Al simposio Nicea y la Unidad Católico-Ortodoxa
Sala
Clementina
Vaticano, 7 junio 2025
Eminencia, excelencias, distinguidos profesores, queridos hermanos y hermanas en Cristo, os doy una cálida bienvenida a todos vosotros, participantes en el simposio Nicea y la Iglesia del Tercer Milenio, hacia la Unidad Católico-Ortodoxa, organizado conjuntamente por el Instituto de Estudios Ecuménicos del Angelicum y la Asociación Teológica Ortodoxa Internacional.
De manera especial, saludo a los representantes de la Iglesia Ortodoxa y la Iglesia Ortodoxa Oriental, muchos de los cuales me honraron con su presencia en la misa de inauguración de mi pontificado.
Me complace ver que el simposio está decididamente orientado hacia el futuro. El Concilio de Nicea no es un mero acontecimiento del pasado, sino una brújula que debe seguir guiándonos hacia la plena unidad visible de los cristianos. El Concilio I Ecuménico es fundamental para el camino común que católicos y ortodoxos han emprendido juntos desde el Concilio Vaticano II. Para las iglesias orientales, que conmemoran su celebración en su calendario litúrgico, el Concilio de Nicea no es simplemente un concilio entre otros ni el primero de una serie, sino el concilio por excelencia, que promulgó la norma de la fe cristiana, la confesión de fe de los 318 padres.
Los tres temas de vuestro simposio son especialmente relevantes para nuestro camino ecuménico.
Primero, la fe de Nicea. Como observó la Comisión Teológica Internacional en su reciente documento para el 1700 aniversario de Nicea, el año 2025 representa «una oportunidad invaluable para enfatizar que lo que tenemos en común es mucho más fuerte, cuantitativa y cualitativamente, que lo que nos divide. Juntos, creemos en el Dios trino, en Cristo como verdaderamente humano y verdaderamente Dios, y en la salvación por medio de Jesucristo, según las Escrituras leídas en la Iglesia y bajo la guía del Espíritu Santo. Juntos, creemos en la Iglesia, el bautismo, la resurrección de los muertos y la vida eterna» (Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador, 43).
Estoy convencido que, al regresar al Concilio de Nicea y aprender de esta fuente común, podremos ver bajo una luz diferente los puntos que aún nos separan. A través del diálogo teológico, y con la ayuda de Dios, obtendremos una mejor comprensión del misterio que nos une. Celebrando juntos esta fe nicena, y proclamándola juntos, avanzaremos también hacia el restablecimiento de la plena comunión entre nosotros.
El segundo tema de vuestro simposio es la sinodalidad. El Concilio de Nicea inauguró un camino sinodal para que la Iglesia lo siguiera a la hora de abordar cuestiones teológicas y canónicas a nivel universal. La contribución de los delegados fraternales de las iglesias y comunidades eclesiales de Oriente y Occidente, al reciente Sínodo sobre la Sinodalidad celebrado aquí en el Vaticano, fue un valioso estímulo para una mayor reflexión sobre la naturaleza y la práctica de la sinodalidad.
El documento final de dicho sínodo señaló que «el diálogo ecuménico es fundamental para desarrollar nuestra comprensión de la sinodalidad y la unidad de la Iglesia», y continuó alentando el desarrollo de «prácticas sinodales ecuménicas, incluidas formas de consulta y discernimiento sobre cuestiones de interés compartido y urgente» (Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión, 138).
Espero que la preparación y la conmemoración conjunta del 1700 aniversario del Concilio de Nicea sean una ocasión providencial «para profundizar y confesar juntos nuestra fe en Cristo, y poner en práctica formas de sinodalidad entre los cristianos de todas las tradiciones» (Ibíd, 139).
El simposio tiene un tercer tema relacionado con la fecha de Pascua. Como sabemos, uno de los objetivos del Concilio de Nicea fue establecer una fecha común para la Pascua, con el fin de expresar la unidad de la Iglesia en toda la oikoumene. Lamentablemente, las diferencias en sus calendarios ya no permiten a los cristianos celebrar juntos la fiesta más importante del año litúrgico, lo que causa problemas pastorales dentro de las comunidades, divide a las familias y debilita la credibilidad de nuestro testimonio del evangelio.
Se han propuesto varias soluciones concretas que, respetando el principio de Nicea, permitan a los cristianos celebrar juntos la "fiesta de las fiestas". En este año, en que todos los cristianos hemos celebrado la Pascua el mismo día, la Iglesia Católica ha reafirmado su apertura a la búsqueda de una solución ecuménica que favorezca una celebración común de la resurrección del Señor, y dé mayor fuerza misionera a nuestra predicación del «nombre de Jesús y la salvación que nace de la fe en la verdad salvífica del evangelio» (León XIV, Discurso, 22-V-2025).
Hermanos y hermanas, en esta víspera de Pentecostés, recordemos que la unidad que anhelamos los cristianos no será principalmente fruto de nuestros propios esfuerzos, ni se logrará mediante ningún modelo o plan preconcebido. Más bien, la unidad será un don recibido «como Cristo quiere y por los medios que él quiere» (Paul Couturier, Oración por la Unidad), por obra del Espíritu Santo.
Por eso, en este momento, os invito a todos a poneros de pie para orar juntos e implorar el don de la unidad del Espíritu. La oración que recitaré implora la unidad del Espíritu con una oración inspirada en la tradición oriental, y dice así: «Oh Rey celestial y consolador, Espíritu de Verdad que estás en todas partes y llenas todas las cosas, tesoro de bendiciones y dador de vida, ven y mora en nosotros, y límpianos de toda impureza y salva nuestras almas, oh Bueno».
Que el Señor esté con vosotros. Que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, venga sobre vosotros y permanezca con vosotros para siempre. Muchas gracias.
León XIV