A los capítulos de órdenes religiosas
Sala
del Consistorio
Vaticano, 23 agosto 2025
Queridas hermanas, me alegra encontrarme con ustedes esta mañana en ocasión de sus capítulos generales. Son momentos de gracia, un don para la Iglesia, además de serlo para sus congregaciones. Saludo a las superioras generales presentes, a las nuevas y a las que ya han concluido, contando los días para descansar un poco.
Celebran sus asambleas durante este año del jubileo de la esperanza. Como dice San Pablo, la esperanza no defrauda, es fruto de virtud probada y está animada por el amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo (Rm 5,5).
Estas palabras se adaptan bien para describir la belleza que ustedes hacen presente hoy en esta sala. Ustedes aportan el don carismático que el Paráclito dio un día a sus fundadoras y fundadores, y que aún sigue renovándose. Ustedes traen la presencia fiel y providente del Señor en las historias de sus institutos. Ustedes ofrecen la virtud con la que, quienes las han precedido, a menudo atravesando duras pruebas, han respondido a los dones de Dios.
Todo esto las hace testigos, testigos de esperanza por excelencia; sobre todo de esa esperanza que nos orienta constantemente hacia los bienes futuros y de los cuales, en cuanto religiosas, están llamadas a ser signo y profecía (Vaticano II, Lumen Gentium, 44).
Sus fundaciones tienen orígenes diferentes, vinculados a la vida de hombres y mujeres de Dios que, con valentía, han respondido sí a la llamada: José Manyanet, Encarnación Colomina, Luigia Clarac, Giuseppe Guarino, Carmela Auteri, Teresa Ferrara y Agostino de Montefeltro.
A todos ellos, el Espíritu Santo les ha dado dones particulares para el bien común, también por medio de la inspiración de grandes escuelas de espiritualidad, como la franciscana y la salesiana. Sin embargo, hay un rasgo que muchas de ustedes comparten: el deseo de vivir y transmitir a los hermanos los valores de la Sagrada Familia de Nazaret, hogar de oración, forja de amor y modelo de santidad.
San Pablo VI, durante su viaje a Tierra Santa, hablando a los fieles en la Basílica Anunciación de Nazaret, expresaba su deseo de que, mirando a Jesús, María y José, se pudiera comprender cada vez más la importancia de la familia, su comunión de amor, su belleza sencilla y austera, su carácter sagrado e inviolable, su dulce pedagogía y su natural e insustituible función en la sociedad (Discurso, 5-I-1964).
También hoy es muy necesario todo esto. La familia, en nuestros días, precisa más que nunca ser ayudada, promovida y animada; con la oración, con el ejemplo y con una acción social diligente, dispuesta a socorrerla en sus necesidades. En este sentido, el testimonio carismático y el trabajo que ustedes realizan como consagradas, pueden hacer mucho.
Las invito a reflexionar sobre aquello que sus institutos han hecho, a lo largo del tiempo, en favor de tantas familias (niños y niñas, madres y padres, ancianos y jóvenes), y también a renovar su compromiso para que, como dice la liturgia, en nuestras casas, "siguiendo los ejemplos de la Sagrada Familia, florezcan las virtudes domésticas y se mantenga vivo el amor" (Misal Romano, Misa por la Familia).
Continúen las obras que les han sido confiadas "siendo familia" y estando cerca de las personas que asisten, con la oración, la escucha, el consejo y la ayuda, para cultivar y difundir, en las diferentes realidades en las que se desempeñan, el espíritu de la casa de Nazaret.
Queridas hermanas, les agradezco el trabajo que llevan adelante en tantas partes del mundo. Las encomiendo al Señor en la oración, las confío a la intercesión de la madre de Dios y de san José, y las bendigo de corazón. Gracias a todas ustedes, buen capítulo y buena continuación.
León XIV