El ciego de Jericó
Plaza
San Pedro
Vaticano, 11 junio 2025
Queridos hermanos y hermanas, con esta catequesis quisiera dirigir vuestras miradas a otro aspecto esencial de la vida de Jesús: sus curaciones. Por eso, os invito a presentar ante el corazón de Cristo las partes más doloridas o frágiles de vosotros, o aquellos lugares de vuestra vida en los que os sentís paralizados y bloqueados. ¡Pidamos al Señor con confianza que escuche nuestro grito y nos cure!
El personaje que nos acompaña en esta reflexión nos ayuda a comprender que nunca hay que abandonar la esperanza, incluso cuando nos sentimos perdidos. Se trata de Bartimeo, un hombre ciego y mendigo, que Jesús encontró en Jericó (Mc 10,40-52).
El lugar es significativo, pues Jesús se dirige a Jerusalén, pero comienza su viaje (por así decirlo) desde los infiernos de Jericó, por encontrarse dicha ciudad por debajo del nivel del mar. De hecho, Jesús, con su muerte, fue a recuperar a los infiernos a ese Adán que cayó y que nos representa a cada uno de nosotros.
Bartimeo significa "hijo de Timeo", y aunque podría describir a ese hombre a través de una relación, su realidad es que él está dramáticamente solo. Por otra parte, este nombre también podría significar "hijo de la admiración", pero también indicaría exactamente lo contrario a la situación en la que se encuentra (San Agustín, Consenso de los Evangelios, II, LXV, 125). Dado que el nombre es tan importante en la cultura judía, todo esto significa que Bartimeo no consigue vivir lo que está llamado a ser.
A diferencia del gran movimiento de personas que camina detrás de Jesús, Bartimeo permanece inmóvil. El evangelista dice que está «sentado al borde del camino», por lo que necesita que alguien lo levante y lo ayude a seguir caminando.
Por nuestra parte, ¿qué podemos hacer cuando nos encontramos en una situación que parece sin salida? Bartimeo nos enseña a apelar a los recursos que llevamos dentro, y que forman parte de nosotros. Él es un mendigo, y por eso sabe pedir y ¡gritar! Si realmente deseas algo, haz todo lo posible por conseguirlo, incluso aunque te reprendan, o te humillen, o te digan que lo dejes. Si realmente lo deseas, ¡sigue gritando!
El grito de Bartimeo, relatado en el evangelio de Marcos («¡Hijo de David, ten piedad de mí!»; v.47), se ha convertido en una oración muy conocida en la tradición oriental, que también nosotros podemos utilizar: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy pecador».
Bartimeo es ciego, pero paradójicamente ¡ve mejor que los demás y reconoce quién es Jesús! Ante su grito, Jesús se detiene y lo llama (v.49), porque no hay ningún grito que Dios no escuche, incluso cuando no seamos conscientes de dirigirnos a él (Ex 2,23). Parece extraño que, ante un ciego, Jesús no se acerque inmediatamente a él, pero si lo pensamos bien es la forma de reactivar la vida de Bartimeo.
Jesús, por tanto, empuja al ciego a levantarse, confiando en su posibilidad de caminar. Ese hombre puede ponerse de pie, puede resucitar de sus situaciones de muerte, pero para hacer eso debe realizar un gesto muy significativo: ¡debe arrojar su manto! (v.50).
Para un mendigo, el manto lo es todo. Es la seguridad, es la casa, es la defensa que lo protege. Incluso la ley tutelaba el manto del mendigo y obligaba a devolverlo por la tarde, si había sido tomado en prenda (Ex 22,25). Para nosotros, muchas veces lo que nos bloquea son nuestros mantos. Es decir, nuestras seguridades, lo que nos hemos puesto para defendernos, lo que nos impide caminar. Para ir a Jesús y dejarse curar, Bartimeo debe exponerse a él en toda su vulnerabilidad. Este es el paso fundamental para todo camino de curación.
La pregunta que Jesús le hace parece extraña: «¿Qué quieres que haga por ti?». ¿Por qué? Porque no es obvio que queramos curarnos de nuestras enfermedades, e incluso preferimos quedarnos quietos para no asumir responsabilidades.
La respuesta de Bartimeo es profunda, y utiliza el verbo anablepein, que puede significar "ver de nuevo" o "levantar la mirada". Bartimeo, de hecho, no sólo quiere volver a ver, sino que también quiere recuperar su dignidad. Para mirar hacia arriba, hay que levantar la cabeza. A veces, las personas se bloquean porque la vida les ha humillado, y sólo desean recuperar su propio valor.
Lo que salva a Bartimeo, y a cada uno de nosotros, es la fe. Jesús nos cura para que podamos ser libres. Él no invita a Bartimeo a seguirlo, sino le dice que se vaya, que se ponga en camino (v.52). Marcos, sin embargo, concluye el relato refiriendo que Bartimeo se puso a seguir a Jesús, a forma de decir que ha elegido libremente seguir el camino de Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, llevemos con confianza ante Jesús nuestras enfermedades, y también las de nuestros seres queridos. Llevemos el dolor de quienes se sienten perdidos y sin salida. Clamemos por ellos, y estemos seguros de que el Señor nos escuchará y se detendrá.
León XIV