Al Congreso de Personas Mayores
Sala
Clementina
Vaticano, 3 octubre 2025
Eminencia, excelencias, queridos sacerdotes, hermanos y hermanas, les doy la bienvenida y me alegra encontrarme con vosotros con ocasión del II Congreso Internacional sobre Personas Mayores promovido por el Dicasterio para Laicos, Familia y Vida.
El tema del congreso, "tus ancianos soñarán sueños", evoca las palabras de ese profeta Joel (Jl 3,1) tan querido por el papa Francisco, que a menudo habló de la necesidad de una alianza entre jóvenes y ancianos, inspirada por los «sueños de quienes han vivido una larga vida y fecundada por las visiones de quienes emprenden la gran aventura de la vida» (Francisco, Sabiduría de los Tiempos, Roma 2018, p. 9). En el pasaje citado, el profeta anuncia la efusión universal del Espíritu Santo, que crea unidad entre las generaciones y distribuye dones diferentes a cada una.
Lamentablemente, en nuestra época, las relaciones intergeneracionales suelen estar marcadas por fracturas y conflictos, que enfrentan a una generación con otra. Por ejemplo, se acusa a las personas mayores de no dar cabida a los jóvenes en la fuerza laboral o de absorber demasiados recursos económicos y sociales a expensas de otras generaciones, como si la longevidad fuera un delito.
Estas son formas de pensar que revelan visiones muy pesimistas y contradictorias de la existencia. Las personas mayores son un don, una bendición que hay que acoger, y la prolongación de la vida es un hecho positivo; de hecho, es uno de los signos de esperanza de nuestro tiempo, en todo el mundo. Sin duda, también es un desafío, porque el creciente número de personas mayores es un fenómeno histórico sin precedentes que nos llama a un nuevo ejercicio de discernimiento y comprensión.
La vejez es, ante todo, un recordatorio beneficioso de la dinámica universal de la vida. La mentalidad imperante hoy tiende a valorar la existencia si produce riqueza o éxito, si ejerce poder o autoridad, olvidando que los seres humanos son siempre criaturas limitadas y necesitadas. La fragilidad que se manifiesta en los ancianos nos recuerda esta evidencia común: por eso la ocultan o la rehuyen quienes cultivan ilusiones mundanas, para no tener ante sus ojos la imagen de lo que inevitablemente seremos. En cambio, es saludable comprender que envejecer «es parte de la maravilla que somos» (Homilía, 3-VIII-2025).
Esta fragilidad, «si tenemos el coraje de reconocerla, de abrazarla y cuidarla, es un puente hacia el cielo» (Catequesis, 3-IX-2025). En lugar de avergonzarnos de la debilidad humana, nos veremos impulsados a pedir ayuda a nuestros hermanos y hermanas y a Dios, que vela por todas las criaturas como un Padre.
Los ancianos nos enseñan que «la salvación no está en la autonomía, sino en reconocer humildemente las propias necesidades y saber expresarlas libremente», de modo que «la medida de nuestra humanidad no está dada por lo que podemos conquistar, sino por la capacidad de dejarnos amar y, cuando es necesario, también ayudar» (Ibid).
Por extraño que parezca, la vejez, lamentablemente, se está convirtiendo cada vez más en algo que afrontamos de forma inesperada y sin preparación. Inspirándose en las Escrituras, la sabiduría de los padres y la experiencia de los santos, la Iglesia está llamada a ofrecer tiempo y herramientas para descifrarla, para vivirla como cristianos, sin pretender permanecer eternamente jóvenes y libres de desesperación. En este sentido, las catequesis que el papa Francisco dedicó a este tema en 2022 son valiosas, pues desarrollan una verdadera espiritualidad para las personas mayores: pueden utilizarse para desarrollar una labor pastoral eficaz.
Hoy en día, muchas personas, tras jubilarse, tienen la oportunidad de disfrutar de un período cada vez más prolongado de buena salud, bienestar económico y mayor tiempo libre. Se les llama "jóvenes ancianos", y a menudo son quienes demuestran una asistencia litúrgica asidua y dirigen las actividades parroquiales, como la catequesis y diversas formas de servicio pastoral.
Es importante identificar un lenguaje y propuestas apropiados para ellos, involucrándolos no como receptores pasivos de la evangelización, sino como participantes activos, y responder con ellos, y no en su lugar, a las preguntas que la vida y el evangelio plantean.
Se pueden encontrar diferentes situaciones. Algunas personas reciben su primer anuncio de fe a una edad avanzada; otras experimentaron a Dios y a la Iglesia en su juventud, pero luego se distanciaron; otras perseveraron en su vida cristiana. Para todos, la pastoral de las personas mayores debe ser evangelizadora y misionera, porque la Iglesia está siempre llamada a anunciar a Jesús, Cristo Salvador, a todo hombre y mujer, a cualquier edad y en cualquier etapa de la vida.
Donde los ancianos se sienten solos y rechazados, esto significará llevarles el alegre mensaje de la ternura del Señor, para superar, junto con ellos, la oscuridad de la soledad, el gran enemigo de la vida de los ancianos. ¡Que nadie se sienta abandonado! ¡Que nadie se sienta inútil! Incluso una sencilla oración, recitada con fe en casa, contribuye al bien del pueblo de Dios y nos une en comunión espiritual.
Esta tarea misionera nos interpela a todos, a nuestras parroquias y, especialmente, a los jóvenes, quienes pueden convertirse en testigos de cercanía y escucha, de escucha mutua con quienes están más adelantados en la vida.
En otros casos, la evangelización misionera ayudará a las personas mayores a encontrar al Señor y su palabra. De hecho, a medida que envejecen, la pregunta por el sentido de la vida resurge en muchos, creando la oportunidad de buscar una relación auténtica con Dios y profundizar su vocación a la santidad.
Queridos amigos, recordemos siempre que anunciar el evangelio es el compromiso principal de nuestro ministerio pastoral: al involucrar a los ancianos en esta dinámica misionera, ellos también serán testigos de esperanza, especialmente con su sabiduría, devoción y experiencia.
Rezo por todos ustedes, invocando la maternal intercesión de la Virgen María, y les acompaño con mi bendición. ¡Gracias!
León XIV