Miércoles

29ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 3,2-12

Hermanos: 2 Os supongo enterados de la misión que Dios en su gracia me ha confiado con respecto a vosotros: 3 se trata del misterio que se me dio a conocer por revelación y sobre el que os he escrito brevemente más arriba. 4 Por su lectura podréis comprobar el conocimiento que yo tengo del misterio de Cristo, 5 un misterio que no fue dado a conocer a los hombres de otras generaciones y que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas; 6 un misterio que consiste en que todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa hecha por Cristo Jesús a través del Evangelio, 7 del que la gracia y la fuerza poderosa de Dios me han constituido servidor. 8 A mí, el más insignificante de todos los creyentes, se me ha concedido este don de anunciar a las naciones la insondable riqueza de Cristo 9 y de mostrar a todos cómo se cumple este misterioso plan, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todas las cosas. 10 De esta manera, los principados y potestades que habitan en el cielo tienen ahora conocimiento, por medio de la Iglesia, de la múltiple sabiduría de Dios, 11 contenida en el plan que desde la eternidad proyectó realizar en Cristo Jesús, Señor nuestro. 12 Mediante la fe en él y gracias a él, nos atrevemos a acercarnos a Dios con plena confianza.


Antes de dejar que se convierta en oración la profunda meditación del capítulo precedente, se abre Pablo confidencialmente a sus destinatarios. Le concede una gran importancia a decir cuál es el ministerio que Dios le ha confiado: anunciar el misterio de Cristo a los paganos. Pablo es consciente de la grandeza del designio de Dios, que sólo ahora, en Cristo, se ha manifestado del todo. Por eso anuncia a los efesios y celebra la eficacia de un poder que no viene de él, sino de la insondable riqueza de Cristo (v. 8). Los cristianos de Efeso están llamados, precisamente como los judíos, a formar el mismo cuerpo místico de Jesús que es la Iglesia, a participar en las mismas promesas divinas, en la misma herencia, que es la vida eterna en la alegría. Sí, Pablo llama también a los paganos, a todos los hombres, por voluntad del Altísimo, a gozar de la magnanimidad de un Dios en el que, desde siglos, estaba escondido el misterio de la salvación total que ahora, precisamente a él, el más pequeño (= «ínfimo»: v. 8) entre los santos, o sea, entre los creyentes, le corresponde anunciar como pleno cumplimiento de las antiguas promesas de Dios.

La inagotable riqueza del misterio de Cristo, expresado por su Iglesia, no corresponde, en efecto, sólo a los hombres; es mucho más amplio. Hasta las realidades angélicas (principados, potestades) están implicadas en orden a la múltiple sabiduría (v 10) de un Dios que, justamente a través del misterio de su Hijo -encarnado, muerto y resucitado por nosotros-, guía la historia de la salvación. Precisamente esta realidad -concluye Pablo-crea en nosotros el coraje de una fe auténtica que se convierte en plena confianza en el Señor.

 

Evangelio: Lucas 12,39-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 39 Tened presente que, si el amo de la casa supiera a qué hora iba a venir el ladrón, no le dejaría asaltar su casa. 40 Pues vosotros estad preparados, porque a la hora en que menos penséis vendrá el Hijo del hombre.

41 Pedro dijo entonces:

-Señor, esta parábola ¿se refiere a nosotros o a todos?

42 Pero el Señor continuó:

-¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el dueño puso al frente de su servidumbre para distribuir a su debido tiempo la ración de trigo? 43 ¡Dichoso ese criado si, al llegar su amo, lo encuentra haciendo lo que debe! 44 Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. 45 Pero, si ese criado empieza a pensar: «Mi amo tarda en venir», y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer, a beber y a emborracharse, 46 su amo llegará el día en que menos lo espere y a la hora en que menos piense, le castigará con todo rigor y le tratará como merecen los que no son fieles. 47 El criado que conoce la voluntad de su dueño, pero no está preparado o no hace lo que él quiere, recibirá un castigo muy severo. 48 En cambio, el que sin conocer esa voluntad hace cosas reprobables, recibirá un castigo menor. A quien se le dio mucho se le podrá exigir mucho, y a quien se le confió mucho se le podrá pedir más.


Con esta parábola nos pone en guardia Jesús contra el hecho de llevar una vida espiritualmente soñolienta, sin tener en ninguna consideración el hecho de que no se nos avisará de la hora en que el Señor nos llamará para que le demos cuenta de nuestra vida. El tema sigue siendo, por tanto, todavía el de la vigilancia. Pedro, a quien probablemente irrita la pequeña parábola donde aparece la figura del ladrón que asalta la casa de quien no ha estado vigilante, siente la tentación de acomodarse en una paz fingida. Y, en vez de dejarse provocar por la parábola de una manera positiva, le pregunta a Jesús si el relato va por los discípulos o por todos: es como si quisiera insinuar con su pregunta si los que han seguido a Jesús, o sea, los que viven como creyentes y practicantes, pueden estar tranquilos. ¿Por qué dirigirles a ellos, a los privilegiados, un discurso tan inquietante? Jesús, tal como hace con frecuencia, responde con otra pregunta: «¿Quién es el administrador fiel y prudente?» (v. 42).

El Señor Jesús es un gran provocador. Ahora echa mano de otra pequeña parábola para expresar lo que agrada al dueño (= el Señor) que, al volver y encontrar al siervo en su puesto de trabajo cumpliendo honestamente su voluntad, le asciende y le nombra incluso administrador de todas sus riquezas (vv. 43ss). En cambio, con el siervo que se aprovecha de su lejanía para entregarse al festín del egoísmo, dando rienda suelta a su violencia prevaricadora y a sus instintos desordenados, el dueño se mostrará a buen seguro severo (vv. 45ss). Pero la mayor severidad recaerá sobre aquellos que, por estar en condiciones de conocer más al Señor y penetrar en el sentido de su voluntad, en vez de entregarse a un cumplimiento lleno de amor se han comportando como el siervo infiel (vv. 47ss).


MEDITATIO

Ciertamente, en ambas lecturas, pero sobre todo en el evangelio, nos avisa el Señor de que el amor de Dios por nosotros es exigente y de que la vida no puede ser vivida bajo el lema de la falta de compromisos. Ahora bien, ¿cómo evitar ese cansancio, esa especie de soñolencia en la vida espiritual que penetra a veces en los pliegues de nuestra vida?

Ante todo, se trata de abrir bien los ojos del corazón a las maravillosas riquezas de la llamada que, arraigada en el misterio de Cristo, libera en nosotros una gran capacidad de asombro y de amor. «A mí, el más insignificante de todos los creyentes -dice Pablo- se me ha concedido este don» (v. 8a). El apóstol percibe la amplitud y la profundidad de este don, y vive su asombro hasta comunicarlo, hasta persuadirme de que el designio del Padre -realizado en Cristo por amor a nosotros- es tal que puedo acercarme a él con plena confianza (cf v. 12). Eso es: lo que importa es no descuidar la dimensión contemplativa que, por gracia del Espíritu Santo en nosotros, abre los ojos de nuestro corazón a los ricos y maravillosos horizontes de nuestra fe.

Si mi mirada es una mirada rejuvenecida cada día por el asombro producido por «la insondable riqueza de Cristo», no llegaré a sobrecargarme de ocupaciones y preocupaciones, ni me ahogaré de una manera eufórica en el éxito ni con signos de depresión en el fracaso, ni perseguiré consensos e intereses personales. Si me dejo aferrar por el maravilloso misterio de Cristo, que día tras día me revela y me narra la Palabra, no seré como el siervo descuidado que se olvida del regreso del Señor, no me entregaré a las incitaciones del egoísmo y de sus delirios, sino a las de una laboriosidad confiada en la gran fuerza que Jesús me da para que viva la alegría de hacer brillar, también ante los ojos de los hermanos, las maravillas de su amor.


ORATIO

Oh Padre, concédeme tu Espíritu, para que me enseñe a descubrir cada día las inenarrables riquezas de Jesús, tu Hijo unigénito, mi hermano mayor y Señor. No permitas que mi vida espiritual se vuelva asfíctica y se anquilose en pequeños espacios de agitado activismo, sin apertura de horizontes a las maravillas de tu proyecto, que es salvación para mí y para todos, en Cristo Señor.

Concédeme querer a cualquier precio espacios contemplativos en mis días frecuentemente quemados por el demasiado «hacer» en el interior del aparato de las lógicas mundanas. Fascíname de tal modo que el asombro que me produzcas me permita vivir trabajando con solicitud en la entrega de mí mismo, pero sólo por ti y por tu Reino.


CONTEMPLATIO

Con la ascensión, el cuerpo de Cristo, entrelazado con nuestra carne y con toda la carne de la tierra, ha entrado en el ámbito trinitario. Ahora lo creado está en Dios; es «su zarza ardiente», como dice Máximo el Confesor. Al mismo tiempo, sigue sepultado en la muerte, en la opacidad y en la separación a causa del odio, de la crueldad y de la inconsciencia de los hombres. Hacerse santo es desplazar estas pesadas cenizas y hacer aflorar la incandescencia secreta, permitir a la vida, en Cristo, absorber la muerte.

Dice, en efecto, san Ambrosio: «En Cristo lo tenemos todo. Si quieres curar tus heridas, él es médico. Si ardes de fiebre, él es fuente. Si temes a la muerte, él es vida. Si aborreces las tinieblas, él es luz. Dichoso el hombre que espera en él» (O. Clément, Alle fonti con i Padri, Roma 1999, pp. 54ss).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Que resplandezca en mis acciones, oh Señor, tu misterio de vida y salvación».


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La educación progresiva de nuestro pensamiento cristiano y su correlativo obrar (en proporción al estado y a la llamada recibida por cada uno) con respecto a todos los grandes problemas de la vida y de la historia, tiene que ver con lo que podríamos llamar la «sabiduría de la praxis». Esta última consiste sobre todo en la adquisición de hábitos virtuosos: unos hábitos que son necesarios todos ellos no sólo para actuar, sino también y en primer lugar para pensar correcta y exhaustivamente sobre los juicios y las consiguientes acciones que puedan exigir los problemas de las vicisitudes de la vida individual, familiar, social, política e internacional que el hoy presenta a la conciencia de cada uno y de la comunidad cristiana.

Es preciso reconocer que los resultados poco brillantes de las experiencias de los cristianos en la vida social y política no se deben tanto a la malicia de los adversarios, ni tampoco únicamente a las propias deficiencias culturales, como sobre todo a deficiencias de los hábitos virtuosos adecuados, y no sólo en el sentido de carencias de las dotes sapienciales necesarias para ver las direcciones concretas de la acción social y política. Justamente, creo que la causa de muchos fracasos ha sido, en primer lugar, la falta de sabiduría de la praxis: esa sabiduría que -supuestas las esenciales premisas teologales de la fe, la esperanza y el amor cristiano- requiere además un delicadísimo equilibrio de probada prudencia y de fortaleza magnánima; de luminosa templanza afinada justicia, tanto individual como política; de humildad ysincera y de mansa, aunque real, independencia en el juicio; de sumisión y, al mismo tiempo, deseo veraz de unidad, aunque también de espíritu de iniciativa y sentido de la propia responsabilidad; de capacidad de resistencia y, al mismo tiempo, mansedumbre evangélica (G. Dossetti, La parola e il silenzio, Bolonia 1997, p. 93).