Diseñar Nuevos Mapas de Esperanza
Despacho
Papal
Vaticano, 27 octubre 2025
I
Proemio
1.
El 28 octubre 2025 se cumple el 60 aniversario de la declaración conciliar
Gravissimum Educationis sobre la extrema importancia y actualidad de la educación
en la vida del ser humano. Con ese texto, el Concilio Vaticano II recordó a la
Iglesia que la educación no es una actividad accesoria, sino que constituye el
tejido mismo de la evangelización: es la forma concreta con la que el evangelio
se convierte en gesto educativo, relación, cultura. Hoy, ante los rápidos
cambios y las incertidumbres que desorientan, ese legado muestra una
sorprendente solidez. Allí donde las comunidades educativas se dejan guiar por
la palabra de Cristo, no se retiran, sino que se relanzan; no levantan muros,
sino que construyen puentes. Reaccionan con creatividad, abriendo nuevas
posibilidades para la transmisión del conocimiento y del sentido en la escuela,
en la universidad, en la formación profesional y civil, en la pastoral escolar
y juvenil, y en la investigación, porque el evangelio no envejece, sino que «hace
nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). Cada generación lo escucha como una novedad
que regenera. Cada generación es responsable del evangelio y del descubrimiento
de su poder seminal y multiplicador.
2.
Vivimos en un entorno educativo complejo, fragmentado y digitalizado.
Precisamente por eso es sabio detenerse y recuperar la mirada sobre la "cosmología
de la paideia cristiana", una visión que, a lo largo de los siglos, supo
renovarse e inspirar positivamente todas las poliédricas facetas de la educación.
Desde sus orígenes, el evangelio ha generado "constelaciones educativas",
experiencias humildes y fuertes a la vez, capaces de leer los tiempos, de
custodiar la unidad entre la fe y la razón, entre el pensamiento y la vida,
entre el conocimiento y la justicia. Han sido, en la tormenta, un ancla de
salvación; y en la bonanza, una vela desplegada. Un faro en la noche para guiar
la navegación.
3.
La declaración Gravissimum Educationis no ha perdido fuerza. Desde su recepción
ha nacido un firmamento de obras y carismas que aún hoy orienta el camino:
escuelas y universidades, movimientos e institutos, asociaciones laicales,
congregaciones religiosas y redes nacionales e internacionales. Juntos, estos
cuerpos vivos han consolidado un patrimonio espiritual y pedagógico capaz de
atravesar el siglo XXI y responder a los retos más apremiantes. Este patrimonio
no está inmovilizado: es una brújula que sigue indicando la dirección y
hablando de la belleza del viaje. Las expectativas actuales no son menores que
las muchas a las que se enfrentó la Iglesia hace sesenta años. Más bien se
han ampliado y se han vuelto más complejas. Ante los muchos millones de niños
en el mundo que aún no tienen acceso a la educación primaria, ¿cómo no
actuar? Ante las dramáticas situaciones de emergencia educativa provocadas por
las guerras, las migraciones, las desigualdades y las diversas formas de
pobreza, ¿cómo no sentir la urgencia de renovar nuestro compromiso? La educación,
como recordé en mi exhortación apostólica Dilexi Te, «ha sido siempre
una de las expresiones más altas de la caridad cristiana»1.
El mundo necesita esta forma de esperanza.
II
Una historia dinámica
4.
La historia de la educación católica es la historia del Espíritu en acción.
La Iglesia, "madre y maestra"2,
no por supremacía sino por servicio, genera en la fe y acompaña en el
crecimiento de la libertad, asumiendo la misión del divino Maestro para que
todos «tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Los estilos
educativos que se han sucedido muestran una visión del ser humano como imagen
de Dios, llamado a la verdad y al bien, y un pluralismo de métodos al servicio
de esta llamada. Los carismas educativos no son fórmulas rígidas, sino respuestas originales a las necesidades de cada época.
5.
En los primeros siglos, los padres del desierto enseñaban la sabiduría con parábolas
y apotegmas; redescubrieron el camino de lo esencial, de la disciplina de la
lengua y de la custodia del corazón; transmitieron una pedagogía de la mirada
que reconoce a Dios en todas partes. San Agustín, al injertar la sabiduría bíblica
en la tradición grecorromana, comprendió que el maestro auténtico suscita el
deseo de la verdad, educa la libertad para leer los signos y escuchar la voz
interior. El monacato ha llevado adelante esta tradición en los lugares más
inaccesibles, donde durante décadas se han estudiado, comentado y enseñado las
obras clásicas, de tal manera que, sin este trabajo silencioso al servicio de
la cultura, muchas obras maestras no habrían llegado hasta nuestros días.
Desde
el corazón de la Iglesia surgieron las primeras universidades, que desde sus
orígenes se revelaron como «un centro incomparable de creatividad y de
irradiación del saber para el bien de la humanidad»3.
En sus aulas, el pensamiento especulativo encontró en la mediación de las órdenes
mendicantes la posibilidad de estructurarse sólidamente y llegar hasta las
fronteras de las ciencias. No pocas congregaciones religiosas dieron sus
primeros pasos en estos campos del saber, enriqueciendo la educación de manera
pedagógicamente innovadora y socialmente visionaria.
6.
La educación se ha expresado de muchas maneras. En la Ratio Studiorum, la
riqueza de la tradición escolar se fusiona con la espiritualidad ignaciana,
adaptando un programa de estudios tan articulado como interdisciplinario y
abierto a la experimentación. En la Roma del siglo XVII, San José Calasanz
abrió escuelas gratuitas para los pobres, intuyendo que la alfabetización y el
cálculo son dignidad antes que competencia. En Francia, San Juan Bautista de La
Salle, «consciente de la injusticia que suponía la exclusión de los hijos de
los obreros y campesinos del sistema educativo»4,
fundó los Hermanos de las Escuelas Cristianas. A principios del siglo XIX,
también en Francia, San Marcelino Champagnat se dedicó «con todo su corazón,
en una época en la que el acceso a la educación seguía siendo un privilegio
de unos pocos, a la misión de educar y evangelizar a los niños y jóvenes»5.
Del mismo modo, San Juan Bosco, con su «método preventivo», transformó la
disciplina en rezonabilidad y proximidad. Mujeres valientes, como Vicenta María
López Vicuña, Francesca Cabrini, Giuseppina Bakhita, María Montessori,
Katharine Drexel o Elizabeth Ann Seton, abrieron caminos para las niñas, los inmigrantes, los últimos. Reitero lo que afirmé con claridad en
Dilexi Te: «La
educación de los pobres, para la fe cristiana, no es un favor, sino un deber»6.
Esta genealogía de concreción atestigua que, en la Iglesia, la pedagogía
nunca es teoría desencarnada, sino carne, pasión e historia.
III
Una tradición viva
7.
La educación cristiana es una obra coral, pues nadie educa solo. La comunidad
educativa es un nosotros en el que el docente, el estudiante, la familia, el
personal administrativo y de servicio, los pastores y la sociedad civil
convergen para generar vida7.
Este «nosotros» impide que el agua se estanque en el pantano del «siempre se
ha hecho así» y la obliga a fluir, a nutrir, a regar. El fundamento sigue
siendo el mismo: la persona, imagen de Dios (Gn 1,26), capaz de verdad y relación.
Por eso, la cuestión de la relación entre fe y razón no es un capítulo
opcional: «la verdad religiosa no es sólo una parte, sino una condición del
conocimiento general»8.
Estas palabras de San John Henry Newman (a quien, en el contexto de este jubileo del
mundo educativo, tengo la gran alegría de declarar copatrocinador
de la misión educativa de la Iglesia junto con Santo Tomás de Aquino) son
una invitación a renovar el compromiso con un conocimiento tan intelectualmente
responsable y riguroso como profundamente humano. Y también hay que tener
cuidado de no caer en el iluminismo de una fides que se contrapone
exclusivamente a la ratio. Es necesario salir de los bajíos recuperando una
visión empática y abierta para comprender cada vez mejor cómo se entiende el
ser humano hoy en día, a fin de desarrollar y profundizar su enseñanza. Por
eso no hay que separar el deseo y el corazón del conocimiento: significaría
romper a la persona. La universidad y la escuela católica son lugares donde las
preguntas no se silencian y la duda no se prohíbe, sino que se acompaña. Allí,
el corazón dialoga con el corazón, y el método es el de la escucha que
reconoce al otro como un bien, no como una amenaza. Cor ad Corloquitur fue el
lema cardenalicio de san John Henry Newman, tomado de una carta de San Francisco
de Sales: «La sinceridad del corazón, y no la abundancia de palabras, toca el
corazón de los seres humanos»
8.
Educar es un acto de esperanza y una pasión que se renueva porque manifiesta la
promesa que vemos en el futuro de la humanidad9.
La especificidad, la profundidad y la amplitud de la acción educativa es esa
obra, tan misteriosa como real, de «hacer florecer el ser es cuidar el
alma», como se lee en Platón (Apología de Sócrates, 30a-b). Es un
"oficio
de promesas" en el que se promete tiempo, confianza, competencia. Se promete justicia y
misericordia, se promete el valor de la verdad y el bálsamo del consuelo.
Educar es una tarea de amor que se transmite de generación en generación,
remendando el tejido desgarrado de las relaciones y devolviendo a las palabras
el peso de la promesa: «Todo ser humano es capaz de la verdad, sin embargo, el
camino es mucho más soportable cuando se avanza con la ayuda de los demás»10.
La verdad se busca en comunidad.
IV
La brújula de Gravissimum Educationis
9.
La declaración conciliar Gravissimum Educationis reafirma el derecho de todos a
la educación y señala a la familia como la primera escuela de humanidad. La
comunidad eclesial está llamada a apoyar entornos que integren la fe y la
cultura, respeten la dignidad de todos y dialoguen con la sociedad. El documento
advierte contra cualquier reducción de la educación a una formación funcional
o a un instrumento económico: una persona no es un «perfil de competencias»,
no se reduce a un algoritmo predecible, sino que es un rostro, una historia, una
vocación.
10.
La formación cristiana abarca a toda la persona: espiritual, intelectual,
afectiva, social, corporal. No opone lo manual y lo teórico, la ciencia y el
humanismo, la técnica y la conciencia, sino que pide que la profesionalidad
esté impregnada de ética, y que la ética no sea una palabra abstracta, sino
una práctica cotidiana. La educación no mide su valor sólo en función de la
eficiencia: lo mide en función de la dignidad, la justicia y la capacidad de
servir al bien común. Esta visión antropológica integral debe seguir siendo
el eje central de la pedagogía católica. Ella, siguiendo el pensamiento de San
John Henry Newman, se opone a un enfoque puramente mercantilista que a menudo
obliga hoy en día a medir la educación en términos de funcionalidad y
utilidad práctica11.
11.
Estos principios no son recuerdos del pasado. Son estrellas fijas. Dicen que la
verdad se busca juntos; que la libertad no es capricho, sino respuesta; que la
autoridad no es dominio, sino servicio. En el contexto educativo, no se debe «alzarse
la bandera de la posesión de la verdad, ni en el análisis de los problemas, ni
en su resolución»12.
En cambio, «es más importante saber acercarse que dar una respuesta apresurada
sobre por qué ha sucedido algo o cómo superarlo. El objetivo es aprender a
afrontar los problemas, que siempre son diferentes, porque cada generación es
nueva, con nuevos retos, nuevos sueños, nuevas preguntas»13.
La educación católica tiene la tarea de reconstruir la confianza en un mundo
marcado por los conflictos y los miedos, recordando que somos hijos y no huérfanos:
de esta conciencia nace la fraternidad.
V
La centralidad de la persona
12.
Poner a la persona en el centro significa educar en la mirada larga de Abraham (Gn
15,5): hacerles descubrir el sentido de la vida, la dignidad inalienable, la
responsabilidad hacia los demás. La educación no es sólo transmisión de
contenidos, sino aprendizaje de virtudes. Se forman ciudadanos capaces de servir
y creyentes capaces de dar testimonio, hombres y mujeres más libres, que ya no
están solos. Y la formación no se improvisa. Recuerdo con agrado los años que
pasé en la querida diócesis de Chiclayo, visitando la Universidad Católica
San Toribio de Mogrovejo, las oportunidades que tuve de dirigirme a la comunidad
académica, diciendo: «No se nace profesionales; cada trayectoria universitaria
se construye paso a paso, libro a libro, año tras año, sacrificio tras
sacrificio»14.
13.
La escuela católica es un ambiente en el que se entrelazan la fe, la cultura y
la vida. No es simplemente una institución, sino un ambiente vivo en el que la
visión cristiana impregna cada disciplina y cada interacción. Los educadores
están llamados a una responsabilidad que va más allá del contrato de trabajo:
su testimonio vale tanto como su lección. Por eso, la formación de los
maestros (científica, pedagógica, cultural y espiritual) es decisiva. Al
compartir la misión educativa común, también es necesario un camino de
formación común, «inicial y permanente, capaz de captar los retos educativos
del momento presente y de proporcionar los instrumentos más eficaces para
afrontarlos. Esto implica en los educadores una disponibilidad para el
aprendizaje y el desarrollo de los conocimientos, para la renovación y
actualización de las metodologías, pero también para la formación
espiritual, religiosa y el compartir»15.
Y no bastan las actualizaciones técnicas: es necesario custodiar un corazón
que escucha, una mirada que anima, una inteligencia que discierne.
14.
La familia sigue siendo el primer lugar educativo. Las escuelas católicas
colaboran con los padres, no los sustituyen, porque «el deber de la educación,
sobre todo religiosa, les corresponde a ustedes antes que a nadie»16.
La alianza educativa requiere intencionalidad, escucha y corresponsabilidad. Se
construye con procesos, instrumentos y verificaciones compartidas. Es un
esfuerzo y una bendición que, cuando funciona, suscita confianza, y cuando
falta
todo se vuelve más frágil.
VI
Identidad y subsidiariedad
15.
Ya la Gravissimum Educationis reconocía la gran importancia del principio de
subsidiariedad y el hecho de que las circunstancias varían según los
diferentes contextos eclesiales locales. Sin embargo, el Concilio Vaticano II
articuló el derecho a la educación y sus principios fundamentales como
universalmente válidos. Destacó las responsabilidades que recaen tanto en los
propios padres como en el estado. Consideró un "derecho sagrado" la oferta de
una formación que permitiera a los estudiantes «evaluar los valores morales
con recta conciencia»17
y pidió a las autoridades civiles que respetaran ese derecho. Además, advirtió
contra la subordinación de la educación al mercado laboral y a la lógica, a
menudo férrea e inhumana, de las finanzas.
16.
La educación cristiana se presenta como una coreografía. Dirigiéndose a los
universitarios en la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa, mi difunto
predecesor, el papa Francisco I, dijo: «Sean protagonistas de una nueva coreografía
que ponga en el centro a la persona humana; sean coreógrafos de la danza de la
vida»18.
Formar a la persona «en su totalidad» significa evitar compartimentos
estancos. La fe, cuando es verdadera, no es una materia añadida, sino el
aliento que oxigena todas las demás materias. Así, la educación católica se
convierte en levadura en la comunidad humana: genera reciprocidad, supera los
reduccionismos, abre a la responsabilidad social. La tarea hoy es atreverse con
un humanismo integral que habite las preguntas de nuestro tiempo sin perder la
fuente.
VII
La contemplación de la creación
17.
La antropología cristiana es la base de un estilo educativo que promueve el
respeto, el acompañamiento personalizado, el discernimiento y el desarrollo de
todas las dimensiones humanas. Entre ellas, no es secundaria una inspiración
espiritual, que se realiza y se fortalece también a través de la contemplación
de la creación. Este aspecto no es nuevo en la tradición filosófica y teológica
cristiana, donde el estudio de la naturaleza tenía también como propósito
demostrar las huellas de Dios (vestigia Dei) en nuestro mundo. En las Collationes
in Hexaemeron, San Buenaventura de Bagnoregio escribe que «el mundo entero
es una sombra, un sendero, una huella». Es el libro escrito desde fuera (Ez
2,9), porque en cada criatura hay un reflejo del modelo divino, pero mezclado
con la oscuridad. El mundo es, por tanto, un camino similar a la opacidad
mezclada con la luz; en ese sentido, es un camino. Así como un rayo de luz que
penetra por una ventana se colorea según los diferentes colores de las
diferentes partes del vidrio, el rayo divino se refleja de manera diferente en
cada criatura y adquiere propiedades diferentes»19.
Esto también se aplica a la plasticidad de la enseñanza calibrada en función
de los diferentes caracteres que, en cualquier caso, convergen en la belleza de
la creación y en su salvaguarda. Y requiere proyectos educativos «interdisciplinarios
y transdisciplinarios ejercidos como sabiduría y creatividad»20.
18.
Olvidar nuestra humanidad común ha generado fracturas y violencia; y cuando la
tierra sufre, los pobres sufren más. La educación católica no puede callar:
debe unir la justicia social y la justicia ambiental, promover la sobriedad y
los estilos de vida sostenibles, formar conciencias capaces de elegir no solo lo
conveniente, sino lo justo. Cada pequeño gesto (evitar el desperdicio, elegir
con responsabilidad, defender el bien común) es alfabetización cultural y
moral.
19.
La responsabilidad ecológica no se agota en datos técnicos. Estos son
necesarios, pero no suficientes. Se necesita una educación que involucre la
mente, el corazón y las manos; nuevos hábitos, estilos comunitarios, prácticas
virtuosas. La paz no es ausencia de conflicto: es fuerza mansa que rechaza la
violencia. Una educación para la paz "desarmada y desarmante"21
enseña a deponer las armas de la palabra agresiva y de la mirada que juzga,
para aprender el lenguaje de la misericordia y de la justicia reconciliada.
VIII
Una constelación educativa
20.
Hablo de constelación porque el mundo educativo católico es una red viva y
plural: escuelas parroquiales y colegios, universidades e institutos superiores,
centros de formación profesional, movimientos, plataformas digitales,
iniciativas de aprendizaje-servicio y pastorales escolares, universitarias y
culturales. Cada estrella tiene su propio brillo, pero todas juntas trazan
una ruta. Donde en el pasado hubo rivalidad, hoy pedimos a las instituciones que
converjan: la unidad es nuestra fuerza más profética.
21.
Las diferencias metodológicas y estructurales no son lastres, sino recursos. La
pluralidad de carismas, si se coordina bien, compone un cuadro coherente y
fecundo. En un mundo interconectado, el juego se desarrolla en dos tableros: el
local y el global. Se necesitan intercambios de profesores y estudiantes,
proyectos comunes entre continentes, reconocimiento mutuo de buenas prácticas,
cooperación misionera y académica. El futuro nos obliga a aprender a colaborar
más, a crecer juntos.
22.
Las constelaciones reflejan sus propias luces en un universo infinito. Como en
un caleidoscopio, sus colores se entrelazan creando nuevas variaciones cromáticas.
Lo mismo ocurre en el ámbito de las instituciones educativas católicas, que
están abiertas al encuentro y a la escucha de la sociedad civil, de las
autoridades políticas y administrativas, así como de los representantes de los
sectores productivos y de las categorías laborales. Se les invita a colaborar aún
más activamente con ellas con el fin de compartir y mejorar los itinerarios
educativos, para que la teoría se sustente en la experiencia y la práctica. La
historia enseña, además, que nuestras instituciones acogen a estudiantes y
familias no creyentes o de otras religiones, pero deseosos de una educación
verdaderamente humana. Por esta razón, como ya ocurre en la realidad, se deben
seguir promoviendo comunidades educativas participativas, en las que laicos,
religiosos, familias y estudiantes compartan la responsabilidad de la misión
educativa junto con las instituciones públicas y privadas.
IX
Navegando por nuevos espacios
23.
Hace 60 años la Gravissimum Educationis abrió una etapa de
confianza: animó a actualizar métodos y lenguajes. Hoy en día, esta confianza
se mide con el entorno digital. Las tecnologías deben servir a la persona, no
sustituirla; deben enriquecer el proceso de aprendizaje, no empobrecer las
relaciones y las comunidades. Una universidad y una escuela católica sin visión
corren el riesgo de caer en un eficientismo sin alma, en la estandarización del
conocimiento, que se convierte entonces en empobrecimiento espiritual.
24.
Para habitar estos espacios se necesita creatividad pastoral: reforzar la
formación de los docentes también en el ámbito digital; valorizar la didáctica
activa; promover el aprendizaje-servicio y la ciudadanía responsable; evitar
toda tecnofobia. Nuestra actitud hacia la tecnología nunca puede ser hostil,
porque «el progreso tecnológico forma parte del plan de Dios para la creación»22.
Pero exige discernimiento en el diseño didáctico, la evaluación, las
plataformas, la protección de datos y el acceso equitativo. En cualquier caso,
ningún algoritmo podrá sustituir lo que hace humana a la educación, como la poesía,
la ironía, el amor, el arte, la imaginación, la alegría del descubrimiento e
incluso la educación en el error como oportunidad de crecimiento.
25.
El punto clave no es la tecnología, sino el uso que hacemos de ella. La
inteligencia artificial y los entornos digitales deben orientarse a la protección
de la dignidad, la justicia y el trabajo; deben regirse por criterios de ética
pública y participación; deben ir acompañados de una reflexión teológica y
filosófica a la altura. Las universidades católicas tienen una tarea decisiva:
ofrecer una "diaconía de la cultura", menos cátedras y más mesas donde sentarse
juntos, sin jerarquías innecesarias, para tocar las heridas de la historia y
buscar, en el Espíritu, sabidurías que nacen de la vida de los pueblos.
X
La estrella polar del pacto educativo
26.
Entre las estrellas que orientan el camino se encuentra el pacto educativo global. Con gratitud recojo esta herencia profética que nos ha confiado el
papa Francisco I. Es una invitación a formar una alianza y una red para educar en la
fraternidad universal. Sus siete caminos siguen siendo nuestra base, y son: 1º poner a la
persona en el centro; 2º escuchar a los niños y jóvenes; 3º promover la dignidad y
la plena participación de las mujeres; 4º reconocer a la familia como primera
educadora; 5º abrirse a la acogida y la inclusión; 6º renovar la economía y la política
al servicio del ser humano; 7º cuidar la casa común. Estas siete estrellas han
inspirado a escuelas, universidades y comunidades educativas en todo el mundo,
generando procesos concretos de humanización.
27.
Sesenta años después de la Gravissimum Educationis y cinco años después
del pacto, la historia nos interpela con nueva urgencia. Los rápidos y
profundos cambios exponen a los niños, adolescentes y jóvenes a fragilidades
inéditas. No basta con conservar, sino que es necesario relanzar. Pido a todas las
realidades educativas que inauguren una etapa que hable al corazón de las
nuevas generaciones, recomponiendo el conocimiento y el sentido, la competencia
y la responsabilidad, la fe y la vida. El pacto forma parte de una constelación
educativa global más amplia: los carismas e instituciones, que forman un diseño unitario y luminoso que orienta los pasos en la oscuridad del
tiempo presente.
28.
A las siete vías añado tres prioridades. La primera se refiere a la vida
interior, porque los jóvenes piden profundidad y necesitan espacios de silencio,
discernimiento, diálogo con la conciencia y con Dios. La segunda se refiere a
lo digital humano, porque hemos de formarnos en el uso sabio de las tecnologías y la IA,
colocando a la persona antes que el algoritmo y armonizando las inteligencias técnica,
emocional, social, espiritual y ecológica. La tercera se refiere a la paz
desarmada y desarmante, porque necesitamos educar en lenguajes no violentos, en la reconciliación,
en puentes y no en muros. «Bienaventurados los pacificadores» (Mt 5,9) se
convierte en método y contenido del aprendizaje.
29.
Somos conscientes de que la red educativa católica posee una capilaridad única.
Se trata de una constelación que llega a todos los continentes, con una
presencia particular en las zonas con bajos ingresos: una promesa concreta de
movilidad educativa y de justicia social23.
Esta constelación exige calidad y valentía. Calidad en la planificación pedagógica,
en la formación de los docentes, en la gobernanza. Valentía para garantizar el
acceso a los más pobres, para apoyar a las familias frágiles, para promover
becas y políticas inclusivas. La gratuidad evangélica no es retórica: es un
estilo de relación, un método y un objetivo. Allí donde el acceso a la
educación sigue siendo un privilegio, la Iglesia debe abrir puertas e inventar
caminos, porque «perder a los pobres» equivale a perder la escuela misma. Esto
también se aplica a la universidad, pues la mirada inclusiva y el cuidado del corazón
salvan de la estandarización, y el espíritu de servicio reaviva la imaginación
y reaviva el amor.
XI
Nuevos mapas de esperanza
30.
En el 60 aniversario de la Gravissimum Educationis, la Iglesia celebra
una fecunda historia educativa, pero también se enfrenta a la necesidad
imperiosa de actualizar sus propuestas a la luz de los signos de los tiempos.
Las constelaciones educativas católicas son una imagen inspiradora de cómo la
tradición y el futuro pueden entrelazarse sin contradicciones: una tradición
viva que se extiende hacia nuevas formas de presencia y servicio. Las
constelaciones no se reducen a concatenaciones neutras y aplanadas de las
diferentes experiencias. En lugar de cadenas, nos atrevemos a pensar en las
constelaciones, en su entrelazamiento lleno de maravilla y despertares. En ellas
reside esa capacidad de navegar entre los desafíos con esperanza, pero también
con una revisión valiente, sin perder la fidelidad al evangelio. Somos
conscientes de las dificultades, pues la hiperdigitalización puede fragmentar la
atención; la crisis de las relaciones puede herir la psique; la inseguridad
social y las desigualdades pueden apagar el deseo. Sin embargo, precisamente aquí,
la educación católica puede ser un faro, y no un refugio nostálgico sino un
laboratorio de discernimiento, innovación pedagógica y testimonio profético.
Diseñar nuevos mapas de esperanza: esta es la urgencia del mandato.
31.
Pido a las comunidades educativas que desarmen las palabras, levanten la
mirada, custodien el corazón. Que desarmen las palabras, porque la educación no
avanza con la polémica, sino con la mansedumbre que escucha. Que levanten la
mirada, como Dios le dijo a Abraham: «Mira al cielo y cuenta las estrellas» (Gn
15,5): sepan preguntarse adónde van y por qué. Que custodien el corazón,
porque la
relación está antes que la opinión, y la persona antes que el programa. No
desperdicien el tiempo y las oportunidades. Citando una expresión agustiniana,
«nuestro presente es una intuición, un tiempo que vivimos y del que
debemos aprovechar antes de que se nos escape de las manos»24.
En conclusión, queridos hermanos y hermanas, hago mía la exhortación del apóstol
Pablo: «Deben brillar como estrellas en el mundo, manteniendo en alto la
palabra de la vida» (Flp 2,15-16).
32.
Encomiendo este camino a la Virgen María, sede sapientiae, y a todos los santos
educadores. Pido a los pastores, a los consagrados, a los laicos, a los
responsables de las instituciones, a los maestros y a los estudiantes: sean
servidores del mundo educativo, coreógrafos de la esperanza, investigadores
incansables de la sabiduría, artífices creíbles de expresiones de belleza.
Menos etiquetas y más historias, menos contraposiciones estériles y más sinfonía
en el Espíritu. Entonces nuestra constelación no sólo brillará, sino que
orientará hacia la verdad que libera (Jn 8,32), hacia la fraternidad que
consolida la justicia (Mt 23, 8), hacia la esperanza que no defrauda (Rm 5, 5).
Basílica de San Pedro, 27 octubre 2025
León
XIV
[1]
cf. LEON XIV, Dilexi Te, 68.
[2] cf. JUAN XXIII, Mater et Magistra.
[3] cf. JUAN PABLO II, Ex Corde Ecclesiae, 1.
[4] cf. LEON XIV, Dilexi Te, 69.
[5] cf. LEON XIV, op.cit, 70.
[6] cf. Ibid, 72.
[7] cf. CONGREGACION PARA LA EDUCACION CATOLICA, Identidad de la escuela católica
para una cultura del diálogo, 32.
[8] cf. NEWMAN, J. H; Idea de Universidad, 76.
[9] cf. CONGREGACION PARA LA EDUCACION CATOLICA, Educar hoy y mañana, una
pasión que se renueva, introd.
[10] cf. PREVOST, R. F; Homilía en la Universidad Mogrovejo, Lima 2018.
[11] cf. NEWMAN, J. H; Escritos sobre la Universidad.
[12] cf. LEON XIV, Audiencia,17-V-2025.
[13] cf. LEON XIV, op.cit.
[14] cf. PREVOST, R. F; Homilía en la Universidad Mogrovejo, Lima 2018.
[15] cf. CONGREGACION PARA LA EDUCACIÓN CATOLICA, Educar juntos en la
escuela católica, 20.
[16] cf. CONCILIO VATICANO II, Gaudium et Spes.
[17] cf. CONCILIO VATICANO II, Gravissimum Educationis, 1.
[18] cf. FRANCISCO I, Discurso, 3-VIII-2023.
[19] cf. BUENAVENTURA DE BAGNOREGIO, Collationes in Hexaemeron, XII.
[20] cf. FRANCISCO I, Veritatis Gaudium, 4c.
[21] cf. LEON XIV, Saludo, 8-V-2025.
[22] cf. DICASTÉRIO PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Antiqua et Nova, 117.
[23] cf. Anuario Estadístico de la Iglesia, 31 diciembre 2022.
[24] cf. PREVOST, R. F; Mensaje a la Universidad Mogrovejo, Lima 2016.