Al Dicasterio para los Santos
Salón
Pablo VI
Vaticano, 13 noviembre 2025
Eminencias, excelencias, queridos sacerdotes, religiosos y religiosas, queridos hermanos y hermanas, me complace darles la bienvenida a la clausura de la conferencia patrocinada por el Dicasterio para las Causas de los Santos, dedicada a la relación entre los fenómenos místicos y la santidad de vida.
Esta es una de las dimensiones más hermosas de la experiencia de la fe, y les agradezco que hayan contribuido a enriquecerla con este estudio profundo y a esclarecer algunos aspectos que requieren discernimiento.
Mediante la reflexión teológica, la predicación y la catequesis, la Iglesia ha reconocido durante siglos que en el corazón de la vida mística reside la conciencia de una íntima unión de amor con Dios. Este acontecimiento de gracia se manifiesta en los frutos que produce, según las palabras del Señor: «No da buen árbol fruto malo, ni da buen fruto malo. Porque por el fruto de cada árbol se conoce. No se recogen higos de los espinos, ni se cosechan uvas de las zarzas» (Lc 6,43-44).
El misticismo se caracteriza, pues, como una experiencia que trasciende el mero conocimiento racional, no por el mérito de quien lo experimenta, sino por un don espiritual que puede manifestarse de diversas maneras, incluso a través de fenómenos opuestos, como visiones luminosas o densa oscuridad, aflicciones o éxtasis.
En sí mismos, estos acontecimientos excepcionales son secundarios e inesenciales para el misticismo y la santidad misma. Pueden ser signos de ella, como carismas singulares, pero el verdadero objetivo es y siempre será la comunión con Dios, que es «interior intimo meo et superior summo meo» (San Agustín, Confesiones, III, VI, 11).
Los fenómenos extraordinarios de una experiencia mística no son condiciones indispensables para reconocer la santidad de un creyente. Si están presentes, fortalecen las virtudes no como privilegios individuales, sino como ordenadas a la edificación de toda la Iglesia, el cuerpo místico de Cristo.
Lo que más importa y lo que más debe enfatizarse en el examen de los candidatos a la santidad es su plena y constante conformidad con la voluntad de Dios, revelada en las Sagradas Escrituras y en la Tradición Apostólica. Es importante, por tanto, mantener el equilibrio. Así como no deben promoverse las causas de canonización sólo ante la presencia de fenómenos excepcionales, así debe tenerse cuidado de no penalizarlas si esos mismos fenómenos caracterizan la vida de los siervos de Dios.
Con un compromiso constante, el magisterio, la teología y los autores espirituales han proporcionado criterios para distinguir los auténticos fenómenos espirituales, que pueden ocurrir en un ambiente de oración y búsqueda sincera de Dios, de manifestaciones que pueden ser engañosas. Para evitar caer en ilusiones supersticiosas, tales acontecimientos deben ser evaluados con prudencia, mediante un discernimiento humilde según la doctrina de la Iglesia.
Resumiendo casi por completo la práctica, Santa Teresa de Avila afirma: «Es evidente que la perfección suprema no reside en la dulzura interior, en los grandes éxtasis, en las visiones ni en el espíritu de profecía, sino en la perfecta conformidad de nuestra voluntad con la de Dios, de modo que queramos, y con firmeza, lo que sabemos que es su voluntad, aceptando con la misma alegría lo dulce y lo amargo, según su voluntad» (Santa Teresa de Jesús, Castillo Interior, II, I, 8).
Estas
palabras se corresponden con la experiencia de San Juan de la Cruz, según quien
el ejercicio de las virtudes es la semilla de la apasionada disponibilidad a
Dios, de modo que su voluntad y la nuestra se convierten en «una sola voluntad
en un consentimiento libre y entregado» (San Juan de la Cruz, Llama de Amor
Viva, III, 24), hasta la transformación del amante en el Amado (San Juan de
la Cruz, Cántico Espiritual, XXII, 3).
La clave para discernir a un creyente reside en escuchar su reputación de santidad y examinar su virtud perfecta, como expresiones de comunión eclesial y unión íntima con Dios. Al desempeñar este valioso servicio, especialmente quienes trabajan en el ámbito de las causas de canonización están llamados a imitar a los santos y, así, cultivar la vocación que nos une a todos como miembros bautizados, miembros vivos del único pueblo de Dios.
Al animarles a continuar por este camino con confianza y sabiduría, les imparto cordialmente mi bendición apostólica. ¡Gracias!
León XIV
Act:
13/11/25
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