A la Academia Teológica Pontificia
Sala
Clementina
Vaticano, 13 septiembre 2025
Eminencia, excelencias, ilustres académicos, me alegra recibir a la Pontificia Academia de Teología al término del seminario internacional que habéis tenido en el Vaticano sobre el tema "creación, naturaleza y ambiente para un mundo de paz".
Habéis reflexionado sobre cuestiones de actualidad que me interesan mucho, como a mis predecesores San Juan Pablo II, Benedicto XV y Francisco: la sostenibilidad ambiental y la protección de la creación son, de hecho, compromisos esenciales para la supervivencia del género humano y tienen un impacto inmediato en la organización de nuestras sociedades y en la posibilidad de una convivencia humana pacífica y solidaria.
Al mismo tiempo, cualquier esfuerzo por mejorar las condiciones ambientales y sociales de nuestro mundo requiere el compromiso de todos, cada uno aportando su granito de arena, en una actitud de solidaridad y colaboración que trascienda las barreras y limitaciones regionales, nacionales, culturales e incluso religiosas.
El horizonte intercultural e interreligioso que han establecido para su seminario promete intercambios cada vez más intensos, así como iniciativas incisivas y fructíferas. Esto se corresponde con el perfil renovado de la Academia de Teología deseado por el papa Francisco, quien ha dado una nueva forma a esta institución centenaria de la Santa Sede.
Tomando como brújula la carta apostólica Ad theologiam Promovendam, que hace poco menos de dos años acompañó la promulgación de los nuevos estatutos y las directrices programáticas, quisiera centrarme en particular en el impulso misionero y dialógico del futuro proyecto teológico.
La teología es una dimensión constitutiva de la actividad misionera y evangelizadora de la Iglesia, que tiene sus raíces en el evangelio y su fin último en la comunión con Dios, que es la finalidad del mensaje cristiano.
Precisamente porque se dirige a toda persona en cada época, la labor evangelizadora se ve constantemente interpelada por los contextos culturales y requiere una teología en salida (que combine el rigor científico con la pasión por la historia) y una teología encarnada (impregnada de los dolores, las alegrías, las expectativas y las esperanzas de la humanidad de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo).
La síntesis de estos diversos aspectos puede ofrecerse mediante una teología sapiencial, modelada según la desarrollada por los grandes padres y maestros de la antigüedad, quienes, dóciles al Espíritu, supieron combinar fe y razón, reflexión, oración y praxis.
Significativo en este sentido es el ejemplo siempre actual de San Agustín, cuya teología nunca fue una búsqueda puramente abstracta, sino siempre fruto de la experiencia de Dios y de una relación vital con él. Esta experiencia comenzó incluso antes de su bautismo, cuando se sintió guiado en lo más profundo de su corazón por una luz inefable (Confesiones, VII, 10), y continuó a lo largo de su vida, también a través de una reflexión teológica encarnada capaz de responder a las necesidades espirituales, doctrinales, pastorales y sociales de su tiempo.
Si Agustín inició este camino con una impronta existencial y afectiva, partiendo de la interioridad y reconociendo la «verdad que habita en nosotros», Santo Tomás de Aquino lo sistematizó con las herramientas de la razón aristotélica, construyendo un sólido puente entre la fe cristiana y la ciencia universal, entendiendo la teología como "sapida scientia" o sapientia.
Esto nos remite a otro gran pensador más reciente, el beato Antonio Rosmini, quien «consideraba la teología una expresión sublime de la caridad intelectual, al tiempo que pedía que el razonamiento crítico de todo conocimiento se orientara hacia la idea de la sabiduría» (Francisco I, Ad theologiam Promovendam, 7).
La teología, por tanto, es esta sabiduría que abre horizontes existenciales más amplios, dialogando con la ciencia, la filosofía, el arte y toda la experiencia humana. El teólogo es una persona que vive, en su teología, el afán misionero de comunicar a todos el saber y el sabor de la fe, para que ilumine la existencia, redima a los débiles y excluidos, toque y sane el sufrimiento de los pobres, nos ayude a construir un mundo de fraternidad y solidaridad, y nos conduzca al encuentro con Dios.
Un testimonio significativo de la sabiduría de la fe al servicio de la humanidad, en todas sus dimensiones (personal, social y política), es la Doctrina Social de la Iglesia, llamada hoy a ofrecer respuestas sabias también a los desafíos digitales. La teología se ve directamente interpelada por esto, porque un enfoque exclusivamente ético del complejo mundo de la inteligencia artificial no basta.
En efecto, necesitamos inspirarnos en una visión antropológica que fundamente la acción ética y, por lo tanto, retomar la pregunta perenne: ¿Qué es la humanidad? ¿Cuál es su infinita dignidad, irreductible a cualquier androide digital?
Les invito a cultivar una teología basada en un encuentro personal y transformador con Cristo, que busque encarnarse en los acontecimientos concretos de la humanidad actual. Les animo a involucrarse no solo en filosofía, sino también en física, biología, economía, derecho, literatura y música, para enriquecerse a sí mismos y a los demás, para llevar la buena levadura del evangelio a diferentes culturas, en encuentros con creyentes de otras confesiones religiosas y con no creyentes.
Este diálogo ad extra requiere, como saben, un diálogo ad intra entre teólogos, conscientes de que el rostro de Dios sólo se puede buscar caminando juntos. Por lo tanto, espero que la academia se convierta en un lugar de encuentro y amistad entre teólogos, un lugar de comunión y de compartir donde podamos caminar juntos hacia Cristo.
Con esta esperanza, deseo alentar y bendecir las tres facetas de la academia, descritas en los nuevos estatutos.
En primer lugar, la faceta académico-científica, donde se ejerce el rigor intelectual, la investigación y el estudio crítico de la fe.
En segundo lugar, la faceta sapiencial, que representa el momento de contemplación y discernimiento e involucra a muchas personas comunes a través de los "cenáculos teológicos", donde la teología se convierte en oración, escucha y compartir, ayudando a superar las falsas imágenes de Dios y nutriendo la vida espiritual.
En tercer lugar, la faceta solidaria, que se esfuerza por inspirar y animar gestos concretos de caridad. El verdadero conocimiento de Dios, de hecho, se concreta en una vida transformada por el amor.
Queridos, les agradezco su compromiso y espero que desarrollen y encarnen esta teología de la sabiduría, al servicio de la Iglesia y del mundo. Que mi bendición les acompañe y les sostenga. ¡Gracias!
León XIV