Al Consejo Juvenil Pontificio
Salón
de los Papas
Vaticano, 30 octubre 2025
Queridos jóvenes, ¡buenos días y bienvenidos!
Han sido invitados a formar parte del Órgano Consultivo Internacional de la Juventud (OCIJ), un órgano adscrito al Dicasterio para Laicos, Familia y Vida, cuyo objetivo es dar a conocer a la Santa Sede la perspectiva de los jóvenes sobre diversos temas centrales de la misión de la Iglesia. Les agradezco su disposición y compromiso con el diálogo y la reflexión conjunta, como lo han demostrado en los últimos días, para ofrecer su contribución a los colaboradores del papa en la Curia Romana. Comparto con ustedes tres breves reflexiones sobre participación, sinodalidad y misión.
Para llevar a cabo vuestra tarea, están llamados, ante todo, a sentirse partícipes de la vida y misión de la Iglesia, que como bien saben es una misión universal, dirigida a todos los hombres y mujeres de toda región geográfica, cultura y clase social. ¿De dónde surge la auténtica participación eclesial? Yo diría que surge de la cercanía al corazón de Cristo. Es decir, tiene raíces espirituales, no ideológicas ni políticas.
En su oración al Padre poco antes de su muerte, como se recoge en el evangelio de Juan, Jesús dice: «No ruego solo por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno» (Jn 17,20-21).
Jesús no se preocupa únicamente por el pequeño círculo de discípulos que tenía delante, sino que mira más allá: piensa en todos los hombres, incluso en los que están lejos, incluso en los que aún no han venido. Él desea que todos estén abiertos a la palabra de salvación que sus discípulos traerán y que todos encuentren en ella la unidad de la fe y el amor mutuo. En resumen, el Señor siempre lleva al mundo entero en su corazón. Ahí reside la fuente de la participación.
Quienes están cerca de Jesús, quienes se hacen amigos suyos en la oración, a través de los sacramentos y en la vida diaria, comienzan a sentir como él y a llevar el mundo entero en sus corazones. Nada les es ajeno, nadie les es indiferente. Los sufrimientos ajenos, sus necesidades, y sus aspiraciones, les preocupan y conmueven.
De ahí el deseo de participar, de sentirse parte de la misión universal de la Iglesia, dirigida a todos. Esta implicación es también un signo de madurez humana y espiritual. En efecto, el niño se preocupa sólo por sus propias necesidades, mientras que la persona madura sabe compartir los problemas de los demás y hacerlos suyos.
Ustedes, queridos jóvenes, están llamados a esta madurez, y a ustedes se les invita a sumergirse en Cristo, para sentir como él siente y ver como él ve. En particular, les invito a preocuparse por las expectativas y dificultades de los jóvenes de nuestro tiempo, a quienes pido miren con la compasión de Cristo y traten de imaginar cómo, partiendo de nuestra fe, la Iglesia puede acercarse a ellos.
Un segundo aspecto es la sinodalidad. Como saben, la sinodalidad es una forma de encarnar la naturaleza de la Iglesia, que es comunión. A imagen de la Santísima Trinidad, la Iglesia es también una comunión de fieles de toda edad, lengua y nacionalidad, que caminan juntos, y se enriquecen mutuamente, y comparten los bienes espirituales propios de cada uno.
Por ello, en la Iglesia sinodal queremos escuchar lo que el Espíritu Santo dice a los jóvenes, así como acoger sus carismas y los dones propios de su edad y de su sensibilidad.
En la Iglesia sinodal, los jóvenes también están llamados a ser portavoces de sus pares. A través de ustedes, queremos dar voz a los más débiles, a los refugiados, a aqquellos que luchan por integrarse en la sociedad y acceder a oportunidades educativas. Todas éstas son voces que, con demasiada frecuencia, quedan acalladas por el ruido de los poderosos, los exitosos y quienes viven en entornos excluyentes.
La Iglesia sinodal también supone para los jóvenes un reto y una provocación, porque los impulsa a no vivir su fe en aislamiento. Como saben, en los últimos años muchos jóvenes se han acercado a la fe a través de las redes sociales, mediante programas exitosos y testimonios cristianos muy populares en línea.
En estos casos, existe el riesgo de que la fe vivida en línea se quede en una experiencia puramente individual, reconfortante a nivel intelectual y emocional, y nunca llegue a ser corpórea. Corre el riesgo de quedarse en una fe permanentemente desencarnada, separada del cuerpo eclesial, no vivida con los demás, no llevada a la práctica en las situaciones cotidianas, las relaciones o el compartir real.
Con demasiada frecuencia, los algoritmos de las redes sociales se limitan a crear una plataforma para el individuo. Es decir, capturan las preferencias y gustos personales y los devuelven amplificados con propuestas atractivas. No obstante, cada uno permanece solo consigo mismo, prisionero de sus propias inclinaciones y proyecciones.
En este sentido, las experiencias de sinodalidad ayudan a superar las barreras del individualismo, y animan a los jóvenes a convertirse en miembros efectivos de la familia de Jesucristo, «viviendo nuestra fe juntos, expresando nuestro amor en la vida comunitaria, compartiendo nuestro afecto, nuestro tiempo, nuestra fe y nuestras preocupaciones con otros jóvenes. La Iglesia ofrece muchas oportunidades diferentes para vivir la fe en comunidad, porque juntos todo es más fácil» (Francisco I, Christus Vivit, 164).
Un tercer y último aspecto es la misión. En el corazón de la Iglesia se encuentra la acción del Espíritu Santo. La acción eclesial no es un mero procedimiento congregacional, sino una manera de abrir espacio a la acción de Dios, mediante la escucha del Espíritu. El Espíritu Santo siempre desea «guiarnos a toda la verdad» (Jn 16,13) y a una aceptación cada vez más profunda de Jesús (que es la verdad), así como «nos recuerda todo lo que nos ha dicho» (Jn 14,26), haciendo que sus palabras sean relevantes hoy. El Espíritu, por lo tanto, nos guía hacia la misión.
En este aspecto, la oración, la escucha y el diálogo en común nos ayudan a comprender cómo llevar el evangelio al mundo actual. Éste es el discernimiento de la Iglesia para la misión, comprendiendo en cada época cómo llevar el evangelio a todos.
Todo esto exige de ustedes, jóvenes, un corazón dispuesto a escuchar tanto las inspiraciones del Espíritu como las profundas aspiraciones de cada persona, más allá de las apariencias y para buscar las verdaderas respuestas que dan sentido a la vida. Exige un corazón abierto a la llamada de Dios, y no aferrado a sus propios planes; abierto a la comprensión y a la compasión, y no al juicio. Exige estar libres de miedo, porque al Señor le encanta llamarnos a recorrer nuevos caminos. Ustedes, jóvenes, pueden ser, en este sentido, maestros de creatividad y valentía.
Les agradezco su contribución a la misión, y sepan que ésta será una fuente adicional de energía e impulso para el espíritu misionero de la Iglesia. Su organización forma parte de ese movimiento espiritual más amplio (que incluye las Jornadas Mundiales de la Juventud, la pastoral juvenil regular y los nuevos movimientos juveniles) que mantiene a la Iglesia siempre joven.
Queridos jóvenes, ustedes representan a muchos de sus compañeros, y a través de ustedes ellos también pueden hablar a la Iglesia. Tengan la seguridad de que su voz es escuchada y tomada en serio. Su contribución y su presencia es valiosa. Que el Espíritu Santo les guíe, les ilumine y les fortalezca en la alegría del testimonio cristiano. Les bendigo de todo corazón.
León XIV