A la Academia de Cine de Hollywood

Sala Clementina
Vaticano, 15 noviembre 2025

Queridos amigos, ¡buenos días y bienvenidos!

Os saludo con alegría, y con gratitud a lo que representa el cine, un arte popular en el más noble sentido, nacido para todos y que habla a todos. Es hermoso reconocer que, cuando la linterna mágica del cine se enciende en la oscuridad, la mirada del alma se ilumina simultáneamente, porque el cine sabe combinar lo que parece mero entretenimiento con la narración de la aventura espiritual del ser humano.

El cine es un arte joven, soñador y algo inquieto, a pesar de tener ya un siglo de existencia. Actualmente celebra su 130 aniversario, contando la primera proyección pública realizada por los hermanos Lumière el 28 diciembre 1895 en París.

Inicialmente, el cine se presentaba como un juego de luces y sombras, concebido para entretener e impresionar. Pronto, esos efectos visuales revelaron realidades mucho más profundas, hasta el punto de convertirse en una expresión del deseo de contemplar y comprender la vida, de narrar su grandeza y fragilidad, de interpretar su anhelo por el infinito.

Una de las contribuciones más valiosas del cine es la de ayudar al espectador a reencontrarse consigo mismo, a mirar con nuevos ojos la complejidad de su propia experiencia, a ver el mundo como si fuera la primera vez y a redescubrir, en este ejercicio, una parte de esa esperanza sin la cual nuestra existencia no está completa. Me reconforta pensar que el cine no es sólo  imágenes en movimiento, sino ¡poner la esperanza en marcha!

Entrar en una sala de cine es como cruzar un umbral. En la oscuridad y el silencio, la mirada se centra de nuevo, el corazón se deja conmover, la mente se abre a lo inimaginable.

Hoy vivimos con pantallas digitales siempre encendidas. El flujo de información es constante. Pero el cine es mucho más que una simple pantalla, pues es una encrucijada de deseos, recuerdos y preguntas. Es una búsqueda sensible donde la luz atraviesa la oscuridad y las palabras se encuentran con el silencio. En el desarrollo de la trama, la mirada se educa, la imaginación se expande e incluso el dolor puede encontrar sentido.

Las instituciones culturales como los cines y los teatros son el corazón de nuestras comunidades y contribuyen a su humanización. Si una ciudad está viva, es también gracias a sus espacios culturales. Debemos habitarlos, construyendo relaciones, día tras día.

Las salas de cine están sufriendo una preocupante erosión que las están alejando de las ciudades y los barrios. Muchos afirman que el arte del cine y la experiencia cinematográfica están en peligro. Insto a las instituciones a no rendirse, y a cooperar para reafirmar el valor social y cultural de esta actividad.

La lógica algorítmica tiende a repetir "lo que funciona", pero el arte nos abre a "lo posible", pues mo todo tiene que ser inmediato ni predecible. Defendamos la lentitud cuando sea necesaria, el silencio cuando hable, la diferencia cuando provoque. La belleza no es sólo escapismo, sino sobre todo invocación. El cine, cuando es auténtico, no sólo consuela, sino que desafía. El cine nombra las preguntas que habitan en nuestro interior y, a veces, incluso las lágrimas que no sabíamos que necesitábamos expresar.

La Iglesia nos invita a caminar hacia la esperanza. Por eso vuestra presencia, desde tantas naciones, y vuestra labor artística cotidiana, son signos luminosos. Vosotros sois peregrinos de la imaginación, buscadores de sentido, narradores de esperanza, mensajeros de la humanidad. Con vuestras obras, vosotros conectáis con quienes buscan ligereza, pero también con quienes albergan una inquietud en el corazón, una búsqueda de significado, justicia y belleza.

El camino que recorréis no se mide en kilómetros, sino en imágenes, palabras, emociones, recuerdos compartidos y anhelos colectivos. Es una peregrinación al misterio de la experiencia humana, que atravesáis con una mirada penetrante, capaz de reconocer la belleza en los pliegues del dolor, capaz de generar esperanza en medio de las tragedias de la violencia o la guerra.

La Iglesia os mira con estima porque trabajáis con la luz y el tiempo, con los rostros y los paisajes, con las palabras y el silencio. El papa San Pablo VI os dijo: «Si sois amigos del verdadero arte, sois nuestros amigos», recordando que «este mundo en que vivimos necesita la belleza para no caer en la desesperación» (Mensaje, 8-XII-1965). Deseo renovar esa amistad, porque el cine es un laboratorio de esperanza, un lugar donde el ser humano puede volver a mirarse a sí mismo y a su propio destino.

Quizás debamos volver a escuchar las palabras de un pionero del séptimo arte, el gran David Griffith. Él dijo: «Lo que le falta al cine moderno es belleza, la belleza del viento entre los árboles». ¿Cómo no pensar, al escuchar a Griffith hablar del "viento entre los árboles", en aquel pasaje del evangelio de Juan: «El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquel que nace del Espíritu» (Jn 3,8)? Queridos maestros del séptimo arte, antiguos y nuevos, haced del cine un arte del Espíritu.

Nuestra era necesita testigos de esperanza, belleza y verdad. Vosotros, con vuestra obra artística, podéis serlos. Recuperar la autenticidad de la imagen, para salvaguardar y promover la dignidad humana, reside en el poder del buen cine, sus creadores y protagonistas. No temáis afrontar las heridas del mundo, como la violencia, pobreza, exilio, soledad, adicciones, guerras olvidadas. Éstas son heridas que exigen ser vistas y contadas.

El gran cine no explota el dolor, sino que lo acompaña e investiga. Esto es lo que han hecho todos los grandes directores. Dar voz a los sentimientos complejos, contradictorios y a veces oscuros, que habitan el corazón humano, es un acto de amor. El arte no debe huir del misterio de la fragilidad, sino que debe escucharla y ser capaz de detenerse ante ella. El cine, sin ser didáctico, posee en sí mismo, en sus formas auténticamente artísticas, la capacidad de educar la mirada.

En conclusión, hacer una película es un esfuerzo colectivo, una labor coral en la que nadie está solo. Todos reconocen y aprecian la maestría del director y el talento de los actores, pero un proyecto sería imposible sin la dedicación silenciosa de otros cientos de profesionales, asistentes, auxiliares de producción, encargados de utilería, electricistas, técnicos de sonido, utileros, maquilladores, peluqueros, diseñadores de vestuario, jefes de localizaciones, directores de casting, directores de fotografía y música, guionistas, editores, técnicos de efectos especiales, productores... ¡Espero no olvidarme de nadie, pero son tantos! Cada voz, cada gesto y cada habilidad contribuye a una obra que solo puede existir como un todo.

En una época de personalismos exasperados y contradictorios, los cineastas nos demostráis que hacer una buena película requiere involucrar los talentos de cada uno. Cada persona puede dejar brillar su carisma particular gracias a los dones y cualidades de quienes trabajan a su lado, en un ambiente colaborativo y fraterno. Que vuestro cine siga siendo siempre un punto de encuentro, un hogar para quienes buscan sentido, un lenguaje de paz. Que nunca pierda su capacidad de asombrar, mostrándonos los pequeños fragmentos del misterio de Dios.

Que el Señor os bendiga, a vosotros, vuestro trabajo y a vuestros seres queridos. Que él os acompañe en vuestra peregrinación creativa, para que seáis artesanos de la esperanza. Gracias.

León XIV

 Act: 15/11/25    @audiencias papales       E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A