A los nuevos obispos

Sala del Sínodo
Vaticano, 11 septiembre 2025

Queridos hermanos en el episcopado, les doy la bienvenida y los saludo con gran alegría, casi al final de estos días de formación y oración que han vivido juntos aquí en Roma. Agradezco al Dicasterio para los Obispos, al Dicasterio para las Iglesias Orientales, y al Dicasterio para la Evangelización, representados por el prefecto, los secretarios y sus colaboradores, quienes supervisaron la preparación y organización de este curso.

Quisiera recordarles, ante todo, algo tan sencillo como imperceptible: que el don que han recibido no es para ustedes mismos, sino para servir a la causa del evangelio. Han sido elegidos y llamados a ser enviados como apóstoles del Señor y servidores de la fe. Y es precisamente sobre esto que quisiera reflexionar brevemente, antes de entablar un diálogo fraternal con ustedes: que el obispo es un servidor, el obispo está llamado a  servir a la fe del pueblo.

Esto tiene que ver con nuestra identidad. Más adelante, hablaré brevemente sobre algunos de los elementos y características de esta identidad. Quizás algunos de ustedes todavía se pregunten: ¿Por qué fui elegido? Al menos yo me lo pregunto. El servicio no es una característica externa ni una forma de ejercer un rol.

A quienes Jesús llama como discípulos y heraldos del evangelio, y en particular a los Doce, se les exige libertad interior, pobreza de espíritu y una disposición al servicio nacida del amor, para encarnar la misma elección de Jesús, quien se hizo pobre para enriquecernos (2Cor 8,9). Él nos ha mostrado el camino de Dios, que no se nos revela en poder, sino en el amor de un Padre que nos llama a la comunión con él.

Respecto a la ordenación del obispo, Agustín afirma: «Ante todo, quien preside al pueblo debe comprender que es servidor de muchos» (Homilías, CCCXL, 1). Al mismo tiempo, recuerda que «una cierta manía de grandeza» se había infiltrado en los apóstoles (Ibid), ante la cual Jesús tuvo que intervenir como un médico para sanar.

Recordamos, de hecho, la advertencia del Señor cuando ve al grupo de los Doce discutiendo sobre quién era el más grande: «El que quiera ser grande entre ustedes será su servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes será esclavo de todos» ( Mc 10,43-44). El papa Francisco ha dicho varias veces: ¡la única autoridad que tenemos es el servicio, y un servicio humilde! Es verdaderamente importante que meditemos sobre estas palabras y tratemos de vivirlas.

Por eso, les pido que estén siempre vigilantes y que caminen con humildad y oración, para convertirse en servidores del pueblo al que el Señor los envía. Este servicio se expresa en ser un signo de la cercanía de Dios, como bien recordó el papa Francisco al decir:

«La cercanía a las personas que nos han sido confiadas no es una estrategia oportunista, sino nuestra condición esencial. Jesús quiere acercarse a sus hermanos y hermanas a través de nosotros, a través de nuestras manos abiertas que acarician y consuelan, a través de nuestras palabras dirigidas para ungir al mundo con el evangelio (y no a través de nosotros mismos) y a través de nuestros corazones, cuando están cargados con las angustias y alegrías de nuestros hermanos y hermanas» (Audiencia, 12-IX-2019).

Al mismo tiempo, hoy debemos preguntarnos qué significa ser servidores de la fe del pueblo. Por importante y necesario que sea, no basta con saber que nuestro ministerio se basa en un espíritu de servicio, a imagen de Cristo. Debe también reflejarse en el estilo de apostolado, las diversas formas de pastoral y gobierno, y el anhelo de proclamación, de maneras tan diversas y creativas como las situaciones específicas que enfrentan.

La crisis de la fe y su transmisión, junto con los desafíos de la pertenencia y la práctica eclesial, nos invitan a redescubrir la pasión y la valentía para un nuevo anuncio del evangelio. Al mismo tiempo, muchas personas que parecen alejadas de la fe a menudo regresan a las puertas de la Iglesia o se abren a una nueva búsqueda de espiritualidad, que a veces encuentra un lenguaje y una forma inadecuados en los programas pastorales tradicionales.

Tampoco debemos olvidar otros desafíos, más culturales y sociales, que nos afectan a todos y, en especial, a ciertas regiones: la tragedia de la guerra y la violencia, el sufrimiento de los pobres, las aspiraciones de tantos a un mundo más fraterno y solidario, los desafíos éticos que nos interpelan sobre el valor de la vida y la libertad; y la lista podría ser, sin duda, más larga.

En este contexto, la Iglesia os envía como pastores atentos y solícitos, que saben compartir el camino, las preguntas, las angustias y las esperanzas del pueblo. Os envía como pastores que han de ser guías, padres y hermanos para los sacerdotes y hermanos en la fe.

Queridos, oro por ustedes, para que el viento del Espíritu nunca les falte, y que la alegría de su ordenación, como una fragancia fragante, se extienda también a quienes servirán. ¡Gracias!

León XIV