, que no
pertenece a él mismo, sino a la Iglesia y, en cierto sentido, a toda la
humanidad, mantiene viva la fe en que, si se vence el hambre, la paz será el
terreno fértil del que surgirá el bien común de todas las naciones.
Ochenta
años después de la fundación de la FAO, nuestra conciencia debe confrontarnos
una vez más con la tragedia omnipresente del hambre y la desnutrición. Acabar
con estos males no es solo responsabilidad de empresarios, funcionarios o
legisladores. Es un problema al que todos debemos contribuir (organismos
internacionales, gobiernos, instituciones públicas, ONGs, académicos y
sociedad civil), sin olvidar a cada individuo, que debe ver algo propio en el
sufrimiento ajeno. Quienes padecen hambre no son extraños, sino que son mis
hermanos y hermanas, y debo ayudarlos sin demora.
II
El objetivo que nos reúne ahora es tan noble como ineludible: movilizar todas las energías disponibles, con espíritu de solidaridad, para que nadie en el mundo carezca de los alimentos necesarios, tanto en cantidad como en calidad. Esto pondrá fin a una situación que niega la dignidad humana, compromete el desarrollo deseable, obliga injustamente a multitudes a abandonar sus hogares y obstaculiza el entendimiento entre los pueblos.
Desde su fundación, la FAO ha dirigido incansablemente su servicio para que el desarrollo agrícola y la seguridad alimentaria sean objetivos prioritarios de la política internacional. En este sentido, 5 años después de la finalización de la Agenda 2030, debemos recordar con fuerza que alcanzar el objetivo del "hambre cero" sólo será posible con una voluntad genuina de hacerlo, y no sólo con declaraciones solemnes.
Por
esta razón, y con renovada urgencia, estamos llamados hoy a responder a una
pregunta fundamental: ¿Dónde nos encontramos en la lucha contra el flagelo del
hambre, que sigue azotando atrozmente a una parte significativa de la humanidad?
III
Es necesario, y sumamente triste, recordar que, a pesar de los avances tecnológicos, científicos y productivos, 673 millones de personas en todo el mundo duermen sin comer. Y otros 2.300 millones no pueden permitirse una alimentación nutricionalmente adecuada.
Estas cifras no pueden considerarse meras estadísticas, sino que detrás de cada una de ellas se esconde una vida destrozada, una comunidad vulnerable; hay madres que no pueden alimentar a sus hijos. Quizás la cifra más conmovedora sea la cantidad de niños que sufren desnutrición, con las consiguientes enfermedades y retraso en el desarrollo motor y cognitivo. Esto no es casualidad, sino una clara señal de una insensibilidad generalizada, una economía desalmada, un modelo de desarrollo cuestionable y un sistema injusto e insostenible de distribución de recursos.
En
una época en que la ciencia ha ampliado la esperanza de vida, la tecnología ha
acercado continentes y el conocimiento ha abierto horizontes antes
inimaginables, permitir que millones de seres humanos vivan (y mueran) víctimas
del hambre es un fracaso colectivo, una aberración ética, un pecado histórico.
IV
Los escenarios de conflicto actuales han puesto de relieve el uso de los alimentos como arma de guerra, contradiciendo toda la labor de concienciación realizada por la FAO a lo largo de estas ocho décadas.
El consenso expresado por los estados que considera la inanición deliberada como crimen de guerra, así como la privación intencionada del acceso a los alimentos a comunidades o poblaciones enteras, parece cada vez más lejano.
El derecho internacional humanitario prohíbe, sin excepción, los ataques contra civiles y contra bienes esenciales para la supervivencia de las poblaciones. Hace unos años, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenó unánimemente esta práctica, reconociendo el vínculo entre los conflictos armados y la inseguridad alimentaria, y condenando el uso de la inanición infligida a los civiles como método de guerra (Consejo de Seguridad, Resolución 2417, 24-V-2018).
Todo esto parece haber sido olvidado, mientras presenciamos dolorosamente el uso continuo de esta cruel estrategia que condena al hambre a hombres, mujeres y niños, negándoles el derecho más básico: el derecho a la vida. Sin embargo, el silencio de quienes mueren de hambre clama en la conciencia de todos, aunque a menudo sea ignorado, silenciado o distorsionado.
No
podemos seguir así, porque el hambre no es el destino del hombre, sino su
ruina. ¡Reforcemos, pues, nuestro entusiasmo para remediar este escándalo! No
dejemos de pensar que el hambre es simplemente un problema por resolver. Es
mucho más. Es un grito que se eleva al cielo, que exige una respuesta rápida
de cada nación, cada organización internacional, cada entidad regional, local
y privada. Nadie puede permanecer al margen de la ardua lucha contra el hambre,
pues ésta es una batalla de todos.
V
Excelencias, hoy asistimos a paradojas escandalosas. ¿Cómo podemos seguir tolerando el desperdicio de enormes toneladas de alimentos, mientras multitudes se afanan por encontrar algo que comer en la basura? ¿Cómo explicar las desigualdades que permiten que unos pocos lo tengan todo, mientras muchos no tienen nada? ¿Por qué no poner fin de inmediato a las guerras que destruyen el campo antes que las ciudades, dando lugar incluso a escenas indignas de la condición humana, donde las vidas de las personas (especialmente las de los niños), en lugar de ser protegidas, se extinguen mientras ellos, reducidos a piel y huesos, buscan alimento?
Al contemplar el panorama mundial actual, tan doloroso y desolador por los conflictos que lo aquejan, da la impresión de que nos hemos convertido en testigos apáticos de una violencia lacerante, cuando, en realidad, las tragedias humanitarias, tan conocidas por todos, deberían impulsarnos a ser artesanos de paz, provistos del bálsamo sanador que requieren las heridas abiertas en el corazón mismo de la humanidad.
Una
hemorragia tal debería llamar nuestra atención de inmediato, y llevarnos a
redoblar nuestra responsabilidad individual y colectiva, despertando del letargo
en el que estamos inmersos. El mundo no puede seguir presenciando espectáculos
tan macabros como los que se desarrollan en muchas regiones del mundo. Es
necesario ponerle fin cuanto antes.
Ha llegado el momento de preguntarnos con claridad y valentía: ¿Merecen las generaciones futuras un mundo incapaz de erradicar el hambre y la pobreza, de una vez por todas? ¿Es posible que no podamos poner fin a las múltiples y dolorosas arbitrariedades que afectan negativamente a la humanidad? ¿Pueden los líderes políticos y sociales seguir polarizados, desperdiciando tiempo y recursos en debates inútiles y virulentos, mientras aquellos a quienes deberían servir siguen siendo olvidados y explotados por intereses partidistas?
No
podemos simplemente proclamar valores, sino que debemos encarnarlos. Los eslóganes
no nos sacan de la pobreza, y por ello es urgente superar un paradigma político
tan duro, basado en una visión que prevalece sobre el pragmatismo dominante que
prioriza a la persona por el beneficio. No basta con invocar la solidaridad,
sino que debemos garantizar la seguridad alimentaria, el acceso a los recursos y
el desarrollo rural sostenible.
VI
Me parece una decisión verdaderamente acertada que el Día Mundial de la Alimentación se celebre este año bajo el lema "de la mano por una mejor alimentación y un futuro mejor". En un momento histórico marcado por profundas divisiones y contradicciones, sentirse unidos por el vínculo de la colaboración no sólo es un hermoso ideal, sino también una firme llamada a la acción. No debemos conformarnos con llenar las paredes con grandes y llamativos carteles.
Ha llegado el momento de renovar nuestro compromiso, uno que impacte positivamente en la vida de quienes padecen hambre y esperan de nosotros gestos concretos que los saquen de su abatimiento. Este objetivo sólo puede lograrse mediante la convergencia de políticas eficaces y la implementación coordinada y sinérgica de intervenciones.
La exhortación a caminar juntos, en armonía fraterna, debe convertirse en el principio rector que guíe las políticas y las inversiones, porque sólo mediante una cooperación sincera y constante podemos construir una seguridad alimentaria justa y accesible para todos. Sólo uniendo nuestras manos podemos construir un futuro digno, en el que la seguridad alimentaria se reafirme como un derecho y no como un privilegio.
Con
esta convicción, quisiera destacar que en la lucha contra el hambre y en la
promoción del desarrollo integral, el papel de la mujer es indispensable,
aunque no siempre se valore lo suficiente. Las mujeres son las primeras en
proveer el pan que falta, en sembrar esperanza en los surcos de la tierra, en
amasar el futuro con manos curtidas por el trabajo. En todos los rincones del
mundo, las mujeres son las artífices silenciosas de la supervivencia, las
guardianas metódicas de la creación. Reconocer y valorar su papel no es solo
una cuestión de justicia, sino también una garantía de una nutrición más
humana y sostenible.
VII
Excelencias, conociendo el alcance de este foro internacional, permítanme enfatizar inequívocamente la importancia del multilateralismo frente a las tentaciones dañinas que tienden a imponerse como autocráticas en un mundo multipolar y cada vez más interconectado. Por ello, es más necesario que nunca repensar con valentía las modalidades de cooperación internacional. No se trata simplemente de identificar estrategias o hacer diagnósticos detallados.
Lo que los países más pobres esperan es que sus voces se escuchen sin filtros, que sus deficiencias se reconozcan verdaderamente y que se les ofrezca una oportunidad para que se les tenga en cuenta al abordar sus verdaderos problemas, sin imponer soluciones elaboradas en oficinas distantes, en reuniones dominadas por ideologías que a menudo ignoran culturas ancestrales, tradiciones religiosas o costumbres profundamente arraigadas en la sabiduría de los mayores.
Es
esencial construir una visión que permita a todos los actores del escenario
internacional responder con mayor eficacia y prontitud a las necesidades reales
de aquellos a quienes estamos llamados a servir a través de nuestro compromiso
diario.
VIII
Hoy ya no podemos engañarnos pensando que las consecuencias de nuestros fracasos afectan solo a quienes están ocultos. Los rostros hambrientos de tantas personas que aún sufren nos interpelan y nos invitan a reexaminar nuestro estilo de vida, nuestras prioridades y nuestra forma de vivir en el mundo actual en general.
Por
esta razón, deseo llamar la atención de este foro internacional sobre las
multitudes que carecen de acceso a agua potable, alimentos, atención médica
esencial, vivienda digna, educación básica o trabajo digno, para que podamos
compartir el dolor de quienes solo se alimentan de desesperación, lágrimas y
pobreza.
¿Cómo
olvidar a todos los condenados a muerte y al sufrimiento en Ucrania, Gaza, Haití,
Afganistán, Malí, la República Centroafricana, Yemen y Sudán del Sur, por
nombrar solo algunos de los lugares del mundo donde la pobreza se ha convertido
en el pan de cada día de tantos hermanos y hermanas? La comunidad internacional
no puede hacer la vista gorda, sino hacer nuestro su dolor.
No podemos aspirar a una vida social más justa si no estamos dispuestos a liberarnos de la apatía que justifica el hambre, como si fuera música de fondo, un problema irresoluble o simplemente la responsabilidad de otros. No podemos pedir a otros que actúen si nosotros mismos incumplimos nuestros compromisos.
Por
nuestra omisión, nos convertimos en cómplices de la promoción de la
injusticia. No podemos aspirar a un mundo mejor, a un futuro brillante y pacífico,
si no estamos dispuestos a compartir lo que hemos recibido. Sólo entonces
podremos afirmar, con verdad y valentía, que nadie se ha quedado atrás.
IX
Invoco
sobre todos los aquí reunidos (la FAO y sus funcionarios, comprometidos cada día
a cumplir con sus responsabilidades con virtud y dar ejemplo) las bendiciones de
Dios, que cuida de los pobres, los hambrientos y los indefensos. Que Dios
renueve en cada uno de nosotros esa esperanza que no defrauda (Rm
5,5). Los desafíos que enfrentamos son inmensos, pero también lo son
nuestro potencial y las posibles vías de acción.
El
hambre tiene muchos nombres y pesa sobre toda la familia humana. Todo ser humano
tiene hambre no solo de pan, sino también de todo lo que le permita madurar y
crecer hacia la felicidad para la que fuimos creados. Hay un hambre de fe,
esperanza y amor que debe canalizarse hacia la respuesta global que estamos
llamados a brindar juntos. Lo que Jesús dijo a sus discípulos ante una
multitud hambrienta sigue siendo un desafío fundamental y urgente para la
comunidad internacional: «Dadles vosotros de comer» ( Mc
6,37). Con la pequeña contribución de sus discípulos, Jesús realizó
un gran milagro.
No
se cansen, por tanto, de pedir hoy a Dios la valentía y la energía para seguir
trabajando por una justicia que produzca resultados duraderos y beneficiosos. Al
continuar sus esfuerzos, siempre pueden contar con la solidaridad y el
compromiso de la Santa Sede y de las instituciones de la Iglesia Católica,
dispuestas a salir al servicio de los más pobres y desfavorecidos del mundo.
Muchas
gracias.
León XIV