Ab
Apostolici Solii
De
LEÓN XIII
A
los Obispos, al clero y al pueblo de Italia sobre
la obra de la masonería
Del
15 de octubre de 1890
Venerables
Hermanos: Salud y bendición apostólica
INTRODUCCIÓN:
I.
El motivo: No el agravio personal sino el peligro de las almas.
De
lo alto de la Sede Apostólica, donde la divina Providencia Nos ha colocado para
velar por la salvación de todos los pueblos, Nuestra mirada se posa
frecuentemente sobre Italia, en cuyo seno, por arte de singular predilección
puso Dios la Sede de su Vicario, y de donde, por otra par te, Nos vienen ahora
múltiples y dolo rosas amarguras. No Nos contristan las ofensas personales ni
las privaciones y sacrificios impuestos por la actual situación de las cosas,
ni las injurias y dicterios que una prensa procaz tiene plena libertad de lanzar
contra Nos todos los días. Si se tratase sólo de Nuestra persona y no
viésemos que Italia, amenazada en su fe marcha derecha mente a su ruina
llevaríamos en silencio las ofensas, contentos con repetir también N os
aquello que decía de sí mismo uno de nuestros más ilustres predecesores: "Si
terrae meae captivitas per quotidiana momenta no excresceret, de despectione mea
atque irrisione laetus tacerem"[i].
Pero
además de la independencia y dignidad de la Santa Sede, se trata de la
religión misma y de la salud de toda una nación, y de nación tal, que desde
los primeros tiempos abrió gozosa su seno a la fe católica y siempre la
conservó cuidadosamente.
Parece
increíble, pero es verdad: hemos llegado al punto de temer que nuestra Italia
pierda la fe. A menudo hemos dado la voz de alerta anunciando el peligro; pero
no por eso creemos haber hecho bastante.
Los
renovados ataques obligan a hablar.
Ante
los continuos y cada vez más fieros asaltos, sentíamos más poderosa la voz de
la conciencia que estimulaba a hablaros de nuevo a otros, Venerables Hermanos, a
vuestro clero y al pueblo italiano. Como no da tregua el enemigo, así no Nos es
lícito permanecer silenciosos u ociosos ni a Nos ni a vosotros, que por divina
merced fuimos constituidos en custodios y paladines de la Religión de los
pueblo que nos fueron encomendados, Pastores y asiduos vigilantes de la grey de
Cristo por la cual debemos estar prontos a sacrificarlo todo, si es preciso,
hasta la vida.
No hablaremos en modo alguno hechos nuevos; pues, los que ocurrieron antes
permanecen en el mismo estado; de ellos hemos hablado oficialmente otras veces
conforme lo reclamaba la ocasión. Pero aquí queremos recapitularlos en cierto
modo y agruparlos como en un solo haz para que sirvan de oportuna enseñanza
para todas las consecuencias que de ellos se deriven. No son hechos dudosos o
controvertidos sino acaecidos a la plena luz del día, y esto, no en forma
aislada sino conexos entre sí, de suerte tal que denotan evidentemente un
sistema del cual son la realización y el desenvolvimiento. El sistema no es
nuevo, pero es nueva la audacia, el encarnizamiento y la rapidez con que ahora
se va realizando ante Nuestros ojos.
II.
La Masonería y Roma.
Es
el plan preestablecido de las sectas que con celeridad se desarrolla ahora en
Italia, especialmente en la parte que toca a la Iglesia y a la Religión
católica, cuyo propósito último y muy notorio es reducirla, si fuese posible,
a la nada. Hoy día, huelga formar el proceso de las sectas que se dicen
masónicas; el juicio sobre ellas ya está dado; los fines, los medios, sus
dogmas, la acción, todo está averiguado y conocido con tanta certeza que ya no
cabe controversia al respecto. Imbuidos del espíritu de Satanás, cuyos
instrumentos son, arden, como su inspirador, el demonio de tal modo en
odio mortal e implacable a Jesucristo,
a la Iglesia por El fundada, que tratan esforzadamente de abatirla o por lo
menos coartar su acción. Esta guerra se mueve hoy más que en otra parte
cualquiera, en Italia, donde la Religión echó raíces más hondas, máxime
empero en la Urbe romana donde está el centro y la cabeza de la unidad
católica. v tiene su sede el Pastor de la Iglesia universal.
III.
Historia de los ataques sucesivos:
supresión
de las Ordenes religiosas y del patrimonio eclesiástico.
Leyes
anticristianas.
Conviene
recordar desde el principio las diversas fases de esta guerra. Se empezó
arrebatando su color político, el principado civil de los Papas; pero su
rendición a los que real mente eran los jefes de esa secta, había de servir
conforme a los acuerdos secretos, más tarde abiertamente declarados, a la
destrucción del supremo poder espiritual de los mismos Romanos Pontífices, o
por lo menos para reducirlos a una esclavitud cargada de cadenas. Y para que a
nadie cupiese la menor duda adonde realmente apuntaban sus acuerdos, en seguida
procedían a la supresión de las Órdenes religiosas por la que disminuyó
considerablemente el número de operarios evangélicos que se destinan al
sagrado ministerio y a la asistencia religiosa que se presta a esta Santa Sede,
como también a la propagación de la Fe entre los infieles. Luego, mediante la
promulgación de una ley, los jóvenes clérigos fueron obligados a prestar
servicio militar, de lo cual resultaron necesariamente muchos y muy graves
obstáculos para la elección de los clérigos, y adversos al cumplimiento
conveniente aun de la instrucción del clero secular.
Además,
poniendo violenta mano en el patrimonio eclesiástico, en parte lo adjudicaron
al Fisco, en parte, empero, lo agobiaron con enormísimos tributos, dejándolo
extremadamente extenuado, naturalmente, con la intención de reducir al clero y
a la Iglesia a la miseria, de privarla de los medios que necesitan para vivir y
para promover en la tierra los institutos y las obras pías que coadyuvan a su
divino apostolado. Así lo han declarado abiertamente los mismos adeptos de la
masonería: "Para disminuir la influencia moral del clero y de las
asociaciones, que ellos llaman, clericales, se ha de emplear un solo medio muy
eficaz: despojarlos de todos los bienes y reducirlos a una pobreza ex
trema".
Por
lo demás, la misma acción del Poder civil se encamina directa y constantemente
a borrar íntegramente de la Nación italiana el carácter religioso y
cristiano: las leyes y cuanto constituye lo que llaman la vida oficial procuran
desterrar toda inspiración e idea religiosa en forma general y constante cuando
no lo combate directamente; cualquier manifestación pública de Fe y piedad
católica o se prohíbe o, de mil modos, con razones especiosas se impide.
A
la familia se ha quitado su base y constitución religiosa proclamando el así
llamado matrimonio civil e imponiendo una enseñanza escolar que des de los
rudimentos de las primeras letras hasta las lecciones de los Colegios de
superiores se enseña en forma total mente laica, de donde resultará que las
nuevas generaciones, en cuanto dependa del poder civil, se verán casi obligados
a desenvolverse sin tener ideas religiosas y sin poseer las primeras y
esenciales nociones de sus deberes para con Dios.
Esto
es poner la segur a la raíz del árbol, ni cabe imaginar medio más universal
ni más eficaz para arrancar a la influencia de la Iglesia y de la Fe, la
sociedad, la familia y también a los individuos. Debilitar por todos los
medios el clericalismo (o sea el catolicismo) en sus fundamentos y en sus
mismas fuentes de vida, eso es, en la escuela y en la familia, es la
declaración auténtica de los escritores masónicos.
IV.
En muchas regiones es un sistema de gobierno.
Pero
alguien dirá que esto sucede no solo en Italia sino que es un sistema de
gobierno, al que generalmente, se conforman hoy todas las naciones. Esto,
empero, no destruye, respondemos Nosotros, sino antes bien confirma lo que
decimos sobre los propósitos y acción de la masonería tal cual existe en
Italia. Ciertamente aquel sistema se adopta y se pone por obra donde quiera que
la Masonería ejercite su impía y nefasta acción, y como ésta está tan
ampliamente difundida, aquel sistema anticristiano se aplica, en toda
extensión, al orden público. y la aplicación se hace más rápida y universal
en aquellas regiones cuyos gobernantes se sujetan más a la secta y secundan con
mayor interés sus inicuas empresas.
Y
lo que consideramos un gran infortunio, en el número de estos países se halla
hoy día la misma nueva Italia. Sin embargo, no sólo hoy comprobamos que Italia
comenzó a sucumbir al influjo impío y maléfico de las Sectas, sino que desde
hace algunos años, éstas en su prepotencia, apoderándose de las cosas en
forma absoluta, y dominadora, a su antojo, a modo de tiranos las sujetan. De
allí que las normas de administración pública en cuanto a la Religión toca,
favorecen casi todas y sirven a las aspiraciones de las Sectas las que para
ejecutar sus designios encuentran en los gobernantes supremos del Estado sus
favorecedores y dóciles instrumentos. Las leyes bastante contrarias a la
Iglesia que decretan y las medidas para ella ofensivas que toman, se proponen,
se resuelven y definitivamente estatuyen primero en sus Congresos
sectarios. Basta que cualquier cosa tenga aun la apariencia aunque dudosa de ser
injuriosa o dañina para la Iglesia para que en seguida la veamos adoptada y
promovida.
V.
El nuevo Código penal ofensivo para el Clero y las Obras Pías.
Entre los
hechos más recientes recordaremos la aprobación del Código penal,
en que había algunos articulo s de ley contrarios al Clero que constituyen,
efectivamente, una ley de excepción, la cual con la mayor pertinacia posible y
pese a todas las razones en contrario plugo a los legisladores aprobar, y en que
-¡cosa increíble!- se consideran criminales algunos actos que son deberes
sacrosantos de su ministerio.
La
ley sobre las Obras Pías, por la cual todo el patrimonio que reunieron la
piedad y la Religión de nuestros abuelos, a la sombra y con la tutela de la
Iglesia, queda substraído a la intervención eclesiástica; esta ley la habían
insinuado ya las sectas masónicas algunos años hacía para escarnecer Iglesia,
disminuir su influencia social y suprimir de una plumada las grandes sumas de
los delegados, destinadas a sufragar los gastos del culto religioso.
VI.
Monumento al apóstata.
Añádase
a esto la obra eminentemente sectaria de la erección del monumento público al
famoso apóstata de Nola, decretada desde hace mucho por la secta masónica e
insistentemente promovida y, finalmente, ejecutada con la ayuda y el favor de
los gobernantes.
VII.
Declaraciones y obras del gobierno contrarias a la Iglesia.
Mucho
tribuyeron a ello las declaración explícitas y públicas del jefe de Gobierno,
que así se expresan: "La lucha real y verdadera que el Gobierno tiene
el mérito de haber emprendido, es la que traba la Iglesia y el Estado, y el
libre examen y la razón por otra parte".
Que
la Iglesia quiere obrar y encadenar de nuevo la razón y la libertad del
pensamiento, es lo que se añade.
El
Gobierno en esta lucha se declara abiertamente en favor de la razón contra la
fe, y cree su deber hacer que el Estado italiano sea el intérprete de esta
razón y libertad; triste deber que vemos con repetición afirmado en tales
ocasiones.
A
la luz de estos hechos y declaraciones, se ve que la idea principal respecto la
Religión es la que preside a la política italiana y forma la realización del
programa masónico. Se ve cuánto va ya realizado, se sabe cuánto falta por
hacer, y ciertamente puede preverse que, mientras Italia y su suerte estén en
manos de jefes sectarios o siervos de las sectas, se seguirá obrando más o
menos rápidamente, según las circunstancias, hasta realizar todo el plan.
Detalles
del programa persecutorio del gobierno masónico.
Ahora
se dirige su acción a los fines siguientes, según los votos y resoluciones de
las más autorizadas Asambleas, todo inspirado en odio mortal contra la Iglesia:
"Abolición
en las escuelas de toda instrucción religiosa; fundación de institutos en que
se substraiga a los niños de toda influencia clerical, cualquiera que sea, ya
que el Estado, que debe ser absolutamente ateo, tiene derecho y deber de formar
el corazón y el espíritu de los ciudadanos, y ninguna escuela debe substraerse
a su inspiración y vigilancia; aplicación rigurosa de todas las leyes vigentes
a asegurar la independencia absoluta de la sociedad civil de las influencias
clericales, observación estricta de las leyes que suprimen las asociaciones
religiosas y el uso de los medios que puedan hacerlas eficaces; organización de
todo el patrimonio eclesiástico, partiendo del principio de que su propiedad
pertenece al Estado y su administración al poder civil; exclusión de todo
elemento católico y clerical de todas las públicas administraciones, obras
pías, hospitales, escuelas y consejos en que se preparen los destinos de la
patria: de las academias, círculos asociaciones, comisiones y familia;
exclusión general, eterna, en todas partes. Debe hacerse sentir la influencia
masónica y hacerse dueña de todo. Con esto se allanará la vía para abolir el
Pontificado, y quedará Italia libre de su implacable y mortal enemigo; y Roma,
que antes fue el centro de la teocracia universal, será desde hoy el centro de
la secularización universal, y desde ella se promulgará para el mundo la magna
carta de la libertad humana".
Estas
son las aspiraciones, declaraciones y acuerdos auténticos de los francmasones y
de sus conciliábulos.
Sin
exageración tal es el estado presente y tal el porvenir que presentimos para la
Religión en Italia.
Error
funesto sería el disimular tamaña gravedad. Reconocerlo tal cual es y
afrontarlo con evangélica prudencia y fortaleza, deducir los deberes que esto
impone a todos los católicos y Nos especialmente, que como Pastor debemos velar
sobre ellos, Nos toca conducirlos a la salvación, vigilar por las miras de la
Providencia y obrar con sabiduría y celo pastoral.
VIII.
Enérgica protesta y llamado a los Obispos y fieles.
Por
lo que respecta a Nos, se Nos impone el deber apostólico de protestar de nuevo
enérgicamente contra todo lo que con tanto daño de la Religión se ha hecho,
se hace o se intenta llevar a cabo en Italia: defensores y tutores que somos de
los sagrados derechos de la Iglesia y del Pontificado, abiertamente rechazamos y
denunciamos a todo el orbe católico las ofensas que la Iglesia y el Pontificado
reciben de continuo especialmente en Roma, y que Nos hacen más fatigoso el
gobierno del Catolicismo y Nos arrastran a un estado grave e indigno de nuestra
condición.
Por
lo demás, estamos firmemente animados a no omitir ni dejar de hacer por Nuestra
parte nada de lo que pueda ayudar a mantener viva y vigorosa la fe entre el
pueblo italiano y protegerla contra los asaltos y ataques de los enemigos.
Apelamos por esto, Venerables Hermanos, a todo vuestro celo y vuestro amor por
la salvación de las almas, aumentado por la gravedad del peligro, a fin de
que busquéis los medios que estén en nuestra mano; todos los resortes de la
palabra, toda la industria de la acción, todo el tesoro y ayuda de la gracia
que la Iglesia nos concede, tienen que emplearse en la formación de un clero
instruido y lleno de espíritu de Jesucristo por la cristiana educación de la
juventud, por la extirpación de las malas doctrinas, la propagación de la
verdad católica, por la conservación del carácter y del espíritu cristiano
dentro de las familias.
IX.
El pueblo católico debe conocer las medidas persecutorias.
En
cuanto al pueblo católico, es necesario antes que todo que conozca el verdadero
estado de la Italia, la índole esencialmente religiosa que reviste en Italia la
lucha contra el Pontífice, y el fin verdadero y el propósito que persigue; que
se persuada con la evidencia de los hechos, de cómo está constantemente
amenazada su Religión, se convenza por fin de los riesgos que corre de ser
despojado del inestimable tesoro de la fe. Llevada a los ánimos tal
convicción, y seguros, por otra parte, que sin la fe es imposible servir a Dios
y salvarse, comprenderán que se trata de conseguir el mayor, por no decir el
único, de los intereses que cada uno por su parte tiene el deber de poner en
salvo antes que todo, aun a costa de los mayores sacrificios, bajo pena de su
eterna desgracia e infelicidad. Comprenderán también fácilmente que, siendo
este tiempo de lucha descarada y manifiesta, sería ignominioso y vil desertar
del campo y cobardemente esconderse.
X.
Su deber de profesión y de defensa de su fe y de obras cristianas. Prensa.
Su
deber es el de permanecer en el puesto, mostrarse a vistas claras verdaderos
católicos por sus creencias y obras, conforme a su fe, y esto, tanto por la
gloria de la fe como por la del Sumo Jefe, cuya bandera seguimos; y para no
tener la inmensa desgracia de no ser reconocidos como soldados fieles en el día
final por el Jefe supremo, el cual ha dicho que el que no está con él,
está contra él. Sin ostentación y sin timidez, demos pruebas del verdadero
valor que nace de la conciencia al cumplir un sagrado deber respecto a Dios y a
los demás hombres. A esta franca profesión de fe deben unir los católicos una
perfecta docilidad y filial amor para con la Iglesia; su sincero cariño para
con los Obispos y una absoluta devoción y obediencia al Romano Pontífice.
En
suma: reconocerán cuán necesario sea abstenerse de todo aquello es obra de las
sectas, o que de ellas recibe favor o impulso, y que está contaminado del
espíritu anticristiano que las anima, y darse luego con actividad, con valor y
constancia a la obra católica, a las asociaciones y a las instituciones
bendecidas por la Iglesia, en encargadas y sostenidas por los Obispos y el
Romano Pontífice. Y puesto que el principal instrumento de que se sirven los
enemigos es la prensa, en gran parte inspirada y sostenida por ellos, conviene
que los católicos opongan la buena la mala prensa, para defender la verdad,
para la tutela de la Religión y para el sostenimiento de los derechos de la
Iglesia.
XI.
La prensa.
Y
como el deber de la prensa católica es descubrir las pérfidas intenciones de
las sectas, ayudar y secundar la acción de los sagrados Pastores, defender y
promover las obras católicas, así es deber de los fieles sostenerla
eficazmente, ya sea negando o retirando todo favor a los periódicos
pervertidos, ya concurriendo directamente cada uno, en la medida en que
pueda, a hacerla vivir y prosperar en lo cual creemos que hasta ahora no se hace
bastante en Italia. A este fin, los documentos que Nos hemos dado todos los
católicos, especialmente la Encíclica Humanum genus y la otra Sapientiae
christianae, deben ser particularmente enseñados e inculcados a los
católicos de Italia. Que si por permanecer fieles a estos deberes hubira que
hacer algún sacrificio, acuérddense que "desde los días de Juan, el
Bautista hasta el presente, el reino de Dios padece fuerza, y hombres esforzados
lo arrebatan”[ii],
y quien a sí propio se ama y ama a sus propias cosas más que a JESUCRISTO, no es
digno de Él[iii].
El
ejemplo de tantos invictos campeones, que generosamente y en todo tiempo lo
sacrificaron todo; la ayuda singular de la gracia que hace suave el yugo de
Jesucristo, y ligera su carga[iv],
deben servirles poderosamente para templar el valor y sostenerles en la
gloriosa campaña.
XII.
Los peligros de la falta de Religión en el aspecto social y político.
No
habíamos considerado hasta ahora las presentes condiciones de las cosas en
Italia más que en el concepto religioso, como que éste es para Nos
principalísimo y eminentemente propio por razón del oficio apostólico que
sostenemos. Pero es tan necesario y propio de la obra considerarlo bajo el
aspecto social y político, a fin de que vean los italianos que no sólo es el
amor de la religión, sino también el más sincero y el más noble amor de la
patria el que debe movernos a oponernos a los impíos conatos de las sectas.
Basta observar, para convencerse, los acontecimientos que se preparan en Italia
en el orden social y político en que las personas se empeñan sin disimulo en
combatir sin tregua el Catolicismo y al Papado.
Ya
la prueba del pasado es de por sí demasiado grande y muy elocuente. Esto que en
este primer período de su nueva vida se advierte en Italia por la moralidad
pública y privada, por el orden y tranquilidad interior, por la prosperidad y
riqueza nacional, es aún más notable por aquellos hechos que Nos podemos
aducir. Los mismos que, aun teniendo interés en ocultarlo, por la verdad, no
los ocultan.
Nos
diremos sólo que en las condiciones presentes, por una triste pero verdadera
necesidad, las cosas no podrán andar de otra manera: la secta masónica, por
cuanto ostenta un espíritu de beneficencia y de filantropía, no puede ejercer
más que una influencia funesta; y decimos funesta, porque combate y
tiende a destruir la Religión de Cristo, verdadera bienhechora de la humanidad.
Influjo
benéfico de la Religión.
Todos
saben hasta qué punto y de qué manera ha influido saludablemente la Religión
en la sociedad. Es incontestable que la sana moral pública y privada es el
honor y la fuerza de los Estados; pero es igualmente incontestable que sin
Religión no puede haber buena moral, ni pública ni privada. De la familia,
sólidamente constituida sobre las bases naturales de una vida piadosa, nace el
incremento y la fuerza de la sociedad. Sin Religión y sin moral, el consorcio
doméstico no tiene estabilidad, y los vínculos de la familia se relajan y
disuelven. La prosperidad de los pueblos y de las naciones viene de Dios y de su
bendición.
Si
un pueblo no sólo no la reconoce como procedente de Dios, antes bien contra Él
se subleva y la soberanía de su espíritu le dice que nada hay de nuevo fuera
de él, la fortuna que obtenga no será sino un simulacro de prosperidad
condenado a desvanecerse tan pronto como plazca al Señor confundir la soberbia
y la audacia de sus enemigos.
XIII.
Se detallan la necesidad y obra de la Religión.
La
Religión es la que, penetrando en el fondo de la conciencia de cada uno, le
hace sentir la fuerza del deber y le impulsa a seguirlo. La Religión es la que
da a los príncipes sentimiento de justicia y de amor para sus súbditos; que
rinde y sujeta fiel y sinceramente a sus partidarios; que hace rectos y buenos a
los legisladores, justos e incorruptibles a los magistrados, valerosos hasta el
heroísmo a los soldados, diligentes y probos a los administradores. La
Religión es la que hace reinar la concordia y el afecto entre los cónyuges, el
amor y el respeto entre los padres y los hijos, que inspira a los pobres el
respeto a sus bienhechores, y a los ricos el recto uso de sus rentas. De esta
sumisión a los deberes y de este respeto a los derechos de los demás nace el
orden, la paz, la tranquilidad, que son tanta parte de la prosperidad de un
pueblo y de un Estado. Suprimida la Religión, desaparecerían con ella al mismo
tiempo todos esos bienes de la sociedad.
Para
Italia la pérdida sería mucho más sensible. Sus mayores glorias y grandezas,
por las cuales gozó del primado durante largo tiempo entre 1as naciones cultas,
son inseparables de la Religión, la cual le proporcionó, le inspiró, le
aseguró los favores y le ayudó y dirigió a ese incremento. Por las públicas
franquicias hablan sus Comunes, por las glorias militares hablan tantas empresas
memorables contra los enemigos declarados del nombre cristiano; por la ciencia
hablan las Universidades fundadas, favorecidas y privilegiadas por la Iglesia;
por las artes hablan infinitos monumentos de todos géneros, de los cuales está
sembrada con profusión toda Italia; por las obras en favor de los miserables,
de los desgraciados, de los obreros, hablan tantas fundaciones de la caridad
cristiana, tantos asilos abiertos para toda suerte de indigencia y de
infortunio, y las asociaciones y corporaciones que han crecido bajo la égida de
la Religión.
La
virtud y la fuerza de la Religión son inmortales, porque vienen de Dios, tiene
tesoros para hacer el bien, remedios eficacísimos para los necesitados de todos
los tiempos y de cualquier época, a los cuales atiende admirablemente. Lo que
ha sabido y podido hacer en otros tiempos, es capaz de hacer todavía con una
fuerza siempre nueva y vigorosa. Quitar por tanto, a Italia la Religión, es
destruir de un golpe la fuente más fecunda de tesoros y socorros inestimables.
Peligro
socialista, es vencido por la Religión.
Además,
uno de los más grandes y formidables peligros que corre la sociedad presente es
la agitación socialista, que amenaza destruirla hasta en sus cimientos. No
permanece inmune Italia de tanto peligro, y, si bien otras naciones están más
infestadas que Italia de este espíritu subversivo y de desorden, no es menos
cierto, sin embargo, que este espíritu se va esparciendo y propagando cada día
con mayor intensidad. Es tal su naturaleza, tanto el poder de su organización,
tanta la audacia y atrevimiento de sus propósitos, que se hace preciso reunir
todas las fuerzas conservadoras para detener su marcha e impedir con éxito su
triunfo. De estas fuerzas, la primera y principalisima con que debe contarse es
con la que pueden dar la Religión y la Iglesia. Sin éstas, resultarán
inútiles o insuficientes las leyes más severas, los rigores de los tribunales
y la misma fuerza armada.
XIV.
Luz en las tinieblas y fuerza de la Religión para convertir.
Así
como en otro tiempo, contra la dominación bárbara no sirvió la fuerza
material, sino la virtud de la Religión cristiana, que penetrando en el
espíritu de los vencedores, les quitó la ferocidad, y la aspereza de sus
costumbres y les hizo obedientes a la voz de la verdad y de la ley evangélica;
así contra las iras de la multitud desenfrenada ninguna fuerza será eficaz sin
la virtud saludable de la Religión, la cual, haciendo brillar en inteligencias
la luz de la verdad, e infiltrando en los corazones los preceptos de la moral de
Jesucristo les
haga sentir la voz de la conciencia y del deber, y ponga freno a los ímpetus de
las pasiones. Combatir, por tanto, a la Religión, es privar a Italia del
auxiliar más poderoso para luchar con un enemigo que cada día es más
formidable y amenazador.
Amenaza
política.
Pero
no es esto todo; como en el orden social la guerra hecha a la Religión es
funestisima
Italia, así en el orden político la enemistad con la Santa Sede y con el
Romano Pontífice es para Italia fuente y origen de gravísimos daños; y aunque
no sea precisa la demostración para completar Nuestro pensamiento, resumiremos
en breves frases las conclusiones. La guerra hecha al Papa quiere decir para
Italia división profunda entre la Italia oficial y la gran parte los italianos
verdaderamente católicos, y cualquier división es debilidad; quiere decir,
privación del favor del concurso la parte más genuinamente conservadora; esto
es, sostener en el seno de la nación un conflicto religioso, que no sólo no
contribuye al bien público, que lleva en sí mismo los gérmenes funestos de
los males y de gravísimos castigos.
XV.
La benevolencia con la Religión redundaría en provecho de Italia en el
exterior e interior.
En
cuanto al exterior, el conflicto con la Santa Sede, además de privar a Italia
del prestigio del esplendor que la circundaría seguramente de vivir en paz con
el Pontificado; la enemistad con todos los católicos del mundo, la impone
inmensos sacrificios, y en cualquier ocasión puede proporcionar a los enemigos
un arma para volverla contra ella.
¡He
aquí el bienestar y la grandeza que esperan a Italia, que teniendo la dicha en
su mano hace cuanto puede para abatir la Religión católica y el Pontificado,
siguiendo las inspiraciones de las sectas!
Si,
por el contrario, se rompiese toda solidaridad y conveniencia con las sectas, y
se otorgara a la Religión y a la Iglesia, como la más poderosa fuerza social,
verdadera libertad y el pleno ejercicio de sus derechos, ¡qué feliz cambio se
operaría en los destinos de Italia! Los daños y los peligros que lamentamos, y
que son el resultado de la guerra a la Religión y a la Iglesia, no sólo
cesarían al terminar la lucha, sino que volverían a florecer sobre el selecto
suelo de la Italia católica la gloria y la grandeza de que la Religión y la
Iglesia han sido siempre fecundas.
Por
su divina virtud se reformarían las costumbres públicas y privadas, y los
vínculos de la familia, y los ciudadanos, bajo el influjo religioso,
experimentarían más vivo el sentimiento del deber y mayor resolución para
cumplirle.
Las
cuestiones sociales, que ahora tienen tan preocupados los ánimos, re
cibirán la mejor y más completa de las soluciones con la aplicación práctica
de los preceptos de caridad y justicia evangélicas; la libertad pública,
imposibilitada de degenerar en licencia, serviría únicamente para el bien, y
llegaría a ser verdaderamente digna del hombre; las ciencias, por la verdad de
que la Iglesia es maestra, y las artes por la potente inspiración que la
Religión recibe de lo alto, y que tiene el secreto de comunicar a todos los
espíritus, recibirían nuevo impulso y nuevas excelencias.
Hecha
la paz con la Iglesia, quedará cimentada la unidad religiosa y concordia
civil, cesará la división entre los católicos fieles a la Iglesia y a
Italia, la cual adquirirá de esta suerte un poderoso elemento de orden y de
conservación.
Atendidas
las justas demandas del Romano Pontífice, reconocidos sus soberanos derechos y
colocado en condiciones de verdadera y efectiva independencia, los católicos de
las demás partes del mundo no tendrían ya motivo para considerar a
Italia como enemiga de su Padre común: ellos, que, no por ajeno impuso, sino
por sentimiento de fe y dictamen del deber, alzan unánimemente su voz para
reivindicar la dignidad y la libertad del Pastor supremo de las almas.
Crecería
para Italia el respeto y consideración de los demás países de vivir en
armonía con la Sede Apostólica, la cual ha hecho experimentar a los italianos
de un modo especial los beneficios de su presencia entre ellos; así, con los
tesoros de la fe que se difundirá siempre de este centro de bendición y de
salud, harán que también, se difunda entre todas las gentes grande y respetado
el nombre italiano, Italia reconciliada con el Pontífice y fiel a su Religión,
estaría dispuesta para emular dignamente sus antiguas glorias, y en todo
aquello que constituye el verdadero progreso de nuestra edad recibiría nuevo
estímulo para adelantar en su glorioso camino.
Y
Roma, ciudad católica por excelencia, predestinada por Dios para centro de la
Religión de Cristo, y Sede de su Vicario, que fue base de la estabilidad y
grandeza de aquélla a través de tantos siglos, y de tan varios
acontecimientos, repuesta bajo el pacífico y paternal cetro del Romano
Pontífice, volvería a ser lo que la hicieron la Providencia y los siglos, no
mera capital de un Reino particular, sino dividida entre dos diversos y
soberanos poderes, dualismo contrario a su historia, sino la digna capital del
mundo católico, engrandecida con la Majestad de la Religión, y maestra y
ejemplo de moralidad y de civilización de los pueblos.
XVI.
Los verdaderos amigos de Italia.
No
son éstas, Venerables Hermanos, vanas ilusiones, sino una esperanza apoyada en
el más sólido y veraz fundamento. La aserción que desde hace tiempo se viene
divulgando, de que los católicos y el Pontífice son enemigos de Italia y casi
otros tantos aliados de los partidos subversivos, no es más que una gratuita
injuria y grosera calumnia esparcida por arte de las sectas para facilitarse el
camino y despejarlo de los obstáculos que se oponen a su execranda obra de
descatolizar a Italia.
La
verdad que resulta clarísima de cuanto hemos dicho anteriormente, es que los
católicos son los mejores amigos del propio país y que dan prueba de fuerte y
veraz amor, no solamente a su Religión, sino a su Patria, diferenciándose en
esto enteramente de las sectas, consagrándola su espíritu y sus obras,
haciendo todos los esfuerzos porque Italia no pierda, antes bien conserve
vigorosamente la fe; no combata a la Iglesia, sino que sea hija fiel de ella; no
hostigue al Pontificado, sino que se reconcilie con él.
XVII.
Exhortación a la colaboración de todos.
Cooperad
todos, Venerables Hermanos, a fin de que la luz de la verdad se haga camino en
medio de la multitud, y que ésta llegue a comprender finalmente dónde se
encuentra todo bien y todo cuanto verdaderamente le interesa y persuadirse que
sólo en la fidelidad con la Religión y en la paz con la Iglesia y el Romano
Pontífice, se puede esperar para Italia un porvenir digno de su glorioso
pasado.
A
esto queremos que dirijáis vuestros pensamientos; y no Nos dirigimos a los
afiliados a las sectas, los cuales con propósito deliberado tratan de basar
sobre la ruina de la Religión católica el nuevo asiento de la Península sino
a los otros que, sin acoger esas ideas, ayudan a la obra de aquellos cooperando
a su política, y particularmente a los jóvenes, tan fáciles de caer en el
error por efecto de inexperiencia o por dominio del sentimiento. Queremos que
todos se persuadan de que el camino que se está recorriendo es fatal para
Italia y al denunciar ahora de nuevo el peligro, no Nos mueve más que la
conciencia del deber y el amor a la Patria.
Invocación
y Bendición.
Mas
para iluminar las inteligencias y hacer eficaces Nuestros esfuerzos, es preciso
invocar, ante todo, la ayuda del cielo; a Nuestra común acción vaya unida,
Venerables Hermanos, la plegaria general, constante, fervorosa, que haga dulce
violencia al Corazón de Dios y vuelva propicio a nuestra Italia, librándola de
esa plaga que sería la más terrible de todas: la pérdida de la Fe. Pongamos
de mediadora cerca de Dios a la gloriosísima Virgen María, la invicta Reina
del Rosario, que tanto poder tiene sobre las fuerzas del infierno y tantas veces
ha hecho sentir a Italia los efectos de su maternal predilección. Recurramos a
los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, que conquistaron para la fe esta tierra
bendita, que santificaron con sus esfuerzos y bañaron con su sangre.
Recibid,
entre tanto que llega la ayuda que pedimos, en muestra de Nuestro especialísimo
afecto, la Apostólica bendición, que desde lo íntimo de Nuestra alma os
enviamos a vosotros, Venerables Hermanos, a vuestro Clero y al pueblo italiano.
Dado
en Roma, al lado de San Pedro, el 15 de Octubre de 1890, año decimotercero de
Nuestro Pontificado. LEON XIII.