A la Ayuda a la Iglesia Necesitada
Salón
de los Papas
Vaticano, 10 octubre 2025
Me complace saludarles, queridos miembros de Ayuda a la Iglesia Necesitada Internacional, en este mundo de creciente hostilidad y violencia hacia quienes tienen creencias diferentes, entre ellos muchos cristianos.
Su misión proclama que, como única familia en Cristo, los cristianos no abandonamos a nuestros hermanos y hermanas perseguidos. Más bien, los recordamos, estamos a su lado y nos esforzamos por garantizar sus libertades donadas por Dios.
Las palabras de San Pablo nos recuerdan: «Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él» (1Cor 12,26). Estas palabras resuenan hoy en nuestros corazones, porque el sufrimiento de cualquier miembro del cuerpo de Cristo es compartido por toda la Iglesia. Teniendo presente esta verdad, me dirijo a ustedes esta mañana.
Todo ser humano lleva en su corazón un profundo deseo de verdad, de significado y de comunión con los demás y con Dios. Este anhelo nace de lo más profundo de nuestro ser. Por esta razón, el derecho a la libertad religiosa no es opcional, sino esencial.
Arraigada en la dignidad de la persona humana, creada a imagen de Dios y dotada de razón y libre albedrío, la libertad religiosa permite a los individuos y a las comunidades buscar la verdad, vivirla libremente y dar testimonio de ella abiertamente. Es, por lo tanto, una piedra angular de cualquier sociedad justa, ya que protege el espacio moral en el que se puede formar y ejercer la conciencia.
La libertad religiosa, por tanto, no es meramente un derecho jurídico o un privilegio que nos conceden los gobiernos, sino una condición fundacional que hace posible la auténtica reconciliación. Cuando se niega esta libertad, se priva al ser humano de la capacidad de responder libremente a la llamada de la verdad.
Lo que sigue es una lenta desintegración de los lazos éticos y espirituales que sostienen a las comunidades. La confianza da paso al miedo, la sospecha sustituye al diálogo y la opresión genera violencia. De hecho, como observó mi venerable predecesor, «no es posible la paz donde no hay libertad religiosa, donde no hay libertad de pensamiento y de expresión, y respeto a las opiniones ajenas» (Francisco I, Mensaje, 20-IV-2025).
Por esta razón, la Iglesia Católica siempre ha defendido la libertad religiosa para todos. El Concilio Vaticano II afirmó que este derecho debe ser reconocido en la vida jurídica e institucional de cada nación (Dignitatis Humanae, 4). La defensa de la libertad religiosa, por lo tanto, no puede permanecer en lo abstracto; debe vivirse, protegerse y promoverse en la vida cotidiana de las personas y las comunidades.
De esta convicción nació su organización. Fundada en 1947 en respuesta al inmenso sufrimiento que dejó la II Guerra Mundial, desde el principio su misión ha sido promover el perdón y la reconciliación, y acompañar y dar voz a la Iglesia donde quiera que se encontrara en necesidad, dondequiera que se viera amenazada, dondequiera que sufriera.
Durante más de 25 años, su Informe sobre la libertad religiosa en el mundo ha sido un poderoso instrumento de sensibilización. Este informe hace más que proporcionar información; da testimonio, da voz a los que no la tienen y revela el sufrimiento oculto de muchos.
Su compromiso también se extiende al apoyo a la misión de la Iglesia en el mundo, llegando a comunidades que con demasiada frecuencia están aisladas, marginadas o bajo presión. Donde quiera que Ayuda a la Iglesia Necesitada reconstruye una capilla, apoya a una religiosa o proporciona una estación de radio o un vehículo, fortalece la vida de la Iglesia, así como el tejido espiritual y moral de la sociedad. Como seguramente saben, su organización ha ayudado a muchas de las misiones en Perú, incluida la diócesis de Chiclayo, donde tuve el privilegio de servir.
Su apoyo también ayuda a los cristianos, incluso a las minorías pequeñas y vulnerables, a ser «trabajadores de la paz» (Mt 5,9) en sus tierras natales. En países como la República Centroafricana, Burkina Faso y Mozambique, la Iglesia local (a menudo sostenida por su ayuda) se convierte en un signo vivo de armonía social y fraternidad, mostrando a sus vecinos que un mundo diferente es posible (Angelus, 3-VIII-2025).
Queridos amigos, les agradezco a cada uno de ustedes por esta obra de solidaridad. No se cansen de hacer el bien (Gál 6, 9), porque su servicio da fruto en muchas vidas y glorifica a nuestro Padre que está en los cielos. Para terminar, invoco sobre ustedes y sobre todos aquellos a quienes sirven el consuelo del Espíritu Santo.
Que la bienaventurada Virgen María, madre de la esperanza, siga estando cerca de ustedes y de todos los que sufren. Con profundo afecto les imparto mi bendición apostólica como prenda de gracia y paz en Jesucristo, nuestro Señor.
León XIV