Al Instituto Juan Pablo II para la Familia
Sala
Clementina
Vaticano, 26 octubre 2025
Querida comunidad académica internacional del Instituto Juan Pablo II del Matrimonio y la Familia, gran canciller Baldassarre Reina, presidente Philippe Bordeyne, vicepresidentes de las secciones, profesores, benefactores, estudiantes y ex-alumnos que han venido de diversos países, ¡bienvenidos sean!
En diversos contextos sociales, económicos y culturales, los desafíos que enfrentamos son diversos: sin embargo, en todas partes y siempre, estamos llamados a apoyar, defender y promover la familia, sobre todo mediante un estilo de vida coherente con el evangelio. Su fragilidad y su valor, considerados a la luz de la fe y la razón, inspiran sus estudios, que cultivan para el bien de las parejas que se convierten en esposos, de los esposos que se convierten en padres y de sus hijos, quienes son, por todos, la promesa de una humanidad renovada por el amor.
La vocación de su instituto, nacida de la visión profética de San Juan Pablo II tras el Sínodo de la Familia de 1980, se manifiesta en establecer un único cuerpo académico distribuido en los distintos continentes, para responder a las necesidades de formación manteniendo la mayor cercanía posible a los esposos y las familias. De este modo, se pueden desarrollar mejor dinámicas pastorales adaptadas a las realidades locales e inspiradas en la tradición viva de la Iglesia y su doctrina social.
Al participar en la misión y el camino de toda la Iglesia, su instituto contribuye a la comprensión del magisterio papal y a la constante actualización del diálogo entre la vida familiar, el mundo del trabajo y la justicia social. Aborda cuestiones de vital importancia, como la paz, el cuidado de la vida y la salud, el desarrollo humano integral, el empleo juvenil, la sostenibilidad económica y la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Todos estos factores influyen en la decisión de casarse y tener hijos.
En este sentido, su misión específica se refiere a la búsqueda común de la verdad y al testimonio de la misma. Al llevar a cabo esta tarea, la teología está llamada a colaborar con las diversas disciplinas que estudian el matrimonio y la familia, no contentándose con simplemente exponer la verdad sobre ellos, sino viviéndola en la gracia del Espíritu Santo y siguiendo el ejemplo de Cristo, quien nos reveló al Padre con sus acciones y palabras.
La proclamación del evangelio, que transforma la vida y la sociedad, nos compromete a promover acciones orgánicas y concertadas en apoyo de la familia. La calidad de la vida social y política de un país, de hecho, se mide particularmente por cómo permite a las familias vivir bien, tener tiempo para sí mismas y cultivar los lazos que las unen.
En una sociedad que a menudo valora la productividad y la rapidez a expensas de las relaciones, es urgente recuperar el tiempo y el espacio para el amor aprendido en la familia, donde se entrelazan las primeras experiencias de confianza, generosidad y perdón, formando el tejido mismo de la vida social.
Recuerdo con emoción las palabras de mi predecesor, el papa Francisco, cuando se dirigió con ternura a las mujeres embarazadas, pidiéndoles que atesoraran la alegría de traer una nueva vida al mundo (Amoris Laetitia, 171). Sus palabras encierran una verdad sencilla y profunda: la vida humana es un don y debe ser siempre acogida con respeto, cuidado y gratitud.
Ante la realidad de tantas madres que viven el embarazo en soledad o marginación, me siento en la obligación de recordar a todos que la comunidad civil y la comunidad eclesial deben comprometerse constantemente a devolver a la maternidad su plena dignidad.
Para ello, se necesitan iniciativas concretas. Se necesitan políticas que garanticen condiciones de vida y de trabajo adecuadas, iniciativas educativas y culturales que reconozcan la belleza de la creación conjunta, y una pastoral que acompañe a mujeres y hombres con cercanía y atención. La maternidad y la paternidad, así protegidas, no son cargas que pesan sobre la sociedad, sino una esperanza que la fortalece y renueva.
Estimados profesores y estudiantes, su contribución al desarrollo de la doctrina social sobre la familia corresponde a la misión encomendada a su Instituto por el papa Francisco en la carta Summa Familiae Cura, donde escribió: «La centralidad de la familia en la conversión pastoral de nuestras comunidades y la transformación misionera de la Iglesia exige que (incluso en el ámbito de la formación académica) la reflexión sobre el matrimonio y la familia nunca carezca de perspectiva pastoral y atención a las heridas de la humanidad».
En los últimos años, su instituto ha acogido las indicaciones del papa Francisco a favor de una teología que cultiva un pensamiento abierto y dialógico, y una cultura «del encuentro entre todas las culturas auténticas y vitales, gracias al intercambio mutuo de sus respectivos dones en el espacio de luz abierto por el amor de Dios a todas sus criaturas» (Veritatis Gaudium, 4b). Por ello, buscan ejercer un método inter y trans disciplinario a la luz de la Revelación (Ibid, 4c).
Desde esta perspectiva, la sólida base de los estudios filosóficos y teológicos se ha enriquecido gracias a la interacción con otras disciplinas, lo que ha permitido explorar importantes áreas de investigación.
Entre estos compromisos, quisiera destacar la necesidad de profundizar la conexión entre la familia y la doctrina social de la Iglesia. Este proceso podría desarrollarse en dos direcciones complementarias. Primero, incluyendo el estudio de la familia como un capítulo esencial en la herencia de sabiduría que la Iglesia ofrece sobre la vida social. Y segundo, enriqueciendo esta herencia con experiencias y dinámicas familiares, para comprender mejor los principios mismos de la enseñanza social de la Iglesia.
Este enfoque nos permitiría desarrollar la visión, retomada por el Concilio Vaticano II y reiteradamente reafirmada por mis predecesores, de la familia como la primera célula de la sociedad, como la escuela original y fundamental de la humanidad. En el ámbito pastoral, no podemos ignorar la tendencia, en muchas regiones del mundo, a la aversión o incluso al rechazo del matrimonio.
Quisiera invitarles, en su reflexión sobre la preparación para el sacramento del matrimonio, a estar atentos a la acción de la gracia de Dios en el corazón de cada hombre y mujer. Aun cuando los jóvenes toman decisiones que no se corresponden con los caminos propuestos por la Iglesia según la enseñanza de Jesús, el Señor sigue llamando a la puerta de sus corazones, preparándolos para recibir una nueva vocación interior.
Si su investigación teológica y pastoral se fundamenta en el diálogo orante con el Señor, encontrarán la valentía para encontrar nuevas palabras que puedan conmover profundamente la conciencia de los jóvenes. En efecto, nuestro tiempo se caracteriza no sólo por tensiones e ideologías que confunden los corazones, sino también por una creciente búsqueda de espiritualidad, verdad y justicia, especialmente entre los jóvenes. Acoger y alimentar este anhelo es una de las tareas más hermosas y urgentes para todos nosotros.
Finalmente, quisiera animarles a continuar el camino sinodal, como parte integral de su formación. Para una universidad internacional es necesario practicar la escucha mutua para discernir mejor cómo crecer juntos al servicio del matrimonio y la familia. Siempre partiendo de vuestra vocación bautismal, poniendo en el centro vuestra relación con Cristo y la acogida de vuestros hermanos y hermanas, comenzando por los más pobres (León XIV, Discurso, 19-IX-2025). De este modo, ustedes harán como sucede en toda buena familia, aprendiendo de la misma realidad a la que desean servir.
Como afirma la última Asamblea del Sínodo de los Obispos, «las familias representan un lugar privilegiado para aprender y experimentar las prácticas esenciales de una Iglesia sinodal. A pesar de las fracturas y el sufrimiento que experimentan, siguen siendo lugares donde aprendemos a intercambiar los dones del amor, la confianza, el perdón, la reconciliación y la comprensión» (Documento Final, 35).
Hay muchísimo que aprender sobre la transmisión de la fe, la práctica diaria de la escucha y la oración, la educación en el amor y la paz, la fraternidad con los inmigrantes y los extranjeros, y el cuidado del planeta. En todas estas dimensiones, la vida familiar precede e inspira nuestro estudio, especialmente a través de testimonios de entrega y santidad.
Estimados estudiantes, estimados profesores, inicien el nuevo año académico con esperanza, con la certeza de que el Señor Jesús siempre nos sostiene con la gracia de su Espíritu de verdad y vida. Sobre todos ustedes imparto cordialmente mi bendición apostólica. Gracias.
León XIV