A las diócesis del Congo
Sala
Clementina
Vaticano, 16 junio 2025
Eminencia, hermanos en el episcopado, queridos hermanos y hermanas, os doy la bienvenida con alegría, tras la beatificación de Floriberto Bwana Chui. Saludo a los obispos presentes, en particular a los de la República Democrática del Congo, incluido el obispo de Goma, diócesis donde vivió el nuevo beato. Saludo a la madre y a la familia del beato Floriberto, así como a la Comunidad de San Egidio, a la que pertenecía.
Este joven encontró el martirio en Goma, el 8 julio 2007. Lo recuerdo con las palabras del amado papa Francisco, dirigidas a los jóvenes de Kinshasa durante su viaje apostólico al Congo:
«Con solo veintiséis años fue asesinado en Goma por haber bloqueado el paso de productos alimenticios en mal estado, lo que habría dañado la salud de las personas. Como cristiano oró, y pensó en los demás y eligió ser honesto, diciendo no a la inmundicia de la corrupción. Esto es mantener las manos limpias, mientras que las manos que trafican con dinero se manchan de sangre. Ser honesto es brillar de día, es difundir la luz de Dios, es vivir la bienaventuranza de la justicia, es ¡vencer el mal con el bien!» (Discurso, 2-II-2023).
¿De dónde sacaba un joven la fuerza para resistir la corrupción, arraigada en la mentalidad imperante y capaz de cualquier tipo de violencia? La decisión de mantener las manos limpias (pues Floriberto era funcionario de aduanas) maduró en una conciencia formada por la oración, la escucha de la palabra de Dios y la comunión con sus hermanos.
El beato Floriberto vivió la espiritualidad de la Comunidad de San Egidio, que el papa Francisco resumió en tres P: oración, pobres, paz. Los pobres fueron decisivos en su vida. Floriberto vivió una familiaridad comprometida con los niños de la calle, empujados a Goma por la guerra, despreciados y huérfanos. Los amó con la caridad de Cristo, se interesó por ellos y se preocupó por su formación humana y cristiana. La fuerza de Floriberto creció en su fidelidad a la oración y a los pobres.
Un amigo recuerda que Floriberto «estaba convencido de que nacimos para hacer grandes cosas, para influir en la historia, para transformar la realidad». Otro amigo recuerda que «fue un hombre de paz», y que «en una región tan sufriente como Kivu, desgarrada por la violencia, luchó por la paz con humildad, sirviendo a los pobres, practicando la amistad y el encuentro en una sociedad desgarrada». Una monja recordó oírle decir: «La Iglesia sienta a todos los pueblos a la misma mesa».
Este joven, para nada resignado al mal, tuvo un sueño, alimentado por las palabras del evangelio y la cercanía al Señor. Muchos jóvenes se sentían abandonados y sin esperanza, pero Floriberto escuchó la palabra de Jesús que decía: «No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros» (Jn 14,18). ¡Dios no abandona ninguna tierra!
El beato Floriberto invitó a sus amigos a no resignarse y a no vivir para sí mismos. A pesar de todo, expresó su confianza en el futuro, diciendo: «El Señor está preparando un mundo nuevo, donde la guerra ya no existirá, el odio desaparecerá, la violencia ya no aparecerá como un ladrón en la noche, y los niños crecerán en paz. Sí, es un gran sueño. No vivamos, pues, para lo que no vale nada. ¡Vivamos, en cambio, para este gran sueño!».
Este mártir africano, en un continente rico en jóvenes, demuestra cómo pueden ser fermento de paz, tanto desarmada como desarmante. Este laico congoleño destaca el invaluable valor del testimonio de los laicos y de los jóvenes. Que, por intercesión de la Virgen María y del beato Floriberto, la anhelada paz en Kivu, en el Congo, y en toda África, se haga realidad pronto. Gracias.
León XIV