A la Universidad Lateranense de Roma
Universidad
Lateranense
Roma, 14 noviembre 2025
Gran canciller, cardenal Reina, rector Amarante, miembros del equipo coordinador, profesores, estudiantes, personal auxiliar y autoridades civiles y religiosas presentes, me complace estar aquí entre ustedes, en la Universidad Lateranense Pontificia, para la inauguración del 253 año académico desde su fundación.
Esta es una ocasión especial en la que, al tiempo que miramos con gratitud la larga historia que nos precede, nos centramos también en la misión que nos aguarda, en los caminos que debemos explorar y en el servicio que debemos ofrecer a la Iglesia en el mundo actual y ante los desafíos del futuro. Una mirada agradecida al pasado, por tanto, pero también ojos y corazones puestos en el futuro, porque el valioso servicio que presta la universidad es indispensable.
Toda
universidad es un lugar de estudio, investigación, formación, relaciones y
conexiones con la realidad en la que se encuentra inserta. En particular, las
universidades eclesiásticas y pontificias, erigidas o aprobadas por la sede apostólica,
son comunidades en las que se desarrolla la «necesaria mediación cultural de
la fe que, articulándose en una reflexión abierta al diálogo con otros campos
del conocimiento, encuentra su fuente primaria y perenne en Jesucristo» (Francisco
I, Carta, 13-XII-2024).
Entre las instituciones académicas, la Universidad Lateranense mantiene un vínculo muy especial con el sucesor de Pedro, rasgo constitutivo de su identidad y misión desde sus orígenes, cuando en 1773 Clemente XIV confió la escuela de teología del Colegio Romano al clero secular, solicitando que esta institución dependiera del papa para la formación de sus sacerdotes. Desde entonces, todos los pontífices posteriores han mantenido y fortalecido una relación privilegiada con la que sería la actual Universidad Lateranense.
Entre ellos está Pío IX, que estableció la estructura, aún vigente, de cuatro facultades: Teología, Filosofía, Derecho Canónico y Derecho Civil, con potestad para otorgar títulos académicos en "utroque iure". Está León XIII, que fundó el Instituto Superior de Letras. Está Pío XII, que erigió el Instituto Pastoral del Ateneo. Está Juan XXIII, que confirió el título de universidad al Ateneo. Y está Pablo VI, que tras ser profesor en estas aulas visitó la universidad tras su elección y reafirmó el estrecho vínculo entre ella y la Curia Romana.
Esta relación especial fue subrayada por Juan Pablo II, cuando dijo: «Ustedes constituyen, de manera especial, la universidad del papa, y no únicamente como título sino también gravoso». Con palabras igualmente afectuosas, este vínculo fue reafirmado por Benedicto XVI y Francisco I, este último deseando establecer dos ciclos de estudios: en Ciencias de la Paz y en Ecología.
Al reiterar y confirmar todo lo establecido y concedido por mis venerables predecesores, deseo destacar la misión particular de la Universidad Lateranense Pontificia en las circunstancias actuales.
Esta universidad, a diferencia de otras prestigiosas instituciones académicas, incluidas las de Roma, no posee el carisma de un fundador que preservar, profundizar y desarrollar. Más bien, su singular orientación es el magisterio del pontífice. Por su naturaleza y misión, constituye un centro privilegiado donde se elabora, se recibe, se desarrolla y se contextualiza la doctrina de la Iglesia universal. Desde esta perspectiva, es una institución a la que la Curia Romana también puede recurrir para su labor cotidiana.
Al mismo tiempo, la reflexión académica, inspirada en el carisma petrino, se abre a perspectivas interdisciplinarias, internacionales e interculturales. Esta misión encuentra su aplicación diferenciada en las cuatro facultades y dos institutos presentes aquí, y en los tres institutos "ad instar facultatis" con sedes externas: el Instituto Augustinianum Patrístico (de los agustinos), la Academia Alfonsiana de Moral (de los redentoristas) y el Instituto Claretianum de Vida Consagrada (de los claretianos).
A estos hay que añadir los 28 institutos asociados de diversas maneras en tres continentes (Europa, Asia y América), tanto con la Facultad de Teología como con el Instituto de Derecho. Se trata de una realidad amplia y diversa, expresión de la riqueza de culturas y experiencias, de búsqueda de la unidad y fidelidad a la enseñanza petrina.
Queridos amigos, hoy necesitamos con urgencia reflexionar sobre la fe para adaptarla a los escenarios y desafíos culturales actuales, y también para contrarrestar el riesgo de un vacío cultural que, en nuestra época, se extiende cada vez más.
En particular, la Facultad de Teología está llamada a reflexionar sobre el depósito de la fe y a resaltar su belleza y credibilidad en los distintos contextos contemporáneos, para que se manifieste como una propuesta plenamente humana, capaz de transformar la vida de las personas y de la sociedad, de impulsar cambios proféticos ante las tragedias y la pobreza de nuestro tiempo, y de alentar la búsqueda de Dios.
Esta misión exige que la fe cristiana se comunique y transmita en las diversas esferas de la vida y la acción eclesial, y por ello considero de vital importancia el servicio que presta el Instituto de Pastoral.
En la Universidad Lateranense, el estudio de la filosofía debe orientarse a la búsqueda de la verdad mediante los recursos de la razón humana, abierta al diálogo con las culturas y, en especial, con la Revelación cristiana, para el desarrollo integral de la persona humana en todas sus dimensiones (Francisco I, Veritatis Gaudium, LXXXI, 1). Este es un compromiso fundamental, incluso frente a la actitud a veces derrotista que caracteriza el pensamiento contemporáneo, así como con respecto a las nuevas formas de racionalidad vinculadas al transhumanismo y al posthumanismo.
Las facultades de Derecho, Derecho Canónico y Derecho Civil, que han distinguido a nuestra universidad durante siglos, están llamadas a estudiar y enseñar derecho a través de una comprensión amplia de la comparación entre los sistemas jurídicos del derecho civil y el de la Iglesia Católica. En particular, les animo a considerar y estudiar en profundidad los procesos administrativos, un desafío urgente para la Iglesia.
Finalmente, cabe destacar los programas de estudio en Ciencias de la Paz y en Ecología y Medio Ambiente, que con el tiempo adquirirán una forma institucional más definida. Los temas que abordan constituyen una parte esencial del magisterio reciente de la Iglesia, que, establecido como signo de la alianza entre Dios y la humanidad, está llamado a formar agentes de paz y defensores de la justicia que construyan y den testimonio del reino de Dios.
La paz es, sin duda, un don de Dios, pero también requiere de mujeres y hombres capaces de construirla día a día y de apoyar los procesos hacia una ecología integral a nivel nacional e internacional. Por ello, solicito a la universidad que continúe desarrollando y fortaleciendo estos dos programas de estudio a nivel interdisciplinario y transdisciplinario y, de ser necesario, que los integre con otros programas.
Todo esto atañe a la misión educativa de la Universidad en general, pero también quisiera imaginar, junto con ustedes, la Universidad Lateranense como un espacio que (como dije al principio) tiene la mirada y el corazón puestos en el futuro, y que abraza los desafíos contemporáneos a través de algunas dimensiones únicas que destacaré brevemente.
La primera dimensión que quisiera destacar es ésta: que la reciprocidad y la fraternidad deben ser el pilar de la educación.
Hoy, lamentablemente, el término persona se usa a menudo como sinónimo de individuo, y el atractivo del individualismo como clave del éxito tiene consecuencias preocupantes en todos los ámbitos. Hoy se prioriza la autopromoción, se fomenta la primacía del ego y se dificulta la cooperación; crecen los prejuicios y las barreras hacia los demás, especialmente hacia quienes son diferentes; se sustituye el servicio a la responsabilidad por el liderazgo solitario y, en definitiva, se multiplican los malentendidos y los conflictos.
La educación académica nos ayuda a trascender el ensimismamiento y promueve una cultura de reciprocidad, de alteridad, de diálogo. Frente a lo que la encíclica Fratelli Tutti define como «el virus del individualismo radical» (Francisco I, Fratelli Tutti, 105), les pido que cultiven la reciprocidad mediante relaciones marcadas por la generosidad y experiencias que fomenten la fraternidad y el intercambio entre diferentes culturas.
La Universidad Lateranense Pontificia, enriquecida por la presencia de estudiantes, profesores y personal de los cinco continentes, representa un microcosmos de la Iglesia universal. Por tanto, es un signo profético de comunión y fraternidad.
La segunda dimensión que quisiera destacar es ésta: que la excelencia científica debe ser promovida, defendida y desarrollada.
A menudo, el servicio académico a menudo carece del debido reconocimiento, en parte debido a prejuicios profundamente arraigados que, lamentablemente, también permean la comunidad eclesial. A veces nos encontramos con la idea de que la investigación y el estudio son inútiles para la vida real, que lo que importa en la Iglesia es la práctica pastoral en lugar de la preparación teológica, bíblica o legal.
El riesgo reside en caer en la tentación de simplificar cuestiones complejas para evitar la carga del pensamiento, con el peligro de que, incluso en la acción pastoral y su lenguaje, podamos caer en la banalidad, la aproximación o la rigidez.
La investigación científica y el trabajo de investigación son necesarios. Necesitamos laicos y sacerdotes capacitados y competentes. Por lo tanto, les exhorto a no bajar la guardia en materia científica, sino a perseguir con pasión la búsqueda de la verdad y a involucrarse estrechamente con otras ciencias, con la realidad y con los problemas y dificultades de la sociedad.
Esto exige que la universidad cuente con un profesorado bien preparado, dotado (en los ámbitos pastoral, legal y financiero) para dedicarse a la vida académica y la investigación. Exige que los estudiantes estén motivados, sean entusiastas y estén dispuestos a realizar estudios rigurosos. Exige que la universidad colabore con otros centros de estudio y docencia para que, desde esta perspectiva interdisciplinaria y transdisciplinaria, pueda explorar caminos inexplorados.
La tercera dimensión que recuerdo brevemente es la del bien común.
El objetivo del proceso educativo y académico debe ser formar personas que, con espíritu de generosidad y pasión por la verdad y la justicia, puedan construir un mundo nuevo, solidario y fraterno. La universidad puede y debe difundir esta cultura, convirtiéndose en un signo y una expresión de este nuevo mundo y de la búsqueda del bien común.
Estimados todos, un ilustre teólogo de esta universidad, el profesor Bordoni, en una de sus reflexiones sobre la relación entre cristología e inculturación, afirma que es necesario asumir la tarea de pensar la fe y que «el diálogo con el mundo, con su historia cambiante que a menudo desafía la fe del cristiano ante nuevos problemas y nuevas situaciones de vida, constituye el campo de entrenamiento para este compromiso que es el esfuerzo del concepto» (Bordoni, M; "Verdad de la Revelación Cristiana", en Path, II (2002), p. 263).
Espero que continúen explorando con pasión el misterio de la fe cristiana y que siempre dialoguen con el mundo, con la sociedad y con las preguntas y desafíos actuales. La Universidad Lateranense ocupa un lugar especial en el corazón del papa, quien los anima a soñar en grande, a imaginar espacios posibles para el cristianismo del futuro, a trabajar con alegría para que todos puedan descubrir a Cristo y, en él, encontrar la plenitud a la que aspiran.
¡Gracias, y que tengas un excelente año académico!
León XIV
Act:
14/11/25
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