Lunes

31a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Filipenses 2,1-4

Hermanos: 1 Si de algo vale una advertencia hecha en nombre de Cristo, si de algo sirve una exhortación nacida del amor, si vivimos unidos en el Espíritu, si tenéis un corazón compasivo, 2 dadme la alegría de tener los mismos sentimientos, compartiendo un mismo amor, viviendo en armonía y sintiendo lo mismo. 3 No hagáis nada por rivalidad o vanagloria; sed, por el contrario, humildes y considerad a los demás superiores a vosotros mismos. 4 Que no busque cada uno sus propios intereses, sino los de los demás.


Pablo acaba de exhortar a los cristianos de Filipos a comportarse de una manera digna del Evangelio; al mismo tiempo, se ha ofrecido a sí mismo como modelo de resistencia y de lucha contra los adversarios del Evangelio. Ahora, la exhortación apostólica se vertebra de un modo claro e iluminador. El comienzo (v 1) y el final (v 4) de esta pequeña unidad literaria se reclaman y se completan mutuamente: en primer lugar aparece una concentración cristológica y, a continuación, una dilatación antropológica. En el centro (vv. 2ss), expresa

Pablo el derecho a recibir una gratificación personal en calidad de apóstol: «Dadme la alegría de tener los mismos sentimientos, compartiendo un mismo amor, viviendo en armonía y sintiendo lo mismo».

La primera parte de esta lectura (w. 1 ss) se caracteriza por una serie de «si» que, en realidad, expresan no una hipótesis, sino una certeza. Este relieve, de naturaleza literaria, es importante para comprender el pensamiento de Pablo por el hecho de que en su concepción teológica todo lo que es bueno, bello y santo deriva de Cristo y de su misterio pascual, que se dilata, como es obvio, en la mente, en el corazón y en las relaciones interpersonales de los creyentes. La segunda parte de la lectura (v. 3ss) presenta una formulación negativa orientada a otra positiva. El apóstol exhorta a extirpar del tejido conectivo de la comunidad creyente toda «rivalidad o vanagloria», y recomienda: «Sed, por el contrario, humildes y considerad a los demás superiores a vosotros mismos. Que no busque cada uno sus propios intereses, sino los de los demás».

 

Evangelio: Lucas 14,12-14

En aquel tiempo, 12 dijo Jesús al jefe de los fariseos que le había invitado:

-Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, hermanos, parientes o vecinos ricos, no sea que ellos, a su vez, te inviten a ti y con ello quedes ya pagado. 13 Más bien, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados y a los ciegos. 14 ¡Dichoso tú si no pueden pagarte! Recibirás tu recompensa cuando los justos resuciten.


En el marco de una invitación a comer, después de haber curado a un hidrópico en sábado y de haber propuesto una parábola, Jesús dirige ahora una serie de advertencias al jefe de los fariseos que le había invitado.

Se trata de una de esas afirmaciones de Jesús que nacen de la experiencia, de la vivencia inmediata, observada con extrema atención, interpretada de manera simbólica y trasladada al ámbito religioso. Las dos partes de este breve texto evangélico se corresponden perfectamente: el paralelismo antitético facilita su comprensión («Cuando des una comida... Más bien, cuando des un banquete...»: vv. 12.13).

La enseñanza de Jesús está muy clara y, para que pueda incidir en la sensibilidad de sus destinatarios, la confía en dos «situaciones de vida» que, para un jefe de los fariseos, debían ser habituales. Por un lado, Jesús pone en guardia contra actitudes sólo aparentemente generosas, aunque, en realidad, son interesadas, egoístas y productivas. Este modo de proceder, según Jesús, no sólo traiciona un ánimo mezquino, sino que termina por comprometer también las relaciones interpersonales. La situación contraria que presenta Jesús se presta, en cambio, a una invitación exquisitamente evangélica, que nos conduce al corazón de la enseñanza de Jesús: la opción de privilegiar a los pobres, a los lisiados, a los cojos y ciegos, exactamente a ésos a quienes el Señor ama más que a cualquier otro y entre los que difunde su benevolencia. Se trata del mensaje de las bienaventuranzas (Lc 6,20-26), que todos conocemos bien. La bienaventuranza y la promesa del v 14 completan de modo admirable la enseñanza de Jesús.


MEDITATIO

Hasta en el gesto, aparentemente magnánimo, de quien distribuye a los invitados para la comida o la cena se puede esconder un sentimiento de egoísmo, a saber: cuando la elección de los invitados está sugerida sólo por motivos de obligación, de conveniencia social, de mera simpatía o de interés. Es obvio que el tema sugerido por la lectura evangélica -que encuentra también cierta resonancia en el final de la primera lectura- es el de la gratuidad, acompañado y reforzado por la «opción preferencial por los pobres», que no es un descubrimiento de los cristianos de hoy, sino la quintaesencia del Evangelio. Con todo, es menester liberar este término de un significado puramente material, como quizás estemos inclinados a hacer hoy, dada nuestra sensibilidad al valor económico de nuestras acciones y nuestros gestos: todo lo que hacemos, todo lo que producimos, no puede dejar de tener -incluso debe tener- un valor económico. Sin embargo, Jesús quiere educarnos para que procedamos a una evaluación también espiritual, es decir, integral y más completa, de nuestras acciones y de nuestras opciones.

Así, gratuidad significa e implica prestar más atención a los otros que a nosotros mismos, reconocer en los otros un valor objetivo, porque cada uno lleva en su propio ser la imagen y la semejanza de Dios, de ahí que sea, por sí mismo, digno de atención, de estima y de amor.

Comprendemos así el sentido de la bienaventuranza que proclama Jesús al final de este texto evangélico y, sobre todo, la promesa de una recompensa que, según la lógica de Dios, nos será asegurada «cuando los justos resuciten».


ORATIO

Oh Señor Jesús, tú buscaste a los pobres y a los hambrientos y me dices: «Comparte con ellos tu abundancia, y ellos creerán que yo soy el Pan de la vida».

Oh Señor Jesús, tú invitaste a tu mesa a los oprimidos y a los perseguidos y me dices: «Lucha por su libertad, y ellos creerán que yo soy la Luz del mundo».

Oh Señor Jesús, tú has llamado a las víctimas de muchas y diferentes violencias y me dices: «Denuncia con valor todo mal, y ellos creerán que yo soy la Verdad».

Oh Señor Jesús, tú acogiste en tu redil a las ovejas que estaban dispersas y me dices: «Abandona tu aspecto perfeccionista, y ellos creerán que yo soy el buen Pastor».

Así serás pobre, apacible, misericordioso, limpio de corazón, obrador de la paz, amante de la justicia. En una palabra, ¡serás bienaventurado!


CONTEMPLATIO

Está también el reproche del Señor a los escribas. Les reprocha su dureza cuando les dice: «Entended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios"» (Mt 9,13). Tanto los escribas como los fariseos estaban persuadidos de que podían quitarse los pecados de encima con los sacrificios prescritos por la Ley. Por eso el Señor da preferencia a la misericordia sobre el sacrificio: para demostrar con claridad que los delitos de todo tipo de pecado pueden ser cancelados no en virtud de los sacrificios de la Ley, sino en virtud de las obras de misericordia. Análoga es la invitación que el Señor dirige a los fariseos en otro pasaje, cuando los apostrofa con estas palabras: «Pues dad limosna de vuestro interior, y todo lo tendréis limpio» (Lc 11,41). Este es, por consiguiente, el sentido de la expresión «misericordia quiero y no sacrificios». Tanto es así que continúa: «En efecto, no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Cromacio de Aquileya).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Que no busque cada uno sus propios intereses, sino los de los demás» (Flp 2,4).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Uno de los encuentros más interesantes de la madre Teresa de Calcuta fue el que mantuvo con el emperador etíope Hailé Selassié pocos meses antes del golpe de Estado que acabaría por deponerle. La pequeña hermana estaba avisada de que no debía hacerse demasiadas ilusiones, dado que ya eran muchas las organizaciones religiosas y sociales que habían intentado inútilmente trabajar en Etiopía, y no tardó mucho en comprender que la decisión correspondía al emperador y sólo a él. La audiencia estuvo precedida por una conversación con el chambelán de palacio, que se desarrolló en estos términos: «¿Qué es lo que espera de nuestro gobierno?» «Nada –respondió la madre Teresa–; he venido sólo a ofrecer a mis hermanas para que trabajen entre los pobres y los que sufren.» «¿Qué harán las hermanas?» «Nos entregaremos con todo lo que somos a servir a los más pobres entre los pobres.» «¿De qué títulos disponen?» «Intentamos entregar amor y compasión a aquellos que no son amados ni deseados.» «Veo que su enfoque es completamente distinto. Usted predica a la gente, ¿intenta acaso convertirla?» «Nuestros actos de amor hablan al pobre que sufre del amor que Dios siente por él».

Cuando, finalmente, la madre Teresa fue conducida a la presencia del emperador, le esperaba una sorpresa. Selassié pronunció unas pocas palabras: «He oído hablar de su trabajo. Me hace muy feliz que esté aquí. Sí, que sus hermanas vengan también a Etiopía».