A las diócesis de Rusia
Sala
Clementina
Vaticano, 17 octubre 2025
Queridos hermanos en el episcopado, queridos sacerdotes, religiosas y religiosos, queridos católicos de Rusia, saludo cordialmente a todos los que han venido desde Rusia a la ciudad eterna, sabiendo que «ponerse en camino es propio de quien busca el sentido de la vida» (Francisco I, Spes non Confundit, 5).
Su presencia se inscribe en el camino de tantas generaciones que han querido visitar estos lugares, donde late el corazón del alma cristiana, donde se entrelazan los acontecimientos de la fe (recibida y transmitida desde los tiempos apostólicos, de la que tantos pueblos y naciones han bebido abundantemente y de la que aún hoy viven) con las preocupaciones y los compromisos de la vida cotidiana.
Junto a los monumentos de la antigua civilización romana se erigen las basílicas, las iglesias, los monasterios y tantos otros signos tangibles de la fe viva, arraigada en los corazones de las personas, capaz de transformar las conciencias y motivar al bien.
Así, esta ciudad puede ser un símbolo de la existencia humana, en la que se entrelazan las «ruinas» de las experiencias pasadas, las angustias, las incertidumbres y las inquietudes, junto con la fe que crece cada día y se hace activa en la caridad, y con la esperanza que no defrauda y nos anima porque, incluso sobre las ruinas, a pesar del pecado y las enemistades, el Señor puede construir el mundo nuevo y la vida renovada.
Los edificios sagrados de Roma evocan la realidad espiritual: que a través del sacramento del bautismo también nosotros somos «empleados como piedras vivas para la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios, por medio de Jesucristo» (1Pe 2,5).
Queridos hermanos y hermanas, sí, es cierto, cada uno de nosotros es una piedra viva en el edificio de la Iglesia. Cada piedra, aunque sea pequeña, colocada por el Señor en el lugar adecuado, desempeña un papel importante para la estabilidad de toda la construcción. Ya el Señor Jesús animaba a sus discípulos: «No teman, pequeño rebaño, porque a su Padre le ha placido darles su reino» (Lc 12,32).
Después de esta peregrinación jubilar, volverán a su tierra y serán llamados a continuar el camino de la vida cristiana, pastores y fieles juntos, sin olvidar que todos son responsables de su Iglesia local, «ayudándose mutuamente a llevar las cargas» (Gál 6,2). Que de sus familias, de sus comunidades parroquiales y diocesanas salga un ejemplo de amor, fraternidad, solidaridad y respeto mutuo para todas las personas entre las que viven, trabajan y estudian. Así, de hecho, se puede encender el fuego del amor cristiano capaz de calentar la frialdad de los corazones, incluso los más endurecidos.
Queridísimos, ha pasado casi un año desde que el papa Francisco bendijo el icono de la Salus Populi Romani y lo donó a su Iglesia local, para que se convirtiera en el signo del año santo. Que la peregrinación de este icono por las diócesis católicas de Rusia sea motivo de consuelo para ustedes, para sus familias, en particular para las personas enfermas y que sufren. Que sea también una invitación a encontrar esperanza en el encuentro con Dios a través de la oración, la lectura de la Sagrada Escritura, la ayuda a los necesitados y las palabras de consuelo.
Que la bienaventurada Virgen María, madre de Dios y reina de la paz, que siempre nos precede en la peregrinación de la fe y la esperanza, les sostenga en el camino de su vocación y de la vida cristiana. Les recuerdo en mis oraciones y les bendigo de corazón.
León XIV