Jueves

30a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 6,10-20

Hermanos: 10 termino pidiendo que el Señor os conforte con su fuerza poderosa. 11 Revestíos de las armas que os ofrece Dios para que podáis resistir a las asechanzas del diablo. 12 Porque nuestra lucha no es contra adversarios de carne y hueso, sino contra los principados, contra las potestades, contra los que dominan este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que tienen su morada en un mundo supraterreno. 13 Por eso debéis empuñar las armas que Dios os ofrece, para que podáis resistir en los momentos adversos y superar todas las dificultades sin ceder terreno. 14 Estad, pues, en pie, ceñida vuestra cintura con la verdad, protegidos con la coraza de la rectitud, 15 bien calzados vuestros pies para anunciar el Evangelio de la paz. 16 Tened embrazado en todo momento el escudo de la fe con el que podáis apagar las flechas incendiarias del maligno; 17 usad el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.

18 Vivid en constante oración y súplica guiados por el Espíritu. Y renunciando incluso al sueño para ello, orad con la mayor insistencia por todos los creyentes 19 y también por mí, a fin de que Dios ponga en mis labios la palabra oportuna para dar a conocer con audacia el misterio del Evangelio, 20 del que soy embajador entre cadenas. Que Dios me conceda anunciarlo con la entereza que debo.


La vida del cristiano es una lucha contra las fuerzas adversas a Dios, unas fuerzas que se oponen a su señorío en el mundo e intentan separar al hombre del Creador (v llb). Se trata de unas fuerzas oscuras, no identificables con facilidad, superiores al hombre (v 12). Sin embargo, el cristiano que vive en comunión con su Señor recibe de él la fuerza necesaria para el combate (v 10), para ese combate que se desarrolla en la situación real en que vive. Pablo, empleando imágenes militares, en continuidad con aquellas que presentaban, en el Antiguo Testamento, a YHWH como un guerrero (cf. Is 42,13; Sab 18,15; Sal 35,1-3), exhorta al cristiano, despojado del hombre viejo en el bautismo (cf. Ef 4,22; Col 3,9), a revestirse de las armas para la lucha (vv. 11a-13a). La cintura, la coraza, las sandalias, el escudo, el yelmo, la espada de estas armas espirituales son la verdad, la justicia, la paz, la fe, la salvación, la Palabra de Dios (vv. 14-17). Se trata de los dones que Dios distribuye a los bautizados y que éstos están llamados a acoger y poner en práctica para vivir la libertad de los hijos del Padre celestial, liberados de su miedo y de las insidias del maligno, fuertes y perseverantes en las pruebas hasta la consumación de los tiempos escatológicos (v. 13).

La oración es el medio indispensable para poder recibir los dones de Dios y llevar la batalla a buen fin, esto es, para obrar de modo cristiano: una oración incesante, guiada por el Espíritu Santo (v 18a). Pablo llama la atención a fin de que el cansancio y el desánimo no lleven las de ganar en la difícil lucha: es necesario perseverar (v 18b). A tal fin, recomienda Pablo la oración de los unos por los otros y, en particular, por él mismo, enviado por Dios a anunciar el Evangelio, para que pueda cumplir su mandato con audacia y entereza (vv. 18c-20).

 

Evangelio: Lucas 13,31-35

Aquel día, 31 se acercaron unos fariseos y le dijeron:

34 ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que Dios te envía! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos debajo de las alas y no habéis querido. 35 Pues bien, vuestra casa se os quedará desierta. Y os digo que ya no me veréis hasta que llegue el día en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor.


La iniquidad más grande (cf. Lc 13,27), compendio de todas las otras, será la muerte de Jesús. Este resulta incómodo a Herodes (v. 31), pero también y sobre todo a los jefes religiosos de Israel. Sea cual sea la motivación -simpatía o bien hostilidad- por la que algunos fariseos le aconsejan que se aleje del territorio gobernado por Herodes, esto le permite a Jesús afirmar su fidelidad al mandato recibido del Padre: anunciar el tiempo de la salvación definitiva (cf. 2 Cor 6,2), de la que son signos la expulsión de demonios y las curaciones (v. 32). No hay perfidia humana que pueda cambiar el designio del amor de Dios.

El evangelista señala que Jesús es consciente de ir al encuentro de una muerte cruenta (cf. Lc 9,22; 9,44; 17,25; 18,31-33), una suerte que no es diferente de la que siguieron los profetas (vv. 33-34a; cf. 6,22ss). Eso sucederá precisamente en la ciudad santa de Jerusalén, la cual, en contradicción con su propio nombre -«Ciudad de la paz»-, ha sido el lugar de la masacre de los enviados de Dios. Es un acto deliberado ese con el que Jerusalén, símbolo de los israelitas incrédulos, no ha acogido la Palabra que Jesús le ha anunciado en más ocasiones, manifestando el deseo del Padre de convertirla en centro de unidad de su pueblo elegido (v. 34b). Jesús predice su ruina (v 35a), que es, a un tiempo, material (la ciudad será sometida todavía más duramente a los romanos y el templo será destruido) y espiritual. De hecho, Israel, al rechazar a Jesús, no recibe el cumplimiento de la promesa.

Sin embargo, puesto que «los dones y la llamada de Dios son irrevocables» (Rom 11,29), el evangelista entrevé, en el signo de la aclamación triunfal del mesías al final de su viaje (v 35b; cf. Lc 19,28-39), la acogida de Jesús por parte de todo Israel, al final de los tiempos, cuando judíos y paganos, convertidos todos en cristianos, bendecirán juntos el nombre del Señor.


MEDITATIO

Hay que sostener una lucha para ser auténticamente cristianos, una lucha entre las muchas sugerencias y persuasivos reclamos que frenan el impulso de adhesión al Señor e intentan marchitar el vigor de la obediencia a su Palabra. El Señor mismo nos sostiene, asegurándonos su presencia poderosa en los signos sacramentales. Con el don de la fe, de la Palabra, de la capacidad de discernir lo que está bien de lo que está mal, nos atrae hacia él a fin de que, en comunión con él, demos a conocer en el mundo su presencia, que es fuente de vida para todos, sin distinciones entre judíos y griegos.

Pero tal vez hoy sea más difícil que nunca hacer callar al que se opone a todo esto y nos separa del Señor y de los otros. Quizás la causa resida en que no nos dejamos abrazar por su deseo de recogernos en la unidad -nosotros, seres tan doloridos por las dispersiones interiores, tan fragmentados en nuestras relaciones vitales-.

La oración nos ayuda a volver y a permanecer en el centro de nosotros mismos, en ese lugar donde el Espíritu Santo no cesa de recordarnos el amor del Padre y la ternura del Hijo.


ORATIO

Señor, te pedimos, siguiendo la invitación de tu apóstol, que los hermanos y hermanas que viven situaciones de prueba sean capaces de resistir a la tentación del desánimo. Haz que escuchen tus llamadas y no abandonen la Palabra que han escuchado, la verdad en la que han creído, la justicia que han acogido. Te pedimos en particular, Señor, por los anunciadores del Evangelio: que, siguiendo tu ejemplo, perseveren contra todo opositor, visible o invisible; que sean fieles a tu voluntad, testigos de la verdad que ellos han sido los primeros en recibir como don; que su única preocupación sea que tú seas conocido y amado, alabado y agradecido.


CONTEMPLATIO

Dios nos ha otorgado tanta gracia que es nuestro ayudador y nos ha dado buenas armas. Y puesto que él quedó muerto y vencedor en el campo de batalla (muerto fue y, al morir en el leño de la santísima cruz, salió vencedor, y con su muerte nos ha dado la vida), y ha vuelto a la ciudad del Padre eterno con la victoria de su esposa, o sea, de nuestra alma, sigamos, pues, sus vestigios, expulsando el vicio con la virtud; la soberbia con la humildad; la impaciencia con la perfecta humildad y la continencia; la vanagloria con la gloria y el honor de Dios. Que lo que hagamos e ingeniemos sea para gloria, alabanza y honor del nombre de nuestro Jesús.

Hágase una dulce y santa guerra contra estos vicios: y cuanto más miremos al dulce Señor, tanto más animada se verá el alma a emprender mayor guerra (Catalina de Siena, Le lettere, Milán 41987, pp. 439ss [edición española: Obras de santa Catalina de Siena, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1996]).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Que el Señor nos conforte con su fuerza poderosa» (cf. Ef 6,10).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Nuestra presencia es motivo de discordia: algunos la contestan hasta el punto de organizar atentados contra nosotros. Pero los ataques contra nuestra comunidad hacen nuestra presencia todavía más manifiesta. Lo hemos visto claramente después del rapto de los monjes y, más aún, después de su inmolación. La mayor parte de los musulmanes argelinos se ha unido a nosotros en la oración a Dios para que preservase su vida y plegara el corazón de los raptores. Más tarde, tras el anuncio de su muerte, han vuelto a vivir aún con nosotros la consternación, la condena y la vergüenza que semejante crimen ha suscitado. Las pruebas por las que pasamos, vividas sin espíritu de venganza y abiertos al perdón evangélico, asumen un papel en las obras de la reconciliación y de la paz. «... Hemos tenido que permanecer firmes en nuestro rechazo a dejarnos identificar con uno u otro campo, permanecer libres para contestar de manera pacífica a las armas y los medios de la violencia y de la exclusión. Seguir siendo lo que somos en este contexto significa anunciar de modo concreto un evangelio de amor a todos, un evangelio que implica el respeto a la diferencia. ¡Esta es una auténtica buena noticia! El incremento de la proximidad de nuestros vecinos y su aceptación de lo que somos hacen que acojamos, ciertamente, su propio mensaje. ¡Una felicidad hecha para crecer!» (Hermano Christian, prior de la Trapa de Tibhrine, en H. Teissier, Accanto a un amico, Magnano 1998, p p. 155ss [edición española: Cartas de Argelia, Encuentro, Madrid 2000]).