Lunes

25ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Proverbios 3,27-35

Hijo mío: 27 no niegues un favor a quien tenga derecho
si está en tus manos concedérselo.

28 Si tienes, no digas a tu prójimo:
«Vuelve otro día, mañana te daré».

29 No maquines contra tu prójimo
mientras vive a tu lado confiado.

30 No pleitees con un hombre sin motivo,
si no te ha hecho ningún mal.

31 No envidies al hombre violento,
ni imites su conducta,
32 pues el Señor aborrece al perverso
y da a los rectos su confianza.

33 El Señor maldice la casa del malvado
y bendice la morada de los justos;
34 puede burlarse de los arrogantes,
pero concede su favor a los humildes.

35 La herencia de los sabios es el honor,
pero los necios acumulan deshonra.


El libro de los Proverbios es un libro humilde, aunque sólo en apariencia. La convicción de la que parte es que toda la sabiduría presente en el mundo, tanto en las cosas como en el hombre, es una huella de la sabiduría divina. Hasta la sabiduría que se expresa en las formas más humildes y cotidianas -la sabiduría del sentido común, de la razón, de la experiencia- viene de Dios. Seguirla es obedecer a Dios; ignorarla significa traicionar el designio de Dios. Bajo esta luz, profundamente religiosa, es como debemos comprender todas las máximas del libro de los Proverbios, reconociendo un valor de imperativo moral no sólo a la palabra de los profetas y a la Ley, sino también al significado de las cosas y a la fuerza de la experiencia.

El pasaje que nos presenta hoy la liturgia insiste en las relaciones con el prójimo: no hay que negar un favor, no se debe decir: «Vuelve otro día, mañana te daré» (v 28), no hay que maquinar engaños, ni pleitear, ni envidiar, ni imitar la conducta del malvado (vv. 29-32). En el interior de estos mandatos, y casi de improviso, hace su aparición una afirmación muy bella: «Y da a los rectos su confianza» (v 32b). Así queda ya perfilada la figura del sabio en sus coordenadas fundamentales: la corrección y la benevolencia en las relaciones con el prójimo, la convicción de que la confianza en Dios vale más que cualquier otra cosa.

 

Evangelio: Lucas 8,16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: 16 Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija o la oculta debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entren vean la luz. 17 Porque nada hay oculto que no haya de descubrirse, ni secreto que no haya de saberse y ponerse al descubierto. 18 Prestad atención a cómo escucháis, porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener.


Los dichos de Jesús que hemos leído hoy -probablemente diseminados en su origen- han sido recogidos por Lucas en una sección (8,4-21) que tiene como tema la Palabra de Dios. Desde esta perspectiva los leemos nosotros.

El primero de ellos (v 16) parece temer el riesgo del anonimato: no se pone una luz debajo de la cama. La advertencia parece dirigida a los cristianos que -por miedo o porque consideran inútil hacerlo- no se exponen en público. La Palabra es pública y visible: esconderla es un modo de hacerla morir.

El segundo dicho (v. 17) parece temer más bien el riesgo del secreto. La advertencia va dirigida a los grupos cristianos que se cierran en sí mismos y anuncian la Palabra en secreto, sólo a los iniciados. Porque la Palabra, en virtud de su naturaleza misionera, es para todos.

El tercer dicho (v. 18) es más difícil. A buen seguro, llama la atención sobre la importancia de la escucha; más aún, sobre los modos como se escucha: «Prestad atención a cómo escucháis». Hay quien no escucha, pero hay también quien escucha mal. ¿Qué significado hemos de dar a esta afirmación, un tanto enigmática: «Al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener»? ¿Qué significa el «porque» (literalmente, gar [en efecto]: v 18b) que condiciona estrechamente el crecimiento o la pérdida a la escucha de la Palabra? Quizás signifique que es importante escuchar bien, porque es precisamente la escucha lo que enriquece. Quien no escucha o escucha mal se empobrece. No sólo no crece, sino que pierde también lo que considera tener. La escucha de la Palabra es, por consiguiente, el camino necesario para el crecimiento en la fe. Si falta, desaparece la fe.


MEDITATIO

Jesús nos habla de la necesidad de iluminar. Pero habla también de la necesidad de encender la lámpara. El discípulo no alumbra con su propia luz, sino con la única luz que viene de Cristo, el Señor. Si lo hace de manera diferente, sentirá la tentación de confundir sus propias ideas, sus propios gustos y sus propias opciones con las de Cristo, y de proponer así cosas y realidades que no tienen nada que ver con Cristo. De ahí la necesidad de encender cada día, constantemente, nuestra propia lámpara con la luz de Cristo. Es la lumen Christi la que ilumina el mundo, no mi luz. Esta última puede iluminar sólo si es reflejo de la luz de Cristo.

Y, llegados aquí, el problema se vuelve serio, porque la luz de la que habla Jesús no es sólo doctrina, sino también testimonio, es decir, doctrina que se hace vida, que transforma la vida: que afecta a mi modo de ser, a mi modo de valorar las cosas. Soy luz cuando difundo la doctrina de Cristo con los criterios de Cristo, esto es, con humildad y pobreza. Cuando no hablo, por ejemplo, de humildad desde una posición de poder, cuando no anuncio la pobreza con medios que hablan de abundancia de bienes. Soy, en suma, luz puesta en el candelero cuando represento -lo menos lejos posible- el modo de ser, de obrar, de pensar y de hablar de Jesús. Es bueno reflexionar un poco sobre esto, porque en este sector son grandes las ilusiones. Pensar que iluminamos sólo porque decimos las palabras de Jesús, sin dejar iluminar nuestra propia vida con la luz de Jesús, es como cubrir con una vasija la lámpara. Es como afirmar algo sin la prueba de los hechos. Es adoctrinar, no evangelizar.


ORATIO

Estás viendo, Señor, que estoy preocupado por hablar de tu doctrina más que por reproducir tu vida. Estás viendo cómo pongo demasiado entre paréntesis tu modo de ser, que dio tanto impacto a tus palabras, pensando que evangelizar o ser guía para los hermanos yhermanas se reduce a una cuestión de conocimiento y de transmisión de ideas.

Pero eres tú quien debe vivir en mí, para que yo pueda comunicar tus palabras y ser guía de los otros. Si tú, mi amado Señor, no vives dentro de mí, tus palabras saldrán sin efecto de mis «labios impuros», porque mi corazón será demasiado diferente del tuyo, mis criterios prácticos de valoración estarán demasiado alejados de los tuyos. Ayúdame a buscarte a ti antes que a las palabras, a modelarme siguiendo tu imagen antes que a usarte para decir las cosas que debo decir.

Para esto necesito también sentirte más cerca, más íntimo, más amigo, más familiar, más presente en mi vida. No me dejes, no me abandones a mis ilusiones, no me dejes recorrer hasta el final mis atajos, mi constante tentación de reducirte a idea o a simple mensaje.


CONTEMPLATIO

Cuando Jesús está presente, todo es bueno y no parece cosa difícil, mas, cuando está ausente, todo es duro.

Cuando Jesús no habla dentro, vil es la consolación, mas, si Jesús habla una sola palabra, gran consolación se siente.

¿No se levantó María Magdalena luego del lugar donde lloró, cuando le dijo Marta: «El Maestro está aquí y te llama»? (Jn 11,28).

¡Oh, bienaventurada ahora, cuando Jesús llama de las lágrimas al gozo del espíritu!

¡Cuán seco y duro eres sin Jesús! ¡Cuán necio y vano si codicias algo fuera de Jesús! Dime: ¿no es peor daño que si todo el mundo perdieses?

¿Qué te puede dar el mundo sin Jesús? Estar sin Jesús es grave infierno; estar con Jesús es dulce paraíso.

Si Jesús estuviere contigo, ningún enemigo podrá dañarte.

El que halla a Jesús halla un buen tesoro, y de verdad bueno sobre todo bien. El que pierde a Jesús pierde muy mucho y más que todo el mundo.

Pobrísimo es el que vive sin Jesús, y riquísimo el que está bien con Jesús.

Grande arte es saber conversar con Jesús, y gran prudencia saber tener a Jesús.

Sé humilde y pacifico, y será contigo Jesús; sé devoto y sosegado, y permanecerá contigo Jesús (Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, II, 8, San Pablo, Madrid 1997, pp. 106-107).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Prestad atención a cómo escucháis» (Lc 8,18).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El liderato cristiano del futuro no debe ser ya un liderato de poder y de control, sino un liderato de impotencia y de humildad, en el que se manifieste Jesucristo, siervo doliente de Dios. Como es obvio, no estoy hablando de un liderato psicológicamente débil, en el que el líder cristiano sea simplemente una víctima pasiva de la manipulación de su ambiente. No, estoy hablando de un liderato en el que se renuncia constantemente al poder y se opta por el amor. Se trata de un verdadero liderato espiritual. La impotencia y la humildad en la vida no son, a buen seguro, las del hombre que no tiene espina dorsal y deja que sean los otros quienes decidan por él; se trata, más bien, de la impotencia y la humildad de quien está totalmente enamorado de Jesús hasta el punto,de seguirle allí a donde le lleve, con la seguridad de que, con El, encontrará la vida y la encontrará en abundancia. Es preciso que el líder del futuro sea radicalmente pobre y que, cuando viaje, no lleve consigo más que el bastón –«no pan, ni alforja, ni dinero, ni dos túnicas» (Mc 6,8)–. ¿De qué sirve ser pobre? Sirve sólo para brindarnos la posibilidad de guiar a los otros dejándonos guiar. Deberemos depender así de las reacciones positivas o negativas de aquellos entre quienes andemos, y seremos llevados verdaderamente allí a donde quiera llevarnos el Espíritu de Jesús. La riqueza y el bienestar nos impiden discernir el camino de Jesús. Escribe Pablo a Timoteo: «Los que quieren enriquecerse caen en trampas y tentaciones, y se dejan dominar por muchos deseos insensatos y funestos, que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición» (1 Tim 6,9). Si puede haber aún una esperanza para la Iglesia del futuro, ésa es la esperanza de una Iglesia pobre, cuyos guías estén dispuestos a dejarse guiar (H. J. M. Nouwen, Nel nome di Gesú, Brescia 31997, pp. 59ss [edición española: En el nombre de Jesús, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997]).