A las Obras Misionales Pontificias
Sala
Clementina
Vaticano, 22 mayo 2025
Eminencias, excelencias, secretarios generales, directores nacionales y personal de Obras Misionales Pontificias. Queridos hermanos y hermanas, os doy la más cordial bienvenida a todos vosotros, que os habéis reunido desde más de ciento veinte países para participar en la Asamblea General anual de las Obras Misionales Pontificias.
Quisiera comenzar agradeciendo a vosotros y a vuestros colaboradores vuestro servicio comprometido, el cual es indispensable para la misión evangelizadora de la Iglesia, como yo mismo he podido constatar en los años de mi ministerio en Perú.
Las Obras Misionales Pontificias son el principal medio para avivar la responsabilidad misionera entre todos los bautizados y sostener a las comunidades eclesiales en las zonas donde la Iglesia es joven (Vaticano II, Ad Gentes, 38). Esto lo vemos en la Obra para la Propagación de la Fe, que proporciona apoyo para los programas pastorales y catequéticos, construcción de nuevas iglesias, asistencia sanitaria y necesidades educativas en territorios de misión.
La Obra de la Santa Infancia, del mismo modo, sostiene programas de formación cristiana para niños, además de atender sus necesidades básicas y velar por su protección. Así mismo, la Obra de San Pedro Apóstol ayuda a cultivar las vocaciones misioneras, tanto sacerdotales como religiosas, mientras que la Unión Misionera se encarga de la formación de sacerdotes, religiosos y religiosas, y de todo el pueblo de Dios en la actividad misionera de la Iglesia.
La promoción del celo apostólico en el pueblo de Dios sigue siendo un aspecto esencial de la renovación de la Iglesia, tal como subrayó el Concilio Vaticano II, y es aún más urgente en nuestros días. Nuestro mundo, herido por la guerra, la violencia y la injusticia, necesita escuchar el mensaje evangélico del amor de Dios, y experimentar el poder reconciliador de la gracia de Cristo.
En este sentido, la Iglesia misma, en todos sus miembros, está llamada cada vez más a ser «una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se convierte en fermento de concordia para la humanidad» (León XIV, Homilía, 18-V-2025). Estamos llamados a llevar a todos los pueblos, y a todas las criaturas, la promesa evangélica de una paz verdadera y duradera, que es posible porque, en palabras del papa Francisco, «el Señor ha vencido al mundo y a su conflictividad permanente mediante la sangre de su cruz» (Evangelii Gaudium, 229).
Es por eso que vemos la importancia de fomentar un espíritu de discipulado misionero en todos los bautizados, y un sentido de urgencia en llevar a Cristo a todos los pueblos. A este respecto, quisiera agradeceros, a vosotros y a vuestros colaboradores, el esfuerzo que realizáis cada año para promover la Jornada Mundial de las Misiones el penúltimo domingo de octubre, que es de gran ayuda en nuestra solicitud por las iglesias que están en zonas confiadas al Dicasterio para la Evangelización.
Hoy, como en los días posteriores a Pentecostés, la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, prosigue su camino a lo largo de la historia con confianza, alegría y valentía, mientras proclama el nombre de Jesús y la salvación que nace de la fe en la verdad salvífica del evangelio. Las Obras Misionales Pontificias son una parte importante de este gran esfuerzo.
En su labor de coordinar la formación misionera y animar un espíritu misionero a nivel local, quisiera pedir a los directores nacionales que den prioridad a las visitas de las diócesis, parroquias y comunidades, y que de este modo ayuden a los fieles a reconocer la importancia fundamental de las misiones, y apoyar a nuestros hermanos y hermanas que están en aquellas áreas de nuestro mundo donde la Iglesia es joven y está creciendo.
Antes de concluir el discurso quisiera reflexionar con vosotros dos elementos distintivos de la identidad de Obras Misionales Pontificias: la comunión y la universalidad. Como Obra encargada de participar en el mandato misionero del papa y del colegio episcopal, vosotros estáis llamados a cultivar y promover la visión de la Iglesia como comunión de creyentes, animada por el Espíritu Santo, que nos hace entrar en la perfecta comunión y armonía de la Santísima Trinidad.
En efecto, es en la Trinidad en quien todas las cosas encuentran su unidad. Esta dimensión cristiana de nuestra vida y misión la llevo en mi corazón, y se refleja en las palabras de San Agustín que elegí para mi servicio episcopal y para mi actual ministerio pontificio: In Illo Uno Unum. Cristo es nuestro Salvador, y en él somos uno (la familia de Dios), más allá de la rica variedad de nuestras lenguas, culturas y experiencias.
Tomar conciencia de nuestra comunión como miembros del cuerpo de Cristo nos abre a la dimensión universal de la misión evangelizadora de la Iglesia, y nos inspira a ir más allá de los confines de nuestras propias parroquias, diócesis y naciones, para compartir con toda nación y pueblo la sobreabundante riqueza del conocimiento de Jesucristo (Flp 3,8).
Un enfoque renovado en la unidad y universalidad de la Iglesia corresponde precisamente al carisma auténtico de Obras Misionales Pontificias. Como tal, debe inspirar el proceso de renovación de los estatutos que vosotros habéis iniciado. A este respecto, expreso mi confianza en que este proceso confirmará vuestra vocación de ser fermento de celo misionero dentro del pueblo de Dios, en todas las partes del mundo.
Queridos amigos, la celebración de este año santo nos interpela a todos a ser "peregrinos de esperanza". Retomando las palabras que el papa Francisco eligió como lema para esta Jornada Mundial de las Misiones, quisiera concluir animándolos a seguir siendo "misioneros de esperanza entre todos los pueblos". Os encomiendo a todos vosotros, y a vuestros bienhechores y a todos los que están asociados a vuestra importante labor, a la amorosa intercesión de María, madre de la Iglesia, y os imparto con afecto la bendición apostólica como prenda de alegría y paz duraderas en el Señor.
León XIV